La masacre del teatro Dubrovka, el antecedente a la tragedia de Moscú que terminó con 40 secuestradores aniquilados y 130 rehenes muertos

La noche del 23 de octubre de 2002, un comando de separatistas chechenos irrumpió en un edificio del centro de la capital rusa y secuestró a 916 personas

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La noche del 23 de octubre de 2002 en el Teatro Dubrovka, un comando de 40 separatistas chechenos tomó de rehenes a casi mil personas
La noche del 23 de octubre de 2002 en el Teatro Dubrovka, un comando de 40 separatistas chechenos tomó de rehenes a casi mil personas

Cuando la noche del 23 de octubre de 2002 le informaron a Vladimir Putin que un comando checheno había tomado el Teatro Dubrovka con casi 1.000 personas adentro seguramente sintió un estremecimiento.

No solo por la suerte de los rehenes y la acción terrorista en sí, sino por quiénes eran los autores y el golpe a su imagen política que eso significaba.

Para entonces, el ex agente de la KGB llevaba casi tres años en la presidencia, a la que había llegado primero con un interinato tras la renuncia de Boris Yeltsin y luego con una victoria electoral aplastante en marzo de 2000, con el 53 por ciento de los votos.

En octubre de 2002 la aprobación pública a su gestión presidencial era todavía alta, aunque había recibido un duro golpe a los pocos meses de asumir con el hundimiento del submarino nuclear Kursk, en agosto de 2000, durante unas maniobras navales en el mar Báltico.

Esa vez había salido todo mal: se demoraron las tareas de rescate y murieron los 118 tripulantes, algunos asfixiados luego de sobrevivir más de un día dentro del submarino inmóvil sobre el lecho marino. Putin estaba de vacaciones y demoró en volver, lo que lo puso en el ojo de la tormenta.

Putin había logrado capear ese temporal, pero el que se le presentó la noche del 23 de octubre de 2002 podía darle un golpe mortal a su imagen política.

Porque si hubo dos factores decisivos para el acceso de Vladimir Putin al poder en Rusia fueron su enfoque implacable en la Segunda Guerra Chechena y su capacidad para mantener el orden público.

Ahora esos dos pilares podían quedar dinamitados desde sus bases con una acción terrorista de gran envergadura en el centro mismo de Moscú perpetrada precisamente por chechenos.

Frente a ese panorama, los hechos que sobrevendrían demostraron que Putin supo desde el primer momento que tenía que actuar rápido, sin contemplaciones y sin reparar en efectos colaterales.

Un guerrillero checheno camina entre los atónitos espectadores que fueron tomados de rehenes
Un guerrillero checheno camina entre los atónitos espectadores que fueron tomados de rehenes

La toma del Dubrovka

La noche del 23 de octubre de 2002 en las instalaciones del Teatro Dubrovka, en Moscú, no cabía un alfiler. Más de ochocientas personas habían desembolsado en rublos el equivalente de 15 dólares – una entrada cara – para ver el musical Nord-ost (Nordeste) Aleksei Ivaschenko y Georgiy Vasiliev, un verdadero suceso de taquilla estrenado el año anterior.

La obra exigía un gran despliegue de actores y técnicos, por lo que si se los contabilizaba junto con el público sumaban 916 personas dentro del teatro.

Poco después de las 9 de la noche, cuando recién comenzaba el segundo acto y el desvalido Sanya Grigoriev – testigo del asesinato de un cartero - deambulaba por los decorados en busca de su amigo el profesor Korablev, un hombre enfundado en un uniforme negro saltó al escenario e interrumpió la obra con varios disparos dirigidos al techo.

En segundos, los espectadores, técnicos y actores, incluidos algunos niños del cuerpo infantil del teatro, se vieron rodeados por otros 39 hombres y mujeres armados con pistolas Makarov y rifles Kalashnikov y que, además, llevaban colgadas de sus cinturones cuatro o cinco granadas cada uno. Por si fuera poco, también distribuyeron explosivos plásticos por toda la sala.

