La demora en encontrar al homicida de la genetista inglesa Brenda Page, de 32 años, fue de 16.291 días.
El crimen había ocurrido el 14 de julio de 1978, en el departamento de la víctima, en la ciudad de Aberdeen, Escocia, Reino Unido. Ella le vio la cara a su agresor, peleó cuerpo a cuerpo con él y perdió la batalla. Su asesino sacó ventaja del desconcierto policial y logró evitar, por más de cuatro décadas, a la Justicia.
A veces, no es que el tiempo juegue en el equipo contrario, sino que está buscando cómo darnos la respuesta. Este fue el caso. Al asesino la suerte se le acabó en marzo de 2023. Durante todos esos años se inventaron las herramientas perfectas para atraparlo.
Genetista brillante
Brenda Page, nacida en Ipswich en 1946, estudió zoología en la University College de Londres donde se graduó con honores. Luego, realizó un doctorado en genética en la Universidad de Glasgow. Fue en 1971, durante esta segunda etapa universitaria, que conoció a Christopher Merlin Harnett Harrisson de 31 años. Kit, así le decían al joven, estudiaba bioquímica.
Christopher “Kit” Harrisson había nacido en Ripon, North Yorkshire y había estudiado en el Queens College en Cambridge. En su etapa universitaria había sido tutor en la materia de biología en la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos. Cuando retornó a Gran Bretaña comenzó a trabajar en la Universidad de Glasgow, en un equipo de investigación sobre distintos virus. Fue aquí donde conoció a Brenda. Eran dos jóvenes entusiasmados con la ciencia y que compartían la pasión por la investigación.
El año siguiente se casaron. La ceremonia se realizó el 6 de mayo de 1972 en la ciudad en la que había nacido Brenda.
En 1973 Brenda Page pasó a estar al frente del departamento de genética de la Escuela de Medicina de la Universidad de Aberdeen mientras Harrisson seguía con sus estudios en Edimburgo. Cuando él terminó, se mudó con ella a Aberdeen. Juntos compraron una casa en el número 12 de Mile-End Place, a poca distancia de la universidad donde trabajaban.
La carrera de Brenda había despegado y prometía ser brillante, pero en su matrimonio las cosas iban en sentido contrario. La conducta controladora, celosa y obsesiva de su marido se manifestó rápidamente y se volvió agobiante. Harrisson era violento y abusivo, a un punto aterrador.
La que más sabía sobre lo que ocurría intramuros era la hermana mayor de Brenda, Rita: a ella le reconoció que su marido podía ser tan atento y amoroso como intimidante y agresivo. Un par de veces los ataques terminaron con Brenda hospitalizada. Le confesó a Rita que su marido era totalmente impredecible y que la relación con él era tan peligrosa como pisar dentro de un campo minado.
A cuatro años de la boda, ya no daba más. En 1976, Brenda tomó coraje y decidió separarse. En la casa que habían adquirido se quedó viviendo Harrisson. Brenda tuvo que salir a buscar un nuevo techo. Encontró un departamento en la planta baja de un simpático edificio de piedra, en el número 13 de la calle Allan. Era un barrio residencial convenientemente cerca del centro de la ciudad de Aberdeen. La edificación de techos de pizarra gris tenía los departamentos distribuidos en tres plantas. Brenda se instaló allí con sus tres gatos.
Un trabajo diferente
Pero lo cierto es que su sueldo como genetista era magro y lo que ganaba no le alcanzaba para sustentarse. Ya tenía más de treinta años y soñaba con poder comprar ese departamento y progresar. Un día, en los avisos clasificados del diario local, vio una oferta que le pareció interesante para complementar sus ingresos: la empresa Capital Escorts buscaba acompañantes para que socializaran con hombres de negocios y extranjeros. Hay que aclarar algo vital: en esos años, en Gran Bretaña, ser acompañante no implicaba en absoluto tener sexo. Eran jóvenes educadas que actuaban como una mera compañía para ejecutivos y empresarios en comidas, bares o reuniones. Brenda creyó que de esta forma podría juntar el dinero necesario para construir sus sueños.
