Todo crimen tiene un comienzo. Cuando se engendra al asesino que lo cometerá es que empieza a tejerse la tragedia. Ésta, que terminó con el brutal asesinato de Yara Gambisario de 13 años en 2010, comenzó el día en que la italiana Ester Arzuffi cedió a la pasión y, a espaldas de su marido, mantuvo relaciones sexuales con un amante ocasional. Esa tarde quedó embarazada de gemelos. Cuando se enteró, optó por no preguntarse de quién eran, le adjudicó la gestación a su esposo. Era un secreto que jamás pensaba revelar. Hasta que, décadas después, un terrible asesinato sacó a relucir aquella infidelidad tan bien guardada y la genética tuvo la última palabra.
(Alerta: no quiero spoilear historias, así que si tenés pensado ver la serie Yara en Netflix, sabé que acá te vas a enterar de mucho).
Yara y el pasto
Yara era la segunda de los cuatro hijos (Keba, Yara, Gioele y Natan) de la pareja conformada por Maura Panarese (maestra de jardín de infantes) y Fulvio Gambirasio (agrimensor). Nació el 21 de mayo de 1997, en Brembate di Sopra, Italia, una ciudad de la provincia de Bérgamo en la región de Lombardía, que tenía en aquel entonces 7.800 habitantes. Su brevísima existencia daría paso a uno de los casos policiales más conmocionantes y enrevesados de la historia de Italia.
Yara tenía una pasión, la gimnasia rítmica, pero también soñaba con conocer el mundo y vestirse a la moda. Admiraba al actor Johnny Depp y a la cantante Laura Pausini y devoraba pizzas y papas fritas. Era una adolescente totalmente corriente y pegada a su familia. Por la mañana cursaba el secundario en el colegio María Regina y los lunes y los miércoles, entre las 15:30 y las 18, practicaba gimnasia rítmica. Esto último lo hacía en el Centro Deportivo Brembo, en la Via Locatelli, ubicado a siete cuadras de su casa.
Ese viernes 26 de noviembre de 2010 no le tocaba entrenar. Pero el destino es el destino y poco puede hacerse para torcer su rumbo. Yara, luego de haber asistido al colegio por la mañana, volvió a su casa a las 13:30 para almorzar: comió pescado con una guarnición de arvejas. Luego, le pidió permiso a su madre para ir al gimnasio. El domingo tenían una competencia de gimnasia rítmica que la tenía muy ilusionada y quería prestarle un grabador a su profesora. Maura le dijo que fuera, pero debía regresar a las 19 porque en invierno, a esa hora, ya está oscuro. Yara prometió hacerlo y salió a las 15:15. Las cámaras de seguridad de las propiedades vecinas la filmaron camino al gimnasio. Llegó al lugar, estuvo con su profesora y le entregó el grabador. Aprovechó y se quedó mirando el entrenamiento de las chicas más pequeñas.
Entre las 18:25 y las 18:44 intercambió tres mensajes de texto con dos amigas y a una de ellas le dijo que debía volver a su casa a las 19. Mandó el último mensaje y salió. Ya era de noche y el aire estaba helado. Dejó atrás el edificio del gimnasio y se dispuso a caminar los setecientos metros que había hasta su casa. Era el barrio en el que había crecido y la distancia, corta. Los edificios de siempre y el tráfico habitual de cualquier viernes. A las 18:47 una antena de celular captó su móvil al pasar, a las 18:55 otra antena lo hizo. Pero a su casa no llegó.
A las 19:11 el celular de Yara se apagó para siempre.
Cuando, unos minutos después, su madre comenzó a llamarla notó que los mensajes que le dejaba iban directo a su buzón de voz. Llamó a Fulvio, su marido. Estaba preocupada. Eran las 20:30 y nadie sabía dónde estaba Yara. No era habitual lo que estaba pasando. Fulvio se dirigió a la policía.
No lo sabían, pero ya era demasiado tarde para recuperar a su hija.
