Una carnicería de perros, noches a 60 grados bajo cero y el infierno de los egos: la carrera mortal en la conquista por el Polo Sur

Una de las bases norteamericanas clavada en la Antártica se llama Base Amundsen-Scott, en un intento por tender una grieta entre los exploradores. Hacia comienzos del siglo XX, el noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Falcon Scott combatieron por ser los primeros en pisar el punto más austral del mundo. Los secretos y ventajas de cada expedición y las controversias de un final trágico

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Roald Amundsen, con un astrolabio,
Roald Amundsen, con un astrolabio, en el Polo Sur. Fue el jefe de la primera expedición en llegar hasta ese confín de la Tierra (Bettmann)

Hay batallas y batallas. Las hay con armas y, también, de las otras, esas tienen lugar con las filosas espadas del ego. Ésta para ver quién pondría primero el pie en el Polo Sur, insumió años y se libró sobre hielos eternos, a 60 grados bajo cero y envuelta en vientos gélidos y furiosas tempestades. Ocurrida entre 1910 y 1912, sería una competencia mortal entre dos duros contrincantes: el inglés Robert Falcon Scott y el noruego Roald Amundsen.

El noruego que dejó la medicina

Amundsen (su nombre completo era Roald Engelbregt Gravning Amundsen) nació en Noruega el 16 julio de 1872, cerca de la ciudad de Oslo. Fue el cuarto hijo del dueño de barcos y capitán Jens Amundsen. Dos de sus hermanos también fueron marinos y la familia llegó a poseer una veintena de veleros que comerciaban en el Mar del Norte.

Tenía dieciséis años cuando, en 1888, una noticia sorprendió al mundo: el marino y explorador noruego Fridtjof Nansen (quien sería Premio Nobel de la Paz en 1922) había logrado cruzar, sobre esquíes de fondo, Groenlandia. Era la primera travesía terrestre de esta gran isla. Nansen dijo algo que reflejó su espíritu aguerrido y que caló hondo en Amundsen: “Lo difícil es lo que tarda poco tiempo, lo imposible es lo que tarda un poco más”. Amundsen no olvidó nunca aquella hazaña y en él empezó a crecer el deseo de ser explorador como ese hombre once años mayor que él.

Desde chico decidió dormir con la ventana de su habitación abierta durante el helado invierno noruego. Lo hacía para que su cuerpo se adaptara al frío extremo. Los vientos del hielo no lo asustaban en lo más mínimo, lo estimulaban a volar con la imaginación. Muy habilidoso en todos los deportes invernales, se volvió fanático de la vida de los esquimales. Quería desafíos y aventuras, pero su madre, Gustava Zahlqvist, se oponía a ese estilo de existencia. Harta de los mares y los miedos que le infundían, quería que al menos uno de sus hijos estudiara una carrera en tierra firme. A los 18 años, siguiendo el mandato materno, Amundsen entró en la universidad para estudiar medicina.

Tres años más tarde Gustava murió y él decidió dejar sus estudios. Ahora nada ni nadie le impedirían hacer lo que él siempre había querido. Con 20 años se embarcó como marinero en un barco de cazadores de focas llamado el Magdalene.

Amundsen era una esponja. Aprendía de todos y de todo. Mostraba una tenacidad poco frecuente para los proyectos que emprendía. Se le metió en la cabeza hacer un viaje a los Estados Unidos para recaudar fondos para poder llegar a los polos de la Tierra. Lo consiguió. El millonario y explorador norteamericano Lincoln Ellsworth se convirtió en uno de sus mentores porque vio en él a un joven pragmático, convencido de que no hay imposibles.

Amundsen siguió adquiriendo conocimientos que sabía le serían útiles para sus expediciones. El 1° de mayo de 1895 obtuvo su licencia náutica. Tenía 23 años.

El nombre de Roald Amundsen
El nombre de Roald Amundsen está eternizado en una base antártica, un glaciar, un mar, un golfo, un cráter en el Polo Sur de la Luna, y un asteroide en la órbita de Marte

Atrapados en el hielo

En 1897 consiguió una entrevista con el que comandaba una expedición belga con destino a la Antártida, Adrien de Gerlache. Obtuvo un puesto: sería el segundo oficial en el velero Bélgica. Zarparon de Amberes el 16 de agosto de 1897.

En la travesía se hizo amigo del médico de abordo, el norteamericano Frederick Cook. Casi consiguen su objetivo, pero en marzo de 1898 el buque terminó quedando atrapado entre los hielos y la tripulación tuvo que pasar la “noche polar”, así se le dice al invierno helado, a bordo. Cook se encargó de la comida y se preocupó de que los tripulantes no comieran animales marinos crudos por las enfermedades que podrían contraer. Amundsen, copiando lo que sabía hacían las tribus nativas del Ártico, los instó a confeccionar abrigos con las pieles de las focas que comían. Eso ayudó. Volvieron a Bélgica a finales de 1899. Ahora comprendía que la conquista polar no sería fácil.