Si bien la familia Page estaba al tanto de esta nueva actividad de la científica, ella no le contó nada a sus colegas académicos porque temía ser malinterpretada. Decidió usar para las citas el apellido de su madre y se hacía llamar Brenda Adams.
Apenas se mudó a su departamento en la calle Allan, Brenda intentó esconder de su ex marido su nueva dirección. No quería que se le acercara. Le temía. Harrisson no demoró en descubrir dónde vivía. Ella tuvo que pedir a la justicia una orden de restricción para mantenerlo alejado y que no la llamara más por teléfono. Eran otros tiempos aquellos y la cosa no se tomaba demasiado en serio. Funcionó unos pocos meses y, luego, él comenzó a seguirla sin restricción alguna.
Cuando llegó la sentencia de divorcio, en octubre de 1977, Harrisson se presentó de improviso en su departamento, la golpeó y la amenazó de muerte. Cuando supo que trabajaba como acompañante enloqueció: le dijo que lo que hacía era, lisa y llanamente, prostitución.
El acecho de su ex se volvió mala costumbre y el miedo de Brenda se acrecentó a un nivel inimaginable.
La noche del 13
El 13 de julio Brenda y una amiga que trabajaba de acompañante como ella, concertaron una cita con dos hombres del mundo del petróleo. Comerían en el restaurante del Tree Top Hotel de Aberdeen. Su trabajo sería entretener por unas horas a esos hombres de negocios. Conversar, ser amable y comer rico. Esa noche su amiga no pudo concurrir. Se quedó con ellos tomando algo hasta las 2.30 y, finalmente, decidió volver a su casa. Uno de los dos se ofreció a llevarla en auto, pero ella optó por volverse sola. La caballerosidad podría haberle salvado la vida.
Cuando a la mañana siguiente, el 14 de julio, Brenda no llegó a su trabajo en la universidad de Aberdeen, sus colegas se preocuparon. No era nada habitual que faltara.
Al mismo tiempo, una vecina de Brenda, Elizabeth Gordon (69), había sentido ruidos extraños la noche anterior. Como no la había visto salir durante todo el día decidió chequear si su conocida estaba bien. Fue hasta la puerta y golpeó. Nadie respondió. Movió el picaporte y se sorprendió porque la puerta estaba sin llave. Decidió entrar. Abrió y comenzó a llamarla en voz alta. Parecía no haber nadie. Siguió dando pasos hacia el interior del pasillo. Cuando se asomó al dormitorio descubrió con horror que sobre la cama había un mar de sangre. El cuerpo estaba boca arriba, en camisón, con los pies en el piso y las manos a la altura del cuello. La cara era irreconocible por los salvajes golpes que había recibido. Inmediatamente llamó a la policía a quienes les dijo: “No veo nada más que sangre y su pelo”.
Le avisaron a Rita Ling su hermana quien fue la que tuvo que transmitir la mala noticia a su madre Florence. Brenda estaba muerta, había sido asesinada. Ese mismo día ambas, junto al marido de Rita fueron al departamento de la víctima. No podían creer lo ocurrido.
Los forenses determinaron que había sufrido entre veinte y treinta golpes brutales en su cabeza y cara. Presentaba en sus manos claras heridas defensivas.
La autopsia original concluyó que había sufrido un asalto violento y que había muerto ahogada por su propia sangre.
En la parte trasera del departamento había una ventana que tenía señales de haber sido forzada con una palanca metálica. Ese era el lugar por donde había ingresado el atacante. Seguramente la había esperado escondido en su vestidor.
Fue durante esa primera semana, luego del homicidio, que todos se enteraron del trabajo extra que hacía Brenda para aumentar sus ingresos. Sus colegas y conocidos del mundo de la ciencia quedaron en shock.