(Yara Gambirasio no está caminando. Está dentro de una furgoneta. Sabe perfectamente que está en peligro. El hombre, rubio y de ojos claros como el cielo, la lleva a un descampado, le rasga la ropa, quiere abusar de ella. La golpea. Yara logra escapar y corre unos metros. Patina en el barro y se cae. Él la alcanza. La vuelve a golpear y la acuchilla con brutalidad varias veces. Ella atina a agarrarse del pasto. Cierra sus dedos con fuerza sobre esa mata verde, como si con ese gesto pudiera aferrarse a lo que le queda de vida. Sus All Stars negras están llenas de lodo. Sus calzas y su ropa interior, también. El cuchillo la lastima. Sus labios se aprietan contra sus brackets. No solo experimenta terror, también le duelen las heridas. Tendría que estar en casa, pero poco hay que pueda hacer. Un rato después está sola y el frío la adormece eternamente).
El ADN de pocos
Fue exactamente tres meses más tarde, el 26 de febrero de 2011, que en un campo de Chignolo d’Isola, a diez kilómetros de Brembate, un hombre llamado Ilario Scotti que practicaba aeromodelismo la encontró. Buscaba su pequeño avión a control remoto que había caído en medio de unos pastizales cuando la vió. El cadáver de Yara estaba carcomido por la fuerza de la naturaleza.
A pesar del estado de descomposición, los peritos forenses encuentran señales precisas, indicadoras del espanto que la joven ha padecido. Varios golpes en la cabeza y seis crueles puñaladas efectuadas con cierta prolijidad simétrica en cuello, tórax, espalda y muñecas. Sospechan violación, parece obvio, pero no pueden probarla. Tiene el corpiño desabrochado y la bombacha desgarrada a cuchilladas. Determinan que Yara no murió enseguida. Sufrió cada uno de los golpes y cuchillazos infligidos. Hay un dato clave entre tanto horror: su agresor, en su afán perverso, se lastimó él mismo. Dejó su sangre estampada en el pantalón de gimnasia de la adolescente y en su bombacha. Consumado el espanto, creen los expertos, la abandonó fatalmente herida. El frío hizo el resto. La hipotermia terminó con Yara. En su mano tenía todavía ese puñado de pasto apretado. O por dolor o por miedo o, simplemente, como dijo la anatomopatóloga Cristina Cattaneo, por “un espasmo terminal” ante la muerte. Nadie lo sabrá jamás. Los huesos de sus pies estaban aún dentro de las zapatillas negras con los cordones desatados. Muy cerca encontraron su Ipod, las llaves de su casa, la tarjeta sim de su celular y la batería. Pero no el teléfono.
En las vías respiratorias de Yara la policía científica detectó cal y pequeñas partículas metálicas. En su ropa, había fibras de una tela particular. Conjeturaron que el asesino podría ser alguien que trabajara en el mundo de la construcción.
Su funeral se realizó el 28 de mayo en el gimnasio donde Yara practicaba gimnasia y el presidente de Italia envió un mensaje especial para la familia. Tal fue la conmoción.
Los expertos han obtenido de los restos de Yara un total de 294 muestras, de las cuales 52 provienen de su ropa interior. En 16 de ellas se detecta un perfil genético masculino, al que los peritos bautizan Desconocido 1.
Tienen al culpable. Es ese hombre sin cara ni apellido, al que la ciencia le adjudica con certeza matemática, unos ojos muy claros. Encontrarlo será una tarea colosal que demandará mucho ingenio y tiempo. El caso, mientras tanto, se mantendrá en la primera plana de los medios italianos. Todos quieren saber quién es Desconocido 1, ese monstruo dueño del ADN hallado en Yara.
La saliva de muchos
La investigación no comenzó con la aparición del cuerpo, había empezado en el mismo instante de la desaparición de Yara. Usaron perros rastreadores que los llevaron hasta la obra de un centro comercial y revisaron todas las cámaras callejeras. Entrevistaron a cada uno de los que podrían haber estado cerca de la menor. Rastrearon el teléfono de la víctima y otras 15 mil líneas de celulares. Un primer sospechoso de origen marroquí terminó siendo descartado. Error grosero.
