La fabulosa vida del espía travesti del rey de Francia, que durante sus últimos 33 años hizo creer a todos que era mujer

El Chevalier D’Eon fue esgrimista, soldado y un diplomático que sabía negociar como ninguno. En sus 82 años no se le conoció pareja alguna. Sus enemigos echaron a rodar el rumor que era una dama, se hacían apuestas para conocer su sexo. Él recogió el guante y confesó que era mujer. Por sus características físicas, todos lo creyeron. Así vivió hasta su muerte, cuando los médicos se llevaron una sorpresa al hacer la autopsia

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El Chevalier D'Eon en un retrato hecho por Thomas Steward en el año 1792, que se conserva en el National Portrait Gallery de Londres
El Chevalier D'Eon en un retrato hecho por Thomas Steward en el año 1792, que se conserva en el National Portrait Gallery de Londres

Quién sabe por qué, su padre le puso seis nombres, de los cuáles, tres eran de mujer. Lo cierto es que Charles Geneviève Louis Auguste André Thimothée D’Eon de Beaumont (los femeninos eran Genoveva, Augusta y Timotea) vivió el resto de su vida atado (o atada) a esa ambigüedad. Nació en una familia noble, pero pobre, en Tonnerre, Francia, el 5 de octubre de 1728. No obstante, sus padres, Louis D’Eon de Beaumont y su madre, Francoise de Charanton, estaban bien relacionados. Tres de los tíos del joven tenían cargos importantes en la corte del rey Luis XV: uno, André, era abogado del Parlamento; otro, Jacques, secretario del conde D’Argenson, ministro de Guerra; y un tercero, Michel, era caballero de la Guardia del Rey.

En principio, su educación fue reservada al párroco de la iglesia de Saint Pierre, llamado Marcenay. A los 12 años lo enviaron a París, para estudiar en el prestigioso colegio Mazarin. Fue un alumno brillante: se recibió de doctor en Derecho Civil y Canónico y lo contrataron como secretario del Bertier de Sauvigny, titular de la administración pública de París. En 1947 murieron su padre y su tío André, de quién heredó el cargo de Censor de la Corte.

Pronto se vio que Charles se podía valer por sí mismo. El joven D’Eon tenía una figura delicada, un rostro agraciado y lampiño, y un timbre de voz suave, casi femenino. Además poseía un gran encanto, una conversación interesante, conocimiento sobre música y, al mismo tiempo, una gran destreza en la esgrima. A través de ella se había convertido en un personaje infaltable en las reuniones de la alta sociedad francesa.

Se granjeó, sobre todo, la amistad del príncipe Conti, primo del rey. Éste notó que el Chevalier D’Eon poseía una facilidad natural para la intriga y un espíritu de aventura que deseaba concretar. Y lo acercó al rey para proponerlo como parte de una delicada misión a Rusia junto al propio Conti y el conde Broglie.

En principio, el plan secreto era asegurar que Conti fuera coronado en Polonia, algo que los nobles polacos habían solicitado al propio monarca francés. Para ello era indispensable el apoyo de Rusia, gobernada en esa época por la Zarina Isabel. Sin embargo, había un escollo: desde hacía 14 años, las relaciones entre Francia y Rusia estaban rotas. La zarina tenía, en cambio, una alianza con Inglaterra, enemiga del régimen de París. Y aquí entró a tallar D’Eon.

D'Eon en su uniforme del Regimiento de Dragones de Francia
D'Eon en su uniforme del Regimiento de Dragones de Francia

Para acceder a la zarina, el rey dispuso que al operativo se sumara un noble escocés, Mackenzie Douglas. Y que D’Eon actuara como su secretario. Algunas fuentes -más literarias que documentales- señalan que para poder ingresar, Charles, vestido con ropa de mujer, se presentó en la corte de San Petersburgo como la sobrina de Douglas, Lia de Beaumont. Nadie sospechó. Enseguida hizo buenas migas con el vicecanciller del imperio ruso, el conde Woronzow, enfrentado con su superior. Hábil para las intrigas, D’Eon consiguió los favores de la zarina, que incluyó a Lia entre sus damas de compañía. De esa manera, logró tal confianza con Isabel que pudo entregarle las cartas secretas del rey Luis XV, bloqueadas por la cancillería y revelar su identidad masculina. Según el relato romántico de algunos autores, lejos de ofenderse, a la zarina le encantó su audacia y aceptó, luego de recibir a Douglas como el enviado oficial del rey, reanudar las relaciones diplomáticas.