La investigación que siguió a la muerte de Brenda, demostró que ella jamás había tenido sexo con ninguno de los hombres que la contrató.
Investigación sin certezas
La policía sostenía que el intruso había entrado por la ventana, pero era curioso porque no se había llevado nada. No parecía un ataque al azar ni un robo que hubiese terminado mal. Era algo más complejo.
La policía local asignó a la investigación a 35 detectives y 50 uniformados. Se llevaron a cabo unos 3500 interrogatorios y se distribuyeron unos 5000 afiches por la ciudad.
Los peritos levantaron todas las pruebas posibles en el departamento. Los detectives buscaban frenéticamente el arma homicida y la ropa ensangrentada del atacante o de los atacantes. Pidieron colaboración a los vecinos: querían saber si habían visto a alguna persona sospechosa entre las 19 horas del 13 de julio y la mañana del 14. También buscaban una supuesta bolsa verde que podría contener el arma, las prendas del agresor, los zapatos y un reloj.
Rastrillaron el campus universitario, bucearon el río Dee, dieron vuelta contenedores de basura de toda la zona y relevaron los caminos y vías férreas. Nada.
La prensa olía sangre: que la jefa de genética de la universidad de Aberdeen trabajara a su vez como acompañante les daba letra. Algunos pensaban que podría haber sido un ataque perpetrado por uno de esos clientes de Brenda. Pero ese lado de la vida de la científica no les brindó ni una sola pista. Es más: los dos hombres de negocios con los que ella había estado la noche anterior fueron interrogados y rápidamente descartados.
Un conocido de Kit Harrisson, el ex marido de la víctima, le había revelado a la policía que el día anterior al crimen él lo había llamado para decirle que iba a matar a Brenda. Otra amiga contó que, durante una discusión, Harrisson le había tirado a Brenda té hirviendo en la cara provocándole quemaduras y que, desde entonces, ella estaba aterrada por su acoso. Había más: Rita tenía un carta de Brenda en cuyo sobre indicaba que debía ser abierta en caso de su muerte. Allí la víctima había escrito: “Si yo parto de esta tierra súbitamente, asegúrense de que tenga un buen estudio post mortem”. Terminaba diciendo que los beneficios que quedaran, si es que ella moría, fueran para su hermana y sus sobrinos.
A su mentora y amiga, la doctora Adrienne Jessop, le había aseverado: “Si me mata se va a salir con la suya porque él es demasiado inteligente”.
Brenda había dejado sembrados sus miedos en todos lados. Sabía perfectamente de lo que su ex era capaz.. Nadie tenía para decir algo bueno de Kit Harrisson.
Con todos esos dichos su ex marido fue considerado el principal sospechoso y detenido. Los peritos estaban convencidos de que ella conocía a su asesino. Cerraba.
Si bien en la escena del crimen había sangre en la habitación, en la cama, en las puertas y sus picaportes, no hallaron rastros hemáticos en el auto de Harrisson.
Fue liberado. Las pruebas en su contra fueron consideradas insuficientes para mantenerlo preso. En ese entonces no existían los tests de ADN ni las herramientas con las que contamos hoy.
Seis días después, Harrisson, dio un comunicado diciendo que sentía mucho dolor por la muerte de su ex esposa y que esperaba que el asesino fuera capturado pronto.
Sin nuevos descubrimientos, la investigación se fue deteniendo como en cámara lenta. Las pruebas fueron cuidadosamente guardadas y, alrededor de 1980, el caso quedó archivado.
Harrisson voló a Países Bajos donde comenzó una nueva vida. En 1992 la madre de Brenda, con 83 años, murió sin ver novedades en el caso de su hija. Ya habían pasado 14 años. Faltaban muchos más para que el sueño de la familia Page de ver resuelto el homicidio se hiciera realidad.
