Los berlineses de principios de la década del ‘30 los veían como una suerte de Bonnie and Clyde alemanes aunque no eran una pareja sino dos hermanos que se hicieron famosos por la espectacularidad de sus robos. También se los consideraba una suerte de dos Robin Hood porque los blancos de sus robos eran los ricos, aunque no hay pruebas de que hayan repartido algo de lo que robaban entre los pobres. Y los pobres sobraban en la Alemania de esos tiempos, cuando los nazis aún no habían llegado al poder, la crisis económica era sinónimo de hambre y los marcos alemanes valían tan poco que muchos los utilizaban para empapelar sus paredes como pobre sustituto de la calefacción que no podían pagar.
Se llamaban Franz y Erich Sass, eran muy buenos mecánicos, pero las circunstancias los convirtieron en un verdadero mito del hampa alemana. Habían nacido en el barrio obrero de Moabit, en el sur de lo que después de la guerra sería Berlín Occidental. Tenían un taller donde se dedicaban a reparar autos con un ingenio que les permitía superar la falta de repuestos en el mercado, pero pronto su negocio se hizo inviable por las exigencias de las bandas criminales que pululaban en la ciudad y exigían dinero a los comerciantes a cambio de “protección”, es decir para no quemarles el local en el mejor de los casos, o no matarlos en el peor.
Cuando esa situación se les hizo insostenible decidieron cambiar de rubro utilizando su habilidad con las herramientas: dejaron de utilizarlas para reparar autos y las convirtieron en el instrumento privilegiado de sus robos. Robaron cámaras de seguridad de bancos utilizando la técnica de los boqueteros y forzaron cajas fuertes en comercios y casas con la misma precisión que reparaban las piezas rotas de los autos.
No solo debieron eludir a la policía de la República de Weimar, sus peores enemigos eran otros, sus competidores en el mundo de crimen, que comenzaron a verlos como invasores en un terreno que les era propio. Si para escapar de las garras de los uniformados usaron su ingenio, contra los otros no vacilaron en emplear la violencia para defenderse.
Pese a la fama que lograron con sus ingeniosos robos -tanto que se los llamó, sin demasiado rigor, “ladrones de guante blanco”- casi un siglo después poco y nada es lo que se sabe del raid delictivo de Franz y Erich Sass. Por ejemplo, se conoce con bastantes detalles cómo robaron uno de los bancos más importantes de Berlín, pero no se sabe casi nada de otra de sus operaciones más audaces y exitosos: el saqueo de la caja de seguridad de la “Casa Parda”, la sede central del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, la organización que encabezaba un personaje que pronto cambiaría de manera sangrienta la historia de Europa, Adolf Hitler.
Esa audacia sería la que les costaría la vida años después, cuando con los nazis ya en el poder, fueron deportados de Dinamarca, donde se habían refugiado. Las autoridades danesas accedieron a la extradición de los hermanos Sass por un pedido oficial de la cancillería alemana para ser juzgados por el robo del banco berlinés, sin saber que en realidad Hitler y los suyos los querían para matarlos en revancha del humillante -y millonario- robo de la Casa Parda.
El hombre encargado de matarlos, no se sabe exactamente si el 27 o el 28 de marzo de 1938 en el campo de concentración de Sachsenhausen, sería con el tiempo mucho más famoso que ellos por los crímenes de lesa humanidad que cometió como responsable de los asesinatos masivos de Auschwitz, un Obersturmbannführer (teniente coronel) de las SS llamado Rudolf Höss.
La ficción y la verdad
Si se busca en la web no se encuentran biografías ni novelas que cuenten con mayor o menor precisión los robos, la vida y la muerte de los hermanos Sass. En cambio, existe una película, de esas que se presentan como “basadas en hechos reales”, dirigida por el director alemán Carlo Rola y estrenada en 2001. Protagonizada por Ben Becker y Jürgen Vogel en los papeles de Franz y Erich, la ficción de Rola es precisamente eso: una obra de ficción donde, entre otras cosas, se dramatiza cómo fue supuestamente el robo de la Casa Parda.
En realidad, partiendo de muy pocos datos comprobados, lo que hace Rola es crear un filme noir que pinta con maestría el mundo criminal y los bajos fondos del Berlín de los años 30 pero que poco y nada se atiene a la verdadera y casi desconocida historia de los hermanos.
El final mismo es ficción pura, con Franz y Erich Sass rodando por las escaleras al ser acribillados por un grupo de camisas pardas de las SA como represalia luego de que se los declarara inocentes del robo de los fondos de los nazis. Afuera los esperaba un auto que los llevaría hasta el puerto de Hamburgo, donde se iban a embarcar hacia Copenhague.