Después de cinco años, D’Eon regresó a Francia. Su buena relación con la zarina se vio recompensada: le regaló, como despedida, un cofre con costosas joyas. Se había hastiado de Rusia y su clima riguroso. Además, su afición por la esgrima y la aventura estaban intactas, y decidió buscar un lugar en el ejército francés.

A su arribo a Versalles fue bien recibido por el Rey y se le otorgó una pensión de 2.000 francos y el título de Chevalier. Pero además de riquezas y una buena reputación, una enfermedad puso en pausa sus planes. Tenía viruela.

Cuando se recuperó, en 1761, fue aceptado en el regimiento de Dragones como ayudante de campo en la Guerra de los Siete años que enfrentó -entre otros- a la alianza entre Inglaterra y Prusia contra Francia, Rusia y Austria. El chevalier D’Eon tuvo una destacada participación. En Hoexter logró salvar la pólvora y posesiones material del Rey, llevándoles a través de barcos por el río Weser. En Ultrop fue herido en la cara y el muslo. El 7 de noviembre de 1761 fue puesto al frente de las tropas de Champagne y desalojó a un regimiento escocés. En Osterwick, al mando de cien dragones, atacó a un batallón prusiano, lo derrotó y se hizo de 800 prisioneros.

Uno de los grabados hechos sobre D'Eon, donde se lo muestra mitad hombre y mitad mujer
Uno de los grabados hechos sobre D'Eon, donde se lo muestra mitad hombre y mitad mujer

Pese a que estaba a gusto en el ejército, el rey creyó que sería más útil en su rol de diplomático. Pensó en reponerlo en la corte de la zarina Isabel, pero esta vez con un ascenso: directamente recibiría el cargo de embajador. Estaba en camino a la capital francesa cuando Isabel murió. Su presencia en Rusia ya no era necesaria.

No obstante, Luis XV le encargó otra misión. Luego de la Guerra de los Siete Años, desfavorable para Francia en el plano militar, era menester firmar la mejor paz posible con Inglaterra, y lo designó como segundo del duque de Nivernais, el responsable de las negociaciones. El 14 de septiembre de 1762 arribaron a Londres. El Chevalier D’Eon no lo sabía, pero esa ciudad sería definitiva para él.

Cinco años después, el acuerdo entre ambas naciones se firmó. D’Eon tuvo una activa participación. Entre otras anécdotas, se cuenta que emborrachó al secretario de Estado británico, Wood, y le birló una importante documentación que Francia usó a su favor. Fue el propio D’Eon quien llevó a París los papeles del tratado de paz, y recibió en Versailles la Cruz de San Luis y un especial agradecimiento del rey.

Luego de esas gestiones, el duque de Nivernais enfermó y se retiró a Paris. En su lugar, la corte escogió al conde de Guerchy, un viejo rival del Chevalier en el ejército, que degradó a D’Eon a secretario. Esa sociedad marchaba rumbo al desastre. Pero, para el rey, D’Eon tenía una misión más importante aún que la del propio embajador. Era un espía que sólo debía reportar a él en absoluto secreto. Ni siquiera Guerchy debía conocer sus movimientos en Inglaterra, donde debía estudiar las debilidades militares de ese país. A tal fin, el Chevalier D’Eon fue nombrado ministro plenipotenciario y virtual embajador hasta que el conde asumiera la embajada.