Reapertura en 2015
La investigación original fue revisada en varias ocasiones a lo largo de las décadas sin nuevos resultados. Hasta que, en febrero de 2015, se tomó la determinación de reabrir el caso y un equipo especial de la policía escocesa reunió todo el material que había de los últimos 37 años. No se quedaron con las entrevistas que se habían hecho en su momento, volvieron a interrogar a los que todavía estaban vivos. Ahora, tenían más herramientas forenses para utilizar: las nuevas técnicas de ADN que la ciencia había desarrollado en todos esos años que habían transcurrido.
Con más de 800 piezas de evidencia volvieron a armar el rompecabezas de los hechos. En esta nueva etapa quedó al descubierto que, entre 1976 y 1978, el ex marido de Brenda la había amenazado con frecuencia con matarla y que estaba permanentemente detrás de sus pasos.
Al analizar las viejas muestras con nuevas técnicas resultó que unas escamas de pintura encontradas debajo de la ventana forzada, coincidían con la hallada en el vehículo de Harrison. Ciento por ciento: era la misma composición y el mismo color. Era un dato crucial que unía a Harrisson con la escena. Luego hicieron otra prueba clave.
En el nuevo interrogatorio a Harrisson, el 27 de marzo del 2020, le preguntaron si él había tenido sexo esa noche con Brenda. Lo negó terminantemente y dijo que estaban divorciados desde hacía tiempo. Pero la policía tenía la muestra recolectada décadas atrás que había sido nuevamente analizada a la luz de los tests de ADN. Esa mancha derramada sobre el acolchado de plumas de Brenda era esperma y coincidía con el perfil genético de Kit Harrisson. El experto forense explicó que era 590 millones de veces más probable que fuera de él, que pudiese ser de otro hombre. Match total.
El acusado tenía 79 años y siguió negando, como siempre lo había hecho, haber tenido nada que ver con la horrible muerte de Brenda Page.
Esta vez no lo escucharon. El mundo había cambiado, los ADN son difíciles de cuestionar. Las acusaciones eran más que por el homicidio: también fue señalado por atacar a Brenda en varias ocasiones y en varios lugares tanto en Glasgow como en Aberdeen entre 1972 y 1976. Un claro caso, para nuestros parámetros actuales, de salvaje violencia doméstica.
Ahora no eran dichos de otros, era la ciencia la que lo señalaba inequívocamente. Se lo imputó por asesinato, por haber dispuesto de la evidencia para entorpecer la investigación y por haber mantenido a Brenda sometida por el miedo a través de amenazas y violencia física. Por su culpa Brenda había vivido en estado de alarma permanente.
Según la reconstrucción, el 13 de julio de 1978 Brenda se retiró del laboratorio de la universidad a las 18 horas. Fue a su casa donde recibió el llamado de la agencia Capital Escorts y se vistió para ir a cenar al hotel con los dos hombres de negocios. Volvió sola a su casa a las 2:30 de la madrugada. Harrisson, habría estallado de rabia por la cita e irrumpió en su departamento por la ventana antes de que ella volviera. La habría esperado escondido y, cuando Brenda llegó, abusó de ella y la golpeó frenéticamente con una herramienta que nunca se halló. Los reportes de entonces hablan de entre veinte y treinta golpes en la cabeza, en la cara y en el cuerpo.
La pandemia le vino bien para dilatar las cosas. El 11 de febrero de 2022 Harrisson presentó una apelación y se declaró no culpable de todos los cargos. Se puso fecha para el juicio: sería el 26 de agosto de 2022. Pero el abogado defensor del acusado, David Moggach, le avisó a la corte que no podría representar más a Harrisson. Esto hizo que el juez Lord Richardson tuviera que fijar una nueva fecha para el juicio.
Harrisson seguía ganando tiempo.
Culpable a los 82
El juicio terminó comenzando el 21 de febrero de 2023 cuando el acusado ya había cumplido 82 años. Duró diez días y fue representado por el doctor Brian McConnachie quien dijo que su defendido, a la hora del crimen, estaba en su propia casa.