El hombre que saltó al escenario se llamaba Movsar Barayev, sobrino del comandante de la milicia rebelde chechena Arbi Barayev, y estaba al comando del grupo armado, que incluía a 21 hombres y 19 mujeres, en su mayoría de entre 21 y 23 años. Después se sabría que estas últimas eran “viudas negras”, esposas de combatientes rebeldes musulmanes chechenos muertos por las tropas rusas que ocupaban su país, y que estaban dispuestas a todo.

En los primeros momentos de confusión, algunos técnicos y actores que estaban fuera de escena lograron escapar por ventanas y puertas auxiliares, pero fueron pocos. En la sala, rodeados por los integrantes de comando checheno quedaron, quedaron más de 850 rehenes que pronto se enteraron de que serían asesinados si las tropas rusas no abandonaban inmediatamente Chechenia.

Eso les anunció desde el escenario Movsar Barayev y el mismo mensaje les transmitió a las fuerzas de seguridad rusa que rápidamente rodearon el teatro. Si intentaban entrar, los combatientes harían volar el teatro y morirían junto con los rehenes.

El líder del comando separatista era Movsar Barayev, hijo de Arbi, el líder de los rebeldes chechenos. Aquí, un diálogo con la prensa en el que establecieron las condiciones para liberar a los rehenes (Photo by NTV/Getty Images)
El líder del comando separatista era Movsar Barayev, hijo de Arbi, el líder de los rebeldes chechenos. Aquí, un diálogo con la prensa en el que establecieron las condiciones para liberar a los rehenes (Photo by NTV/Getty Images)

La guerra de Chechenia

La segunda guerra de Chechenia llevaba tres años y hacía dos que Putin había instalado en la capital, Grozni, un gobierno que respondía al Kremlin. Aquellos que no se sometían su mandato eran considerados “bandidos”.

La ideología de los combatientes chechenos había derivado desde la guerra anterior – entre diciembre de 1994 y agosto de 1996 – del independentismo laico al islamismo wahabista.

Mientras el señor de la guerra Shamil Basáyev representaba esta tendencia, el presidente electo de la Chechenia independentista (la autoproclamada República de Ichkeria), Aslán Masjádov, era la voz moderada de los separatistas y buscaba infructuosamente negociar con Moscú, aunque su autoridad era muy débil frente a al poder de los combatientes islámicos.

En los meses iniciales de la guerra, Rusia se apoyó en un masivo ataque aéreo y terrestre utilizando misiles contra las principales ciudades. Gran parte de la población civil fue evacuada de las localidades donde se combatía. Los rusos avanzaron hacia Grozni, cuyo cerco se completó poco antes de Navidad; la capital chechena fue tomada por los rusos a principios de febrero de 2000, tras destruir lo poco que quedaba de ella.

Los rebeldes se retiraron a las montañas del sur, desde donde comenzarían una larga guerra de guerrillas contra las tropas rusas y los chechenos promoscovitas.

También iniciaron una serie de atentados en territorio ruso, pero nunca hasta entonces de la envergadura de la toma del Teatro Dubrovka.

El efecto del gas narcótico junto a una de las mujeres del comando checheno, que a su lado tiene un artefacto explosivo. Los que se durmieron fueron ultimados con un disparo en la cabeza. Ninguno de los secuestradores sobrevivió
El efecto del gas narcótico junto a una de las mujeres del comando checheno, que a su lado tiene un artefacto explosivo. Los que se durmieron fueron ultimados con un disparo en la cabeza. Ninguno de los secuestradores sobrevivió

La amenaza del 10 x 1

El comando permitió que los rehenes se comunicaran por teléfono con sus familiares. De ese modo las fuerzas de seguridad rusas supieron que tenían granadas, minas y artefactos explosivos improvisados atados a sus cuerpos, y que habían desplegado más explosivos en todo el teatro. También, que los chechenos usaban nombres árabes entre ellos.

