Cincuenta años atrás, el padre Carlos Mugica publicó un artículo en el diario Mayoría, de la ortodoxia peronista, para recibir con todos los honores a “los sectores más combativos de nuestra juventud” que acababan de romper con “el socialismo dogmático” de Montoneros, liderado por Mario Firmenich, su ex discípulo de la Acción Católica.
Mugica fue la cara más visible de aquella sonora ruptura de Montoneros, además, claro, del presidente Juan Domingo Perón, que daba por perdida la relación con Firmenich y otros jefes montoneros -sus “muchachos” hasta menos de un año atrás-, pero buscaba recuperar al grueso de los díscolos para equilibrar el peso de la otra ala clave de su Movimiento, la derecha sindical y política.
El cura era uno de los personajes más conocidos de la época gracias a una personalidad exuberante y un carisma desbordante que lo convertía en una figura muy buscada por los medios de comunicación, la televisión en primer lugar. Su porte de galán de cine, su arraigo en la elite porteña y su dedicación a los pobres de la villa de Retiro reforzaba ese atractivo.
Montoneros sufrió su mayor ruptura con el nacimiento de la Juventud Peronista Lealtad, que le arrebató entre el 30 y el 40 por ciento de sus partidarios; en algunas agrupaciones como el Movimiento Villero Peronista la pérdida fue mucho mayor, alrededor del 90 por ciento, gracias al arrastre de Mugica y otros curas villeros.
El desgranamiento comenzó luego del asesinato del secretario general de la GGT José Ignacio Rucci, muy amigo de Mugica, que también lo era el líder metalúrgico Lorenzo Miguel, y duró pocos pero agitados meses, hasta el domingo 3 de febrero de 1974, cuando nació la JP Lealtad en el Club Sportivo Baradero, en el norte de la provincia de Buenos Aires.
Ya el solo nombre, JP Lealtad, indicaba su razón de ser: a diferencia de la casa matriz, acataban la conducción de Perón. Pero esa identidad fijaba su destino al del General. Y así fue: luego de la muerte del conductor, no alcanzó mayor trascendencia, aunque, visto a la distancia, permitió que muchos militantes abandonaran la lucha armada y salvaran sus vidas.
Mugica recibió a los díscolos de la cúpula montonera con los brazos abiertos. “Es reconfortante advertir en una reciente solicitada de los sectores más combativos de nuestra juventud el rechazo categórico al socialismo dogmático y la afirmación rotunda de la doctrina justicialista”, escribió el 19 de marzo de 1974 en Mayoría.
Y todavía más: “Si la juventud renuncia a buscar la revolución en los libros (con el peligro de morirse en un error de imprenta) y asciende al pueblo asumiendo sus problemas reales y su lucha por acabar con el gran pecado de nuestro tiempo, la explotación del hombre por el hombre, el destino de la revolución justicialista quedará asegurado”.
No podía ser de otra manera ya que el cura se había empeñado, con la decisión y la energía por las que lo llamaban La Bestia, a predicar la obediencia a Perón y el rechazo a la cúpula de Montoneros en ráfagas sucesivas y constantes de entrevistas, escritos y charlas en la Capital Federal y las provincias de Buenos Aires y Santa Fe.
Los frutos habían llegado bajo la forma de una solicitada publicada cinco días antes, el 14 de marzo, por los guerrilleros leales a Perón en Clarín para anunciar que habían resuelto “desconocer a la actual conducción nacional de la organización Montoneros por ser la responsable directa de las modificaciones inconsultas de nuestra línea político-militar” y “reafirmar la nunca desmentida conducción del general Perón como líder de la clase trabajadora argentina y de la revolución justicialista”. La solicitada llevaba un título expresivo: “La conducción de Montoneros es Perón”, y estaba firmada por “Montoneros, Soldados de Perón” y las dos frases guerreras ya clásicas del sector: “Perón o Muerte” y “Viva la Patria”.
¿Quiénes eran los leales a Perón? El aparato militar de Montoneros estaba organizado en columnas o divisiones; para tener una idea, se fueron el grueso de la Columna José Gervasio Artigas, en el cinturón norte de la provincia de Buenos Aires; la mayoría de la Columna Oeste de la Regional Buenos Aires, con base en Moreno; un porcentaje importante de las columnas Sur y Norte de esa Regional, con bases en Avellaneda y San Isidro, y la mitad de la Columna Capital. Entre las agrupaciones de superficie, también dejaron Montoneros la mitad de la militancia en la Universidad de Buenos Aires y casi todo el Movimiento Villero Peronista.
Alejandro Peyrou, que fue subsecretario de Asuntos Agrarios en Buenos Aires, era uno de los tantos descontentos por el choque con Perón. “Mi situación en la Orga se fue deteriorando y a principios de enero de 1974 renuncié a mi cargo en el gobierno bonaerense”, cuenta. Al mes siguiente, el “responsable” de Montoneros en La Plata y otra persona, cuyos nombres prefería no recordar, lo convocaron a una cita.
—Tenés diferencias políticas e ideológicas con la Organización —le reprochó su jefe.
—Sí, discutámoslas.
—No, la Organización decidió separarte. Pero, por supuesto, podés apelar.
—Y bueno, apelo.
—Denegada la apelación.
