En 1908, muy debilitado, a ese cura todo terreno no le quedó más remedio que renunciar al curato del Tránsito, y fue a pasar sus últimos años a Santa Rosa del Río Primero, donde vivían dos de sus hermanas. De tanto tomar mate con los leprosos, a quienes visitaba habitualmente, esa enfermedad lo había dejado ciego. Debía contar con el auxilio de un lazarillo y había que leerle. “Ya tengo pasto para rumiar todo el día”, solía decir cuando terminaba de escuchar una lectura.
En 1912 decidió regresar para poder hacer realidad uno de sus proyectos que no había podido concretar, que era llevar el ferrocarril. Sus amigos lo convencieron de que se reuniese en la ciudad de Córdoba con el líder radical Hipólito Yrigoyen, que estaba de visita en la provincia. El futuro presidente quedó impactado por su personalidad.
Carreta Quemada sigue siendo un paraje cordobés, ubicado a pocos kilómetros de la Villa Santa Rosa de Río Primero. Un lluvioso 16 de marzo de 1840 allí nació José Gabriel del Rosario Brochero, ese cura gaucho que acostumbraba decir “cualquier día voy a permitir que el diablo me lleve un alma”.
De adolescente sufrió viruela, a la que hacen responsable de esas facciones rígidas de su rostro. La leyenda dice que al día siguiente de su nacimiento, la yegua en la que lo llevaban al pueblo para bautizarlo resbaló y fue tal el susto de ese bebé que contrajo la cara y así le quedó para siempre.
Tuvo nueve hermanos, ocho de ellos mujeres. Su papá se llamaba Ignacio Brochero y fue a su mamá, Petrona Dávila, a la que un día le dijo, señalando al párroco Adolfo Villafañe, que quería ser como ese cura. Fue con la ayuda y los consejos de Villafañe que a los 16 años ingresó al seminario, del que saldría ordenado diez años después.
Muchos en el pueblo lo recordaban de niño, arrodillado y con los brazos apuntando al cielo, a la orilla de ese río crecido, donde un amigo luchaba por no ahogarse. Y de pronto, de la nada, apareció un gaucho que rescató al chico.
Cuando en 1869 fue nombrado vicario del entonces departamento de San Alberto, hoy valle de la Traslasierra, ya habían tenido años ocupados. Ordenado cura el 4 de noviembre de 1866, estuvo en la catedral de Córdoba, fue prefecto de estudios del colegio y seminario Nuestra Señora de Loreto y al año siguiente se dedicó a asistir enfermos de la epidemia del cólera que azotó a la ciudad.
Demoró tres días en mula para llegar a su curato, un bellísimo lugar muy alejado de todo. Percibió que la gente del lugar necesitaba de una pronta inyección religiosa. Lo primero que hizo en ese extensísimo territorio de algo más de cuatro mil kilómetros cuadrados fue concluir la construcción de la capilla de San Pedro. Se procuró de los materiales, conseguir la madera y recaudar el dinero necesario. No le importó cuando los peones lo dejaron plantado, y recurrió a un grupo de seminaristas que de casualidad veraneaban en la localidad cercana de San Javier. Con ellos terminó el templo.
Una de sus obras más importante es la Casa de Ejercicios, que estuvo lista en 1877. En el acto de inauguración, convocó al gaucho sanjuanino José de los Santos Guayama, una suerte de bandolero rebelde que había peleado junto al Chacho Peñaloza y Felipe Varela, para muchos una figura mítica condimentada por la cultura popular al ser conocido por ayudar a los pobres y que alcanzaría ribetes casi místicos. Por años estuvo en la mira de la justicia y de los distintos gobernantes.
Para Brochero, Guayama fue uno de los cuatro mejores amigos que tuvo. Había logrado convencerlo de expiar sus pecados y que se convirtiera de una buena vez. Guayama había accedido, tal vez cansado de tantos años de luchas montoneras contra el poder central de Buenos Aires. Sin embargo, el caudillo terminaría cayendo en una emboscada luego de ser engañado con un perdón ficticio. Luego de un juicio sumarísimo, fue fusilado junto a sus seguidores.
Alguien alguna vez dijo que Brochero se había puesto “la Patria al hombro”. La enumeración siempre será incompleta. Porque fundó escuelas rurales, casas parroquiales y una casa de los misioneros, transformando la región. Hizo caminos, llevó agua al pueblo, hizo instalar al correo. Se preocupó por el desarrollo de la tierra donde llevó adelante su acción evangelizadora. “Bordeando la sierra, jinete en su jaca / va el fraile Brochero leyendo el Breviario; / debajo del brazo sostiene una estaca / sobre cuyos nudos se enrosca el Rosario…”, escribió el poeta Belisario Roldán.