En 1903 se puso al frente de la primera expedición que intentaría atravesar el Paso del Noroeste, entre el Atlántico y el Pacífico, siguiendo la costa norte de Canadá. Compró con mucho esfuerzo un pequeño velero y sumó a seis personas más. Amundsen debió zarpar de noche desde el puerto de Oslo para evitar que sus acreedores le impidieran marcharse. Las deudas, a pesar del apoyo del rey Oscar II, de Suecia y de Noruega, se iban acumulando con cada nuevo proyecto.

El velero terminó acorralado por el hielo en una bahía del círculo polar ártico, en la región canadiense de Nunavut. Pasaron allí dos duros inviernos en los que aprovecharon para realizar excursiones a pie y en trineo. Así fue que hicieron contacto con una tribu inuit, los Netsilik, que vivía en esa región. Fue la oportunidad para que Amundsen estudiara a esos exóticos habitantes locales que tenían mucho que enseñarle sobre sus técnicas de supervivencia ancestrales en climas extremos; sobre el correcto uso de trineos tirados por sus perros; sobre cómo vestirse para conservar el calor corporal y sobre la construcción de los iglús. Durante el verano los esquimales se dedicaban a la caza y la pesca para conseguir la comida y almacenarla en bloques de hielo para el invierno. Durante los meses fríos migraban y también cazaban focas. De esos animales extraían, además, la grasa que servía de combustible para sus lámparas y para calentar sus iglús. Fue información clave que su cabeza iba procesando y que le resultaría indispensable algún día para su propia supervivencia.

Durante el tercer verano lograron moverse hacia otra zona donde, cuando llegó el invierno, volvieron a quedar varados entre los trozos gigantes de hielo.

En 1906 llegaron a Nome, Alaska, sobre el Océano Pacífico. Desde ahí realizó un viaje de 800 kilómetros en trineo para poder enviar el telegrama para anunciarle al mundo que había logrado concretar el Paso del Noroeste.

La hazaña lo convirtió en un héroe en Noruega.

Amundsen ya sabía de navegación, cómo sobrevivir en la nieve, esquiaba como un profesional, había descubierto las virtudes de esa raza de perros de Groenlandia y conocía de ingeniería aeronáutica. Era un compendio de virtudes regadas por la obsesión, la experiencia y la perseverancia.

El explorador polar Roald Amundsen
El explorador polar Roald Amundsen y su tripulación en Nome, Alaska, a bordo del barco noruego que fue el primero en navegar en solitario por el Paso del Noroeste entre 1903 y 1906 (E.H. Hewitt/Library of Congress/Corbis/VCG via Getty Images)

Sorpresivo cambio de rumbo

El Polo Sur, en los 90 grados de latitud sur, es el punto más austral del planeta y, al igual que el Polo Norte, es atravesado por el eje de rotación de la Tierra. Los polos constituían un objetivo codiciado por los intrépidos aventureros de la época.

El británico Ernest Shackleton, en una campaña que duró de 1907 a 1909, fracasó en su intento por alcanzar el Polo Sur. Llegó a 187 kilómetros de la meta. Había estado muy cerca, pero decidió priorizar las vidas de sus acompañantes.

Fue en medio de los fracasos e intentos ajenos que Amundsen hizo público sus planes exploratorios en noviembre de 1908. Anunció que su nueva meta sería llegar al Polo Norte. Todavía Shackleton no había sido derrotado por el hielo del sur. Amundsen tenía a su disposición el buque Fram (en su lengua de origen la palabra quiere decir “Adelante”) del gobierno de Noruega que había sido diseñado por el explorador que él tanto admiraba: Fridtjof Nansen. Ya había sido usado para campañas al ártico y había funcionado muy bien.

El Fram tenía la virtud de resistir la presión lateral de los hielos contra el casco y de poder flotar sobre ellos. Había sido construído con madera curada y tenía una quilla reforzada de hierro. Tanto la quilla como su timón eran retráctiles y podían meterse dentro del casco para evitar que se rompieran con el hielo.

Amundsen planeaba con detalle cómo sería esta expedición. Gracias a todo lo aprendido previamente con los esquimales, decidió que llevarían perros de Groenlandia para que tiraran de sus trineos. La ropa la mandó a confeccionar especialmente con piel de foca, de renos, de lobos y con gabardina. Los trineos se fabricaron con fresno noruego y llevaban patines -con llantas de acero- bien largos para minimizar el peligro de las caídas en las grietas. Las tiendas de campaña eran resistentes y tenían el piso incorporado. Para cocinar usarían fogones a kerosene porque eran más pequeños. Llevaban toneladas de comida y habían incluído un preparado concentrado llamado pemmican que no solo contenía carnes secas y grasas sino también verduras y avena.

El parlamento noruego autorizó una partida de dinero para ayudar a la expedición. El explorador calculaba que todo el periplo le llevaría unos cuatro o cinco años. Saldrían de Noruega hacia el sur, cruzarían el Océano Atlántico y pasarían por el Cabo de Hornos para luego subir por el Pacífico hacia el Polo Norte. Amundsen necesitaba más dinero y llegó a hipotecar su propia casa para conseguirlo.