En ese período, D’Eon se movió a sus anchas en Londres. Tanto, que comenzó a organizar banquetes y fiestas en forma desenfrenada. Tenía a cargo un escudero, cinco oficiales, cuatro lacayos, dos cocheros y otros empleados. Además, siempre estaba con ropa impecable. El despilfarro hizo que para cubrir sus gastos tomara dinero a cuenta del que le correspondería al conde de Guerchy. Esto desató un escándalo en Versalles, sobre todo luego de un reclamo de D’Eon al secretario de Asuntos Exteriores de Francia, Étienne François de Choiseul, que le negó cualquier suma adicional con una severa carta: “No le oculto que me ha parecido muy mal que haya gastado tanto a expensas de alguien por quien tengo tanto interés y que le ha dado su confianza bajo mi palabra. Espero que en el futuro sea usted más circunspecto en sus peticiones y más cuidadoso a la hora de ahorrar el dinero de otras personas”.

Cuando el conde de Guerchy arribó a Londres para tomar su lugar, llevaba una carta del duque de Praslin -reemplazante de Choiseul- para D’Eon. Además de requerir su pronto regreso a París, se le prohibía el acceso a la Corte. Por todos los medios intentó dilatar su regreso. Entonces le envió una carta al rey donde narraba un sinnúmero de situaciones insólitas, como un intento de envenenamiento hacia él. El resultado fue opuesto: Luis XV creyó ver en el Chevalier D’Eon a un hombre despechado y capaz de revelar sus planes secretos. Sin embargo, no actuó tan directamente como Guerchy hubiera deseado. D’Eon mantenía en su poder la documentación clasificada, sobre todo la referida a los planes del rey para invadir Gran Bretaña. Y Francia no deseaba dañar una paz a duras penas alcanzada

No obstante, lo que parecía el fin de una promisoria carrera se convirtió en el inicio de una nueva vida para el Chevalier.

El periódico inglés News of the World publicó en 1916 una nota titulada: "¿Fue el Chevalier D'Eon un hombre o una mujer?" (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
El periódico inglés News of the World publicó en 1916 una nota titulada: "¿Fue el Chevalier D'Eon un hombre o una mujer?" (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

El conde de Guerchy, a instancias de la corte de Francia, pidió al rey Jorge III de Inglaterra, que extraditara de inmediato al Chevalier D’Eon. Pero el espía se había adelantado y ya había filtrado algunos documentos a los británicos, aunque no los más relevantes. Y, a partir de la simpatía que ese acto despertó en Inglaterra, el embajador recibió una negativa. Con la ayuda de Praslin, desde Versailles salió un contingente real para secuestrar a D’Eon. Pero éste había hecho numerosos contactos en Londres y tenía ojos en todos lados. Fue advertido y logró escapar hacia la campiña. De regreso, decidió ir a fondo contra de Guerchy y, con los papeles secretos siempre en sus manos, apuró un juicio contra él, en Londres, por intentar matarlo.

Desde la embajada comenzaron a difamar a D’Eon, lo que era fácil. La discusión entre dos miembros prominentes de la representación de Francia en Inglaterra no pasaba desapercibida. Y por su personalidad, D’Eon se había convertido en un personaje muy popular, a menudo citado por la prensa. Sus costumbres eran mundanas, y muy pronto, Londres se llenó de comentarios acerca de la sexualidad y hasta el género del Chevalier. Su apariencia femenina (era delgado, lampiño y de voz aflautada) y la ausencia a su lado de mujer alguna, daba lugar a que en las charlas que tenían lugar tanto en las altas esferas como en la calle, se murmurara que bajo su uniforme de Dragón, había en realidad una mujer. Además, era conocido que en sus numerosas visitas a los castillos, había sido tentado con el casamiento por un buen número de hijas de nobles, rechazando a todas. John Taylor, en su obra Records of My Life, lo señala: “se le habían propuesto varios matrimonios con damas de buena familia y con grandes fortunas en las casas de campo que visitaba; pero que en todas esas ocasiones abandonaba inmediatamente la casa, por lo que se dedujo que abandonaba el lugar por ser realmente del sexo femenino”. Muchos comenzaron a divulgar, incluso, que era hermafrodita, es decir, poseía los dos sexos. Por insólitas que fueran estas sentencias, encontraron terreno fértil y no pocos lo creyeron.

