Cuando a mediados del año del Jubileo 2000 una comisión judeo-católica le planteó al papa Juan Pablo II la necesidad de aclarar definitivamente el papel que había jugado El Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial y, más específicamente, sus posturas frente al genocidio cometido por los nazis y la “solución final”, el primer pontífice polaco de la historia decidió dar una respuesta.
Karol Wojtyla llevaba ya 22 años en el trono de San Pedro, su salud flaqueaba y, de alguna manera estaba entre la espada y la pared, porque ese cuestionamiento ponía un obstáculo a uno de sus proyectos más caros: beatificar al papa Pío XII, el hombre que condujo los destinos de la Iglesia entre 1939 y 1958, pero que antes fue nuncio apostólico en Alemania entre 1917 y 1929, y secretario de Estado del Vaticano, es decir, el encargado de manejar los asuntos políticos de la Iglesia, entre 1930 y el año en que fue elegido papa.
Las polémicas por Pío XII
El papel jugado por Eugenio Pacelli – que eligió llamarse Pío XII después de la fumata blanca que lo consagró papa – durante el ascenso del nazismo en Alemania y luego durante la Segunda Guerra era objeto de fuertes controversias.
Pío XII fue elogiado por su postura cautelosa durante la guerra para evitar represalias contra los católicos en Alemania y los países ocupados por los nazis, pero la situación cambió radicalmente en 1963 – cinco años después de su muerte -, cuando la obra teatral “El Vicario”, del alemán Rolf Hochhuth lo denunció como un cínico que ignoró la existencia del Holocausto. Desde entonces, incluso dentro de la misma Iglesia, había quienes lo señalaban como “el papa de Hitler”.
La respuesta sobre el verdadero papel que había jugado Pacelli se encontraba – o al menos eso se creía – en los Archivos Secretos del Vaticano, cuyos documentos se guardaban siguiendo una regla de oro: debían esperar 70 años para salir relativamente a la luz, y aun cuando se los “abría”, solo tenían acceso a ellos los estudiosos aprobados por las autoridades vaticanas, y eso después de largos y engorrosos trámites.
Para el año del Jubileo, ese plazo no se había cumplido, porque la documentación que podía revelar el papel jugado por Pacelli databa fundamentalmente entre 1922 y 1939, los correspondientes a sus años en Alemania y como secretario de Estado.
A principios de 2003, Juan Pablo II aún no había decidido si debía romper esa regla temporal y sacar a la luz los documentos, o seguir esperando a que se cumpliera el plazo en 2009.
En cambio, enfrentaba un hecho concreto: se le había pedido que se demorara la beatificación de Pacelli hasta que quedara en claro su comportamiento frente a los nazis. A la cabeza del reclamo estaba el Congreso Mundial Judío, cuyo presidente Israel Singer se había reunido con el pontífice.
Al principio, Wojtyla tuvo una fuerte reacción: respondió que quienes lo hacían estaban al límite de sugerir que Pío XII había estado directamente involucrado con el Holocausto, lo que era inadmisible para la Iglesia.
Sin embargo, poco después, el 15 de febrero de 2003 – hace hoy 21 años –, hizo el esperado anuncio de la apertura de los archivos que estaban guardados celosamente en los en los 85 kilómetros de estanterías que se despliegan debajo del Patio de la Piña de los Museos Vaticanos.
Expectativas y frustraciones
La noticia generó grandes expectativas, porque se esperaban grandes revelaciones. “Es la primera vez que tenemos la posibilidad de estudiar las discusiones internas de la curia”, dijo por entonces el experto en historia de la Iglesia, Hubert Wolf, de la Universidad de Münster en una entrevista con DW.
“El archivo contiene los reportes de 90 nunciaturas de todo el mundo, lo que arrojará luz sobre la relación del Vaticano con el fascismo en Italia, con el franquismo en España, pondrá en claro la postura de la Iglesia respecto al uso de violencia, así como la relación que tuvo con el antisemitismo y el nacionalsocialismo en Alemania”, agregó.
Pero de inmediato el encargado del Archivo, Sergio Pagano, trató de morigerar las expectativas. “Los académicos encontrarán poco de nuevo, porque de una u otra manera, muchos documentos ya son conocidos. Más interesante es el material que estará a la disposición de los historiadores en tres años”, le dijo al diario italiano Corriere della Sera.
La cuestión de la cantidad y la calidad del material que se podría conocer era delicada. Dos años antes, académicos católicos y judíos que estudiaban las relaciones del Vaticano con la Alemania nazi habían suspendido la investigación en protesta por la gran cantidad de material que se mantenía en secreto.