Reclutó a su tripulación en Tromso. Entre los escogidos, lo hacía él personalmente, había de todo: desde un campeón de esquí hasta un estudiante de oceanografía. En total eran 19.

La tripulación del buque de
La tripulación del buque de exploración polar Fram, que llegó a la Bahía de las Ballenas, en la Antártida, el 14 de enero de 1911 (Graphic House/Archive Photos/Getty Images)

Una mentira y un telegrama

Estaba en esos preparativos cuando en septiembre de 1909 Amundsen se enteró de que el norteamericano Robert Peary se había convertido en el primer hombre en pisar el Polo Norte. Ese mismo año Shackleton había fracasado en su intento de llegar al Polo Sur. Inmediatamente su cabeza hizo un viraje total: si ya habían pisado el Polo norte, él pondría proa al sur.

Sin decirle a nadie cambiaría el destino. No quería que el gobierno noruego o Nansen se negaran a su cambio de idea y no deseaba que ningún otro se le adelantara en su odisea. Además, estaba al tanto de la competencia inglesa: la expedición británica comandada por el capitán Robert Falcon Scott saldría el mismo mes que ellos con la consigna de alcanzar el Polo Sur.

Sin decirle nada a nadie sobre su verdadera intención, en junio de 1910, partió con su tripulación desde Noruega. Solo él sabía que, luego de la escala en la isla portuguesa de Madeira, irían directo hacia la Antártida. Antes de la escala en esa isla, finalmente, les informó a todos que la nueva meta era el Polo Sur y, antes de zarpar, hizo que su hermano enviara un telegrama al capitán inglés que navegaba como él hacia los confines del planeta. Eran pocas palabras donde le declaraba de alguna manera la guerra por la conquista del Polo Sur: “BEG TO INFORM YOU FRAM PROCEEDING ANTARCTIC- AMUNDSEN” (Le informo que el Fram procede hacia la Antártida-Amundsen).

Después de todo, el que avisa no traiciona. ¿Estuvo bien o estuvo mal Amundsen con su mentira inicial? ¿Fue un gesto honesto mandar el telegrama o desafiante? Los bandos de la historia están divididos.

A partir de acá se escribieron la epopeya y la tragedia.

Robert Scott era un oficial
Robert Scott era un oficial de la Armada británica que quería convertirse en la primera persona en pisar el Polo Sur. Partió el 15 de junio de 1910

El Capitán Scott

Robert Falcon Scott no era un novato en el tema de las expediciones al hielo. Este oficial de la Armada británica, nacido en 1868 y el tercero de seis hermanos, fue seleccionado para dirigir la operación a la Antártida que organizaba la Royal Geographic Society. Scott, si bien no era un fanático como Amundsen por las zonas polares o las bellezas heladas, quería ascender en su carrera. Aceptó. Poco antes, en 1908, se había casado con Kathleen Lloyd Brue, una escultora de un alto nivel social con quien acababa de tener un hijo al que llamaron Pedro. Cuando Scott se puso al frente de esta nueva convocatoria los británicos orgullosos quisieron colaborar con la campaña. Se anotaron más de 8000 voluntarios para ser parte de ella y también se recaudaron fondos para concretarla.

El 15 de junio de 1910 los ingleses despidieron en Cardiff, enfervorizados, al Terra Nova, el barco que partía rumbo a la Antártida. El capitán Robert Scott iba camino a convertirse en la primera persona en pisar esos hielos inexpugnables. Llevaba 162 entre cerdos y carneros, 19 ponis de Manchuria, 39 perros y toneladas de comida.

Scott estaba en pleno viaje, en una escala en Melbourne, cuando el 12 de octubre de 1910 recibió el filoso telegrama que le había hecho enviar Amundsen.

Cuando los británicos se enteraron que Amundsen había cambiado sus planes odiaron al noruego: le endilgaron haber mentido y de llevar adelante una campaña desleal.

El enfrentamiento había comenzado tanto en el frente expedicionario como en sus hogares patrios.

La expedición inglesa se hizo
La expedición inglesa se hizo a bordo del Terra Nova. La mañana del 3 de febrero de 1911, el grupo que viajaba en el Fram los divisó ingresando a la Bahía de las Ballenas y los recibió con cortesía

Comienza el duelo

El Fram comandado por Amundsen funcionaba a la perfección, pero era una cáscara de nuez que se movía al compás de las olas que lo zarandeaban con fuerza. La tripulación enfrentaba mareos intensos.

Por fin, el 14 de enero de 1911, el buque ancló en la Antártida, más precisamente en Bahía de las Ballenas, en el Mar de Ross (Océano Antártico) que a partir de allí se prolonga en la barrera de hielo de Ross. Unos cuatro kilómetros tierra adentro (debería decir hielo adentro, porque no era precisamente tierra) levantaron el campamento al que bautizaron Framheim. Desde allí iban a encarar la conquista del Polo Sur. Construyeron una gran cabaña orientada de espaldas a los fuertes vientos. Ninguna expedición anterior había sido tan audaz de construir su base sobre una barrera de hielo. Para el caso de que esa capa gruesa se quebrara y ellos debieran evacuar tenían los botes salvavidas del Fram fuera del Framheim. Además, rodeando la cabaña dispusieron catorce enormes carpas que usaron para cobijar a los perros, las provisiones y recolectar la basura.

