Para llegar a canonizar a un fiel católico, se deben seguir ciertos pasos. Estos son estipulados por diversos documentos y reglamentos de un dicasterio de la curia romana: el Dicasterio de las Causas de los Santos (Dicasterium de Causis Sanctorum en latín), antes llamada Congregación para las Causas de los Santos. Fue creado el 8 de mayo de 1969 por el papa Pablo VI al dividir la sagrada congregación de ritos, -instituida por Sixto V en 1588-, en dos congregaciones que se repartían los cometidos de la antigua: una para las causas de los santos y otra para el culto divino.
Una de las personas más importantes de todo el proceso de canonización es el postulador. Como bien lo indica el término, es la persona encargada de postular a alguien para que sea incorporado en el canon de los santos de la Iglesia. Es el alma de la causa.
Para llegar a convertirse en la primera santa argentina, Santa María Antonia de san José, (mama Antula) tuvo 12 postuladores a lo largo del tiempo. El primero fue el Rdo. P. Dr. Camilo Beccari SJ (desde 1909 a 1929) y la última, antes de su canonización, fue la Dra. Silvia Correale.
De todos los que trabajaron en la causa, la vida de uno de ellos tuvo ribetes de novela. De 1930 a 1947 el postulador romano de Mama Antula fue monseñor Eduardo Prettner Cippico.
El 13 de diciembre de 1930, ante la renuncia del Rdo. P. Julio Saubat como postulador de la causa de Mama Antula, se busca a alguien que pueda llevar la tarea a buen término. El elegido fue Mons. Cippico, quien aceptó el encargo en una nota remitida a la madre general de la congregación de las Hijas del Divino Salvador y envió, el 28 de enero de 1931, una carta al arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Santiago Luis Copello, para presentar su nombramiento.
Cippico nació el 10 de octubre de 1905 en la Ciudad Imperial Libre de Trieste, entonces parte del litoral austríaco y hoy Italia. A lo largo de su vida se desempeñó como sacerdote católico italiano y funcionario del Archivo Secreto del Vaticano. Fue criado bilingüe por su madre, una italiana dálmata de Traù (ahora Trogir), y su padre Prettner, de habla alemana. El hermano de su padre era senador y amigo de los obispos de Trento y de Trieste, quienes le aseguraron un lugar en la Pontificia Universidad Gregoriana. Cippico era políglota y tradujo obras teológicas del francés al italiano. A finales de 1932 se incorporó a la Curia Romana como archivero en la Comisión Pontificia para Rusia. Y en 1937 fue nombrado chambelán papal supernumerario. Más adelante fue archivero del Dicasterio para las Iglesias Orientales y, desde 1940, de la Secretaría de Estado. Su carrera continuó con la designación como Prelado de Honor de Su Santidad, con derecho al título de “monseñor”.
En el mismo momento que su nombramiento como postulador ocurría en la ciudad de Buenos Aires, en Uruguay, Mons. Juan Francisco Aragone, arzobispo de Montevideo, solicitó la búsqueda de un postulador en Roma para la causa de canonización de Mons. Jacinto Vera, 1er Obispo de Montevideo fallecido en fama de santidad. El 20 de febrero de 1931 es nombrado, para este fin, Mons. Eduardo Cippico. Es decir que monseñor abarcaba con su trabajo las dos orillas del Río de la Plata.
No cabe duda de la alegría de las hermanas de la congregación por haber conseguido alguien de fuste dentro del Vaticano, y lo mismo para los montevideanos. Todo auguraba el buen fin para la pronta canonización de la fundadora de la casa de Ejercicios y del obispo de Montevideo. Ahora sabemos que la “pronta canonización” de la Santa Argentina se demoró 93 años más desde esa fecha, y la beatificación de Mons. Jacinto Vera tardó 92 años.
Cíppico se puso a trabajar y el 15 de noviembre de 1932 fue recibido por el embajador argentino ante la santa sede, Dr. Carlos de Estrada. A partir de ese momento, Cippico se reunió con varias personas importantes para la prosecución de la causa de canonización. Por ejemplo, en noviembre de 1933 lo hizo con el Promotor General de la Fe en la Sagrada Congregación de Ritos, Mons. Sotto. Luego buscó a un relator, y lo halló en el cardenal decano Gennaro Granitto Pigntelli di Belmonte. Desde 1934 hasta 1937, en cambio, lo único que se supo de él fue su solicitud de cientos de miles de liras para que la causa prosperase.