Nada de eso sucedió: los Sass habían huido de Alemania hacia Dinamarca poco después del ascenso de los nazis al poder, en 1933, y cuando fueron extraditados no se los juzgó -y mucho menos se los declaró inocentes- por el robo de la Casa Parda, sino por el robo del banco berlinés. Para la propaganda nazi, el robo de los fondos que guardaban en las entrañas de su sede central era un hecho humillante que era necesario borrar.
Casi como si se tratara de una broma de la historia, lo poco que se sabe con certeza de los hermanos Franz y Erich Sass se debe al nazi encargado de acabar con sus vidas.
Las memorias de Höss
Rudolf Höss, afiliado al incipiente partido nazi en 1922, se sumó a las SS en 1934, cuando tenía 33 años y se incorporó inmediatamente al naciente sistema de campos de concentración que, por entonces, solo se desarrollaba en territorio alemán. Desde entonces tuvo una carrera imparable, que lo llevaría a ser comandante del campo de concentración de Auschwitz, en la Polonia ocupada.
Pero para 1938 su carrera había hecho una escala en el campo de concentración de Sachsenhausen, en las afueras de Oranienburg, en Brandeburgo, donde desde dos años antes los nazis confinaban y eliminaban a opositores políticos, judíos, gitanos, homosexuales y delincuentes comunes, a los que llamaban “asociales”.
El jefe de guardia Höss fue el encargado de recibir a Franz y Erich Sass en Sachsenhausen el 27 o el 28 de marzo de 1938, luego de que fueran trasladados allí por orden expresa de Adolf Hitler, luego de ser condenados por el robo del tesoro banco berlinés.
De eso no quedan dudas, porque es el propio Höss quien lo cuenta en su autobiografía: “Dos días después del veredicto, el Reichsführer (Hitler), en uso de sus poderes extraordinarios, hizo sacar a los dos bandidos de la cárcel preventiva y los envío a Sachsenhausen con orden de inmediato fusilamiento”, escribió.
Algo de la historia delictiva de los hermanos Sass debe haber fascinado a Höss, porque se detiene para contar el robo por el cual habían sido condenados: “Eran ladrones de gran reputación, especializados en el robo de cajas fuertes que actuaban en toda Europa. Habían sido condenados varias veces, y otras tantas habían logrado evadirse, burlando todas las medidas de seguridad. Su último golpe, un trabajo espectacular, fue el saqueo de una modernísima cámara acorazada ubicada en el sótano de un gran banco berlinés”.
El jefe de guardia de las SS se explaya, casi con admiración, en los detalles del modus operandi de los condenados: “Para llegar a su objetivo había excavado un túnel desde el cementerio que se hallaba del otro lado de la calle. Ya en el sótano se apoderaron tranquilamente de valores, divisas, lingotes de oro y joyas por un valor más que considerable. Luego depositaron el botín en diversas tumbas. El cementerio se transformó así en ‘su banco’, al que acudían cuando necesitaban fondos”.
Pero después miente, porque no puede admitir que esos dos famosos ladrones hayan podido burlar a las fuerzas de seguridad del Reich para huir a Dinamarca. Por eso les adjudica su detención: “Y allí fueron apresados por la policía. El tribunal condenó a uno de los ladrones a doce años, y al otro, a diez. Era la pena máxima prevista por las leyes alemanas de aquel entonces”, dijo en su autobiografía.
Del robo de 15 millones de marcos de la sede central del partido nazi, de su escape a Copenhague y de la extradición para juzgarlos no cuenta, en cambio, nada. No puede decirlo porque no es conveniente para la imagen del Reich.
“Di la orden de abrir fuego”
A Höss también se le debe haber dejado escrito cómo fue el verdadero final de los Franz y Erich, que llegaron al campo de concentración creyendo que los destinarían a trabajos forzados -como estipulaba la condena judicial- y no que tenían otros planes para ellos.
Lo relata así: “Los funcionarios que los trajeron en un furgón nos contaron que, durante el viaje, los dos hombres se habían mostrado muy arrogantes, exigiendo con insistencia que les dijeran adónde los llevaban. Cuando entraron al lugar previsto para la ejecución, en el centro de la cantera, les leí la orden que los condenaba a muerte. Entonces armaron un gran alboroto: ‘¡No puede ser! Pero esto, ¿qué es? Para empezar necesitamos ver a un cura…’. Como no querían ponerse ante el poste, me vi obligado a atarlos. Se resistían furiosamente. Me sentí realmente aliviado cuando pude dar la orden de abrir fuego”.
No se sabe dónde fueron enterrados Erich y Franz, los dos ladrones más famosos de la Alemania de la época que tuvieron el atrevimiento de despojar de sus fondos al partido nazi.
Höss sobrevivió nueve años a los hermanos que había fusilado en Sachsenhausen. Condenado a muerte por crímenes de lesa humanidad, fue ejecutado en la horca el 16 de abril de 1947, cerca del crematorio del campo de Auschwitz I y la casa que ocupó con su familia durante los años que estuvo allí.