La cabaña consistía en una pequeña cocina, dos dormitorios y un gran living con una mesa larga con bancos. Esa mesa había sido diseñada de tal manera que pudiese ser izada hacia el techo para poder limpiar el piso correctamente. En el medio colgaba una lámpara que no solo les otorgaba luz sino también calor. Los techos fueron pintados de blanco para dar más luminosidad y en una de las paredes habían colgado tres retratos de la familia real noruega.

El encargado de la cocina era Adolf Lindstrom (quien también era carpintero). Él preparaba todo lo que comían: panes, pasteles frutales, carnes, café. Era el primero en levantarse y el primero en irse a dormir.

En invierno la cocina también se usó para las clases de inglés que daba Kristian Prestud quien era segundo oficial.

Amundsen también había pensado en lo emocional: iban pertrechados con 300 libros, un gramófono con discos e instrumentos musicales. Enseguida establecieron rutinas. Los sábados eran días de corte de pelo, afeitadas y baños de vapor. Esos mismos días, por la noche, fumaban cigarros y tomaban tragos. Los domingos descansaban y, por la tarde, ponían discos en el gramófono.

Un miembro del equipo de
Un miembro del equipo de cinco expedicionarios antárticos dirigido por Roald Amundsen posa con perros de trineo durante el viaje al Polo Sur en 1911

La visita inesperada

Scott andaba cerca. A unos 96 kilómetros más lejos que ellos del Polo Sur, en el Estrecho de McMurdo. El inglés tenía planeado seguir la misma ruta de su compatriota Ernest Shackleton, avanzando por el glaciar Beardmore hacia la meseta antártica.

La mañana del 3 de febrero de 1911 desde el Fram vieron algo totalmente inesperado: otro barco entrando a la Bahía de las Ballenas. No demoraron en darse cuenta de que los seis tripulantes hablaban inglés y que el barco era el Terra Nova de Scott. Los ingleses, quienes estaban en una salida de investigación cuando se toparon con el Fram, se sorprendieron por el hecho de que los noruegos estuvieran a unos 700 kilómetros de la base de ellos en McMurdo. La tensión inicial terminó en algo amistoso y civilizado. Los noruegos invitaron a los británicos a subir al barco para desayunar. Luego, fueron ellos a almorzar al Terra Nova. Finalmente los noruegos los llevaron a conocer el campamento Framheim.

Un alto el fuego con el horizonte blanco de testigo.

Ambas expediciones midieron fuerzas en esa visita no programada. Amundsen anotó en su mente varias ventajas, una de ellas que los ingleses no tenían ningún sistema de radio y que no tenían la vestimenta apropiada. Pero se preocupó cuando los ingleses, entre los que no estaba Scott por que se había quedado en el campamento base, comentaron lo bien que andaban sus trineos motorizados a combustible. Por su parte, los ingleses quedaron impresionados por la cantidad de perros que el noruego había llevado. Un detalle que quienes critican a Amundsen olvidan: el noruego le ofreció a los ingleses un lugar junto a Framheim como base de exploración. El capitán Campbell rechazó esa oferta y los equipos terminaron despidiéndose con buenos deseos. La contienda continuó. Amundsen, ácido, escribió en su diario: “No puedo entender por qué los ingleses dicen que los perros no pueden ser usados aquí”.

Durante febrero, marzo y abril la expedición de Amundsen fue avanzando hacia el sur. Probaban cómo moverse y generaron una cadena escalonada de depósitos con provisiones para sus futuras incursiones para alcanzar el polo. Distribuyeron más de 3400 kilos entre los que había 1400 kilos de carne de foca y 180 litros de aceite de parafina para estufas.

Cuando el sol desapareció de la Antártida, Amundsen supo que debería esperar a que pasara el invierno y que comenzaran a subir las temperaturas. El buque Fram viajó hacia la Argentina en junio para reaprovisionarse. Tenían también dificultades económicas así que un amigo de Amundsen, llamado Pedro Christophersen, inmigrante noruego residente en Argentina (casado con Carmen de Alvear, hija de Marcelo Torcuato de Alvear quien llegó a ser presidente) no dudó en ayudarlos. Saldó todas sus deudas y puso una fortuna a su disposición.

Amundsen, quien se había quedado en Framheim con parte de sus hombres, aprovechó ese tiempo para quitarle hasta el 60 por ciento de peso a los trineos para mejorar su performance sobre la nieve, forraron con piel de foca sus botas de esquí para que fueran más resistentes y conservaran el calor y construyeron un sauna. Tenían que ser ligeros, pero sabios cuando partieran en la búsqueda del punto más austral de la Tierra. Decidió, además, que los bloques de hielo con banderas negras que iban dejando para marcar su derrotero cada cinco kilómetros había que ponerlos mucho más cerca. Era una precaución más.