El 14 de octubre de 1937. Cippico remitió una notificación a las hermanas de la Santa Casa y les relató el encuentro con Su Santidad el papa Pio XI, durante la cual hablaron sobre María Antonia. Dicho pontífice, nacido como Achille Damiano Ambrogio Ratti, fue el primer soberano de la Ciudad del Vaticano tras su proclamación como Estado independiente en 1929, lo que hizo que su pontificado comprendiera casi todo el período de entreguerras.
Mientras tanto, Monseñor Cippico insistía en el envío de más dinero para la causa, y a raíz de esto, las hermanas de la congregación crearon una comisión pro-canonización de María Antonia de San José. El 30 de abril de 1938, la Sra. María de los Remedios Unzué de Alvear -esposa de Ángel Torcuato del Corazón de Jesús de Alvear Pacheco- acepta ser su presidenta y aporta dinero para este fin. La mujer, de la alta sociedad porteña, construyó la basílica de Santa Rosa de Lima en Buenos Aires y le otorgaron la Orden del Sol del Perú. También fue distinguida con los títulos de condesa y marquesa pontificia, y la Orden del Santo Sepulcro.
El 20 de agosto de 1938, en un festival a beneficencia organizado por la comisión de damas pro-canonización, se reunieron la cifra de 500 libras esterlinas (hoy equivaldrían a 12.339 libras esterlinas, 13.097.866 de pesos argentinos) que fueron remitidos a la Banca Comerciale Italiana. Mons. Cippico acusó el recibo del dinero.
Los años pasaron. El 21 de octubre de 1942, la madre superiora de la congregación de las hijas del Divino Salvador se reunió con el canciller argentino, el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú, para solicitar el envió de mucho material de María Antonia a Roma por pedido de Mons. Cippico.
Cinco años después, el 23 de mayo de 1947, la madre general envió al sustituto de la secretaría de estado de la Santa Sede, Mons. Giovanni Montini, (luego papa Pablo VI) ejemplares y libros de María Antonia por medio del Nuncio Apostólico de Su Santidad, Mons. José Fietto. Y, de paso, preguntó por qué el insigne postulador Mons. Cíppico había hecho “silenzio “stampa”.
Las hermanas no lo sabían, pero mientras ellas trabajaban por el buen fin de la causa de canonización, pasaban cosas en la vida del ilustre prelado. Finalmente, en abril de 1948, las hermanas Hijas del Divino Salvador tomaron conocimiento del pésimo fin de su postulador, y de la mala actuación del mismo en la causa de canonización de María Antonia. A su turno, el Rdo. P. Carlos Miccinelli SJ. fue nombrado para enmendar todo lo que realizó mal en torno a la causa de canonización Mons. Cippico y prosiguió la tarea de la misma.
Fue San Francisco de Asís el que abrió el arcón de las triquiñuelas de Cippico. Sergio Amidei, guionista italiano, había solicitado un préstamo a la santa sede para filmar una película de san Francisco de Asís, y Mons. Cippicio fue el que se encargó del mismo. En agosto de 1947, Amidei se encontró con el papa Pío XII, y se quejó ante él por el alto interés cobrado por un préstamo de la Administración de Bienes de la Santa Sede (ABSS). La sorpresa del Santo Padre fue grande y ordenó iniciar una investigación. El resultado fue escandaloso: se encontró que Cippico había falsificado las firmas de funcionarios de la Secretaría de Estado y se había embolsado el interés excesivo del préstamo. Según publicó la revista Time en aquella época, el papa convocó a monseñor Domenico Tardini, secretario de Estado para Asuntos Extraordinarios para que arreglara el entuerto. Éste, a su vez, llamó al administrador de los bienes de la Santa Sede, monseñor Giulio Guidetti, quien reconoció que había concedido el préstamo, pero dijo que nunca había recibido ninguna comisión. Y señaló algo que terminó por enterrar la reputación de Cippico: aseguró que le había entregado dinero según órdenes firmadas por el propio Tardini y monseñor Montini. Luego se supo que ambas habían sido falsificadas por Cippico.
