Cuatro días para llegar de los Estados Unidos a Marruecos: Roosevelt y el primer viaje oficial de un presidente en avión

En enero de 1943 tuvo lugar la Conferencia de Casablanca, donde los Aliados decidieron la estrategia para acabar con Hitler. Fue un viaje secreto, que concluyó, luego de las reuniones entre Roosevelt, Churchill y De Gaulle, con una escala en Natal para encontrarse con el mandatario brasileño, aliado en la Segunda Guerra Mundial. Además, la importancia de contar con un avión presidencial

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El Flying Boat Boeing 314 “Dixie Clipper” en pleno vuelo con el presidente Frankiln Delano Roosevelt a bordo
El Flying Boat Boeing 314 “Dixie Clipper” en pleno vuelo con el presidente Frankiln Delano Roosevelt a bordo

Ahora que la tendencia es hacer de la necesidad una virtud, menuda tontería, algunos presidentes, no todos, han decidido prescindir de los aviones presidenciales. Como si los males que los afectan, crisis económica, tremendos índices de pobreza e indigencia, grieta política y fracaso ético, fuesen culpa de un Boeing 737 encargado de llevar al presidente de un país a un destino lejano, en general otro país amigo. O casi.

Pero la tendencia también indica que hay que hacer gestos elocuentes. Un gesto sirve de muy poco. No es un hecho, es un gesto. Pero hace ilusión. Y a menudo la ilusión es más agradable y llevadera que los hechos. Así nos va. Como fuere, no prescinde del avión presidencial quien quiere, sino quien puede. El presidente de Estados Unidos no puede apartar de su vida al Air Force One, que es una institución en sí misma. Se supone que quien habita la Casa Blanca tiene que viajar de un momento a otro a cualquier parte del mundo, tal vez en momentos en que la cosa no está para ir a la agencia de viajes a comprar un pasaje. Además, la nave está destinada para actuar como una fortaleza preparada para evacuar al presidente y a su familia en caso de emergencia, cualquiera sea.

El día que Al Qaeda echó abajo las Torres Gemelas del Trade World Center de New York, el 11 de septiembre de 2001, el entonces presidente George Bush estaba en una escuela de Sarasota, Florida. Le avisaron del atentado con una frase clara, breve y precisa: “Estados Unidos está bajo ataque”. Y lo embarcaron en el avión presidencial, que puede ser reabastecido en el aire; así anduvo por los cielos dando vueltas hasta que el panorama estuvo un poco más claro y era seguro regresar a Washington y a la Casa Blanca.

El Air Force One de los Estados Unidios (REUTERS/Brittany Hosea-Small)
El Air Force One de los Estados Unidios (REUTERS/Brittany Hosea-Small)

Entre nosotros, el presidente Raúl Alfonsín usó el Tango 01, que ya estaba algo pasado de moda, para sus viajes internacionales; Carlos Menem compró una unidad más moderna, un Boeing 757-200 que acondicionó con el estilo de un hotel de lujo que le permitía instalarse a bordo, darse una ducha después del despegue, calzarse un jogging y salir a los pasillos a saludar a su comitiva, previo modelado capilar de su peluquero personal, Tony Cuozzo. Heroicos ‘90.

Fernando de la Rúa dijo que iba a vender ese avión que le parecía casi un oprobio. Pero no lo vendió. El matrimonio Kirchner, Néstor y Cristina, lo usaron pese a tres o cuatro pequeños dramas, recalentamiento de motores, problemas en el tren de aterrizaje, falla en alguna de las turbinas. Mauricio Macri lo dio de baja, junto a toda la flota presidencial, hasta que en noviembre de 2016 la Organización de Aviación Civil Internacional, recomendó al gobierno la compra de un Boeing 737 fabricado en 2007. En diciembre de 2022, Alberto Fernández firmó la compra de un Boeing 757-256 por veinticinco millones de dólares, con un diseño VVIP y capacidad para treinta y nueve pasajeros.