Roald Amundsen, vestido con pieles
Roald Amundsen, vestido con pieles de animales. Fue otra de sus grandes decisiones. Lo aprendió cuando, vestido con lana, debió pasar un invierno a bordo del buque Bélgica en la Antártida

Grietas y congelamiento

El 8 de septiembre de 1911, el clima había mejorado y las temperaturas parecían más favorables. Amundsen estaba impaciente por salir, quería llevar la delantera. Los ocho elegidos se aventuraron a salir de Framheim hacia el polo. Llevaban sus perros y los trineos con tapas diseñadas como cofres y raciones de comida mínimas que proporcionaban máxima nutrición. Tres días después el clima cambió drásticamente y las temperaturas descendieron hasta -57 grados. A los perros se les helaron las patas y varios de los expedicionarios tenían ampollas y los talones congelados como rocas. Tampoco funcionaban las brújulas. Construyeron un iglú para refugiarse y pasar la noche.

Amundsen escribió en su cuaderno de viaje: “Martes 12 de septiembre. Poca visibilidad. Brisa desagradable del S. -52 grados. Los perros claramente afectados por el frío. Los hombres tiesos dentro de la ropa congelada, más o menos satisfechos tras una noche de hielo”.

Varios de los perros murieron como consecuencia del frío extremo. Amundsen sabía cuándo había que retroceder. Dar un mal paso era la muerte segura. Dio la orden de volver inmediatamente hacia Framheim. Se subió a uno de los trineos con dos de sus hombres y emprendieron el retorno. Tres más los siguieron con rapidez, pero al llegar a Framheim faltaban dos de la comitiva polar: Hjalmar Johansen y Prestrud quienes se habían quedado en el camino luego de que las patas de sus perros también se congelaran. Ellos llegaron a Framheim diecisiete horas más tarde. Fue entonces que Johansen, quien era el explorador más experimentado del equipo y el único no seleccionado directamente por Amundsen, le dijo furioso en la cara: “Esto no merece llamarse expedición. Es pánico”. Se habían sentido abandonados.

En forma automática esa frase lo dejó excluido de la próxima salida hacia el Polo Sur. La autoestima de Amundsen era lo único que nadie podía desafiar.

En las semanas que siguieron se dedicaron a recuperarse y Amundsen reorganizó la siguiente salida. El nuevo equipo estaría formado por cinco. Amundsen, Olav Bjaaland (probablemente el mejor esquiador de la época y quien además era carpintero), Helmer Hanssen (era el experto elegido para manejar a los perros en la nieve), Sverre Hassel (eximio navegante) y Oskar Wisting (un marinero con mucha experiencia en el ártico y con ballenas) partieron de la base el 19 de octubre con cuatro trineos tirados por 52 perros de raza groenlandesa. La líder era una hembra llamada Etah. Llevaban para cada uno una ración diaria de 380 gramos de galletas, 40 gramos de chocolate, 60 gramos de leche en polvo y 350 gramos de pemmican. También 500 gramos de ese mismo concentrado por día para cada perro. No era fácil, pero no movían ni un pie como bien escribió el mismo Amundsen, sino que avanzaban en trineos tirados por los perros. Iban, sin saberlo, al doble de velocidad que la expedición inglesa. Cada determinado tiempo dejaban descansar a los animales.

El primero de noviembre de 1911 estuvieron a punto de perderlo todo. La poca visibilidad por la niebla hizo que no pudieran ver las grietas. Hanssen lideraba la cola de trineos cuando cayó en una. Fue rescatado, pero enseguida cayó Hassel en otra. Pasado el peligro, los osados exploradores, terminaron riéndose de sus peripecias.

Al miedo se lo combate con risa.

Amundsen emprendió su marcha hacia
Amundsen emprendió su marcha hacia el Polo Sur con cuatro marinos, cuatro trineos, 52 perros de raza groenlandesa guiados por la hembra Etah, y comida especial (CORBIS/Corbis via Getty Images)

“La carnicería”

El 17 de noviembre llegaron a los montes Transantárticos. Debían encontrar un paso. Después de tres días hallaron un gran glaciar de 48 km de largo. Ascendieron y el 21 de noviembre alcanzaron la meseta polar y armaron un campamento en la cima, a 3200 metros de altitud. A lo lejos escuchaban los sonidos de las avalanchas. Amundsen escribió eufórico y desafiante en sus páginas: “Vengan y díganme que los perros no pueden ser usados aquí”.

Ese sitio del campamento sería luego denominado “La Carnicería”. Allí tuvieron que sacrificar a 24 de sus perros. Con esa carne alimentaron al resto de los animales y almacenaron reservas para el regreso para ellos mismos. Fue un momento complejo. Esos hombres duros y recios se habían encariñado mucho con los perros. La matanza regó de rojo la nieve convirtiendo la escena en un espectáculo dantesco.

No era improvisación, era parte del plan de Amundsen. Los perros los habían llevado con su fuerza, pero ahora algunos les servían de alimento.

Todavía estaban a 480 km del Polo Sur. El 25 de noviembre volvieron a arrancar la travesía con tres trineos tirados por 18 perros. Fue la parte más difícil. Un verdadero infierno blanco con tempestades del fin del mundo. Cruzaron el Glaciar del Diablo y luego el Salón de Baile del Diablo. Las peligrosas grietas estaban cubiertas por puentes de nieve que cuando los cruzaban sonaban a hueco. Si se rompían, caerían al abismo y nunca jamás se sabría de ellos. De milagro no ocurrieron desgracias.

