Por lo general se tiene poca conciencia de estar transitando una última vez. No se suele saber que ese camino que se recorre, ese beso que se da, esa mirada, son los finales, nunca volverán a ser.
A pesar de eso, no sería equivocado suponer que ellos cuatro, mientras se dirigían a lo más alto de ese edificio londinense, sabían que era muy difícil que volvieran a tocar juntos en público.
El mítico show de la terraza
Cuando ese mediodía del 30 de enero de 1969 los cuatro Beatles salieron a la terraza, hacía dos años y medio que no tocaban en vivo. Había mucho viento y menos de seis grados. Para combatir el frío Ringo utilizó un piloto de cuero rojo de su esposa Maureen y John un tapado de piel marrón de Yoko. George también se cubrió con una piel, mientras que Paul prefirió un traje de tres piezas oscuro. Pero más allá de cómo están vestidos, lo que se ve en esas imágenes en que cada uno de los cuatro ya es como sería los años siguientes. Son cuatro individualidades. Ya no están uniformados, con el pelo cortado igual o con bigotes reglamentarios.
En esa terraza, 55 años atrás, los pocos testigos están presenciando un estertor de los Beatles.
La historia de Los Beatles podría contarse centrándose en la lucha del grupo por cambiar de rumbo, por alejarse de lo que habían llegado a dominar. Los Beatles se habían convertido en artistas de estudio. Y contra eso querían batallar. Se habían propuesto demostrar que podían tocar sin toda la parafernalia con la que George Martin, su productor, traducía sus deseos.
Por algo eran los artistas más grandes del planeta. Ellos también podían rockear, hacer canciones directas, sin la magia del estudio. Como los Rolling Stones o como The Who. Canciones más directas en las que su habilidad como intérpretes se manifestara con claridad, que no existiera posibilidad de camuflarse tras efectos, invenciones y descubrimientos.
Las internas de la banda
Los Beatles atravesaban una gran crisis interna. Sus caminos estaban empezando a separarse. El éxito y el crecimiento les estaban pasando factura. Los equilibrios internos se habían evaporado y parecía que, a esa altura, era imposible recuperarlos. A principios de 1969 se encontraron en los estudios de Twickenham para grabar un nuevo disco. Una vez más deseaban virar la nave. No se estancaban jamás. Si venían de la experimentación y la variedad del Álbum blanco, editado unos pocos meses antes, buscarían un camino diferente.
Otra circunstancia regía la grabación del álbum: un equipo de filmación seguiría todos sus pasos para registrar en un documental el proceso de creación. El proyecto (el disco y la película) tenía por título “Get Back”, la canción compuesta por Paul que suponían sería el centro del LP.
La convivencia entre los cuatro se estaba haciendo imposible. En esos primeros días de enero todo explotaría. Cada uno parecía estar pensando en cosas diferentes. Sus objetivos personales ya no coincidían con los del conjunto, se habían alejado de manera inexorable. Aunque todavía no querían o no podían reconocerlo.
Ringo estaba preocupado por su nueva carrera como actor; el grupo se había comprometido a terminar la grabación a mediados de febrero para que él llegara a tiempo al rodaje de una nueva película. George no se sentía reconocido por sus compañeros; creía que el tiempo del menosprecio y de la postergación había terminado y reclamaba que un mayor número de sus canciones ingresaran a los discos y compartir las decisiones creativas con la dupla Lennon-McCartney. John luchaba contra una doble dependencia: a la heroína y a su nuevo amor, Yoko Ono. Mientras Paul, ya en pareja con Linda Eastman, trataba de llevar adelante la grabación, convirtiéndose en el líder con un estilo algo autoritario.
Las condiciones de trabajo atentaron contra el inestable equilibrio del grupo. Grabar en otro estudio, con los miembros del equipo de filmación del documental alrededor (y las cámaras encendidas todo el tiempo), en horarios de oficina (no en largas noches como en sus últimos discos) y con John pegado siempre a Yoko. Todas malas ideas, todos factores desencadenantes del desastre que ocurrió el 10 de enero. Luego de una discusión con Paul, cansado de sus órdenes y de que lo consideren un actor de reparto, George Harrison tomó su guitarra (una Fender Rosewood Telecaster que fue creada especialmente para él: la guitarra ocupó un asiento de avión en su viaje trasatlántico para estar resguardada) y se retiró del estudio. Al llegar a su casa, esa misma tarde, compuso Wah Wah que integraría el triple All things must pass, su primer disco solista. Allí, en pocos versos, describe sus sentimientos respecto a su situación en la banda, su frustración y los deseos de continuar por su cuenta: no necesita de Los Beatles para ser feliz.
