Su muerte ocurrió cuando él era muy joven pero no parece haber sido prematura.
John Belushi fue una fuerza de la naturaleza, un actor con una potencia pocas veces vista. Torrencial, imprevisible, desbocado. El primer cómico con vida y actitud rocker (ahí están sus múltiples tapas- en vida y póstumas. en la Rolling Stone para probarlo). Fue el protagonista de muchas historias legendarias sobre excesos. En poco más de cinco años dejó su huella en la televisión norteamericana, protagonizó un puñado de películas exitosas y grabó tres discos, uno de los cuales llegó al número uno de los rankings.
Hoy John Belushi cumpliría 75 años. Vivió apenas 33. Se hace difícil imaginarlo transitando su vejez. Es como si hubiera estado signado por la intensidad, por la desmesura. Como si nunca hubiera contemplado tiempos quietos, o al menos apacibles.
Sus últimos años estuvieron dominados por el alcohol, la droga y la búsqueda del proyecto ideal para que su talento explotara. En la mesa de trabajo de los lugares en los que vivía en Nueva York y en Los Ángeles se apilaban guiones cinematográficos y cocaína.
A principios de 1982 había pasado varias semanas en Los Ángeles. Se había alejado un tiempo de Manhattan buscando escapar del frío y de algunas compañías. En la Costa Oeste sólo encontró un clima más benigno. Su esposa Judy, a la que había conocido en el colegio secundario, no lo acompañó. Ella necesitaba un poco de tiempo, todo lo que había intentado para encarrilarlo había fracasado.
Belushi también buscaba terminar un guión que lo obsesionaba: Noble Rot, una comedia romántica que involucraba un robo ingenioso en la California de los primeros tiempos de la instalación de los viñedos. Llevaba consigo a todos lados unas hojas mecanografiadas y sucias con restos de vino y cocaína en las que intentaba desarrollar la historia.
Llegó a Los Ángeles el 28 de febrero de 1982. Se instaló en el bungalow número 3 del Chateau Marmont, un legendario hotel utilizado por las estrellas de la colonia artística. En seguida desplegó sus papeles y consiguió una buena cantidad de cocaína y heroína.
Estaba muy desmejorado. No dejaba de aumentar de peso, las ojeras competían con sus famosas cejas, estaba sucio y su conducta era errática y mutaba entre la indolencia y la agresión. Sin embargo las propuestas le seguían llegando. Ya había cerrado la participación en seis películas más. Los productores no se desalentaban por su aspecto, por el hedor que despedía, ni por su dispersión constante: no podía mantenerse alerta o concentrado por más de cinco minutos. Tampoco por las historias de sus problemas en los sets en los últimos años, ni por la baja performance en taquilla de sus últimas películas. John Belushi seguía siendo atractivo para la industria.
En Los Ángeles se reunió con su representante, Bill Brillstein, y con directivos de estudios que le dijeron que a su guión todavía le faltaba trabajo. Sus amigos Dan Aykroyd y Robert De Niro le pidieron que se sumara a sus próximos proyectos. Aykroyd estaba terminando de escribir Los Cazafantasmas y quería que John, junto a él y Bill Murray -tres ex Saturday Night Live- fuera el protagonista. De Niro había negociado con Sergio Leone reservarle un lugar en el elenco de Érase una vez en América.
Sus noches eran largas. Ya no lo acompañaba como en Nueva York, Smokey, un asistente personal que le habían puesto su representante y su esposa cuya labor principal era mantener la cocaína lo más lejos posible de la nariz de John Belushi. Cuando algún periodista le hablaba de su consumo, él respondía: “Siempre me drogué de la misma manera. Sólo que ahora tengo más plata y soy más famoso”.
