El 1ro de agosto de 1936, el dirigible Hindenburg sobrevoló el estadio olímpico de Berlín minutos antes de la aparición de Adolf Hitler, como muestra de poderío de la Alemania Nazi. La aeronave, que llevaba grandes esvásticas en las aletas, había sido bautizada con el nombre del ex presidente alemán Paul von Hindenburg. Era una réplica del gigante LZ 130 Graf Zeppelin II, que había sido lanzado en 1929 con las mismas pompas que en su momento el Titanic. Al Hindenburg se lo llamaba el “Hotel del Cielo”. Era la época dorada de los dirigibles.
Estos zepelines, eran gigantes aún a la distancia, como barcos plateados que navegaban en el aire, con una gran autonomía. Eran capaces de recorrer 10 mil kilómetros sin necesidad de tocar tierra, en un vuelo plácido. Eran la evolución de los globos aerostáticos. Estaban construidos con un material llamado duraluminio - una aleación de aluminio con cobre, manganeso, magnesio y silicio - y su largo (240 metros) era equivalente a tres Boeing 747. Tenía un diámetro de 41 metros y un volumen de 105.000 m³. Se impulsaba con cuatro motores diesel Daimer-Benz DB 602.
El vuelo era lento: se desplazaba a una velocidad máxima de 135 kilómetros por hora, mientras que los aviones hoy promedian los 900 km por hora, y la altura era similar a la que viajan éstos, 2000 metros.
El 29 de agosto de 1929 el Graff Zeppelin tocaba tierra en Lakehurst, Nueva Jersey y celebraba su hazaña, tras dar la vuelta al mundo en 20 días y cuatro horas. Bautizado de ese modo en honor a Ferdinand Zeppelin, un militar retirado autor de esta invención, este buque aéreo contaba con la capacidad para llevar diez cabinas de dos camas, una cocina, sala de estar y comedor principal.
Esta gran aventura, financiada por el magnate de la prensa William Randolph Hearst, se había iniciado en Alemania, cruzó el Atlántico, regresó a Alemania, Friedrichshafen, sobrevoló Europa, los Urales, Siberia y Tokio, donde hizo escala.
En ese viaje histórico, el Graff Zeppelin recorrió un total de 34600 kilómetros con el propósito de demostrar que era capaz de atravesar distintas zonas climáticas. Fueron parte de este viaje, 20 pasajeros, entre ellos periodistas, fotógrafos, exploradores, meteorólogos, marinos y entre ellos, un joven multimillonario norteamericano, con ansias de aventura. “Al dejar el dirigible en el que acabamos de dar la vuelta al mundo lo hacemos convencidos de haber participado en el mayor acontecimiento de nuestra vida”, escribió el periodista Joaquín D. Rickard en ABC.
Con más de 600 vuelos en su haber, incluido uno a la Argentina, el primer zepelín era una garantía para la flamante aeronave. El Hindenburg fue construido entre 1931 y 1935, en base al diseño de Ludwing Durr. Tenía capacidad para 50 pasajeros y pudo ser ampliada a 72, a los que se sumaba las 61 personas que integraban la tripulación. Sus camarotes eran tan lujosos como el Titanic hundido en 1912 y su final fue igual de catastrófico. El problema fue que a pesar de haber sido concebido para llevar helio, los alemanes decidieron utilizar hidrógeno, un gas de elevación altamente inflamable y explosivo, porque el ejército de Estados Unidos, que era el proveedor, tenía embargadas sus reservas. Al tener menor densidad el hidrógeno, el empuje aumentó un 10% y fueron agregadas 10 cabinas de pasajeros. Nueve tenían dos camas y la décima, cuatro.
El uso del hidrógeno no supuso un problema para los alemanes, que tenían una amplia experiencia en el manejo seguro de este gas. A pesar del dominio sobre este peligro latente, decidieron reforzar la seguridad creando una envoltura que impidiera la electricidad estática y se generaran chispas. La confianza en sí era tal que se dieron el lujo de hacer un salón fumador. Una locura desde todo punto de vista, una bomba de tiempo, que estaba sellada y presurizada. Los audaces pasajeros, según el material fotográfico, se veían muy relajados en un viaje de placer.
La gigante aeronave plateada, que representaban el progreso, se estrenó a principios de 1936. Ese año cruzó el Atlántico diez veces. La temporada 1937 se inició con una travesía a Río de Janeiro. Y tenía programados otros diez viajes a Estados Unidos. El primero partió de Frankfurt el 3 de mayo. A bordo iban 97 personas, la mitad de su capacidad. De ellos, sólo 36 eran pasajeros. Pero el viaje de regreso salía completo; incluso tenía lista de espera. Muchos viajeros se dirigían a la coronación del Rey Jorge VI. Por ese entonces, hay que tener en cuenta que todavía no existían vuelos comerciales en avión entre Europa y América del Norte. La primera aerolínea regular para pasajeros transatlántica se estrenó en junio de 1939. Fue Pan Am con una ruta que unía Nueva York y Marsella, Francia en aparatos Boeing 314.