Sin embargo, el golpe final contra D’Eon jamás llegó. El 1 de marzo de 1765 se reunió la Corte de Old Bailey y emitieron sentencia contra Guerchy, a quien culparon de instigar a Pierre-Henry Treyssac de Vergy (otro enemigo del Chevalier) para matar a D’Eon.

D’Eon estaba feliz, y le escribió a un amigo en Francia, el conde de Broglie: “Esta es la última carta que tengo el honor de escribirte sobre el envenenador y el villano Guerchy, que sería desollado vivo en Francia si hubiera justicia. Pero, gracias a Dios, solo será ahorcado en Inglaterra…”. Pero ni el agua -ni la soga- llegaron al cuello de Guerchy. El escándalo de ejecutar a un embajador sería demasiado. Y a instancias de la corte británica, se llevó a cabo un nuevo juicio. No lo exculparon, pero tampoco fue condenado a la pena capital.

D'Eon de Beaumont, en un grabado que mostraba sus rasgos femeninos
D'Eon de Beaumont, en un grabado que mostraba sus rasgos femeninos

En 1766, Guerchy regresó a Francia, humillado, y murió poco después. El Chevalier D’Eon, repudiado en su propio país por el chantaje a la corte, recibió una carta del propio Luis XV donde le enviaba, “como recompensa por los servicios que me ha prestado tanto en Rusia como en mis ejércitos y otras comisiones que le he confiado”, un salario de 12.000 libras que le pagarían cada tres meses. Al mismo tiempo, con delicadeza, le pedía la devolución de los documentos con el plan de invasión, y le solicitaba que continuara en su papel de espía.

Durante los siguientes siete años, el Chevalier D’Eon participó activamente en las tertulias de la sociedad británica y de la Corte, donde estableció una excelente relación con el rey Jorge III. Toda su información era enviada puntualmente a París. Había cuestiones de la política interna, pero también chismes de infidelidades en la realeza. Los británicos -que nunca fueron tontos-, fascinados con su personalidad y su ingenio, hasta le ofrecieron pasarse a su bando y comenzar a espiar para ellos. Allí no olvidaban tampoco los comentarios sobre el sexo del Chevalier D’Eon, aumentados por la llegada de una princesa polaca Daschkow, sobrina del canciller ruso, que recordaba a D’Eon pero como mujer en la corte de la zarina Isabel. Hasta el nuevo embajador francés, du Châtelet, estaba seguro que el género del Chevalier era el femenino.

La intriga por conocer la verdad sobre el sexo de D’Eon llegó hasta límites insospechados, como las apuestas públicas. En París, cuando arribaron estas noticias, hubo una especie de furor por D’Eon. En 1771, Bachaumont, un periodista, escribió: “Los rumores acreditados desde hace varios meses de que el señor D’Eon, ese fogoso personaje tan famoso por sus excesos, no es más que una mujer vestida de hombre; la confianza que se ha depositado en Inglaterra en este rumor, hasta el punto de que las apuestas a favor y en contra ascienden hoy a más de cien mil libras esterlinas, han despertado la atención en París sobre este hombre singular”. La curiosidad llevó a que algunas mujeres, como la hija de un tribuno apellidado Wilkes, le escribiera una misiva invitándolo a su casa para cenar y así conocer el secreto sobre su sexo.