Por el bungalow del Chateau Marmont pasaban amigos, dealers y aprovechadores que sabían que siempre tendrían cocaína disponible sobre la mesa del living. Por esos días a John lo acompañaba Cathy Smith, una mujer de ojos duros. Había sido una activa groupie a principios de y mediados de los setenta, pero las bandas buscaban siempre chicas de la misma edad; y ella iba cumpliendo años. Salió con Levon Helm de The Band y fue pareja de Gordon Lightfoot. Después tuvo que dedicarse a otra cosa. Siguió en el ambiente tratando de sobrevivir con su encanto y con bolos en series y películas, o como corista de bandas clase B. Hasta que desarrolló un nuevo oficio: le hacía mandados a los famosos. Era una especie de facilitadora. Muy rápidamente esas diligencias se transformaron en algo más. Belushi fue una presa fácil para ella. Kathy había pasado los últimos días en el bungalow N° 3 del Chateau Marmont junto a John. Como a él le daban aprensión las jeringas, era ella quien le inyectaba el Speedball, esa mezcla de heroína y cocaína que durante la autopsia encontraron en la sangre del actor.
Para ese entonces, para los primeros días de marzo de 1982, sus días no se diferenciaban unos de otros. Brillstein le tenía que recordar sus compromisos y con Bill Wallace, un asistente que oficiaba al mismo tiempo de entrenador personal, guardaespaldas y valet que intentaba ponerlo en condiciones para las reuniones, arrastrarlo hacia los encuentros con hombres poderosos de Hollywood.
¿Por qué la industria seguía buscando a Belushi? ¿Por qué seguía apostando a él? Porque era evidente que no había otro como él.
John Belushi integró el primer elenco de Saturday Night Live, el programa legendario de televisión creado por Lorne Michaels. Fue elegido por la Rolling Stone como el mejor actor de la historia del show cómico. Un ranking en el que también estaban Bill Murray, Eddie Murphy, Billy Crystal, Adam Sandler, Dana Carvey, Chris Farley, Chevy Chase y casi todos los grandes cómicos norteamericanos del último medio siglo. Fue quién mejor representó el espíritu del programa. El “vivo”, el actuar sin red, el riesgo, el vértigo, el cruce de los límites conocidos. El que justificaba que se emitiera con seis segundos de retraso para poder censurar cualquier exceso. Las abejas, los Blues Brothers, un Beethoven que se drogaba en cámara y se transformaba en Ray Charles (él en vez de usar harina esnifaba cocaína real), los Blues Brothers, la imitación de Kissinger o el samurai –al que nunca le escribieron un texto, ese personaje era pura improvisación-. También triunfó en cine y tuvo un disco número uno en los charts. Y fue la imagen del desmadre, del exceso, del descontrol de una época.
John Belushi fue el último en ingresar al elenco de los siete protagonistas iniciales de SNL. Ya era conocido en el mundo de la comedia. Sus actuaciones en Second City de Chicago y en el programa radial de National Lampoon le habían hecho un lugar. Pero a Lorne Michaels no lo convencían algunos aspectos de su persona y de su estilo de humor. Por un lado, Belushi se vanagloriaba de no ver televisión. “En casa mi TV está toda escupida”, le dijo a quien le propuso participar del casting del futuro programa. Por otra parte, su modo de entender la comedia era muy físico, casi brutal. Y esa cosa salvaje e impactante tal vez era demasiado para la NBC. Finalmente hizo una audición y de inmediato quedó incorporado al elenco que se llamó Not Ready for The Prime Time (Los que no están listos para el horario central: era una burla al ensamble del competidor, el programa de Howard Cossell).
Alguien los llamó los Beatles de la Comedia. Dan Aykroyd, Chevy Chase, Gilda Radner, Larraine Newman, entre otros. Y eso que Bill Murray, durante ese año, siguió trabajando para la competencia y Billy Crystal fue dejado a un costado horas antes de la primera emisión (recién regresó ocho años después).
Después de un comienzo dubitativo, el programa adquirió el formato por el que se lo conoce hasta hoy: un presentador famoso cada sábado, un número musical, sketches en vivo el elenco y un noticiero paródico. 90 minutos de humor al límite en vivo. A las pocas semanas SNL había llegado a la tapa de la revista dominical del New York Times y a la de la revista New York. Se convirtió en un boom. Un nuevo lenguaje y nuevos límites que se cruzaban.