La incorporación del “quinto beatle”
John y Yoko, de improviso, fueron a casa de George a desayunar e intentar convencerlo de retornar. Luego de unos días lo hizo, pero imponiendo sus condiciones. Llevó consigo a Billy Preston, que durante esas sesiones sería el “quinto beatle”, con sus teclados y exigió que se respetara su espacio creativo. El cimbronazo de la partida de George (hay que recordar que durante la grabación del disco anterior había sido Ringo el que se había hartado y había partido durante unos días), la incorporación de Preston y la decisión de ir a grabar a los estudios del edificio de Apple, la empresa de la banda, lograron torcer el rumbo. Las canciones empezaron a surgir, las risas regresaron y los otros tres parecieron dispuestos a obviar que Yoko permanecía todo el tiempo adosada a John como una siamesa incestuosa.
El segmento final del documental que preparaban nunca estuvo en discusión. Sería el grupo tocando varias canciones en vivo. Pero ¿dónde debía ser esa actuación? El grupo más grande del mundo no podía tocar en cualquier lado. El marco debía estar a la altura de ellos. Alguien pensó en un gran teatro londinense pero solo con público exclusivo y las mejores condiciones de grabación; uno dijo que la mejor opción parecía ser el Desierto del Sahara: ellos cuatro perdidos en la inmensidad; alguien propuso que el marco fueran las Pirámides de Giza; otro sugirió que debían presentarse en un antiguo coliseo romano situado en Túnez. Pero a último momento se decidió que esa actuación tuviera lugar en la terraza del edificio de Apple. La idea se le atribuye a John (eso consigna Billy Preston en sus memorias), al director del documental Michael Lindsay Hogg, y hasta Glyn Johns, el ingeniero de sonido, se adjudica el mérito. Lo cierto es que varios factores confluyeron para que el último concierto en vivo de los Beatles haya sido en la terraza del edificio ubicado en el número 3 de la calle Savile. Las relaciones entre los miembros del grupo, como vimos, no eran las mejores y encarar un largo viaje podía hacer peligrar los avances logrados; los tiempos apremiaban y el presupuesto estaba excedido; el desinterés de John aseguraba su presencia si solo debía subir desde el sótano, donde estaba el estudio de grabación, a la azotea.
Hay otro factor que no siempre es tenido en cuenta. Y que debe haber servido como inspiración. Menos de dos meses antes, en la terraza de un hotel de Manhattan, el grupo Jefferson Airplane había hecho lo mismo. A las 7:45 de la mañana, una arenga de su cantante, Grace Slick, despertó a todo el barrio y el grupo tocó a un volumen muy alto durante siete minutos. La grabación de esa actuación la dirigió Jean Luc Godard y una de sus escenas icónicas es la de la pareja que se asoma por una ventana del hotel, con la chica envuelta en una sábana, tratando de entender lo que sucedía. La actuación de Jefferson Airplane fue corta porque la policía la interrumpió de inmediato. Muy posiblemente, Los Beatles, jugaron con esa posibilidad y calcularon el efecto dramático que podía llegar a tener en su documental la aparición de los policías londinenses.
Los momentos previos al show
Los transeúntes miran para arriba. En la terraza hay mucha gente. El cielo está gris, cerrado. John tiene sus anteojos Lennon, de marco redondo; Ringo el pelo salvaje y la liviandad que lo caracteriza; Paul es más formal con su chaleco y barba abundante, atento al movimiento de los demás; George no tiene protagonismo (no es la voz principal en ninguno de los temas), pero es una presencia luminosa y algo etérea con su guitarra. Las personalidades se asentaron, las individualidades se imponen y el grupo se descompone. Los cuatro están listos para iniciar su propio camino. Es inexorable. En la filmación se percibe algo de tensión en sus caras antes del inicio. Paul salta en el lugar para entrar en calor. Alrededor de ellos, solo el equipo de filmación, sus esposas y directivos y colaboradores de Apple.
La actuación duró algo más de cuarenta minutos, pero en el film se conservaron 22 minutos (el resto son tomas de las mismas canciones). El director Michael Lindsay Hogg hizo un extraordinario trabajo. Dispuso cinco cámaras en la terraza, otra en una azotea aledaña, algunas más en la calle y otra, oculta, en la recepción del edificio.