Luego comenzó el desfile de antiguos testigos en el estrado. Contaron que la relación entre Brenda y Harrisson era asimétrica y que ella vivía muerta de miedo. Contaron que Harrisson también sostenía que Brenda le había robado su trabajo de investigación. Los celos eran también profesionales.
Una de las amigas de la víctima recordó como Brenda le había solicitado que “si algo inusual le ocurría a ella, que le dijera a la policía que su ex marido era el responsable. Y lo hice”. Además, volvieron a afirmar que Brenda hablaba del temperamento volátil de su ex marido y que en sus ataques de furia le había llegado a arrancar mechones enteros de pelo. Sus amigas/os testificaron que habían visto moretones en sus piernas de las patadas que Harrison le proporcionaba y uno admitió que ella angustiada le había anticipado que, si aparecía suicidada, no era verdad.
Brenda Page sabía más que nadie a qué y a quién se enfrentaba. Por eso el pavor.
El detective James Callander, el principal investigador de la policía, le dijo a la BBC que el acusado no esperaba ser arrestado tanto tiempo después de su crimen y que creía que su inteligencia era superior a la del resto: “En el interrogatorio con la policía él fue quien ató los cabos sueltos hasta cierto punto, pero no se dio cuenta de eso (...) porque cuando uno revisa las respuestas de ese interrogatorio se ve que él se incrimina solo”. Callander aclaró que la violencia doméstica, en los años 70 y 80, era mucho más tolerada que en la actualidad y que, para él, el trabajo de la policía en 1978 había estado bien hecho pero no poseían las técnicas actuales: “Hicieron un trabajo tan bueno como el que hubiéramos hecho hoy. Realmente todo se redujo a la sociedad. ¿Le falló la sociedad a Page en 1978? Posiblemente así fue, pero lo miramos en 2024, desde una perspectiva diferente”.
En el juicio estuvo presente el sobrino de Brenda Page, el hijo de su hermana Rita: Chris Ling, 59. No faltó ni un solo día. Le reconoció a la BBC que era “una sensación muy extraña llegar a la corte y que el tipo acusado de asesinar a mi tía esté caminando entre nosotros. Es muy diferente de como lo recuerdo. Parece tan viejo… Eso te hace pensar en cómo sería mi tía ahora”.
Rita tiene 88 años y esta resolución era lo que su familia había esperado toda la vida. Pero resignada comenta que nada le devuelve a su hermana y que nunca dejó de extrañarla: “Hay una foto de nosotras tres en una boda, está mi madre en el medio y Brenda a un lado y yo al otro. ¡Éramos un buen trío, hicimos muchas cosas juntas!… Ahora es sólo un espacio vacío”.
La hermana de Kit Harrison, la psicoterapeuta Celia Harrisson, reveló que sus padres estaban horrorizados por la muerte de su ex nuera y dijo que ella nunca más quiso saber de su problemático hermano: “Nunca voy a olvidar el día que golpearon la puerta de la casa de mis padres y un policía nos comunicó la muerte de mi ex cuñada. Mi madre solo gritó (...) Yo no volví a ver a Kit hasta el funeral de mi padre en 1992 y no volví a verlo después nunca más”.
El 9 de marzo de 2023 Harrisson, el científico retirado, fue hallado culpable con un dictamen por mayoría. Habían pasado 45 años desde el crimen de su ex esposa. Fue sentenciado a perpetua, tendrá que cumplir un mínimo de 20 años de prisión efectiva antes de poder salir en libertad bajo palabra.
Eso significa que morirá en prisión.
Harrisson se creyó demasiado astuto. Estaba convencido de haber logrado la impunidad, un crimen perfecto. Y así fue durante muchísimos años. Pero al final Harrisson no rió mejor como sostiene el dicho popular, sino que anda con sus huesos doloridos y desparramados sobre el áspero colchón de una cárcel. Deberá convivir, el tiempo que le quede, con la ironía de que fue la biología -a la que tanto tiempo dedicó- la que finalmente lo entregó.