El cadáver de Alicia Muñiz todavía yacía en el piso, debajo del balcón del cuarto que ocupó ese fin de semana trágico junto a Carlos Monzón en la casa de Pedro Zanni 1567 en Mar del Plata, cuando el actor Adrián Martel, más conocido como El Facha, despertó a su hijo a las siete de la mañana del domingo 14 de febrero de 1988.
-Romancito, levantate, nos tenemos que ir, pasó algo muy feo...
Esa frase escuchó entre sueños el niño de por entonces nueve años, que dormía plácidamente junto a Maximiliano -el hijo que habían tenido el boxeador y la vedette, modelo y actriz uruguaya hacía seis años- en la habitación de al lado con tan solo la pared de por medio, donde comenzó a gestarse la golpiza hacia la mujer que terminó en homicidio cuando él la arrojó al vacío desde el primer piso de la vivienda.
Hoy Román ya tiene 45, una mujer (Jennifer), dos hijos (Benjamín de 8, nacido en los Estados Unidos, y Tomás de 20) y una trayectoria en Miami como destacado corredor de bienes raíces. Todavía perdura en su memoria el amanecer de aquel día cuando abrió bien sus ojos y observó cuando se retiraba gran cantidad de vidrios rotos, macetas destruidas por el piso y policías por todos lados: “Gracias a Dios no llegué a ver el cuerpo. Siempre reviso mi memoria cuando me preguntan cómo no desperté en medio de semejante escándalo, o si el hecho no me dejó alguna secuela en mi psiquis. Y la verdad es que no lo sé. Quizás será porque no registré nada. Cuando nos fuimos ya había sucedido lo peor”, rememora.
Román explica que Carlos Monzón vivía con ellos porque era muy amigo de su padre, quien también había invitado a Alicia Muñiz a descansar: “Me acuerdo que Monzón hablaba de reconciliarse porque estaban peleados y terminó como terminó, en un desastre, lo que hoy se consideraría un femicidio, pero en ese entonces esa figura no era considerada en el Código Penal. Cuando pasó todo a mi viejo lo empezaron a considerar un dealer, decían que traficaba droga, cuando en Mar del Plata se sabía bien claro que era un simple consumidor perdido por la cocaína. También le encantaba el juego, la madrugada que pasó esto nos dejó durmiendo en su pieza a Maxi y a mí y se fue a jugar a los tragamonedas del club Peñarol, la noche lo perdía...”.
Hoy habla de Monzón y recuerda sus extraños comportamientos: “Yo era muy chico, pero cómo será la impresión que me causó siempre que lo consideraba bastante loco. Papá insistía con que un poco demente estaba y que no le llevara el apunte o no le diera importancia a lo que hacía o decía. Pero una vez me regaló una cuchilla que por el tamaño para mí que era pibe me representaba una especie de espada. ¿Sabés que me sugirió después de obsequiármela?: ‘Es para que cuando algún día la policía te pare y te maltrate, vos agarrás y se la clavás sin dudar’. Lo decía y yo no llegaba a darme cuenta si hablaba en broma, en serio o estaba borracho. La locura era que ese mensaje violento se lo estaba transmitiendo a un chico, algo que parece increíble pero fue real, te lo aseguro. Menos mal que mi papá después venía y me aclaraba: ‘nunca hagas nada de lo que te dice, está chapita este chabón’”, confiesa.
Román vivía con su madre y su hermana, pero tiene el mejor recuerdo de su infancia porque esperaba ansioso los fines de semana para ver a su papá y ni hablar de las temporadas de verano cuando El Facha se iba a trabajar junto a Alberto Olmedo y su elenco a Mar del Plata y él se convertía en el niño mimado: “Tuve un padre extraordinario, aunque no llegué a verlo casi junto a mi mamá. Pero siempre estaba pendiente de mí. Si tenía una novia le hacía saber que yo era su prioridad, un grande. Su problema era el consumo, eso lo terminó llevando a la tumba”, reconoce.
