El oficial Bill Long comenzó su mañana del 12 de junio de 1962 con la rutina de siempre. Desayunó con su esposa Jean —en la radio sonaba “Sheila”, el exitoso single de Tommy Roe— y, con su termo de café recién hecho, emprendió la empinada caminata hasta la prisión de Alcatraz, donde trabajaba. Salió de la reunión informativa habitual, cuando vio al sargento Fred Barker corriendo hacia él:
—¡Bill, Bill, Bill! ¡El tipo en la celda B-150 no se levanta para el recuento! —exclamó agitado.
Era la celda que ocupaba por John Anglin, detenido, como su hermano Clarence, por el asalto a un banco en Columbia, Alabama. Long llegó a la celda y se arrodilló para pasar la mano entre los barrotes y tocar la cabeza del recluso. La vio moverse y rodar por el suelo. Estaba hecha de papel maché.
Atónito, Long dio un salto. La inconcebible verdad se abría paso: Anglin no estaba en su celda. Y les había hecho creer que había dormido allí. Quién sabe cuántas horas tenía de ventaja en lo que parecía imposible: fugarse de la prisión más segura —y una de las más brutales— de Estados Unidos, una roca en medio de la bahía frente a San Francisco.
En la celda contigua, su hermano Clarence también había sido reemplazado por un bulto de ropas y una cabeza falsa. Y en la de Frank Morris, otro asaltante de bancos, que había terminado en Alcatraz luego de escapar de otras prisiones, se repetía el mismo escenario grotesco.
Seis décadas más tarde, aún no se sabe qué fue de los fugados. El enigma que ha capturado la imaginación del público y ha convertido a estos hombres en leyendas.
Los Anglin, oriundos de Donalsonville, Georgia, y Morris, lograron lo inimaginable. Según los investigadores, planearon su fuga desde diciembre de 1960. Con ingenio y paciencia, fueron aflojando las rejillas de ventilación de sus celdas hasta crear una vía de escape. Usaron un corredor sin vigilancia como taller clandestino donde fabricaron chalecos salvavidas y una balsa improvisada con impermeables robados, cuyas costuras sellaron con el vapor de los tubos de la prisión. También hicieron remos de madera y convirtieron un instrumento musical, que alguna vez produjo melodías de desesperanza, en una herramienta para inflar su frágil vehículo de escape.
La noche señalada, salieron sigilosamente de sus celdas, reunieron su equipo y escalaron hasta el techo. Se descolgaron por una tubería de drenaje hasta la bahía de traicioneras corrientes. Mientras tanto, en sus celdas, las cabezas de papel maché burlaban a los guardias.
Los años nos han dejado más preguntas que respuestas. La teoría predominante sugiere que, tras lanzar su balsa al agua, su objetivo era alcanzar Angel Island y, desde allí, trazar su ruta hacia la libertad. Los Anglin, criados en las turbulentas aguas de Tampa Bay, poseían la habilidad y el conocimiento necesarios para navegar las traicioneras corrientes. Pero, ¿fue esto suficiente para superar los obstáculos que les esperaban?
La investigación marcó uno de los enigmas más desafiantes en la historia de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI) y la Oficina de Prisiones. A pesar de las incontables horas de búsqueda, los interrogatorios a fondo y la meticulosa recolección de evidencias, las respuestas se desvanecían justo cuando parecían estar cerca. El misterio persistente de si Frank Morris y los hermanos Anglin lograron burlar tanto el mar como el sistema penal, o si sucumbieron a las frías aguas de la bahía, ha mantenido a los investigadores en un estado de incógnita. Los objetos recuperados, como un remo idéntico a otro encontrado en lo alto de una celda y dos de los tres chalecos salvavidas, uno en una playa al norte del Golden Gate y el otro a escasos metros de la costa de Alcatraz, alimentaron la teoría de que los fugitivos se habían ahogado. Sin embargo, nunca se encontraron los cuerpos.
El FBI cerró el caso en 1979, tras casi dos décadas de pesquisas, sin resultado. El Servicio de Alguaciles (U.S. Marshals) tomó las riendas de la investigación y la mantuvo abierta desde entonces. El escape de Alcatraz se ha consolidado como un relato abierto, una leyenda viva que desafía el concepto de imposibilidad y mantiene en vilo tanto a las autoridades como a la imaginación popular.
El interés público en esta fuga legendaria de Alcatraz alumbró innovadoras formas de compartir esta historia con el mundo, a la vez que se preservan las evidencias. Una de las más fascinantes es la creación de réplicas en 3D de las cabezas de maniquí que Frank Morris y los hermanos Anglin utilizaron como parte de su ingenioso plan, que el 15 de noviembre de 2018 fueron donadas al Área Recreativa Nacional junto al puente Golden Gate, para mostrarlas al público.
Según el sitio del FBI, este proyecto fue una colaboración entre su laboratorio en Quantico, Virginia, y la Administración de Parques Nacionales. Primero se utilizó tecnología de escaneo láser 3D para capturar cada detalle de las cabezas originales. Posteriormente, se imprimieron modelos tridimensionales y los completaron con cabello humano, imitando de forma impresionante a las originales. Estas réplicas no solo sirven como herramientas educativas en el parque del Golden Gate, sino que también ayudan a salvaguardar las delicadas cabezas originales, que a pesar del paso del tiempo, siguen siendo evidencia clave.
A lo largo de los años han surgido supuestas evidencias de que sobrevivieron, que generaron acalorados debates. Ken Widner, sobrino de los Anglin, no tiene dudas: sus tíos burlaron a Alcatraz. En 2015, él y su hermano David revelaron una fotografía que —aseguran ellos— muestra a John y Clarence vivos en Brasil en 1975.
“Siempre fue un tema recurrente en nuestras reuniones familiares”, dijo Widner a City Experiences, un sitio sobre San Francisco. “Creo que fue su forma de decirnos: ‘Lo logramos, estamos bien, no morimos, pero no podemos volver’”.
La imagen granulada muestra a dos hombres de gafas oscuras. Algunos expertos encontraron similitudes alentadoras con los rostros de los fugitivos. Otros, como el exalguacil Michael Dyke, descartan tajantemente que sean ellos, convencido de que no sobrevivieron a la primera noche. Con todo, reconoció ante The Independent: “Mientras no se recuperen los cadáveres, existe la posibilidad de que estén vivos, aunque sea remota”.
Sin embargo, la familia no busca encontrarlos con vida, sino hallar sus tumbas. El tiempo apremia: los U.S. Marshals han advertido que mantendrán el caso abierto hasta que los prófugos sean arrestados, se demuestre su deceso o hasta que todos hayan cumplido 99 años, en 2030.
Entonces, ¿lograron Frank Morris y los hermanos Anglin lo imposible, o fueron reclamados por el mar, un trágico final para su audaz escapada? Aunque los años pasan y el misterio se profundiza, la fascinación por esta increíble hazaña persiste. Los investigadores continúan buscando pistas, aferrándose a la esperanza de que algún día la verdad saldrá a la luz.