Todos sus conocidos y aquellas personas que podrían haber tenido tener algún contacto con ella fueron convocados. Se tomaron muestras de sangre y de saliva a los que iban al gimnasio, a los amigos, a los familiares, a los profesores, a los trabajadores de obras cercanas, a los que solían ir a bailar a la discoteca que estaba ubicada a pocos metros de donde fue encontrado el cuerpo. Eran muchas las piezas de este rompecabezas gigante.
Un día de esos, el laboratorio de la policía tuvo una buena noticia: uno de los jóvenes de los que concurrían habitualmente a ese local nocturno, tenía un perfil genético compatible con el atacante de Yara. No era Desconocido 1, pero tenía un parentesco con el agresor. El joven se llamaba Damiano Guerinoni. No era un capricho, lo decía la ciencia.
El foco policial se puso en su familia. Fueron armando el árbol familiar de Desconocido 1. El padre de Damiano tenía un hermano llamado Giuseppe quien tenía a su vez dos hijos que eran primos del joven. Giuseppe Guerinoni era un conductor de colectivos quien había muerto en 1999. Rastreando a Giuseppe y a sus hijos llegaron a una región llamada Villa de Gorno con solo 1600 habitantes. Ideal. Un lugar pequeño era manejable para la ciencia. Analizaron a cada familia y, sobre todo, a la que coincidía con la muestra: los Guerinoni.
Todos los compañeros de trabajo de Giuseppe lo recordaban como un verdadero Casanova. Su viuda se llamaba Laura Poli y, en septiembre de 2011, fue de las primeras entrevistadas en ese lugar. Laura les proporcionó lo que necesitaban para corroborar el ADN: dos estampillas lamidas por su esposo ya fallecido. Obtuvieron resultados, pero requerían mayores certezas. Necesitaban cotejar con precisión las muestras del asesino con ese perfil genético. Terminaron pidiendo la exhumación del cuerpo, lo que se llevó a cabo el 7 de marzo de 2013.
El resultado esta vez fue determinante: Giuseppe era el padre de Desconocido 1, el asesino de Yara. Pero ocurrió algo desconcertante. Sus hijos con Laura, Pierpaolo y Diego, si bien tenían mayor compatibilidad genética que su primo Damiano, no tenían una coincidencia perfecta con el ADN de Desconocido 1. ¿Entonces? El equipo de investigación comenzó a preguntarse si Giuseppe no tendría algún hijo no reconocido, fruto de alguna relación extraconyugal. Ya sabían que había sido un mujeriego. ¿Cómo encontrarlo si es que existía? Además, ese hijo que buscaban no llevaría el apellido Guerinoni.
La investigación se había vuelto ultra compleja.
La infiel madre del asesino
Durante meses interrogaron a amigos, conocidos y personas que solían tomar el ómnibus que conducía Giuseppe Guerinoni. Se realizaron miles de exámenes de ADN a mujeres casadas y a madres solteras, a hombres que hubiesen sido abandonados por sus madres y a niños que no hubiesen sido reconocidos en su momento. Nada.
Pero hubo un segundo golpe de suerte: los científicos especificaron que en el ADN de Desconocido 1 había un gen mutado que Giuseppe no tenía. Esa mutación solamente podría proceder de su madre. Sería clave para identificar a la progenitora del homicida, si es que la encontraban.
La fiscal investigadora de Bérgamo Letizia Ruggeri, para la familia de Yara una líder heroica por su permanente dedicación al caso, era obstinada. Mandó a analizar unas 3000 muestras voluntarias de mujeres que, por la edad y por su lugar de residencia, podrían haber tenido un romance con Giuseppe Guerinoni. Tenían una lista de 528 que podrían haber tenido un affaire con el colectivero.
Fueron los típicos chismoseos de los pueblos chicos los que terminaron poniendo a los detectives en la senda correcta, tras una mujer que vivía en Clusone, en las afueras de Bérgamo. El que le puso nombre y apellido al rumor fue Antonio Negroni, un viejo amigote de Giuseppe. Después de dudarlo mucho reveló que Giuseppe Guerinoni había tenido un amorío, en los años 70, con una mujer llamada Ester Arzuffi.
Fueron corriendo a buscarla. Era junio de 2014. Aquella amante clandestina tenía ahora 70 años.