En su corta vida, el Hindenburg cubrió 308 mil kilómetros y transportó 2798 pasajeros, además de 160 toneladas de carga, que incluía correo y vehículos de los pasajeros. Su destino más habitual era Estados Unidos, por lo que cruzó el océano Atlántico unas 17 veces. También había batido un récord: cruzar el Atlántico dos veces en cinco días. Entre sus viajeros más famosos figuró el boxeador alemán Max Schmeling, luego de convertirse en el campeón del mundo.
Entre sus facilidades ofrecía 25 cabinas con camas dobles, un bar de cocktails, un restaurante y un salón. Todo tenía que ser muy liviano. El mobiliario estaba compuesto por sillas de aluminio tubular, piletas para el baño de plástico blanco, las paredes eran de espuma y estaban forradas en tela pintada. El diseñador de interiores fue un arquitecto llamado Fritz August Breuhaus de Groot, que adhería a la corriente de la escuela Bauhaus y tenía fama por haber decorado las casas de ricos y famosos y varios trasatlánticos de la época.
El final del Hindenburg tuvo lugar en Estados Unidos. Un accidente espectacular, que sin embargo se cobró menos vidas que el Titanic, con el que era comparado por sus dimensiones. El 6 de mayo de 1937, mientras intentaba aterrizar en la Estación Aeronaval de Lakehurst, en Nueva Jersey, se prendió fuego a 61 metros de altura y se precipitó sobre la tierra, ante la mirada atónita de 250 hombres que esperaban para el siempre peligroso amarre.
El desastre quedó registrado porque siempre había cámaras para estos gigantes del aire. Había fotógrafos, cuatro cámaras filmando y un periodista de radio que fue el primero en cubrir una tragedia aérea en vivo. Herbert Morrison, que gritó “Oh, la humanidad”. El locutor de una radiodifusora de Chicago que estaba en la estación emitió esas palabras frente a un micrófono mientras el Hindenburg estallaba y se incendiaba, provocando la muerte de 35 de las 97 personas a bordo y una más en tierra. Muchos pudieron salvar sus vidas milagrosamente.
“Está empezando a llover de nuevo. Los motores traseros de la nave… ¡UH! ¡Está en llamas! Y cae. Se está estrellando. ¿Lo están viendo? ¿Lo están viendo, muchachos? Salgan, salgan de ahí. Se quema, Charlie. (…) Esto es terrible. Una de las peores catástrofes del mundo. Fue una caída terrible, señoras y señores. Hay humo y llamas. Ayy, la gente. Los pasajeros. Hay gritos por todas partes.(…) No puedo hablar, apenas puedo respirar. Perdón. Me voy a ir adentro, donde no pueda ver. Ayyy, ayyy… No puedo… Tengo que parar un minuto. Perdí mi voz. Esto es lo más terrible que presencié en mi vida”.
La cobertura de Morrison no fue transmitida en vivo ese día. No fue escuchada sino hasta el día siguiente. A pesar de ello el Hindenburg se convirtió en la primera tragedia aérea del siglo XX captada en multimedia, con una narración que pasó a la historia.
Casi no hubo sobrevivientes entre los tripulantes que se encontraban en el cubículo de mando. Los que lograron escapar del fuego murieron al lanzarse contra la tierra. Otros, perdieron la vida a causa de los gases tóxicos. Un chico de 14, Werner Franz que lavaba platos, logró sobrevivir al estallar un depósito de agua sobre su cabeza que lo salvó del fuego. También logró salvarse gracias a su agilidad un acróbata de circo llamado Joseph Späth.
Lo que había sido la mejor propaganda de su gobierno un año antes, terminó siendo para Hitler un fracaso ante los ojos del mundo entero. Se trató de la peor tragedia aérea de su tiempo. Así se vio obligado a prohibir los viajes en los zepelines, a pesar de que muchos viajeros seguían reservando los vuelos transatlánticos del Graf Zeppelin. Los nazis decidieron desechar la aeronave y mandaron a desarmar el Hindenburg II, instalando la hipótesis de un sabotaje. La culpa debía ser del enemigo. Los norteamericanos para perjudicarlos. Nunca se conocieron las verdaderas causas que motivaron la tragedia.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la compañía Zeppelin cerró sus puertas.