A las 10 de la noche, las unidades policiales, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), la policía antidisturbios, estaban alrededor del teatro. También había periodistas y móviles de televisión, que comenzaron a transmitir en directo.

Minutos más tarde, los secuestradores liberaron alrededor de 150 personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas, algunos musulmanes, extranjeros y personas que necesitaban tratamiento médico.

Los enviaron con un mensaje: que matarían a diez rehenes por cada uno de ellos que muriera si las fuerzas de seguridad los atacaban.

La primera persona que intentó negociar con los secuestradores fue el teniente coronel Konstantin Vassilev, un abogado militar que se adentró en el teatro para ofrecer intercambiar otros rehenes a cambio de los niños retenidos. No pudo hacerlo, porque los chechenos lo recibieron con una lluvia de balas y lo mataron.

También, y pese al cerco montado alrededor del teatro, una empleada de una perfumería cercana, Olga Romanova, de 26 años, logró filtrarse entre las líneas policiales, entró a la sala y gritó instando a los rehenes a que se rebelaran. Le dispararon y permitieron que la policía retirara su cuerpo, que en un primer momento se creyó que era el de una rehén.

Nadie se había dado cuenta de que había burlado la vigilancia de la policía sin ser detectada.

El ingreso de las tropas de asalto rusas al teatro Dubrovka REUTERS
El ingreso de las tropas de asalto rusas al teatro Dubrovka REUTERS

Una negociación inútil

Aunque lo quisiera, el gobierno ruso no podía retirar las tropas de todo el territorio checheno como exigían los secuestradores. Era logísticamente imposible en tan poco tiempo.

“Cuando se les dijo que la retirada de tropas era poco realista en el corto período, que era un proceso muy largo, los terroristas presentaron la demanda de retirar a las tropas rusas de cualquier parte de la República de Chechenia, pero sin especificar qué área era”, relató después uno de los asesores de Putin, Sergei Yastrzhembsky.

También pidieron que el ejército ruso dejara de utilizar la artillería y los aviones de combate desde el día siguiente, y que el propio Putin diera un mensaje público prometiendo detener la guerra.

El gobierno ruso no aceptó y, como contrapropuesta, ofreció a los integrantes del comando dejarlos en libertad y enviarlos a cualquier país que pidieran si se rendían y no había más muertos.

Con el correr de las horas de los dos días siguientes, hubo idas y vueltas, con negociaciones que no llegaban a ningún resultado concreto. Varias figuras públicas se ofrecieron como intermediarios, e incluso el último líder de la antigua Unión Soviética, Mijail Gorbachov, se propuso para entrar al teatro y dialogar cara a cara con el jefe del comando para buscar una solución.

Mientras tanto, los secuestradores fueron liberando rehenes con cuentagotas, la mayoría de ellos niños o personas con problemas de salud. También pidieron que se presentara personal sanitario de la Cruz Roja y de Médicos sin Fronteras para atender a los secuestrados.

La situación fue ganando en tensión y casi estalla cuando una tubería de agua caliente se rompió e inundó la planta baja del teatro. Los secuestradores tomaron el hecho como una “provocación” por parte de las fuerzas de seguridad rusas.

En realidad, no era una provocación, sino una falla del plan que ya estaba en marcha para asaltar el Dubrovka.

Los rehenes, dormidos por el gas introducido en el teatro, son rescatados por las tropas de asalto. A consecuencia de la composición del gas -nunca declarada por el gobierno de Putin- 130 rehenes murieron en poco tiempo (REUTERS)
Los rehenes, dormidos por el gas introducido en el teatro, son rescatados por las tropas de asalto. A consecuencia de la composición del gas -nunca declarada por el gobierno de Putin- 130 rehenes murieron en poco tiempo (REUTERS)

El asalto

La rotura de la cañería se debió a que las fuerzas de seguridad rusas estaban realizando pequeños agujeros en las paredes y revisando los accesos a las rejillas de ventilación del edificio para realizar la primera parte del asalto al teatro y liberar a los rehenes.

