La foto parece pensada por Don Draper, el hosco, opaco pero sobre todo talentosísimo creativo publicitario que protagoniza esa maravilla de la ficción audiovisual que fue Mad Men. Es porque parece sencillamente una foto pero es, sobre todo, una acción de marketing.
Se imprimió en la revista de El Gráfico que salió a la calle el 3 de julio de 1984 y se tomó en el estadio de Deportivo Español. En la imagen, Guillermo Coppola atiende de a uno a una fila de algunos de los jugadores de fútbol profesional más importantes de aquellos años en la Argentina. Tiene su escritorio sobre el césped de la cancha, con un teléfono -de disco, claro- enchufado a ninguna línea, una lámpara de varios colores y muchos papeles obsesivamente ordenados.
La fila la componen estrellas como el “Loco” Gatti”, el “Vasco” Olarticoechea, Oscar Ruggeri, Nery Pumpido, Ricardo Gareca, Rubén Darío Insúa y la “Chancha” Rinaldi. Todos ellos parecen esperar, sonrientes y vestidos con los colores de los clubes que representaban en ese tiempo, que Coppola tuviera tiempo para ocuparse de su caso.
Si el 3 de julio de 1984 la idea de lo aspiracional no hubiera estado inventada, esa foto habría alcanzado para echarla a rodar: ¿cómo no sentir la atracción de ese imán que parecía convencer a cada estrella a su paso? Alguna vez, muchos años después, Coppola diría que esa -y no una con Maradona- es su foto favorita.
Lo cierto es que, aunque haya sido una producción especial, se trata de una imagen basada en los hechos reales que atravesaban la vida de “Guillote” por aquellos años: ya representaba a más de cien jugadores, sobre todo de Boca, que no sólo era (y es) el club de sus amores, sino también el semillero de su carrera como manager. Faltaba poco para que dejara a los casi doscientos que llegó a representar a cambio de uno solo: Diego, el que terminaría de convertirlo en un protagonista de la vida pública argentina, y el que le exigió algo así como una monogamia.
¿Pero cómo hizo Coppola para que Maradona lo deseara? ¿Cómo se convirtió en representante primero y en el representante que sedujo a quien era entonces el mejor jugador del mundo después? Algo pasó entre ese vecinito que se crió entre Constitución y La Boca y empezó a vender fruta -sobre todo mandarinas y naranjas- cuando todavía no llegaba ni a adolescente y ese hombre que, en 1985, se tomó un avión a Nápoles y cambió su vida para siempre. Y lo que pasó es que Coppola no paró nunca de ir por más.
Después de vender frutas se convirtió en “el pibe de los mandados” de una farmacia de su barrio, y en algún momento decidió que el sueldo era para aportar en su casa y las propinas, para quedarselas él y gastarlas en gaseosa y sandwhiches.
Lo de hacer mandados le sirvió para entrar al Banco Italiano a trabajar como cadete a sus quince años. Lo de no parar nunca le sirvió para, ya a los veinte, mudar toda su energía al Banco Federal Argentino y mostrar algo, un no sé qué construido al calor de la actitud y el talento, que convenció a sus jefes de que valía la pena gestionarle una beca para que estudiara Administración de Empresas en la UCA, donde se convirtió en licenciado. En términos formales, llegó a ser Gerente Departamental de ese banco. Pero lo más importante fue lo que pasó en términos informales.
Empezó a pasar en 1975, el día que el gerente general del banco lo mandó a llamar para que se presentara en su despacho. “Sabía que yo era hincha de Boca. Estaba reunido con Vicente Pernía, que se quería hacer cliente, y su intención era que yo lo pudiera asesorar”, dijo Coppola a Infobae hace algo menos de un año, rememorando ese arranque. “Le abrí una cuenta al Tano y a los pocos días me llevó a La Candela, el mítico lugar de concentración de Boca, donde empecé a ir con frecuencia”, sumó.
Entre concentraciones y entrenamientos, Coppola desplegó su encanto: pasó poco tiempo hasta que Marcelo Trobbiani y Alberto Tarantini empezaron a contar con su asesoría, cada vez más cercana y cada vez más abarcativa. Ese encanto tenía golpes de efecto: una vez, a través de inversiones en valores nacionales ajustables, Coppola multiplicó por seis el dinero que Trobbiani tenía disponible para mandar a su familia. “Le mando los 1.000 a tus padres, pero ¿qué hacemos con los otros 5.000?”, sorprendió al jugador. El éxito de esa apuesta financiera se viralizó entre el plantel de Boca antes de que la viralización existiera como tal, y entonces a “Guillote” se le fue armando la fila.