Por eso, Pagano también se atajó. “Si hubo demoras, se debieron a una falta de personal, no al deseo de ocultar nada”, explicó y, por las dudas, repitió algo que las autoridades vaticanas ya habían anunciado: que las carpetas correspondientes al período 1931-1934 fueron “completamente destruidas o dispersadas” durante el bombardeo de Berlín y por un incendio. Es decir, que nunca habían llegado desde Alemania al archivo de la Santa Sede.
“Secretum” no es secreto
El Archivo Secreto Vaticano, como se lo llamó hasta que en 2019 el papa Francisco le cambió el nombre por el de Archivo Apostólico Vaticano, siempre fue objeto de especulaciones políticas, religiosas, esotéricas e incluso delirantes.
Tal vez porque se lo llamaba “secreto” aunque esa denominación (“secretum”) no señalara que ocultara cuestiones inconfesables, sino que se aplicaba desde el Siglo XV, en el ámbito de las cortes, a las personas o instituciones cercanas al Príncipe —en el caso de la Santa Sede, al Papa— y a su familia. Es decir, secreto significaba en ese caso simplemente “privado”.
La historia oficial del Archivo Secreto Vaticano comienza en 1612, año de su fundación por parte del papa Paulo V, pero la necesidad de la Iglesia de proteger sus documentos data de mucho antes.
Los documentos más antiguos conservados en el Archivo Secreto datan de los siglos VIII y IX. El Liber diurnus Romanorum Pontificum es el formulario eclesiástico más antiguo, seguido de un pergamino del año 809 que sanciona una donación a la iglesia de San Pietro in Castello en la ciudad de Verona.
Como en todos los archivos de Estado, los documentos no se pueden consultar hasta que ha transcurrido el período de rigor desde que se producen los hechos. En el Vaticano ese periodo es de 70 años, aunque en ocasiones se ha hecho por papado.
Sin embargo, algunos de sus papeles o carpetas, útiles por ejemplo para localizar personas dispersas o refugiadas en el seno de la Iglesia, se desclasifican antes. O de inmediato, como cuando Pablo VI quiso que todas las actas del Concilio Vaticano II (1962-1965) se hicieran públicas apenas concluido.
Pero se trató siempre de casos puntuales y de documentos específicos, no de los registros de todo un período, como en el caso de la apertura de los archivos en 2003.
Solo algunos papeles
Como el archivista Pagano había anticipado, los archivos del período 1922-1939 que fueron puestos entonces a disposición de los historiadores no contenían grandes revelaciones sobre la relación entre la Santa Sede y el régimen nazi.
Tampoco aportaron pruebas a la hipótesis de la complicidad de Pacelli con Hitler mientras el futuro papa Pío XII estuvo asignado como nuncio apostólico en Berlín o después, como secretario de Estado del Vaticano, una suerte de primer ministro del papa.
Pero no eran todos. en realidad, los que vieron la luz en 2003 por orden de Juan Pablo II, fueron “archivos escogidos”, como los llamó el propio Vaticano. Por ejemplo, de las cartas de Pacelli desde Berlín para informar a la Santa Sede y al Papa Pío XI sobre la situación en Alemania se dieron a conocer algunas pocas.
Esa “selección” provocó nuevas protestas y el Vaticano respondió que era necesario organizar más los archivos antes de abrir el resto de los documentos.
Hubo que esperar otros tres años hasta que, en septiembre de 2006, el Papa Benedicto XVI decidió abrir todos los archivos del Vaticano desde 1922 a 1939, dando nuevos elementos sobre lo que la Iglesia Católica sabía e hizo mientras Europa presenciaba el auge del nazismo en Alemania y también la guerra civil española.
Ahora sí, el anuncio especificaba que “haría disponibles para investigación histórica (...) todas las fuentes documentales hasta febrero de 1939, guardadas en distintas series de los Archivos de la Santa Sede”.
El límite de febrero de 1939 no era caprichoso. El 2 de marzo de ese año, Eugenio Pacelli se convirtió en el papa Pío XII, iniciando un pontificado de casi veinte años.
“La desclasificación actual llega hasta el año de 1939. La ‘solución final’ fue acordada en 1941 y todavía no tenemos acceso a los archivos del papado de Pío XII”, explicó entonces el historiador Wolf.