El 7 de diciembre superaron ampliamente el sitio a dónde había llegado el inglés Shackleton y pararon a descansar. Estaban a unos 30 kilómetros del Polo Sur. Amundsen tomó la lapicera emocionado: “Estamos más lejos de lo que nadie ha estado nunca en el sur. Ningún otro momento en todo este viaje me ha afectado tanto como este”.

El 14 de diciembre de 1911, alrededor de las 15 horas, llegaron a la meta. La travesía de ida había durado 57 días. Armaron allí el campamento Polheim (Casa del Polo) y clavaron con emoción la bandera noruega. La carrera había terminado.

De izquierda a derecha: Oscar
De izquierda a derecha: Oscar Wisting, Sverre Hassel, Helmer Hanssen y Roald Amundsen en Polheim, la tienda erigida en el Polo Sur el 16 de diciembre de 1911. La bandera en lo alto es la de Noruega; mientras que la de abajo lleva el nombre de Fram, la nave que los llevó a la Antártida (Olav Bjaaland)

Descansaron un par de días y, antes de emprender la vuelta, Amundsen decidió dejar la tienda que habían utilizado armada y aprovisionada para Scott. Dentro dejó también una carta para el rey Haakon y le pedía a Scott que se la hiciera llegar. Eso daría testimonio de su logro si no sobrevivían al regreso a Framheim. A su archival el capitán Scott le escribió: “Mi querido capitán Scott, probablemente será usted el primero que alcance el polo después de nosotros. Le ruego acepte mis más sinceros deseos de feliz retorno”.

Salieron de regreso el 18 de diciembre y llegaron al campamento Framheim, sin ninguna baja, el 25 de enero de 1912 después de 99 días totales. Volvieron con solamente 11 perros y al borde de sus fuerzas. Y sin haber tomado, por olvido o quizá por estrategia para evitar demoras que pudieran hacerlos perder la delantera, muestras geológicas del suelo. Eso, al menos, señalan los críticos de Amundsen quienes argumentan que solo buscaba ganarle a Scott.

Lo habían logrado y podían contárselo al mundo, pero las comunicaciones no eran como ahora. El 30 de enero partieron de Framheim. Amundsen estaba apurado, sabía que la hazaña estaría completa recién cuando todos se enteraran. Cuando llegaron a Hobart, en la isla australiana de Tasmania, el primer telegrama lo envió encriptado a su hermano Leon Amundsen. El siguiente fue para el rey Haakon de Noruega y el tercero para Nansen su colega y diseñador de la nave. La noticia recorrió el mundo el 7 de marzo de 1912.

Amundsen contaría su viaje extremo en el libro El polo sur: un informe de la expedición noruega en el Fram, 1910-1912. Parte de ese libro lo escribió en los últimos meses de 1912 en la Argentina, en la tranquilidad de la estancia El Carmen, de Pedro Christophersen, en la provincia de Santa Fe.

Ahora, todos querían saber qué había pasado con Scott de quien no había noticias.

Robert Scott y dos de
Robert Scott y dos de sus cuatro compañeros partieron hacia el Polo Sur tirando de un trineo. La expedición descubrió que Roald Amundsen había llegado un mes antes

Pasaje de ida

Scott atravesaba muchos más problemas que su par noruego. Llegaron al Polo Sur 34 días después de Amundsen para ver la bandera noruega y leer la carta que le había dejado en la tienda. Fue un momento difícil. Scott escribió en sus páginas personales: “Lo peor ha ocurrido (...) Se nos han adelantado (...) Lo siento por mis leales compañeros”.

Eso estaba lejos de ser lo peor. Lo peor sería la vuelta. Debían caminar 1.400 kilómetros de regreso hasta su base, pero con menos pertrechos y poca comida. Las ventiscas implacables y la falta de abrigo adecuado los sentenciaron a muerte. Ninguno vivió para contarlo.

Un huracán los sorprendió y los mantuvo inmóviles en su tienda por varios días. Uno de los británicos, Lawrence Oates, dejó escrito en su diario: “Me disgusta profundamente (por Scott) y me desharía de él si no fuera que somos una expedición británica (…) Scott no actúa con rectitud, su primera preocupación es él mismo, el resto no le importa”. Oates tenía una vieja herida de guerra que le provocaba intenso y permanente dolor. El día en que cumplía 32 años decidió salir de la tienda que estaban usando y se despidió de todos diciendo “salgo, tal vez tarde en volver”. Se dejó morir a la intemperie para no estorbar el regreso del resto. Era el 12 de marzo.