Muchos años después, “el otro compañero que participó de la reunión me dijo que le debía la vida porque, además, querían fusilarme y él se opuso. No sé si será verdad. Yo doy gracias a Dios por la renuncia al cargo y por esa decisión de separarme de la Orga porque luego, en la dictadura, hubo una masacre en La Plata y casi a ninguno de los que nos habíamos separado o nos habían separado nos tocaron”.
El escritor y ex militante Aldo Duzdevich coincidió con esa impresión de Peyrou en su libro La Lealtad al citar al escritor y humorista peronista Teodoro Boot: “La Lealtad tal vez tuvo como único gran mérito salvar muchas vidas, …entre ellas la de dos compañeros que años después tendrían gran protagonismo: Néstor y Cristina”.
Boot se refería, obviamente, a Néstor y Cristina Kirchner, quienes en aquel momento militaban en La Plata mientras estudiaban Derecho, aunque con un rango menor y bajo la jefatura del diputado provincial Carlos Negri.
Además de los ex mandatarios, entre los disidentes más conocidos figuraron José Pablo Feinmann y Horacio González, devenidos en intelectuales del kirchnerismo; Carlos Chacho Álvarez, efímero vicepresidente de la Alianza y diplomático kirchnerista; Juan Pablo Cafiero, compañero de ruta de Chacho Álvarez; Artemio López, consultor kirchnerista; Alberto Iribarne, diputado, funcionario y embajador en Uruguay, y Jorge Obeid, ex gobernador de Santa Fe.
El cura era una figura muy popular entre los peronistas, con una fenomenal capacidad de arrastre que entusiasmaba a Perón y preocupaba, lógicamente, a la dirigencia montonera.
El ex diputado y funcionario Fernando Galmarini, muy amigo del padre Mugica, recordó que, cuando era ministro de Gobierno del gobernador Eduardo Duhalde, en Buenos Aires, “Firmenich me fue a ver a La Plata. Quería que le levantaran la sanción en el Partido Justicialista. Le dije a Duhalde y me contestó: ‘¡Ni en pedo, con los quilombos que hay!’. Hablamos un poco de Carlos con Firmenich. Me dijo que ellos habían estado muy enojados con Carlos porque luego del asesinato de Rucci, Carlos los mató con sus críticas”.
Alberto Iribarne, que también emigró a la JP Lealtad, recordó palabras muy duras de Mugica en una peña en marzo de 1974 en una Unidad Básica porteña, donde otro cura, Alejandro Mayol, tocó la guitarra y cantó. “Me acuerdo de una frase, refiriéndose a Montoneros: ‘Una agrupación política es como un barrilete; hay que cuidar mucho el hilo del barrilete porque, si se corta, se despega definitivamente de la tierra, que es el pueblo’. Quería decir: ‘Se le cortó el hilo a Montoneros; partió; se pelearon con Perón y se desconectaron definitivamente del pueblo’”.
Si cuando se había enfrentado con el muy influyente ministro de Bienestar Social y secretario privado de Perón, José López Rega, la revista de ultraderecha El Caudillo le había dedicado una página envenenada titulada “Oígame padre”, tres meses después, cuando se peleó con la cúpula de Montoneros, las ráfagas de tinta llegaron del semanario Militancia Peronista para la Liberación, dirigida por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde.
Ocurrió en el número 38 del 28 de marzo de 1974, cuarenta y cuatro días antes de su muerte, cuando Mugica apareció en la sección “Cárcel del pueblo” al lado del gorila detrás de las rejas que identificaba al espacio de la revista donde, como estaba notoriamente vinculada al aparato militar de la izquierda peronista, nadie quería figurar.
Ortega Peña era abogado y diputado y sería asesinado el 31 de julio de aquel año en el primer homicidio reconocido por la Triple A, mientras que Duhalde ocuparía muchos años después el cargo de secretario de Derechos Humanos del kirchnerismo, desde 2003 hasta su muerte, en 2012.
“Están los curas silenciosos y están las estrellas publicitadas. A esta última especie pertenece Carlos Mugica, superstar”, comenzó la revista de Ortega Peña y Duhalde. Le reprochaba “su hábitat en Barrio Norte y sus amistades que le permiten no romper los lazos creados en su carácter de Mugica Echagüe”, y “su condición de colaborador de Bernardo Neustadt en Extra, que le abre las puertas de la contrarrevolución, avalado por su círculo de relaciones (aunque ha perdido algunos amigos, como Hermes Quijada)”, en alusión al marino asesinado por la guerrilla.
Era un oportunista y un traidor, para Militancia: “Como si fuera un corcho, siempre flotando, aunque cambie la corriente. Montonerando en el pasado reciente, lopezrregueando sin empacho después del 20 de junio (cuando se produjo la matanza de Ezeiza), Carlitos Mugica, cruzado del oportunismo, ha devenido en: ¡depurador ideológico!”.
Eran los nuevos “delitos” por los cuales lo condenaban a la “Cárcel del pueblo”, por donde ya habían pasado el sindicalista Rogelio Coria, luego asesinado por Montoneros; el comisario Luis Margaride, herido en otro atentado, y el almirante Isaac Rojas, uno de los personajes más odiados por el peronismo, entre otros.
Eran tiempos recios en los que la vida valía muy poco, incluso para una persona tan popular como el padre Mugica.
* Periodista y escritor, extraído de su último libro: “Padre Mugica”.