Era una figura muy presente en la comunidad. Amante de los asados, era común que mediase en conflictos entre paisanos. Manejaba el mismo lenguaje de los gauchos, hacía un uso preciso de refranes y sabía contar historias, matizadas con anécdotas. Algunos curas no estaban de acuerdo con las expresiones vulgares y hasta con el uso de malas palabras que empleaba para acercarse a la gente.
Construyó las iglesias de San Vicente, la de Las Rosas, la de Ciénega de Allende; recuperó la antigua iglesia de Nono, levantó el Colegio para Niñas, y su última obra fue la construcción de la parroquia de Panaholma.
Montado en su mula Malacara, recorría su curato y era común verlo tomar mate con los leprosos que vivían en la región, desoyendo las advertencias de contraer esta grave enfermedad. Contagiado, le afectó la vista y luego la audición y ya no pudo salir solo, sino que lo hacía con el auxilio de Victorino Palacios, que hacía de lazarillo.
Pasaba el día rezando el Rosario y meditando. Se hacía llevar a la iglesia donde escuchaba de pie la lectura del Evangelio. Murió el 26 de enero de 1914. “Ahora, puestos los aparejos, estoy listo para el viaje”, fueron sus últimas palabras.
Los milagros
Uno fue un violento accidente automovilístico ocurrido el jueves 28 de septiembre de 2000, en Falda de Cañete, cerca de Alta Gracia, en Córdoba. El otro fue una cruel golpiza, en San Juan. Los desenlaces de ambos hechos fueron pruebas concluyentes de dos milagros atribuidos a Brochero.
Los Flores viajaban en su automóvil. Osvaldo Flores junto a su esposa Sandra Violino, su pequeño hijo Nicolás de 11 meses; manejaba el abuelo de la familia y completaba la abuela Nora.
De pronto una camioneta Ford, sin luces, se cruzó de carril y los impactó. El abuelo falleció, la abuela Nora sobrevivió; Sandra tenía sus piernas fracturadas y Osvaldo salió ileso. Sin embargo, el pequeño Nicolás estaba en el asfalto con pérdida de masa encefálica y ósea y casi no respiraba.
Su papá, que le hizo respiración boca a boca, comprobó que la criatura no reaccionaba. Un bombero que pasó casualmente por el lugar le hizo las maniobras de reanimación. Le rogó al cura Brochero que le salvara la vida.
El estado de Nicolás era muy grave. Había sufrido tres paros cardíacos, uno de varios minutos. Tenía serios problemas neurológicos y en el Hospital de Niños Santísima Trinidad eran pesimistas. Sorprendentemente semanas después se recuperó. Aún cuando los médicos advirtieron que, de recuperarse, quedaría con una total discapacidad, la única secuela fue una leve disminución de su movilidad de su parte derecha. Hace una vida completamente normal.
El miércoles 30 de octubre de 2013 una mujer ingresó a la guardia del Centro Infantil de la Mujer y el Niño, en San Juan. Llevaba en sus brazos, desmayada, a Camila, de 8 años. Su mamá Alejandra Ríos dijo que se había caído del caballo. Al examinarla, los médicos no le creyeron. Tenía destruido el parietal derecho y marcas de moretones que no eran recientes. Fue la abuela Marina que le rezó a Brochero.
La mamá y su pareja quedaron imputados por tentativa de homicidio y lesiones graves. La criatura tuvo una recuperación que los médicos describieron como milagrosa, no encontraron otra explicación, ya que era muy probable que quedase en estado vegetativo. El 22 de diciembre de 2013 le dieron el alta.
El Vaticano certificó la concreción de estos dos milagros y el domingo 16 de octubre de 2016, durante una misa en la Plaza San Pedro, Brochero fue canonizado por el Papa Francisco. Era la culminación de un largo proceso iniciado en 1967.
Así se convirtió en el primer santo que nació, vivió y murió en la Argentina.
Desde 1916 la entonces Villa del Tránsito fue bautizada como Villa Cura Brochero. Sus restos descansan en la iglesia Nuestra Señora del Tránsito. Toda la zona remite a este cura, querido y respetado que con un lenguaje sencillo, llegaba al corazón de la gente, donde se quedó para siempre.