Unos días después, el 25 de marzo de 1912, fue Scott, quien tenía 43 años, el que escribió en su diario: “Perseveraremos hasta el final, pero cada vez nos encontramos más débiles, por supuesto, y el fin no puede estar lejos. Es una pena, pero no creo que pueda escribir más. (...) Si hubiésemos vivido yo tendría que contar una historia de valor y perseverancia que hubiera conmovido el corazón de todo inglés. Estas notas groseras y nuestros cadáveres contarán la historia. Por el amor de Dios cuidad de nuestra gente”

Para Oates, Scott también andaba alimentando su ego. Pero la trágica muerte del capitán inglés volvería más benevolente la mirada del mundo sobre él.

Amundsen, como único transporte, avanzó
Amundsen, como único transporte, avanzó con trineos tirados por perros, y Scott, con caballos mongoles. El alimento de los perros pesaba menos: muchos paquetes pequeños, contra las bolsas de avena para los caballos

Los errores de una expedición mortal

Pero ¿por qué el equipo de Amundsen ganó la pulseada con el de Scott y sobrevivieron? Hay varias razones. Una fue que el noruego había basado su movilidad en esas tierras heladas en trineos con perros especialmente traídos de Groenlandia. Los animales hicieron la diferencia. Scott, en cambio, con menos experiencia en la vida esquimal, había recurrido a comprar caballos mongoles (ponis manchúes) que tenían que llevar sobre sus lomos la avena que iban a consumir. Eso los hundía demasiado en la nieve y su transpiración se les secaba sobre la piel helando su pelaje. En cambio, los perros de Groenlandia manejaban su temperatura corporal sin sudar. Era una enorme ventaja. También es cierto que la ruta escogida por Amundsen no había sido explorada por nadie y era más riesgosa, pero tenía unos 100 kilómetros menos de recorrido que la de Scott.

Por otro lado, Amundsen supo anticiparse a los problemas graves que en esas latitudes pueden marcar la diferencia entre vivir o morir. Cuando vio que se quedaban sin alimento para los animales y para ellos decidió sacrificar a muchos de los perros para salvar a los otros y a la expedición. El noruego había aprendido de los esquimales estrategias vitales y tenía a su equipo mucho mejor preparado para enfrentar el frío horroroso de esas latitudes. Sus abrigos de pieles eran muy superiores a los de lana que llevaba la tropa de Scottt que se mojaban y luego pesaban toneladas.

Lo cierto es que todos los caballos de Scott murieron en la expedición y el equipo humano no esquiaba como el de Amundsen. Cuando se quedaron sin los animales tuvieron poca ayuda para seguir movilizándose. Eso los retrasó y los hizo consumir hasta la última energía de sus cuerpos.

Había un detalle más: Scott había sumado a último momento a una persona más. Grave error de cálculo en circunstancias como aquellas. Era una boca más para alimentar.

El 1 de abril de 1912 se supo que la expedición de Scott no había vuelto a la nave Terra Nova antes de que esta partiera. Pero eso no quería decir que no hubiera vuelto a la base. Nada se sabía.

Robert Scott llegó al Polo
Robert Scott llegó al Polo Sur 34 días después de Amundsen para ver la bandera noruega. Debieron caminar 1.400 kilómetros de regreso hasta su base, pero con menos pertrechos y poca comida. Las tempestades del clima los mató

Conquistando los cielos

Durante ese tiempo Amundsen y los suyos se la pasaron dando entrevistas y contando su viaje de aventuras.

Los cuerpos de Scott y su equipo y los diarios recién fueron hallados el 12 de noviembre de ese mismo año. Su hijo Pedro tenía ya tres años. En esas páginas con su caligrafía estaba todo lo que necesitaban saber de lo que había pasado. “Llegamos a sufrir temperaturas de 66 y 77 grados bajo cero (...) El 3 de enero estábamos en el grado 87 y a 3300 metros. Seguí con cinco hombres hacia el polo (...) los que envío al barco van disgustadísimos, porque todos quieren venir hasta el fin. El tiempo es hermoso y el sol no nos abandona ni un instante. El frío, intensísimo; pero lo soportamos bien porque estamos perfectamente equipados. (...)”, escribió en los primeros días. Todo cambiaría por la violenta tempestad que los acorraló.

Para el expedicionario noruego la vida continuó y, en 1918, con un barco propio llamado Maud, comenzó una nueva expedición al norte del planeta para cruzar el Paso del Noreste. Iría desde el Atlántico hasta el Pacífico cruzando el Océano Glacial Ártico por la costa siberiana de la Unión Soviética. La travesía de dos años no logró el objetivo. Se le metió en la cabeza otra idea innovadora: sobrevolar con un avión el Polo Norte. Para ello comenzó a tomar lecciones de vuelo. Fueron las primeras clases que se brindaron a un civil en su país. Amundsen era un pionero en todo.

En 1925, con su mecenas Lincoln Ellsworth y cuatro acompañantes más, salieron de una base científica en Ny-Alesund en dos aviones con destino a Alaska. Batieron el récord: nadie había volado tan lejos sobre el ártico. Ambos aviones aterrizaron a quince kilómetros del Polo Norte. Uno de los dos aparatos tuvo una avería y los equipos estuvieron durante cuatro semanas intentando limpiar el hielo para improvisar una pista de despegue segura para el único avión que quedaba. Quitaron como pudieron 600 toneladas de hielo mientras se alimentaban con 400 gramos diarios. Los seis se subieron al único avión sano y el piloto logró despegar con el riesgoso exceso de peso.