¿Qué quiere decir diseño VVIP? El interior del avión tiene tres zonas con butacas masajeadoras, la primera zona las tiene articuladas, y la segunda puede albergar a veinte personas. Todo el avión tiene televisión, servicio de Internet satelital. El área presidencial luce un comedor para seis personas, un despacho con escritorio y sillones y dos suites, una con cama doble, el respaldo de cuero lleva impreso el Escudo Nacional, baño con grifería de bronce pintada de color oro, ducha, bidé y sillón de peluquero. Así es el ARG-01 del que el presidente Javier Milei ha decidido prescindir al menos por ahora.

El interior del Tango 01
El interior del Tango 01

Más allá de los gestos y las crisis, una cosa es que el presidente de un país llegue a destino en un avión que representa a su Estado, no a su gobierno, con los símbolos nacionales pintados en el fuselaje y sobre el timón de cola, y otra cosa muy distinta es que llegue a destino conducido por Panagra, para citar una aerolínea legendaria.

El primero que se dio cuenta de la necesidad y la importancia del avión, (pese a su introducción esta es una nota histórica), fue el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, en 1943. Roosevelt supo de inmediato lo importante y necesario que era viajar en avión. Primero fue la necesidad, después la importancia. De hecho, cuando el 14 de enero de 1943 Roosevelt llegó a Casablanca en un Flying Boat Boeing 314, llamado “Dixie Clipper”, se convirtió en el primer presidente en viajar en avión por un asunto oficial, que era bastante pesado: la Conferencia de Casablanca que lo iba a reunir con Winston Churchill y Charles de Gaulle, y que iba a sellar en buena parte el destino de la Segunda Guerra Mundial.

No costó mucho convencer a Roosevelt de que trepara a un avión para viajar a África. Costó mucho más convencer a sus asesores, que preferían el tradicional y tal vez más seguro transporte por barco. No era más seguro. En plena Segunda Guerra, los jefes militares del Pentágono juzgaron imprescindible, más que necesario, que el presidente viajara en avión: los mares que llevaban a África estaban patrullados por submarinos alemanes que ya habían hundido unos cuantos mercantes y buques de guerra americanos y que, suponían con razón en el ministerio de Defensa de Roosevelt, lo darían todo por hundir el buque que llevaba al presidente de la nación enemiga. Esto, si salía a la luz el secreto que debía rodear el traslado del presidente.

El avión, sostenían los militares estadounidenses, era más seguro si se imponía de igual modo un total secreto sobre la operación y si se usaban rutas aéreas que no estuviesen al alcance de los aviones alemanes o japoneses. El viaje que en barco podía demorar una quincena de días, o poco menos, con escala en peligrosos puertos amigos, se reducía en avión a tres o cuatro días y bajo cielos seguros. O al menos más seguros que las olas del Atlántico.

Franklin Delano Roosevelt corta su torta de cumpleaños a bordo del Boeing 314 en pleno vuelo sobre Haití en su viaje para la Conferencia de Casablanca de enero de 1943 (Photo by © Museum of Flight/CORBIS/Corbis via Getty Images)
Franklin Delano Roosevelt corta su torta de cumpleaños a bordo del Boeing 314 en pleno vuelo sobre Haití en su viaje para la Conferencia de Casablanca de enero de 1943 (Photo by © Museum of Flight/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Había otro problema: Roosevelt era de una salud con cierta fragilidad. En enero de 1943 estaba a punto de cumplir sesenta y un años, había nacido el 30 de enero de 1882, padecía de poliomielitis que lo había atacado en 1921, a sus treinta y nueve años, y le había dejado las piernas paralizadas y su brillante carrera política atada a un hilo muy fino. Había dado vuelta su destino, como si la dificultad lo motivara a grandes desafíos, y después de gobernar New York se había convertido en presidente de Estados Unidos y heredado los coletazos de la crisis económica de 1929. También, con la misma decisión, había dado vuelta a su país a través del “New Deal”, una política que incluyó la remodelación de la economía. En 1940 fue el primer presidente americano en ser elegido para un tercer mandato, sería elegido para un cuarto en 1944. Murió el 12 de abril de 1945 sin ver el resultado final de la guerra y la victoria aliada. Las fuerzas armadas de Estados Unidos, decimoséptimas en el mundo cuando Roosevelt asumió su primera presidencia, emergieron en 1945 como una potencia atómica mundial.