Ester Arzuffi se había casado en 1966, con 23 años, con Giovanni Bossetti de 34 y se habían ido a vivir a otra localidad de la zona. Tenían tres hijos, los dos mayores eran gemelos: un varón y una mujer.
Los investigadores llegaron a entrevistarla 44 años después de aquel revolcón pasional. Ella, por supuesto, negó todo lo que pudo, pero la ciencia puede ser impiadosa. Aunque dijo que no, todos sabían que ella era el eslabón perdido. Además, estaba la prueba indubitable: tenía en su ADN esa rarísima mutación que poseía también el Desconocido 1 por haberlo heredado de ella.
Ester era la pieza faltante en este entramado que los científicos habían logrado configurar para hallar al asesino de Yara.
Los gemelos habían nacido en 1970, justo por la época del desliz no confesado. En esa relación clandestina con el colectivero, Ester había quedado embarazada por partida doble. El varón fue bautizado como Massimo Giuseppe. Ester se atrevió a ponerle, como segundo nombre, el de su padre biológico. A la gemela, la llamaron Letizia Laura: el segundo nombre elegido era, llamativamente, el mismo que el de la mujer de su amante Giuseppe. Vaya coincidencia.
Otro dato de color: durante algún tiempo en el año 1969, Ester y Giuseppe habían vivido en la misma calle y en el mismo edificio. Quizá no se habían conocido en un colectivo sino en los pasillos del edificio que compartían.
Los resultados genéticos fueron un verdadero terremoto para los Bossetti. Giovanni, el marido de Ester, estaba luchando contra un cáncer terminal cuando recibió la noticia en su cama: los gemelos que había criado como propios no lo eran. El menor de los hijos también tuvo que enfrentar la terrible realidad. No solo eso: Massimo Bossetti era señalado como el horroroso criminal que buscaba todo Italia.
Un “respetable” padre de familia
La novedad afectaba a tres familias. Lo que para los Gambirasio era el fin de una búsqueda desesperante, para los Guerinoni fue un golpe emocional y para la familia de Ester, los Bossetti, era solo el comienzo de la pesadilla.
El gemelo Massimo Giuseppe Bossetti era albañil y carpintero, padre de tres hijos pequeños (un varón de 12 años y dos mujeres de 9 y 7 años) y estaba casado, desde 1999, con una bella mujer llamada Marita Comi. Era un hombre sin antecedentes, respetado por sus vecinos, con un pasado impecable. Increíblemente vivía en Mapello, la localidad donde el celular de Yara se había conectado por última vez. La coincidencia no pasó desapercibida para nadie.
Buenmozo, en forma y con unos maravillosos ojos azules (recordemos que la ciencia ya lo había anticipado) no parecía encajar en el perfil de un asesino perverso. Pero los tubos de ensayo, si están bien manipulados, no suelen mentir.
A los detectives se les ocurrió que para conseguir su ADN, sin despertar sus sospechas, podían montar en las cercanías de su casa un control de alcoholemia. Lo sorprendieron un día cualquiera. Su ADN coincidió en un 99,99 % con el hallado en la ropa de Yara. Lo tenían. Massimo Giuseppe Bossetti (43) no era hijo biológico de quien figuraba como su padre. El hijo gemelo nacido de aquel romance de Ester con Giuseppe era Desconocido 1, el asesino.
Intentando no ser detectada por él, la policía lo empezó a seguir de cerca. Pusieron micrófonos en su casa, interceptaron su línea telefónica y la de Internet.
Sus búsquedas en la web resultaron más que llamativas: “sexo sadomasoquista”, “como conseguir una chica en el gimnasio”, “chicas de 13 años para tener sexo”, “vírgenes pelirrojas”, “sexo con animales”, “pequeñas pelirrojas con vaginas depiladas”, “rubia sumisa en sexo grupal”, “chica desnuda con arnés”... En su computadora encontraron que había buscado videos de películas pornográficas protagonizadas por menores de edad y mucha pornografía infantil.
Esto era la prueba contundente de la obsesión de Massimo Bossetti por las menores de edad, como Yara.