Un grabado de la entonces llamada Mademoiselle D'Eon con la Cruz de San Luis, donde señalaba que había sido Oficial de Dragones y Ministro Plenipotenciario de Francia en Inglaterra
Un grabado de la entonces llamada Mademoiselle D'Eon con la Cruz de San Luis, donde señalaba que había sido Oficial de Dragones y Ministro Plenipotenciario de Francia en Inglaterra

Finalmente, D’Eon se hartó. Se presentó en una casa de apuestas y desafió a un duelo de esgrima a quien pusiera en duda su masculinidad. Nadie se atrevió. Pero no obtuvo el efecto deseado: las dudas se acrecentaron. En una carta a su amigo y confidente, el conde Broglie, se lamentó por la situación: “Estoy bastante mortificado de ser aún como la naturaleza me hizo y como la calma de mi temperamento natural nunca me ha llevado al placer, eso ha dado lugar a la inocencia de mis amigos de imaginar, tanto en Francia como en Rusia y en Inglaterra, que era del género femenino y la malicia de mis enemigos lo ha fortalecido todo”.

Su vehemencia para convencer a todo el mundo que era un hombre desapareció de golpe. Así, de un plumazo, en abril de 1772 decidió cambiar radicalmente su discurso…. A la edad de 44 años, sin hacer demasiados alardes, eligió un interlocutor para confesarse: el secretario del conde Broglie, apellidado Drouet. A él le contó, por primera vez, que era mujer. Le narró una historia que se convirtió en una verdad cómoda para todos. Le dijo que sus padres, deseando un varón como heredero, habían disimulado su verdadera naturaleza a fuerza de educarlo como a un hombre.

A lo largo de los siglos, muchos estudiosos intentaron explicar sin éxito las razones de ese rotundo cambio. Para algunos, radicó en el hartazgo de tener que demostrar una y otra vez su condición de varón, cuando no vivía completamente como tal según los cánones del siglo XVIII. Para otros, la necesidad de frenar un incipiente escándalo sobre su condición en la corte de Francia, que le podría hacer perder su posición política y su dinero. Algunos se inclinan por reconocer a D’Eon como el primer travesti reconocido de la historia. De hecho, antes que esa palabra -travestismo- fuera acuñada a principios del siglo XX, se lo llamaba eonismo. En concreto, jamás se esclarecieron los motivos de forma concluyente.

La vida de Mademoiselle D’Eon, como fue conocida desde entonces por su revelada condición de mujer, continuó sin demasiados sobresaltos hasta la muerte de Luis XV en 1774. Quien lo sucedió en el trono de Francia, Luis XVI, mostró dudas a la hora de continuar con el sistema de espionaje de su antecesor. Sin embargo, D’Eon siempre tenía a mano un salvoconducto: papeles que comprometían a su país natal ante el que le daba cobijo. Sin dudas, si de algo no carecía D’Eon era de coraje para enfrentar las diversas situaciones.

Una vez más, el conde de Broglie intercedió a favor de D’Eon, ahora ante el rey Luis XVI. Le escribió dos cartas, donde le contó los servicios que había prestado a su país. El monarca aceptó mantener la pensión que recibía con anterioridad y un salvoconducto para regresar con total seguridad a Francia, a cambio de la devolución de los papeles. Broglie le escribió: “estoy encantado de haber contribuido a brindarte un retiro fácil y honorable en tu patria”. Pero, para sorpresa del conde, la ahora Mademoiselle D’Eon le hizo un reclamo insólito a la corona. No sólo le pareció ínfima la oferta real, sino que envió un listado de sus pretensiones para regresar a París: sus sueldos como capitán durante 15 años, el reembolso de sus gastos en Londres, una suma similar al valor de un diamante, un rescate por documentos perdidos, un resarcimiento por no poder ocuparse de sus viñedos en Borgoña y otros gastos que sumados, daban la impresionante cifra de 250 mil libras.

Por supuesto, Luis XVI se negó a semejante chantaje y rehusó pagarle una sola moneda. D’Eon, acuciado por los acreedores, debió empeñar parte de sus valiosos papeles, a los que colocó en un cofre sellado a cambio de 100 mil libras.

