El tamaño importa.
Al menos en esta historia. Aunque no se sepa bien de cuántos centímetros se esté hablando: la imprecisión, la falta de certeza, es también parte del mito. Entre 23 y 26 centímetros según las distintas fuentes o los cálculos a ojo de compañeras de elenco y espectadores atentos.
Rocco Siffredi es una leyenda en su ambiente. El actor más famoso de la historia del porno.
Otra cosa que nadie puede precisar: ¿cuántas son las películas que filmó? Más de mil. Algunos hablan de 1.400. Otros de 1.600.
El tamaño importa.
Pero no explica todo. En Siffredi, en la construcción de su status de gran estrella, influyeron muchas otras variables. Está claro que no es el primer prodigio anatómico que se desnuda ante cámaras. Rocco tiene un físico trabajado –que aún conserva a pesar de estar a semanas de cumplir 60-, simpatía, un halo de peligrosidad que no se disipa, magnetismo y una longevidad absolutamente excepcional en una industria que se destaca por consumir de manera muy veloz a los intérpretes que se hacen un nombre. Nadie dura demasiado en el porno, excepto Siffredi. Reina desde hace más de tres décadas.
Italiano y con el mismo sonoro nombre que el boxeador creado por Stallone, el apodo devino obligatorio: El Semental Italiano. Aunque a diferencia de Rocky Balboa acá no hay metáfora; tan solo una descripción literal.
Pocos días atrás, Netflix estrenó Supersex, miniserie de siete capítulos que narra –bastante libremente- la vida de Rocco Siffredi, el gran pornstar masculino de las últimas décadas. Dirigida por la italiana Francesca Manieri fija, con suerte variada, cada una de las leyendas creadas alrededor del italiano. La secuencia inicial transcurre en una convención de la industria del porno en la que Siffredi anuncia uno de sus (varios) retiros. Luego de una escena hot en un pasillo y ante numerosos testigos (al fin y al cabo es por lo que es conocido), la historia viaja de inmediato a su pueblo natal y a narrar su infancia llena de privaciones y dolores.
Mucho de lo que se sabe (se repite) sobre la vida de Siffredi es parte de un relato legendario construido a lo largo de su carrera y de sus declaraciones estentóreas en las diversas entrevistas y en sus movimientos publicitarios. Estas, las que se cuentan acá, tal vez no sean sus circunstancias biográficas sino las que él fue plantando desde fines de la década del noventa.
Rocco Antonio Tano nació en Ordene, un pueblito costero italiano, en 1964. Una familia humilde con varios hijos. Uno de ellos, cinco años mayor que Rocco, había quedado con discapacidad después de sufrir una paliza callejera (otras versiones indican que fue una condición que padeció desde su nacimiento). Carmela, su madre, se dedicó devocionalmente a su cuidado. Cuando el chico murió a los 12 años, la familia pareció desmoronarse. El dolor se instaló entre ellos. El padre nunca pudo superar la pérdida. Después el contacto con una revista pornográfica que despertó los instintos sexuales de Rocco, una mezcla de fotonovela explícita y cómic llamada Supersex. Siffredi cuenta que se masturbaba compulsivamente; una tarde debió acudir a la guardia de un hospital para que trataran la irritación en su miembro viril. La madre ansiaba que su hijo ingresara al seminario para convertirse en sacerdote. Como una especie de simulacro, de anticipo, se convirtió en el monaguillo de las misas dominicales de Ordine; tal vez sólo para que alguien muchos años después pudiera titular: De monaguillo a estrella del porno.
A los 20 años viajó a París a tratar de ganarse la vida. Trabajó de lavacopas y como camarero. También, según algunos de sus biógrafos, es posible que se haya prostituído. Descubrió los clubes sexuales parisinos, esos antros iluminados con luces mortecinas y rojizas, con muebles del Siglo XIX en los que todas las prácticas sexuales parecían permitidas. El joven italiano se convirtió en el favorito de los habitués del lugar. Siempre dispuesto, con una gran energía y un miembro de dimensiones descomunales. Muy rápidamente se hizo conocido en el ambiente y parejas y solteros quisieron estar con él. Una de esas noches de 1985 (o principios de 1986) se le acercó Gabriel Pontello, actor y director francés de películas porno. Lo convenció de probar suerte en esa industria. Le dijo lo que Rocco ya sabía: él tenía algo que los demás no. Y el porno era el lugar adecuado para hacer dinero con eso. Debutó en 1986 en una película filmada en París llamada: Sodopunition pour dépravées sexuelles. Le pareció un camino natural, lo que los demás hacían: monetizar su mayor talento.