El 5 de marzo de ese mismo año ocurrió la misteriosa muerte de Alberto Olmedo, que cayó desde el piso 11 del departamento que ocupaba en el edificio Maral 21 cuando se encontraba con la actriz Nancy Herrera. La fatalidad volvió a golpear fuerte al Facha Martel y también a Román que lo adoraba: “Olmedo era genial conmigo, lo quería mucho. Todas las noches mi papá cenaba con él y yo estaba ahí, acompañándolos y escuchándolos, me fascinaba. Cuando me dio la noticia en casa me puse muy triste porque a El Negro lo tenía muy presente, se la pasaba haciendo chistes aunque era bastante serio. Todos eran muy buenos conmigo porque adoraban a mi viejo, que era un gran amigo y se hacía querer. Cuando volvíamos a Buenos Aires yo regresaba a casa con mi mamá. Los fines de semana él me venía a buscar e íbamos a comer a Los Años Locos. Era increíble porque lo conocía todo el mundo. Siempre me cargaba con que no me iba a dejar un mango de herencia, pero sí un pase libre para cuando fuera grande y quisiera entrar gratis a los boliches como el hijo de El Facha Martel”, revive con emoción.
A su mente llegan más postales en forma de recuerdo y cuenta que su padre siempre decía que lo iba a llevar a Disney, pero nunca pudo. “Yo me vine en 2010 con Jennifer a Estados Unidos, primero a manera de hobby, y después, como ella tenía la ciudadanía norteamericana por sus abuelos, yo también me hice ciudadano y nos casamos. Ya teníamos a Tomás que había nacido en la Argentina. Vivimos un tiempo en casa de la abuela de ella hasta que nos independizamos. Yo quería traer a papá, pero no tenía visa, luego enfermó seriamente y murió en 2013, no me dio tiempo, es una cuenta pendiente que tengo conmigo mismo y con él”, aclara.
Al tiempo de instalarse, y luego de varios trabajos comenzó con el negocio de bienes raíces y encontró su lugar. Vendedor nato, hace un paréntesis en su historia y explica: “A quien necesite comprar o alquilar acá le busco la propiedad que esté a su alcance a través de una amplia red de oferta y demanda que generamos. Pueden contactarme por mi Instagram @ronmanmartelok y brindo asesoramiento online”.
Después vuelve a su padre. Cuenta que el Facha siempre le reconocía que sabía que por culpa de la droga y de él mismo se estaba sacando años de vida. Aunque confiesa que nunca lo vio tomar. Eso sí, nunca dejaba que buscara cosas en sus bolsillos, seguramente porque siempre la llevaba allí para consumir cuando la necesitara. “Ya de más grande me habló de la cocaína, de que su problema fue que no le resultó complicado entrar sino salir, nunca lo terminó logrando. ‘Siempre tenés que tener tu autoestima bien alta Romancito, de esa manera seguro no caes, así que nunca aflojes ni te tientes’”, le repetía con frecuencia.
“¿Ya pasaron treinta y seis años del día en que Monzón mató a Alicia Muñiz?”, comenta a Infobae desde Miami mientras transcurre la charla. “No lo puedo creer, tampoco lo que viví esos años. Hace poco sufrí la pérdida de mi madre y reflexioné acerca de la importancia de tener una familia. Mis viejos hicieron lo que pudieron. Mamá fue de fierro, papá hizo lo que pudo, pero nunca cometió errores ni conmigo ni con mi hermana. Siempre que lo necesité lo tuve. Hizo de todo para sobrevivir: trabajó en un circo por un plato de comida, quería mucho a Hugo Sofovich y a Adrián Suar porque decía que le daban laburo y eso lo hacía digno, y también a Jacobo Winograd y Guillermo Marín, el dueño del restaurante El Corralón, amigos de la noche, pero que siempre estaban al pie del cañón. Se las rebuscaba siempre como podía, eso lo aprendí de él y me sirvió cuando recién llegué a los Estados Unidos e hice de todo, fui portero, manejé un Uber... Ese fue el mejor legado que me dejó, no tengo dudas. Siempre pienso cuando me voy a dormir o charlo con mis hijos y mi mujer que si no hubiese consumido hoy estaríamos paseando juntos por Disney como soñaba. O nosotros visitándolo los veranos en Mar del Plata con mi familia para que mis hijos lo pudieran ver sobre el escenario”.