Fue suspendido de su cargo el 2 de septiembre de 1947 y comenzaron a investigarlo más a fondo. Y ese fue el principio del fin del ilustre prelado.
En la investigación salió a la luz que Cippico había vendido bienes pertenecientes a la iglesia, entre otras tropelías. En su casa encontraron 18 millones de liras en efectivo y varios automóviles: un Alfa Romeo, un Fiat y un Chrysler. Poco antes había sido visto en un restaurante lujoso en Posillipo, frente a la bahía de Nápoles, con una soprano. Dijo que era una pariente suya.
A principios de 1948 fue destituido de su cargo, arrestado y recluido en la Torre de los Vientos (ahora llamada la Specola Vaticana Astronómica). Parecía que ahí terminaba su carrera como estafador, pero no.
El 3 de marzo de ese año, Cippico escapó de su confinamiento y huyó del Vaticano a la Roma italiana. Su huida tuvo ribetes rocambolescos, como él mismo relató en una nota periodística otorgada a Filippo Pucci para el periódico “La Stampa”: " …Después que el padre Albareda (Anselmo María Albareda y Ramoneda, O.S.B (confesor de Cippico en su arresto) se fue, pedí al gendarme que me ayudara a lidiar con un pila de libros que había en un lugar de la habitación en la cual estaba confinado. El oficial me ayudó y yo mismo cargue un pila de libros a la sala contigua. Le dije que pasara el primero, al hacerlo lo empujé, le tiré los libros que llevaba y cerré la puerta con llave. Tomé la sotana, el breviario y el sombrero de Teja (es un sombrero con ala ancha y copa semiesférica usado por el clero católico) y como el guardia dejó la puerta abierta, salí con la cabeza gacha como leyendo el breviario desde la torre hasta el cortile de la Piña, y de ahí hasta la puerta Sant´Anna hasta llegar a Vía di porta Angelica, es decir, Italia….”
Conocida la fuga, automáticamente fue suspendido en su ministerio sacerdotal por la Santa Sede. De esa manera, permitieron que las autoridades civiles italianas lo buscaran como a un criminal y lo apresaran.
El 7 de marzo, Cippico fue acusado de fraude y falsificación por un valor de alrededor de mil millones de liras (1,7 millones de dólares estadounidenses). Dos días después lo detuvieron en una casa del barrio de Parioli que pertenecía a un ex general fascista. Y fue a la cárcel: permaneció en prisión preventiva en la prisión de Regina Coeli hasta marzo de 1950.
Lo juzgaron en noviembre de 1952 y un mes después fue declarado culpable de 11 cargos, entre ellos ser espía para la Yugoslavia comunista. Fue condenado a nueve años de prisión y una multa de 250.000 liras.
En 1954, Cippico presentó un recurso de apelación, y en 1956 el Tribunal de Casación anuló su condena por “vicios formales”. Adujeron la gran confusión que existió durante la posguerra, época en que se produjeron los presuntos crímenes.
Al quedar anulada la condena, Cippico le solicitó al papa Juan XXII su reingreso al sacerdocio y que fuera revocada su pérdida del estado clerical. El papa aceptó el pedido y en 1959, Cippico fue reincorporado al servicio de la Iglesia, pero con prohibición de dar misa con el pueblo y la dispensa de los sacramentos. Cippico, luego, apoyó lo que se convirtió en las reformas del Concilio Vaticano II y el acercamiento con los países del Pacto de Varsovia. El 11 de abril de 1983, por complicaciones de su diabetes, Cípicco murió en su casa cerca de Porta Angelica, en Roma.
Pero como suele suceder, en el barro se puede hallar una moneda de oro: monseñor tuvo un mérito que nadie le pudo quitar: ayudó mucho a los judíos italianos, antes y durante el Holocausto. El fotógrafo y escritor Luciano Morpurgo, por ejemplo, dijo que él y otros judíos se refugiaron en el apartamento de Cippico junto al Muro Leonino, y que guardaba objetos de valor de los judíos que temían su confiscación y los devolvió luego de la guerra a los que seguían con vida o a sus familiares. Giorgio Volterra, un científico judeo italiano que huyó a Argentina en 1939, fue testigo de estas buenas acciones: afirmó que Cippico lo había ayudado a conseguir el pasaje para nuestro país.
Una vida de novela que, indirectamente, unió a ambas márgenes del Río de la Plata.