Buscó un nombre artístico aunque el suyo resonara bien, fuera contundente y se grabara en la memoria de quién lo oía por primera vez: Rocco Tano. Pero él prefería, aunque sea en los primeros momentos, enmascarar su identidad, evitar que llegara demasiada rápido a los oídos de la madre lo que estaba haciendo. Un productor le dijo que sólo había que encontrar un apellido. La solidez de Rocco con esa erre y el martillazo de la ce y su claro origen italiano servían: era todo lo viril que la industria pretendía. Rocco recordó una película que había visto no hacía mucho. Borsalino interpretada por Alain Delon y Jean Paul Belmondo y dirigida por Jacques Deray. La historia de dos hampones moviéndose en el mundo de la mafia con sus códigos cerrados, sus armas y la posibilidad de dar muerte a sus rivales y a los que obstaculizan sus objetivos, atrajo a Rocco; casi una reafirmación a su hombría. Eligió el apellido del personaje de Delon: Siffredi.
Después de ese, llegaron más rodajes a razón de dos o tres escenas de sexo por día. Los números, se ha dicho, no son precisos: 1.400/1.600 películas, 4.000 compañeras sexuales, centenares de millones de espectadores que a través del video, la computadora y el teléfono se masturbaron con sus escenas. En cambio él aclara que nunca se masturbó con sus propias escenas.
Sobre su estilo, Rocco dijo: “A mí me gusta que haya emoción, miedo, excitación. Sorprender a mis compañeras”. Como contrapartida, alguna de sus partenaires dijeron que nunca sabían bien qué podía suceder en una escena con él. Violencia, cachetazos, escupitajos, estrangulamientos, zamarreos varios, penetraciones desde atrás mientras mete la cabeza de la mujer dentro de un inodoro. Esas prácticas mostraron una faceta novedosa en la industria convirtiéndolo en estandarte del sexo duro aunque nunca haya quedado claro cuál era la frontera entre la “sorpresa” que se deseaba provocar y la falta de consentimiento de sus compañeras de escena, en una clara situación de desventaja –no sólo por la diferencia de fuerza física- sino por la asimetría de poder dentro de la industria. Cuando algunos años atrás alguien se animaba a confrontarlo sobre el trato dispensado a las actrices, Siffredi respondía: “Lo que ustedes llaman violencia, para mí es placer doloroso”.
Muchas actrices no querían trabajar con él. Rocco suele decir que las llevaba hasta el límite. Varias creen que traspasó esos límites. En una industria donde es usual trabajar en jornadas consecutivas, las que filmaban con Siffredi debían descansar varios días por el trato recibido en el set.
Cuando alguien le dice que lo imita en sus prácticas sexuales, él parece emular a Di Sarli, el relator de Titanes en el Ring que solía repetir: “Chicos, no lo hagan en sus casas”. Les dice que lo que hace en las películas no es educación sexual, sino entretenimiento para adultos. “Es fantasía, ficción”, repite.
Siffredi tuvo algunas pocas incursiones en el cine arte. Las dos más destacables fueron en películas de Catherine Breillat: Romance (1999) y Anatomía del Infierno (2003). En ambas, vale aclarar, Rocco hace lo que mejor sabe: escenas de sexo explícito, en la que los genitales son mostrados en detalle y en todo su esplendor. También durante unos años fue modelo publicitario.
Suele hablar de otra película, de Shame, dirigida por Steve McQueen en la que Michael Fassbender batalla contra sus demonios y contra la adicción al sexo que domina cada uno de sus movimientos. Dice que la vio varias veces, que sintió que él era el que estaba en la pantalla, alguien empujado por una fuerza inexorable e invencible que lo guía y lo derrota. Luego de verla sufrió pesadillas durante varias noches.
Rocco Siffredi tiene ojos voraces, desaforados. Cada una de sus miradas parece una propuesta sexual, es como si siempre estuviera esperando llevarse a la cama –o tener sexo ahí mismo: no necesita acostarse, los años en la industria desarrollaron sus habilidades como contorsionista- a su ocasional interlocutor.