El único documento posterior a esa fecha y relativo ya a la guerra que fue puesto al alcance de los historiadores en ese momento fue la “Inter Arma Caritas, la oficina de información vaticana para los prisioneros de guerra instituida por Pio XII (1939-1947)”, un libro que recoge las fichas de 2.100.000 prisioneros de la II Guerra Mundial sobre los que se pidió información.
La decisión de Francisco
Fue necesario esperar más de una década para que hubiera otro avance sobre los archivos vaticanos relativos al papado de Pío XII. Benedicto XVI abdicó en 2013 y en su lugar fue elegido el argentino Jorge Bergoglio, que decidió llamarse Francisco.
En 2019, el actual papa ordenó finalmente que se diera acceso a los archivos posteriores a febrero de 1939, que permitirían comprobar por primera vez qué papel habían jugado la Santa Sede y el papa Pacelli durante la guerra.
Uno de los estudiosos que accedió a ellos fue el antropólogo y periodista norteamericano ganador del Pulitzer David Kertzer. Luego de analizar miles de documentos, publicó “El Papa en guerra”.
El libro de 484 páginas retrata a Pío XII como un pontífice tímido que no estaba motivado por el antisemitismo, sino por la convicción de que la neutralidad del Vaticano era la mejor y única forma de proteger los intereses de la Iglesia Católica, y a los católicos de los territorios ocupados por los nazis, mientras durara la guerra.
Los temores de Pacelli
Según Ketzer, Pacelli tenía dos temores que, de alguna manera, lo paralizaban: uno de ellos era que ganara el Eje y el nazismo reinara en toda Europa; el otro, que si los nazis eran derrotados, el comunismo ateo se extendiera por el continente.
Para calmar el primer miedo, Pío XII trazó un curso de cautela paralizante con la intención de evitar a toda costa el conflicto con los nazis.
Varios documentos del Archivo contienen órdenes directas de Pacelli al periódico del Vaticano L’Osservatore Romano de no escribir sobre las atrocidades alemanas y de garantizar una cooperación sin fisuras con la dictadura fascista de Benito Mussolini en el patio trasero del Vaticano.
Eso implicaba, entre otras cosas, no denunciar las masacres de las SS, incluso cuando los judíos estaban siendo detenidos justo fuera de los muros del Vaticano, como sucedió el 16 de octubre de 1943, y subidos a trenes con destino a Auschwitz.
Otros documentos, en cambio, prueban la existencia de decenas de miles de registros bautismales otorgados a judíos para salvarles la vida.
También hay correspondencia secreta con Berlín del secretario de Estado vaticano durante el papado de Pío XII, donde se pide específicamente por la libertad o la vida de detenidos italianos que están en poder de los nazis.
Una visión más completa
Muchos de los académicos e investigadores que trabajaron el material coinciden en que con el acceso a los archivos habilitado por Bergoglio se puede armar un cuadro completo y complejo del papel que jugó Pío XII durante la Segunda Guerra.
En enero de 2022, el historiador Michael Feldkamp anunció haber descubierto en los archivos del Vaticano pruebas de que Pío XII había salvado personalmente al menos a 15.000 judíos del exterminio y que había enviado un informe sobre el Holocausto al gobierno estadounidense poco después de la Conferencia de Wannsee, aunque no le creyeron.
Otra investigadora, Marla Stone, profesora de la Academia Estadounidense en Roma, sintetizó así el panorama que daban los documentos: “Anteriormente, las opciones eran que Pío XII era el ‘Papa de Hitler’, profundamente simpatizante de los nazis, ansioso por una victoria nazi-fascista, obsesionado con la derrota de los soviéticos a toda costa y un antisemita dedicado. La otra posición historiográfica sostenía que Pío XII hizo todo lo que estuvo a su alcance para ayudar a quienes sufrían bajo la opresión nazi y fascista y que simplemente estaba limitado por las circunstancias. Hoy podemos tener un cuadro mucho más claro que supera esas simplificaciones”, explicó en una conferencia.
El primer paso para que ese cuadro pudiera construirse fue aquel del 15 de febrero de 2003, cuando el primer papa polaco de la historia de la Iglesia ordenó abrir, aunque de manera restringida, los documentos del Archivo Secreto Vaticano del período 1922-1939.
El papa Wojtyla nunca pudo beatificar al papa Pacelli, pero el 19 diciembre de 2009 otro papa, Benedicto XVI, tomó una decisión que tal vez le hubiese gustado: proclamó “Venerables” a Pío XII y a Juan Pablo II en un mismo acto.