A su “cartera de clientes” empezaron a sumarse cracks como Reinaldo “Mostaza” Merlo o Mario “Matador” Kempes, nada menos que la figura de la Selección que obtuvo el primero de los tres mundiales ganados por Argentina. “Guillote” no abandonaba su actividad en el banco y la complementaba con su actividad como representante: por su rol en el Banco Federal Argentino consiguió fondos para que Boca financiara pases, por ejemplo. Y cuando los fondos se iban terminando, el representante inventaba algo nuevo, como seducir a un empresario para que estampara su marca en el pecho de la azul y oro a cambio de una buena suma de dinero.
La cercanía con el plantel de Boca tal vez haya llegado a su punto cúlmine el 12 de octubre de 1980. Ese día “Guillote” cumplía 32 años y, para su sorpresa, jugó algunos minutos en la Primera del xeneize. Fue en Bragado, en un triangular que Boca disputó con Sportivo Bragado y Acería Bragado en el que no importaban los puntos. Como era su cumpleaños, le habían prometido a Coppola que podría sacarse una foto con los once titulares al momento de salir a la cancha: él, vestido enteramente con la ropa de un profesional, fue el Jugador Nº 12 en esa imagen.
Pero la sorpresa fue mayor: Antonio Rattín, DT de Boca en ese momento, le indicó a Coppola que, en vez de cambiarse de ropa, se sentara así como estaba vestido en el banco de suplentes. Con el partido 4 a 0 a favor y faltando 15 minutos para que el árbitro lo diera por terminado, Rattín le dio la orden a “Guillote”: iba a entrar a la cancha. “Primera jugada la quise parar, me pega en la pierna y la pelota se va afuera”, reconstruyó alguna vez el representante, muerto de risa. Y no se privó de decir que, para reivindicarse, unos minutos después quedó mano a mano con el arquero y definió con un remate de “tres dedos”: pegó en el palo, pero fue mucho mejor que ser casi un poste dentro de la cancha.
Antes y después de esos quince minutos en un estadio de Bragado colmado de hinchas locales que, en realidad, querían ver de cerca a la Primera de Boca, lo que crecía era esa fila de futbolistas que querían contar con los servicios de Coppola.
Uno de ellos fue Carlos “Carly” Randazzo, que se retiró a sus jovencísimos 24 años porque llevaba una vida en la que salir de noche se imponía a sus obligaciones como deportista profesional. Y es importante en esta historia porque se convertiría en una especie de celestino.
Por un lado, Coppola y Randazzo habían sido vecinos en La Boca y, ya siendo amigos, incluso convivieron en un departamento de ese mismo barrio. Por el otro, “Carly” había visto jugar por primera vez a Diego Armando Maradona cuando el Diez tenía 12 años y él era parte de la novena de Boca: vio cómo desde Argentinos Juniors alteraban algún dato en la ficha de los partidos de las divisiones inferiores para conseguir que su máxima estrella pudiera entrar sí o sí a la cancha.
Algo de esos años iniciáticos le habrá quedado rondando a Maradona, que un tiempito antes de que se concretara su pase desde Argentinos Juniors a Boca declaró en El Gráfico: “Del único que quiero ser amigo es de ‘Carly’ Randazzo”. Y aunque Randazzo “se mudó” a La Paternal porque fue uno de los seis jugadores xeneizes que recibió El Bicho por el pase de Diego, igual se hicieron amigos. En alguna de todas las noches que compartieron, “Carly” le presentó a Coppola: esa noche empezó el vínculo que les cambiaría la vida al Diez y a su futuro representante. Pero todavía faltaba.
La formalización de ese vínculo llegaría recién en 1985, cuando Diego ya había mudado su carrera a Nápoles y apenas un año antes del Mundial que lo consagraría para siempre. Maradona estaba en Argentina, a punto de volver a Italia, y algo le preocupaba: la administración de unos terrenos que tenía en Esquina, Corrientes. Antes de irse, le dejó una carpeta y un mensaje a Randazzo: “Es para Guillermo”. Cuando “Carly” le dio la carpeta, Coppola la abrió y se encontró con documentos, el número de teléfono que Maradona tenía en su casa italiana y una instrucción, la primera de todas: “Llamame, Diego”.
“Guillote” se tomó un avión a Nápoles al otro día. Su fila de representados medía 183 jugadores en ese momento. Pero Maradona fue claro: quería ser el único. Coppola apostó y formaron una sociedad que cosechó éxitos millonarios, deudas, escándalos, alegrías inolvidables, internaciones al borde de la muerte, peleas que parecieron (y tal vez fueron) sin retorno.
La vida de los dos hubiera sido diametralmente distinta sin el otro. En eso parece pensar, en una de esas ráfagas en las que el cine y las series logran que veamos cómo a un personaje le pasa su propia vida por delante, el “Guillote” que interpreta Juan Minujín en Coppola, el representante (Star+). Y en eso, tal vez, habrá pensado Coppola el 27 de noviembre de 2020, en Jardín Bella Vista, el cementerio privado en el que fue el encargado de sostener la primera manija del cajón de Maradona, treinta y cinco años después de subirse a un avión para dejar a todos y quedarse solo con Diego.