Rocco se reconoció como adicto al sexo. Desde joven fue mucho más que trabajo. Una obsesión que como, todas, lo fue tomando y dirigiendo cada acto de su vida hacia la búsqueda imposible de la saciedad. Nunca era suficiente para él. Mujeres, hombres, trans. Sexo a toda hora, en cualquier lugar. En la serie, Manieri lo representa teniendo relaciones en callejones oscuros, en baños en medio de una convención con decenas de periodistas esperándolo en los pasillos y hasta recibiendo sexo oral en el funeral de su madre. No interesa si cada una de estas situaciones fue estrictamente real o no. Para Siffredi todo en la vida giraba alrededor del sexo y de apagar ese volcán de líbido que lo consumía. De poder dominar al otro con aquello que lo distinguía, que lo hacía único: su pene de grandes dimensiones. Su vida convertida en una batalla –en la que suele caer derrotado- con “el diablo que lleva entre las piernas” según sus propias palabras.
La primera vez que anuncio su retiro fue en 2004. Tenía 40 años. “Cuando empecé en este negocio estaba convencido de que no me iba a casar. Después lo hice, pero no íbamos a tener hijos. Llegaron los chicos. Y en ese entonces mi hijo mayor estaba creciendo y en una edad en la que en cualquier momento preguntaba de qué trabajaba su padre, cómo se ganaba la vida. Entonces creí que era el momento de parar”. Otro elemento que ayudaba a pensar que era un buen momento para salir de delante de las cámaras era mirar a su alrededor: el del porno era un mundo de gente joven (que es consumida, devorada muy rápidamente por ese sistema y sus excesos: son usuales los suicidios, las muertes por sobredosis, las internaciones). Mejor irse por decisión propia, debe haber pensado. Siguió dirigiendo y produciendo. En 2009 volvió a actuar, empujado por su necesidad de fama y de sexo permanente. “Mi esposa prefiere que tenga sexo en el set, como trabajo, y no que ande persiguiendo gente todo el tiempo y que desaparezca de casa durante varios días”. Contó que en ese lapso en vez de ganar plata con el sexo, la perdía. Llegó a pagar por tres prostitutas en un mismo día. Se mantuvo ante las cámaras hasta 2015, cuando volvió a anunciar su retiro, luego de participar en el reality italiano La Isla de los Famosos. Tuvo una especia de revelación mientras, seguido por una cámara, deambulaba desnudo por la isla. Debía abandonar una vez más la actividad. Lo hizo pero el regreso fue mucho más veloz que el anterior y en el 2017 volvió a protagonizar películas porno. En 2022 dijo que no participaría en ninguna escena más, que continuaría dirigiendo y produciendo con su hijo mayor. Pero evitó utilizar la palabra retiro: “Esta vez no digo que es definitivo porque nadie me va a creer. Iremos viendo”.
La miniserie de Manieri no es la primera incursión del cine de autor en la vida del actor porno. En 2017, con premiere mundial en el Festival de Venecia, se estrenó Rocco, un documental que registró su vida durante 2015. Unos meses en la vida tumultuosa del mayor astro masculino del porno.
No tiene Oscars ni Globos de Oro pero, Rocco puede decir que recibió muchos premios por sus actuaciones. Obtuvo decenas de galardones en los diversos premios de la industria porno. En especial los AVN Awards, los más significativos. Lo reconocieron como el mejor actor masculino varias temporadas y además recibió premios por protagonizar –en diferentes años- en algunos rubros que, por el momento, los Oscars no distinguen: mejor escena de sexo anal, mejor escena de sexo oral, mejor trío y mejor escena de orgía entre otros. Un actor dúctil.
Se casó con Rosa Caracciolo. Una ex Miss Hungría que cuando Siffredi la invitó a integrar un elenco de una de sus películas aceptó de inmediato con la condición que sus escenas fueran sólo con él. Rosa no invirtió su apellido como una célebre escritora argentina; eligió como nombre artístico el de Rózsa Tassi. Tuvieron dos hijos. A pesar de haber atravesado varios periodos tormentosos, la pareja subsiste unida. “Nosotros, mis hijos y yo, lo queremos por lo que es, por cómo es. No por lo que hace”, dijo Rosa un tiempo atrás.
Rocco Siffredi sigue en la industria y su figura ya adquirió en ese ambiente un status legendario. Por el momento se dedica a producir y a dirigir. Hace poco, montó en Budapest, ciudad en la que vive, su último emprendimiento porno: la Siffredi Hard Academy, un centro de estudios y adestramiento en el que modela a las estrellas del futuro de la industria.