Los asesores presidenciales aceptaron a regañadientes mandar al presidente a Casablanca por avión. Y, pese a su salud, Roosevelt enfrentó con decisión el desafío de volar una ruta aérea de ida y vuelta de diecisiete mil millas, unos veintisiete mil kilómetros, con varias escalas. Fue un viaje secreto del que aún hoy se ignoran algunos detalles. La comitiva presidencial partió el 11 de enero, dejaron atrás el estado de Florida y aterrizaron “en algún lugar del Caribe” para cargar combustible y para que los pasajeros descansaran. La autonomía de vuelo de aquellos aviones, que pretendían reemplazar a los buques de pasajeros, por eso el modelo de Boeing que lleva a Roosevelt se llamaba “Flying Boat”, buque o bote flotante -que tenía capacidad para “amerizar”, además-, era muy diferente a la autonomía de los aviones de hoy. Luego dejaron atrás el Caribe y siguieron vuelo por las costas de América Central y de parte de América del Sur, hasta Brasil.

Por diferentes razones, todas muy valederas, para Estados Unidos, América del Sur llegaba hasta Brasil porque Argentina no era considerado un aliado confiable, ni siquiera era considerado un aliado: una visión geoestratégica que se mantuvo durante muchos años y tal vez siga vigente hoy. En enero de 1943, en nuestro país, un golpe de Estado estaba a punto de llevar al poder a un grupo de militares que simpatizaban, o apoyaban, o se sentían identificados con el nazismo. Muchos de ellos integraban el GOU, una logia que primero se llamó “Grupo Obra de Unificación” y luego fue “Grupo de Oficiales Unidos”. De allí, del GOU, emergería luego la figura de Juan Domingo Perón, como “hombre del destino” de aquel golpe que lo llevaría a la secretaría de Trabajo y previsión, al ministerio de Guerra, a la vicepresidencia y, en octubre de 1945, al poder.

El Sultan de Marruecos junto al presidente Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill en Casablanca meses después de la Conferencia (Photo by Fox Photos/Hulton Archive/Getty Images)
El Sultan de Marruecos junto al presidente Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill en Casablanca meses después de la Conferencia (Photo by Fox Photos/Hulton Archive/Getty Images)

Brasil, en cambio, que había sufrido el hundimiento de una veintena de barcos de carga y transporte a manos de los alemanes, había declarado la guerra al Eje el 31 de agosto de 1942. Argentina lo haría, tarde y mal, el 27 de marzo de 1945, cuando ya la guerra estaba decidida y restaba sólo un mes para el suicidio de Hitler y la victoria aliada.

Desde Brasil, Roosevelt cruzó el océano hasta Gambia, hoy República Islámica de Gambia, y desde allí llegaron todos a Casablanca, Marruecos, después de cuatro largos y agotadores días de viaje. Roosevelt celebró su conferencia con Churchill y con De Gaulle, a quién se agregó el general Henry Giraud y, después de algunas visitas turísticas y de pasar revista a las tropas aliadas, Roosevelt volvió a la Casa Blanca. Y eso fue todo. O casi.

La conferencia de Casablanca tuvo lo suyo, merece un capítulo aparte, pero fue decisiva en cómo encararían los aliados los años por venir de la guerra. A la conferencia estaba invitado José Stalin, que declinó participar porque tenía frente a sí el destino de su propia guerra contra Hitler: Stalingrado. Faltaba una quincena para que el Ejército Rojo cambiara el destino de la Segunda Guerra, derrotara al poderoso ejército alemán, capturara a su jefe, el mariscal Friedrich von Paulus, a más de seiscientos mil prisioneros y encarara la ofensiva hacia Berlín que lo llevaría hasta el bunker de Hitler en la Cancillería en abril de 1945.

En pleno regreso de la Conferencia de Casablanca, el presidente Roosevelt (sentado, a la izquierda) y su comitiva a bordo del Boeing 314
En pleno regreso de la Conferencia de Casablanca, el presidente Roosevelt (sentado, a la izquierda) y su comitiva a bordo del Boeing 314

Las conclusiones de la conferencia, que llegaban en simultáneo a Moscú, fueron, entre otras, exigir la rendición incondicional de todas las fuerzas del Eje, invadir Italia por Sicilia, algo que tuvo el acuerdo de Stalin, colaborar con el esfuerzo de guerra de la Unión Soviética, que las fuerzas aliadas invadieran el continente europeo a través del Canal de la Mancha en 1943, invasión que iba a demorarse un año, y, esto que sigue tiene gracia, reconocer el liderazgo conjunto de la Francia Libre en manos de los generales Charles De Gaulle y Henry Giraud.