El actor que primero se destacó, que fue reconocido por el público, fue Chevy Chase, con su esmeriladora imitación del presidente Gerald Ford que llevó a algunos analistas a sostener que fue clave en su derrota electoral. Eso generó celos en John que estaba acostumbrado a liderar en cada lugar en el que trabajaba; además, lo acompañaba la convicción de que él era mucho más talentoso y arriesgado que Chase. Las rispideces entre los dos crecieron programa a programa. También los problemas de Belushi con las drogas. Cuanto más famoso era más abusaba de las sustancias. Michaels lo suspendió varias veces y en alguna ocasión no estuvo en condiciones de salir al aire. Bob Woodward, uno de los dos periodistas del Watergate, en Wired, su biografía del cómico, cuenta que una vez, horas antes de que comience el show su estado era tan lamentable que debieron llamar a un médico. El doctor le dijo que no podía actuar. Lorne Michaels preguntó qué podía suceder si lo hacía:
- Se puede morir- dijo el doctor
- ¿Qué probabilidades existen de que suceda?- preguntó el creador de SNL.
- Un 50 por ciento
- Tenemos bastante posibilidades a nuestro favor entonces- dijo Michaels y Belushi esa noche se presentó ante cámaras. Su labor estuvo lejos de ser buena.
El camino que había iniciado Chevy Chase de abandonar el programa para dedicarse al cine fue seguido por él. Los productores de Hollywood se peleaban por tener a los miembros de SNL en sus películas. Al principio, John Belushi tuvo un suceso fenomenal con Colegio de Animales. Esa película no sólo reventó la taquilla (en su momento fue el film que mayores beneficios dio en la historia teniendo en cuenta su inversión inicial) sino que dio inicio a ese subgénero de comedias de trazo grueso con estudiantes –secundarios o universitarios- con final edificante que tuvo tantos exponentes en los años siguientes hasta mediados de los ochenta.
Su otro gran éxito en el cine fue The Blues Brothers. El número de esos cantantes de soul vestidos de negro había nacido como un mero entretenimiento. Belushi había cantado en sus primeros años profesionales en Chicago. Con Aykroyd formaron ese dueto para entretener al público en el estudio de SNL antes de que iniciara el show. Michaels los escuchó (y en especial lo vio moverse en el escenario) y los incluyó entre los sketchs del programa. Cada vez que aparecían tenían gran repercusión. Sacaron un disco que llegó al primer lugar del ranking (luego saldrían otros dos). La banda era muy buena, integrada por músicos dúctiles y experimentados; un ejemplo: la base rítmica era la de Stax. Eso naturalmente los llevó a la adaptación cinematográfica. La paradoja es que el rodaje de The Blues Brothers marcó el fin de la participación de Belushi en SNL.
La conducta del cómico en el rodaje fue errática. El presupuesto se excedió por la cantidad de figuras invitadas (Aretha Franklin, Ray Charles, entre otros), por las tumultuosas persecuciones (y destrucciones) de autos y por el consumo desaforado de cocaína. Los gastos de droga estaban incluidos en el presupuesto de filmación.
John Landis, el director de las dos películas, contó que durante Colegio de Animales su estado y conducta eran muy buenos. Durante Blues Brothers un día lo encontró desnudo y orinado, tirado semi inconsciente sobre una montaña de cocaína.
En esos años también filmó la comedia Continental Divide, 1941, el intento cómico de Spielberg (tal vez su único fracaso) y Vecinos, otra con Aykroyd en la que cambiaron sus roles naturales: Belushi hacía de apocado y su compañero de desaforado. Ese error de casting y el mal estado de Belushi condenaron las posibilidades comerciales de la obra. Con tres fracasos consecutivos, Belushi buscaba denodadamente un éxito.
Para eso había vuelto a Los Ángeles.