A las 5.10 de la mañana del 26 de octubre, inyectaron un gas narcótico a través de esos accesos para dormir y dejar sin capacidad de reacción a los secuestradores. Que los rehenes sufrieran las mismas consecuencias fue considerado como un mal necesario.

Veinte minutos más tarde, las Fuerzas Especiales “Alpha” y “Vimpel” irrumpieron en el Dubrovka con máscaras, lanzando granadas de gas y disparando sobre algunos secuestradores que no habían sido afectados por la primera oleada de gas.

Según testimonios de algunos rehenes que permanecían despiertos, las fuerzas especiales ejecutaron disparándoles a la cabeza a todos los miembros de comando que estaban dormidos.

Después sacaron a los rehenes inconscientes y los fueron apilando en el piso del hall y en las escaleras, para que enfermeros y médicos los trasladaran en ambulancias hacia los hospitales más cercanos, donde se habían montado operativos de emergencia.

El primer balance que dieron las autoridades rusas fue de 40 secuestradores muertos – es decir, todos -, 67 rehenes asesinados por los chechenos, ninguna baja entre las fuerzas de seguridad y más de 750 personas liberadas.

En ese primer comunicado no se detalló como había sido el asalto ni se mencionó el uso de gas para dejar inconscientes a quienes estaban dentro del teatro. La versión oficial fue que las fuerzas especiales debieron atacar porque un grupo de rehenes estaba intentado escapar y los secuestradores dispararon sobre ellos.

Después se sabría, aunque muy parcialmente, la verdad.

Una mujer llora ante el féretro de Elizabeth Starkov, 16, una de las asistentes al teatro que murió por los efectos del gas junto a su padre, el Capitán de policía Alexander Starkov (Photo by Pascal Le Segretain/Getty Images)
Una mujer llora ante el féretro de Elizabeth Starkov, 16, una de las asistentes al teatro que murió por los efectos del gas junto a su padre, el Capitán de policía Alexander Starkov (Photo by Pascal Le Segretain/Getty Images)

Efectos de un gas desconocido

La primera información sobre la verdadera naturaleza del operativo vino desde el interior mismo del teatro cuando se inició el bombeo de gas.

“Nos parece que desde afuera están haciendo algo. Están tirando gas. Así no va a salir nadie vivo, ni nosotros ni los chechenos. ¡Nuestro gobierno no quiere que salga nadie vivo de acá! Hay gas, los vemos, lo sentimos, lo estamos respirando y viene desde afuera”, avisó la rehén Anna Andrianova, corresponsal de Moskovskaya Pravda, en una llamada al estudio de radio Echo of Moscow que fue transmitida en vivo.

La situación se volvió inocultable cuando en los hospitales a donde habían sido trasladados, muchos rehenes empezaron a agonizar y murieron de insuficiencia respiratoria. En total, fallecieron 130 rehenes por los efectos del gas narcótico.

Los médicos, desesperados, preguntaron a las fuerzas de seguridad qué gas habían utilizado, para así proporcionarles un antídoto a las víctimas.

Les dijeron que no podían informarlo porque se trataba de un secreto militar.

Recién en 2012, el laboratorio británico en Salisbury pudo descubrir que los anestésicos carfentanil y remifentanil eran parte del gas, pero sin poder determinar las proporciones y otros ingredientes.

Aun así, la versión del gobierno ruso no fue modificada. La última declaración sobre el tema de Vladimir Putin fue que los rehenes no habían muerto por efectos del gas utilizado sino por el resultado de enfermedades crónicas exacerbadas, estrés e incapacidad para adaptarse a circunstancias inusuales.

Muchos en la prensa rusa y en los medios internacionales advirtieron que la muerte de 130 rehenes en la operación de rescate de las fuerzas especiales durante la crisis dañaría gravemente la popularidad del Putin.

Sin embargo, las encuestas realizadas poco después de la recuperación del Teatro Dubrokna mostraron que la aprobación pública de Putin había alcanzado un nivel sorprendente: el 83 por ciento de los rusos se declaraban satisfechos con su manejo del asedio.

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