Amundsen había sobrevivido una vez más.

El noruego Roald Amundsen y
El noruego Roald Amundsen y con su grupo de expedición a bordo del buque Fram durante el viaje al Polo Sur. Hay quienes lo acusan de haber perseguido una búsqueda personal y no haber obtenido información útil en su visita (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Adiós a Amundsen

En 1926 Amundsen y Ellsworth planearon la segunda expedición al Polo Norte. Junto a ellos iban tres hombres más. Uno era el ingeniero italiano Umberto Nobile, diseñador del dirigible que usarían. Despegaron el 11 de mayo de Spitsbergen y llegaron a Alaska dos días más tarde. Todo salió bien.

Luego de la aventura Amundsen y Nobile discutieron. No se ponían de acuerdo sobre a quién pertenecía el honor de haber surcado el Ártico. Otra guerra de egos. Tiempo después Nobile armó su propia expedición, pero cuando volvían el dirigible se perdió.

Amundsen reaccionó con solidaridad y formó parte de la misión de rescate que salió de Tromso el 18 de junio de 1928 con un hidroavión francés. No llegó a ningún lado con sus buenas intenciones. Poco después, partes de ese hidroavión fueron halladas flotando en las costas de Tromso. Se habían estrellado en el Mar de Barents. Ni Amundsen ni los que lo acompañaban fueron hallados jamás. Le faltaba un mes para cumplir los 56.

Dos meses después Nobile fue encontrado con vida por un barco ruso. Amundsen después de todo había entregado su vida en el esfuerzo por salvar a un hombre a quien detestaba.

El recuerdo de Amundsen estaría siempre tironeado por las polémicas sobre su figura. Algo que a él, en vida, poco parecía importarle. Amundsen nunca se casó, pero demostró su costado más sensible cuando adoptó a dos pequeñas inuits en su expedición. Kaconitta tenía 4 años y era hija de uno de los hombres esquimales que lo habían ayudado. Camilla, tenía 9 años y era hija de una mujer de esa misma etnia con un comerciante ruso. Dicen que, en el poco tiempo en el que estaba, ejerció como un buen padre. Las instaló en su casa en Oslo por un par de años y, luego, las envió a estudiar pupilas. Durante sus prolongadas ausencias, ellas quedaron a cargo de un matrimonio de apellido Gade. Finalmente, Amundsen pensó que como no podía hacerse plenamente cargo de las chicas, lo mejor era que volvieran al sitio de donde provenían. Amundsen se excusó ante las críticas del resto diciendo: “Bueno, solo fue un experimento”. Un niño llamado Luke Ikuallaq, nacido en la comunidad inuit luego de que Amundsen pasara viviendo allí un largo tiempo entre 1903/1906, antes de morir le dijo a sus hijos que era hijo del explorador noruego. En 2012 el Museo Fram quiso hacer los estudios de ADN correspondientes de los hijos de Luke para saber la verdad. La ciencia reveló que no era así. Seguramente eran descendientes de otro de los hombres de la misma expedición. La casa de Amundsen, en las afueras de la ciudad de Oslo, es hoy un museo.

Canción de Mecano en homenaje a Scott

Una canción para Scott

Como en todo, hay defensores y detractores de los dos personajes históricos. Intrépido y duro, Amundsen fue tan admirado como odiado, sobre todo por los británicos por aquella mentira inicial con el verdadero rumbo de su barco.

Scott terminó siendo idealizado y romantizado por el público. Sus diarios bien escritos y sus últimas cartas lo elevaron a la categoría de héroe. Esto le aseguró una canción del grupo español pop Mecano, quienes compusieron la conmovedora letra y música de Héroes de la Antártida, donde reivindican al inglés: “Fracasa en la hazaña de ser el primero (… ) ¿Quién se acuerda del capitán Scott?”.

El ganador del Pulitzer, Edward Larson, escribió en su libro, El imperio del Hielo, que Scott había puesto como su único objetivo a la ciencia y que su equipo había conseguido muestras interesantes de la flora del paleozoico, pero que, en cambio, Amundsen había tomado el asunto como una competencia personal. Él solo quería, según el escritor, ganar una carrera.

Sin embargo, el duro Amundsen dijo en público estar dolido con lo ocurrido con su contrincante: “Rechazaría todos los honores y beneficios a cambio de poder salvar a Scott de su terrible muerte”. No solo eso. El dinero que le sobró de la donación del noruego/argentino Christophersen, que era mucho, se lo donó a los familiares de los muertos en la expedición de Scott. Si eso no es sensibilidad, ¿qué lo sería?

Una de las bases norteamericanas en el polo sur hace de puente sobre esta grieta entre exploradores: fue bautizada Base Amundsen-Scott.

Es imposible negar que el ego puede hacer de propulsor de grandes gestas. No hay ninguna duda de que esta competencia la ganó Amundsen con mucha inteligencia, sin perder un solo dedo de sus manos o de sus pies, ni a ninguno de sus hombres.

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