Uno de los lances de esgrima habituales en la vida de D'Eon. Luchaba vestida de mujer. En este caso, el 9 de abril de 1787 frente Monsieur de Saint George, con la presencia del Príncipe de Gales en Carlton House
Uno de los lances de esgrima habituales en la vida de D'Eon. Luchaba vestida de mujer. En este caso, el 9 de abril de 1787 frente Monsieur de Saint George, con la presencia del Príncipe de Gales en Carlton House

Sin embargo, tuvo que dar el brazo a torcer. En Londres, su fama de mujer ya no sembraba dudas. Pero en Francia, no eran más que incipientes rumores. A sabiendas de que su destino estaba en su país natal, finalmente capituló. Cedió los documentos -no todos, veremos- a cambio de regresar a París. El Rey Luis XVI , no sin maldad, estaba dispuesto a cobrarle algo más: le exigió que como había aceptado ser mujer, se vistiera como tal. En el punto 4 del acuerdo que negociaron -con idas y vueltas- a través del escritor Pierre de Beaumarchais (autor de Las bodas de Fígaro y El barbero de Sevilla), indicaba en forma textual: “Y para que se establezca una barrera insuperable entre los contendientes y retenga para siempre el espíritu de juicio, de disputa personal, de donde pueda reproducirse, exijo, en nombre de Su Majestad, que el disfraz que ha ocultado hasta ahora la persona de una niña bajo la apariencia del caballero D’Eon cese por completo… exijo absolutamente, digo, en nombre del rey, que el fantasma del caballero D’Eon desaparezca por completo y que una declaración pública, clara, precisa y sin ambigüedades sobre el verdadero sexo de Charles Geneviève Louise Auguste Andrée Timothée D’Eon de Beaumont, antes de su llegada a Francia y la reanudación de sus hábitos de niña, fije para siempre las ideas del público sobre su ella…”

D’Eon no esperaba que eso sucediera, pero aceptó. En su respuesta, señaló: “”Y yo, Charles Geneviève Louise Auguste Andrée Timothée D’Eon de Beaumont, mayor de edad, conocida hasta la fecha con el nombre del Chevalier D’Eon y las calidades mencionadas, me someto a todas las condiciones impuestas anteriormente en nombre del rey…, aunque me hubiera sido mucho más grato que ella hubiera tenido a bien emplearme de nuevo en sus ejércitos o en política, según mis fervientes solicitudes y siguiendo mi rango de antigüedad… me someto a declarar públicamente mi sexo, a dejar mi estado fuera de toda ambigüedad, a retomar y llevar hasta la muerte mis vestimentas de mujer”.

13 de agosto de 1777, Mademoiselle D’Eon se embarcó hacia Francia. Ya no era el joven agraciado que había dejado su país. Tenía 49 años, una sombra negra de barba -que no se empeñó en disimular- había perdido su delgadez y sus amistades más poderosas. Para colmo, se dio cuenta que la petición de vestirse como mujer era indeclinable cuando se presentó en Versailles con su uniforme gris de Dragón. El rey ordenó que vistiera como una dama más de la corte. A través de María Antonieta, consiguió el dinero suficiente para comprar ropa suficiente. A sus vestidos los confeccionó Madame Bertin, modista de la reina. También le compró ropa a Mademoiselle Maillot y a Madame Barmant. Y su peluquero fue el señor Brunet, que le preparó una “peineta de triple piso”. Lo que jamás dejó de usar fue la Cruz de San Luis que había ganado en batalla. Y lo que nunca pudo calzar fueron zapatos femeninos con tacos: era demasiado torpe para caminar con ellos. Llevaba botas.

La felicidad estaba lejos de rondar por la vida de D’Eon. Esta nueva apariencia lo incomodaba. Se recluyó en su Tonnerre natal durante un tiempo, pero fue reclamada su presencia en Versailles. Todos querían ver al “fenómeno”, como decían. D’Eon había recuperado su popularidad, pero según dijo un periódico de la época, “tiene aún más aspecto de ser hombre desde que es mujer”.