Bill Brillstein había aceptado representar a Belushi en circunstancias poco usuales. El día del estreno de SNL en 1975, cinco minutos antes de salir al aire, vio a John sentado en un banco, ya vestido como una abeja para salir a escena, hablando con dos hombres de traje. Brillstein se acercó para ver qué sucedía, era el manager de Lorne Michaels y quería ayudar. “Si no firma el contrato, el canal no le puede permitir aparecer en el aire”, le decían los ejecutivos de la NBC a Belushi. El manager le dijo que lo firmara tranquilo. El actor le preguntó cómo sabía que debía hacerlo. “Porque lo escribí yo”, mintió. “Perfecto. Lo firmo con la condición de que seas mi manager”. Brillstein, casi sin saber con quién estaba tratando, aceptó.
Pero el 4 de marzo de 1982 todo había cambiado. Belushi era una gran estrella y nadie ignoraba sus problemas con las adicciones. Cuando apareció por la oficina de su manager para pedirle plata, éste se negó; sabía que la usaría para drogarse. Tras la negativa, Belushi armó un gran escándalo en la agencia. No era la primera vez que sucedía. A las pocas horas regresó. Ya sin furia, como si no hubiera sucedida el episodio anterior. Brillstein estaba reunido con ejecutivos importantes. Apenas lo vio por las paredes de cristal de su despacho temió otro escándalo. Belushi ingresó, saludó con amabilidad y le pidió 1.800 dólares para comprar una guitarra que había pertenecido a Bill Halley. Cuando el manager empezó a hacer un cheque, el actor le aclaró que sólo aceptaban efectivo. Se fue de la oficina con el dinero en su bolsillo.
Se presume que luego visitó a su dealer antes de recluirse en su bungalow del Chateau Marmont. La noche del 4 de marzo Robert De Niro y Harvey Dean Stanton lo llamaron para que los acompañara a un club nocturno. Belushi no atendió el teléfono. Los actores lo visitaron en su habitación. La suciedad del lugar y la presencia molesta e inquietante de Cathy Smith los espantó. Estuvieron sólo unos pocos minutos. Belushi les dijo que fueran sin él y que al regreso lo visitaran.
De Niro y Dean Stanton volvieron unas horas después con dos chicas y fueron directamente a la habitación del actor de Toro Salvaje. Durante la noche se habían cruzado con Robin Williams y habían acordado reunirse en lo de Belushi. Williams llegó al bungalow a eso de las 3 de la mañana. Aspiró unas líneas de cocaína, llamó a De Niro que se alojaba en un pent house en el mismo hotel pero se fue antes de que éste llegara tras una discusión con Cathy Smith. Robert De Niro llegó unos minutos después. El panorama no había cambiado desde su visita unas horas antes. Sólo que la montaña de polvo blanco en la mesa había bajado bastante. De Niro aspiró alguna línea más y, presumiblemente, llevó algunos gramos para sus acompañantes.
Un poco pasadas las 7 de la mañana, un desayuno abundante pedido por Cathy Smith fue llevado a la habitación. La chica que lo llevó dijo que desde la puerta se escuchaban los fuertes ronquidos de Belushi.
Smith se empezó a arreglar para salir. John Belushi despertó y le pidió que no lo dejara solo. Ella le dijo que volvía en unas horas.