Detengámonos un segundo en el cineasta que también tiene una gran historia por contar: hizo su carrera como director de películas musicales (trabajó también con los Rolling Stones y con The Who) y fue uno de los pioneros de los videoclips. Pero lo que nos interesa es su filiación. Esta habilidad, tal vez, haya sido genética. Se cree que su padre fue Orson Welles, aunque nunca pudo probarse ni siquiera con un estudio de ADN que propulsó la hija de Welles.
Los Beatles arrancaron con “Get Back”. Suenan aceitados y en forma. No hay pifias, y con el avance de la interpretación se van soltando. Disfrutan. A pesar de que se ha rumoreado que esa canción, uno de sus versos, fue otro de los motivos de disputas intestinas. La leyenda sostiene que John se molestó cuando Paul, en el estudio, miraba fijamente a Yoko cada vez que entonaba la línea: “Get back to where you once belonged” (Regresa al lugar donde alguna vez perteneciste). Luego cantaron “Don’t let me down”, una canción bellísima en la que John se dirige directamente a Yoko, clama por su ayuda y declara que es la primera vez en la vida en que está enamorado. La tercera fue “I’ve got a feeling”, un tema que, como en las primeras épocas, era verdaderamente compartido en su autoría por Lennon y McCartney: unieron fragmentos de dos canciones que tenían como en esa catedral de la canción contemporánea que es “A day in a life”; “One after 909″ era una canción que tenían compuesta desde 1963; el último tema nuevo fue “Dig a pony”, un nonsense de John ejecutado magistralmente. La presentación (según quedó registrado en la película) cerró nuevamente con “Get Back”.
Las cámaras que no apuntaban a los músicos permitieron darle carnadura dramática a esos 22 minutos musicales. No es que el registro de la histórica presentación de ellos cuatro no bastara. Pero el director hizo un gran trabajo al captar la reacción de los transeúntes cuando escuchan el estruendo de las primeras notas y descubren que están siendo espectadores de un recital de Los Beatles. Vemos que las terrazas se van poblando (en un plano memorable, un hombre mayor con bombín y pipa entre sus labios sube trabajosamente una escalera de incendios para ver más de cerca a los músicos), que en las veredas la gente se amontona y que el tráfico colapsa en pocos minutos. Sobre “I’ve got a feeling”, el director deja algunos testimonios de los transeúntes. La mayoría se muestra fascinada ante la ocasión histórica, alguno sugiere que esa música tiene lugares más aptos para ser tocada y un hombre mayor se desencaja al grito de: “Quiero que este maldito ruido pare de una vez. ¡Es una absoluta desgracia!”. Ni siquiera Los Beatles consiguieron unanimidad.
Tensión con la policía
El gran truco dramático es el de la presencia policial, muy probablemente inspirado en el episodio de Jefferson Airplane en Nueva York. La decisión de tener cámaras en la calle y en el vestíbulo tuvo su rédito cinematográfico. En el primer tema observamos algunos Bobbies inquietos en la calle. Mientras avanza la actuación van llegando más, hablan entre sí, planean una acción.
Hasta que en la última canción ingresan al edificio e interrumpen la actuación. Esa presencia policial es inquietante y está muy bien contada. Pero los hechos habrían distado de ser como quedaron registrados en el film. El show duró 43 minutos, lo que significa que la policía dejó a Los Beatles hacer su número un buen tiempo. Algunos testigos dicen, también, que en virtud de que se trataba de la banda más famosa del mundo a uno de sus colaboradores más directos se le avisó que la policía se tomaría diez minutos antes de irrumpir (por llamarlo de alguna manera) en el edificio. Dicen que en esos diez minutos se batieron récords de cantidad de veces que fueron accionadas las cadenas de los baños del edificio: cuando entró la policía ninguna sustancia prohibida subsistía.
El disco y el documental fueron rebautizados como Let it be. Este fue el último álbum en aparecer de los Beatles pocos días después del anuncio de su disolución como grupo. Pero el último en ser grabado fue el magistral Abbey Road, otra obra maestra. Luego de la aparición de Abbey Road, las cintas de las sesiones de principios de 1969 fueron puestas en manos de Phil Spector, el productor discográfico que adosó su “pared de sonido” a las grabaciones para disgusto de Paul.
Tanto el disco como el documental tendrían nuevas, hermosas y emocionantes versiones posteriores.