Con el paso del tiempo, en Versailles su figura fue cada vez más requerida. Era una comedia donde las dos partes cumplían su rol: D’Eon en su papel de mujer, y el resto en el de simular que era una mujer. Pero así lo había determinado el Rey, y todos lo aceptaban. De a poco, la mayoría comenzó a creer realmente que era una mujer que había vivido durante años como hombre. A tanto llegó su fama, que escribió un breve libro llamado “La vida militar, política y privada de Mademoiselle D’Eon” y, como subtítulo, “conocida hasta 1777 bajo el nombre de Chevalier D’Eon”. También los artistas del grabado se ofrecían a retratarla, lo que aceptaba de buen gusto. Es así que han llegado, hasta hoy, numerosas obras que muestran tal cómo era.

D’Eon, acostumbrado a las emociones fuertes, se aburría pronto. Comenzó a sentir cansancio de esa vida. En América había estallado la guerra revolucionaria contra Gran Bretaña, y Francia se había puesto decididamente a favor de las tropas de Washington. Reclamó, de manera vehemente y a veces irrespetuosa, que el rey le permitiera volver a lucir el uniforme de Dragón y unirse a la lucha americana. Además, cada vez más molesto con su vestimenta, solía infringir el acuerdo y enfundarse en su ropa de guerra. La osadía se sumó a una acusación que sus enemigos -que los tenía desde su vieja lucha con el conde Guerchy y la más nueva con Beaumarchais- hicieron por supuesto espionaje a favor de Inglaterra. Y D’Eon terminó mal: el 20 de marzo de 1779, dos policías apresaron a Mademoiselle en el castillo de Dijon, donde debía permanecer un mes.

La seguridad en esa prisión de la región de Borgoña era muy laxa, y muy pronto, D’Eon organizaba cenas para las familias de la alta sociedad de la región. Luego de ser revisada su correspondencia y corroborar que no espiaba para la corona británica, se decidió su liberación. Al cabo de 30 días regresó a su finca en Tonnerre, donde le surigieron no ir demasiado lejos por orden del rey.

Un grabado de Mademoiselle D'Eon, ya en la ancianidad
Un grabado de Mademoiselle D'Eon, ya en la ancianidad

Hasta 1785, cuando decidió volver a Inglaterra, la vida de D’Eon transcurrió sin sobresaltos, pero cada vez con menos dinero a pesar de su fama y lo solicitada que era su presencia en cada reunión social. Lo más destacable fue el pedido de dos armadores para bautizar un navío de guerra con su nombre. D’Eon aceptó, pero el barco jamás se construyó.

No obstante, el proyecto lo hizo dejar Tonnerre y regresar a París. Tuvo revancha, otros armadores tomaron la idea y llamaron con su nombre a un buque de guerra dedicado a escoltar naves francesas que comerciaban con las colonias de América y Oriente.

El 25 de noviembre de 1785, se despidió de Francia. Nunca volvería a su patria natal.

Cuando arribó a Londres, D’Eon se encontró con una importante deuda. Una vez más, el motivo eran algunos documentos de Estado que permanecían en esa ciudad custodiados por un señor de apellido Lautem, que le reclamaba 400 libras por ese encargo. Por supuesto Mademoiselle no tenía un peso, y recurrió al conde Charles Gravier de Vergennes, ministro de relaciones exteriores de Luis XVI y otro de sus antiguos protectores, que no cedió. Finalmente, Lautem anunció una subasta pública por los papeles. El efecto fue inmediato, Vergennes le envió a D’Eon seis mil libras para solucionar todo. Los historiadores creen que Lautern y D’Eon estaban de acuerdo en chantajear a Vergennes, porque Mademoiselle se alojaba en la casa del primero.