Cerca del mediodía, Bill Wallace, el asistente y guardaespaldas, golpeó varias veces las puertas del bungalow número 3. Llevaba bajo su brazo una máquina de escribir y unas resmas de papel para que el actor siguiera trabajando en su guión. Wallace no se sorprendió por la falta de respuesta. Estaba acostumbrado. Había calculado tener que despertar al actor, ayudarlo a despabilarse y convencerlo para prepararse para una reunión que tenía en un estudio unas horas más tarde. Entró a la habitación por un ventanal del costado. Ya lo había hecho varias veces. No lo asustó el estado del living aunque parecía un campo de batalla, de una batalla encarnizada. Ropa tirada por todos lados, comida podrida, pilas de platos sucios sobre la alfombra, decenas de latas de cerveza abolladas, botellas de vodka vacías, ceniceros rebalsados, algún vómito seco en un rincón; el hedor parecía tener consistencia, era una cortina espesa que había que atravesar. Cuando Wallace se asomó a la habitación no dio un paso más. Desnudo, en posición fetal, con la piel de un color grisáceo, John Belushi, el mejor actor cómico de su generación, yacía en el suelo. Pasado el impacto corrió hacia él. Trató de despertarlo y no pudo. Tomó el teléfono y llamó a Brillstein, su jefe y representante de Belushi (esos es Hollywood: primero se acude al representante antes que al doctor). “No puedo despertar a John”, le dijo. Fue su manera de pedir auxilio. Luego Wallace comenzó a hacer maniobras de resucitación. Pero nada funcionaba. Volvió a llamar a Brillstein. “Esto está muy mal. Es muy grave”. Brillstein envió a su segundo al hotel que estaba a 10 cuadras de distancia y llamó, ahora sí al 911. El hombre de traje de la oficina del representante y los médicos llegaron al mismo tiempo. Wallace seguía haciendo masaje cardíaco y respiración boca a boca. Lo alejaron del cuerpo. Y le informaron que ya no había nada que hacer.
John Belushi estaba muerto. Los pinchazos en los brazos los animaron a adelantar una conclusión antes de las pericias forenses. Muerte por sobredosis. Después se supo que tenía en el cuerpo dosis increíblemente altas de Speedball.
La voz comenzó a correr. Afuera de la habitación se llenó de ambulancias, autos policiales, curiosos, periodistas y paparazis. De Niro, al percibir el movimiento, llamó a la recpeción del hotel y pidió hablar con el gerente. Preguntó qué pasaba.
- Es John-, le dijo el gerente.
- ¿Está mal?-, preguntó De Niro.
- Sí.
- ¿Ya lo llevan al hospital?
- Es peor que eso. La situación es verdaderamente mala-, fue el eufemismo que encontró el gerente para dar la noticia.
De Niro dejó el auricular descolgado. De fondo se escuchaba su llanto y sus aullidos de dolor.
La policía sacó el cuerpo dentro de una bolsa de morgue en una camilla. Fue como un desfile fúnebre por un pasillo interminable de fotógrafos que gatillaban sus máquinas.
Cathy Smith volvió en ese momento al hotel. Al ver el revuelo entendió lo que había sucedido. Se subió a la Ferrari roja que el actor había alquilado e intentó salir en contramano. La policía la detuvo. Al darse quién era la demoró y la interrogó durante varias horas. Levantaron cargos menores por tenencia de drogas y la liberaron.
Pocas semanas después de que encontraran sin vida a Belushi, la causa estaba cerrada. Muerte accidental. Muerte por sobredosis. Pero la tapa de un tabloide, la del National Enquirer, a principios de junio provocó que el fiscal pidiera la reapertura y una detención inmediata. Título catástrofe (en todas las acepciones): YO MATÉ A JOHN BELUSHI. Cathy Smith dio esa entrevista que hizo que pidieran su detención. La acusaron de homicidio y por tráfico de drogas. La condenaron a tres años de prisión por homicidio involuntario, de los cuales cumplió detenida quince meses. En el medio trató de exprimir las últimas gotas de fama publicando una memoir sobre sus años de groupie y sobre Belushi. Cuando percibió que el intento por figurar con la declaración estentórea sobre la muerte del cómico había sido un error grave, intentó mejorar su situación al afirmar exactamente lo contrario: “Yo no maté a Belushi”. Pero ya nadie la escuchaba.
Su muerte fue como un gran llamado de atención para todo Hollywood, muchos la tomaron como la señal de que debía haber un límite. La noticia de su muerte causó un gran impacto. Pero no sorprendió a nadie. Los excesos de Belushi eran conocidos por todos. Era una gran figura que había tenido un final trágico, pero previsible. Los forenses determinaron que sus órganos tenían el deterioro de alguien con varias décadas más de (mala) vida. Nunca habían visto a alguien de 33 años en ese estado.