Comprobaron, además, que su celular había estado activo en la misma zona donde se hallaba la menor el 26 de noviembre de 2010 y que su camioneta había sido captada por las cámaras de seguridad ubicadas cerca del gimnasio de la adolescente. Massimo estaba trabajando, cuando ocurrió el crimen, en una construcción en Mapello, una localidad pegada a donde vivía Yara. Es más: las fibras de esa furgoneta de Bossetti eran compatibles con las que habían encontrado en el cadáver de la menor.
Un detalle impactante: las partículas de cal y metales encontradas en las vías respiratorias de Yara también se hallaron en la camioneta de Bossetti. Estudiaron cuatro mil autos más iguales al suyo, que se habían vendido en la zona, para chequear si podrían tener la misma contaminación. No la tenían.
Las flechas apuntaban todas al mismo personaje sin problemas previos con la policía ni con la justicia.
El 16 de junio de 2014 Massimo Giuseppe Bossetti fue detenido en la obra donde estaba trabajando. Intentó escapar, pero desistió cuando se dio cuenta de que estaba totalmente rodeado.
Diálogos reveladores con su esposa
La vida de los Bossetti cambió desde ese día. Marita, su mujer, no pudo asistir más a las actividades infantiles de sus hijos. Todos la miraban. Dijo entonces: “Ya no hago las cosas de antes, ya no estoy entre la gente. No voy de compras, no voy a ningún lado. (...) En nuestros encuentros en prisión le pedí que me dijera la verdad, no es que dudara de él, pero le pregunté todo. Las mismas preguntas que me habían hecho los fiscales y los investigadores”. Admitió que quedó impactada con la noticia, pero aseguró que jamás pensó que él fuera culpable. “Ester, mi suegra, está alejada de nuestra familia. Llama a sus nietos por teléfono, pero en el último año solo ha venido una vez a visitarlos. Estoy sola con mis hijos (...) El alcalde del pueblo me intentó ayudar para encontrar trabajo, pero sé que cuando menciona mi nombre la gente retrocede”, relató.
Marita apoyaba a su marido, sostenía su inocencia e intentaba que la gente sintiera pena por la injusticia que vivían. No resultó, era bastante menos desgarrador que lo que habían atravesado la propia Yara y su familia.
El juicio comenzó el 3 de julio de 2015.
La hipótesis de la fiscalía fue que el móvil era el abuso sexual, aunque no se hallaron rastros comprobables de violación en el cuerpo de la menor. Las otras pruebas fueron contundentes: su ADN sobre la ropa de la víctima y la presencia de su furgoneta cerca del gimnasio donde Yara se esfumó. Esa camioneta que el acusado solía estacionar detrás del gimnasio.
Bossetti no paró de proclamar su inocencia y argumentó que él tenía constantes pérdidas nasales de sangre y que alguien podría haber robado sus herramientas de trabajo, incluyendo su cuchillo y su punzón, para fabricar la prueba de ADN. O, también, aseveró que podría ser el resultado de una contaminación casual. Nadie creyó en esa hipótesis. Los expertos dijeron que la muestra de sangre recolectada en la escena era de excelente calidad.
El equipo defensor de Massimo Bossetti intentó apuntar hacia otros sospechosos. Alentaron la teoría que involucraba a la instructora de gimnasia, Silvia Brena. Su sangre había sido hallada en las mangas de la campera de Yara. Además, esa noche en que la adolescente desapareció, el padre de Silvia dijo que su hija había llorado mucho y que no había dicho por qué lo hacía. Cuando fue interrogada Silvia no pudo recordar qué había pasado y por qué ella y su hermano se habían enviado mensajes que inmediatamente después borraron. Cuanto menos, argumentó la defensa del imputado, era sospechoso.