Pero el tren de vida de D’Eon era excesivo siempre, y para solventarlo, comenzó a trabajar. Podía escribir una historia hoy, y ser una suerte de agente inmobiliario en la venta de un castillo mañana. También empezó a empeñar de a poco su biblioteca y otras pertenencias. Pero en 1789 llegó el golpe final a su economía. El 14 de julio, los republicanos franceses tomaron la Bastilla y derrocaron al rey. La monarquía terminó en Francia y con ella, el pequeño flujo de dinero que recibía de Luis XVI y el conde de Vergennes, y su título nobiliario.

D’Eon intentó coquetear con los republicanos. Pero no recibió más que una negativa. Entonces, fue convocado a luchar por los realistas que desde Londres planeaban una contrarrevolución, aceptó a regañadientes. Cansado de las intrigas políticas de su país, jamás llegó a cruzar el canal de la Mancha. En cambio, hizo de su talento guerrero su sustento.

Volvió a dedicarse a la esgrima como el ímpetu de su juventud. A medida que los desafíos se sumaban, su fama de espadachín cubrió Inglaterra. Y mucho más porque combatía vestido de mujer. En 1793, el propio Príncipe de Gales presidió una velada que lo tuvo como figura. Los mejores esgrimistas ingleses se batieron con él. Hasta que durante una gira, en Southampton, el florete de un adversario se rompió y le causó una herida grave. Ya tenía 69 años.

La máscara mortuoria de D'Eon dibujada por Charles Turner
La máscara mortuoria de D'Eon dibujada por Charles Turner

Luego de cuatro meses de permanecer en cama, regresó a Londres. Sin recursos, fue alojado por una amiga llamada Mary Cole, que creía firmemente -a esa altura, como la mayoría de la gente- que D’Eon era una mujer. Para sobrevivir con un mínimo de dignidad, debió vender hasta su amada Cruz de San Luis.

En sus últimos años buscó por todos los medios volver a Francia. Se conserva una carta suya donde le suplica ayuda a Charles Talleyrand, el ministro de Relaciones Exteriores: “”He combatido una buena batalla; tengo 73 años, un golpe de espada en la cabeza, una pierna rota y dos puñaladas. En 1756, contribuí en gran medida a la unión de Francia con Rusia. En 1762 y 1763 trabajé con éxito, día y noche, en la gran obra de paz entre Francia e Inglaterra. Desde 1756, he estado en correspondencia directa y secreta con Luis XV hasta su muerte. No considero nada de lo que he hecho por mi patria. Mi cabeza pertenece al departamento de guerra, mi corazón a Francia y mi gratitud al ciudadano Charles Max Talleyrand, digno ministro de Relaciones Exteriores, que me hará justicia. No permitirá que perezca de hambre y desesperación”.

No lo logró. Vivió hasta su muerte a los 82 años, el 21 de mayo de 1810, entre la enfermedad y la miseria. El médico que lo atendió, el doctor Eliseé, y la señora Cole, al quitarle la ropa, quedaron asombrados por la verdad sobre el sexo de D’Eon, que durante 33 años aceptó su rol de mujer. Dos días después, un comité de notables, presidido por el cirujano Theo Copeland, participó de su autopsia. La curiosidad era notable: ¿D’Eon era un caballero, o una dama? Cuando vieron el resultado, llamaron al dibujante Charles Turner para retratar las partes íntimas del cuerpo de D’Eon. Al final, Copeland firmó: “Por la presente certifico que he inspeccionado y diseccionado el cuerpo del Caballero D’Eon… He encontrado los órganos masculinos en todos los aspectos, perfectamente formados”.

El dibujo que Charles Turner hizo de los genitales del Chevalier D'Eon durante la autopsia que dirigió el cirujano Theo Copeland. El sexo de D'Eon fue una auténtica obsesión en Inglaterra y Francia durante el siglo XVIII
El dibujo que Charles Turner hizo de los genitales del Chevalier D'Eon durante la autopsia que dirigió el cirujano Theo Copeland. El sexo de D'Eon fue una auténtica obsesión en Inglaterra y Francia durante el siglo XVIII
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