Lo de liderazgo conjunto le caía gordísimo a De Gaulle, que tenía con Churchill una relación terrible de enfrentamientos constantes y de desplantes mutuos. En su fantástico libro “Churchill y De Gaulle”, Francois Kersaudy cita bastantes de estos enfrentamientos provocados en su mayoría por el orgulloso De Gaulle, que llegó incluso a alterar el humor de Roosevelt. Cuenta Kersaudy que durante una tensa reunión en Londres, los dos aliados contendientes decidieron conversar a solas. Sus asesores salieron y se reunieron todos en un despacho contiguo donde reinó una definición dada a coro entre británicos y franceses: “Están los dos absolutamente locos”.

No estaban locos, pero hacían lo posible para parecerlo. De Gaulle se había negado en principio a viajar a Casablanca, pero cambió su decisión por la amenaza directa de Churchill de reconocer a su rival, Giraud, como único líder de las Fuerzas de la Francia Libre. Durante la conferencia, la tensión entre los dos militares franceses fue evidente e incómoda. De Gaulle, que terminaría por imponer su fuerza política sobre Giraud, (a no participó más de las decisivas conferencias entre los “Tres Grandes” ) Churchill, Roosevelt y Stalin, en Teherán, diciembre de 1943, Yalta, febrero de 1945 y Potsdam, agosto de 1945 ya con Harry S. Truman en reemplazo de Roosevelt.

Roosevelt y el presidente brasileño Getulio Vargas en su encuentro en Natal
Roosevelt y el presidente brasileño Getulio Vargas en su encuentro en Natal

En su regreso a Estados Unidos el avión presidencial se detuvo de nuevo en Brasil, con otro objetivo secreto de Roosevelt: entrevistarse con el presidente brasileño Getulio Vargas. Las intimidades de este encuentro fueron reveladas en “Infobae” por Juan Bautista Yofre, en mayo de 2021, en su nota: “Entre reuniones con modistos y la posición argentina en la Segunda Guerra Mundial: documentos inéditos sobre la caída de Ramón S. Castillo”. Los dos presidentes se encontraron el 28 de enero en Natal, al norte de Brasil, después de intensas negociaciones diplomáticas de los dos países. Vargas había salido de Río de Janeiro en un avión de Estados Unidos; había dejado a su hijo, Getulinho, “hospitalizado y en coma, víctima de la polio, para encontrarse con una persona que la padecía”¸ evoca Yofre. Ni siquiera la esposa de Vargas sabía cuál era el destino de su marido. Sólo lo conocían los pilotos, el ministro de guerra brasileño, Eurico Gaspar Dutra, el embajador de Estados Unidos en Brasil y el jefe de la custodia de Vargas, Gregorio Fortunato.

Roosevelt y Vargas ,mantuvieron dos largas charlas, una de ellas en el “USS Humboldt”, un barco de guerra americano amarrado en el puerto de Natal. Entre otros acuerdos militares y medidas de apoyo al desarrollo de Brasil, los dos presidentes acordaron la creación de una fuerza expedicionaria brasileña de infantes de marina y aviadores para que participaran de la Segunda Guerra. Así fue cómo soldados del cálido Brasil pelearon en la nieve italiana; los pilotos brasileños estuvieron a la par de los ases de la aviación aliada. Brasil por su parte, aceptó que las fuerzas estadounidenses permanecieran en la base de la ciudad de Natal, estratégica para el abastecimiento aéreo de las tropas aliadas que luchaban en el norte de África, en Medio Oriente y en Japón.

Después sí, Roosevelt recorrió el camino de regreso a la Casa Blanca en aquel primer avión presidencial en el que se celebró también el primer cumpleaños presidencial aéreo de la historia: Roosevelt cumplió sesenta y un años cuando sobrevolaba Haití.

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