Si bien la mujer del acusado confirmó su coartada y horario, tampoco le creyeron: había llamadas telefónicas que la desmentían. En las conversaciones que fueron grabadas entre Marita y Massimo mientras él ya estaba preso, entre el 20 de noviembre y el 4 de diciembre de 2014, hubo un par de frases impactantes. En ellas Marita le decía a su marido: “Massi, no recuerdo lo que hiciste ese día. Te pregunté pero nunca me lo dijiste ¿Recuerdas que te pregunté en casa de Agostino qué hiciste esa noche? Allí todavía hablábamos de aquella noche. Te pregunté y nunca me dijiste. Nunca supe. Estabas fuera esa noche. No recuerdo a qué hora viniste. No recuerdo lo que hiciste porque estábamos enojados”. Según Massimo ese atardecer había ido al mecánico, pero nadie recordó haberlo visto. Él justificó su ruta como su camino habitual, pero por una de las cámaras lo registró siete veces. En el video no se ve la matrícula, pero era una del mismo modelo que la que conducía.
Además, sus búsquedas en Internet delataban un costado siniestro de su personalidad. Los peritos informáticos pudieron comprobar que la computadora portátil de Massimo Bossetti había sido encendida la mañana del 26 de noviembre de 2010, el día del crimen, pero no pudieron recuperar los sitios por los que navegó. Habían sido borrados con éxito.
El acusado Bossetti habló en el estrado y sostuvo impasible: “Soy víctima del mayor error judicial de la historia. Yara podría ser mi hija, la hija de todos nosotros. Ni siquiera un animal hubiera usado tanta crueldad”. Agregó: “Soy una persona limpia que no tiene que explicar nada, solo mirar a los demás directamente a la cara y a los ojos. (...) Los padres de Yara también son víctimas de quienes no quisieron encontrar la verdad. Me encantaría conocerlos porque así entenderían que el verdadero asesino anda suelto. Nunca he discutido con nadie. La violencia no está en mi naturaleza (...) Siempre he dicho que ese ADN no puede ser mío”.
Mentiroso patológico
Massimo Bossetti fue catalogado por los peritos psicólogos como un mentiroso patológico y narcisista. El acusado se molestó mucho cuando un ex colega del trabajo dijo que entre sus compañeros lo llamaban “el fabulador” por las mentiras que decía y los cuentos que les hacía.
La acusación dijo que esa tarde/noche del 26 de noviembre, Bossetti, “la obligó o indujo a subir a su camioneta, la llevó al campo. La pequeña intentó escapar, la persiguió, intentó violarla, pero fracasó. Entonces la aturdió, la hirió y la dejó allí casi sin vida, para que muriera de hambre, ¿verdad Bossetti?”.
La permanente calma del acusado mutó en furia, su cara enrojeció de ira y murmuró: “Absolutamente nada es cierto”.
Luego de un año de juicio y 45 audiencias, terminó siendo condenado a prisión perpetua y a pagar a los padres de Yara 800 mil euros y, a sus tres hermanos, 450 mil más. Además, Bossetti perdió la patria potestad sobre sus tres hijos.
Los jueces de la corte de Bérgamo señalaron en la condena, en su fallo de 158 páginas: “Estimada en siete mil millones de personas la población mundial, para encontrar otro individuo, además de Massimo Bossetti, con las mismas características genéticas, serían necesarios ciento treinta millones de mundos iguales al nuestro, es decir un número de personas netamente superior no sólo a la población mundial actual sino también a una jamás vista en los albores de la humanidad”.
Para llegar a la resolución del crimen se hicieron, en total, unos 18 mil exámenes de ADN sobre muestras de saliva y sangre y el gasto general alcanzó los tres millones de euros.
El día del veredicto Massimo Bossetti lloró por primera vez. Su madre Ester siguió sin aceptar nunca, por lo menos públicamente, su historia con el colectivero.
Su mujer: búsquedas en la web y dos amantes
La esposa de Massimo Bossetti, Marita, nunca se tragó el cuento de la inseminación de su suegra y le recriminó no haber dicho la verdad en su momento. Pero ambas coincidieron siempre en defenderlo.
Pero ya sabemos que no solo fue el ADN lo que lo situó en la escena. Bossetti estaba en zona y tenía un interés particular en las menores. Aunque Marita declaró, en defensa de su marido, que habían hecho juntos búsquedas de contenido pornográfico en la web, tuvo el recaudo de aclarar que siempre eran películas con protagonistas adultos: “A veces buscábamos juntos, otras veces lo hacía yo sola”. Y admitió una frase tipeada, altamente incriminadora, como suya, diciendo: “No descarto haber escrito en el teclado ‘cómo conseguir una chica en el gimnasio’”.
Ester, la madre de Massimo, insistió en desvincularlo del crimen y aportó una nueva teoría: ella se había sometido a un tratamiento de fertilidad y para ello habría sido inseminada, sin su conocimiento, con semen de un donante. Por ello, sostuvo, su hijo preso podría tener dobles genéticos.
En julio de 2017 la condena fue reconfirmada por la corte de apelaciones de Brescia: “Es un caso testigo por el modo en el que se llevó adelante la investigación”, dijo Andrea Pezzotta, quien representa los intereses de la familia Gambirasio cuya demanda civil es por 3.200.000 euros. El 12 de octubre de 2018 la Corte de Casación sostuvo, una vez más, la sentencia.
Ese año Marita Comi de Bossetti le dijo al diario Libero: “Tengo hijos que están creciendo. Si no estuviera convencida de su inocencia no me habría quedado con él (...) Lo conozco desde que éramos niños, y sé que no miente”. No faltaron detalles de su vida. Saltó por su celular, que en la época del crimen, ella había tenido dos amantes que fueron entrevistados. La investigación llegó a la frontera moral que separa la vida privada y la investigación de un homicidio, pero creyeron que en este caso era relevante porque el móvil del crimen había sido de carácter sexual y porque en la pareja nada andaba tan bien como ellos pretendían hacer creer.
En estos años que lleva preso pasó de todo en la relación. Marita lo visitó mucho, pero también en algún momento dejó de hacerlo. Discutieron por abogados e, incluso, él amenazó con suicidarse.
En mayo de 2018 Ester, la madre del asesino, murió como consecuencia de un tumor que le habían descubierto solamente veinte días antes. Al preso se le permitió ir a su funeral donde en público le agradeció su apoyo. Llegó a la 9 de la mañana en un furgón policial y la prensa tuvo prohibida la entrada. Ya había gozado de un permiso similar en 2015, cuando falleció Giovanni, su padre “no” biológico.
Un año después, en 2019, el equipo de abogados de Bossetti pidió una revisión de las pruebas de ADN. Les fue denegado en marzo de 2021. No había más ADN para ser analizado.
En diciembre de 2022 fueron por más y la fiscal Letizia Ruggeri fue apuntada por el equipo de abogados de Bossetti: la acusan de haber montado un fraude y haber hecho mal su trabajo. En fin, de no acabar.
La vida de todos
La película sobre este caso, Yara, se estrenó en octubre de 2021. Estuvo primera en Netflix un buen tiempo.
Después de su tragedia, los Gambirasio intentaron llevar adelante algo parecido a una vida normal. No conceden entrevistas, pero desde que en 2015 se creó la ONG La pasión de Yara para incentivar el deporte entre chicos carenciados, Fulvio participa en algunos eventos: “Mi sueño es que, dentro de algunos años, el 51% de las personas asocie el nombre de Yara a los resultados obtenidos con nuestras actividades para no dejar que se apaguen los sueños deportivos de los jóvenes pobres y no a la tragedia”.
Por su parte, Marita Comi (44), siguió siendo la gran defensora de su marido. En 2023 el hermano de Marita, Agostino Comi, le reveló al medio Il Giorno que ella “trata de salir adelante, porque la vida sigue, pero después de 9 años desde el arresto su existencia no volverá nunca a ser normal. Ese hecho lo cambió todo. La normalidad nunca volverá y ella lo sabe. Los niños (hoy 21,18 y 16 años) han crecido y siguen su propio camino”.
El asesino pudre su mirada celestial en la prisión de Bollate, en Milán, y Marita intenta subsistir trabajando en la misma empresa de limpieza. No parecen en absoluto llevar la vida que hubieran soñado y sus hijos padecen las terribles consecuencias. Pero que nadie olvide a la pequeña Yara: ella es la verdadera víctima en esta historia. Porque una noche de invierno un hombre con inclinaciones sádicas y homicidas se cruzó en su camino y decidió su calvario y su muerte. Por suerte, unas rebeldes gotas de sangre del victimario pusieron luz donde hoy podría haber oscuridad.