Charlie Watts fue pilar fundamental de los Rolling Stones. El baterista es quien logró mantener en sincronía a dos espíritus rebeldes como los de Keith Richards y Mick Jagger, aún en los peores momentos.
“Babeamos por Charlie durante meses”, le contó Richards a la revista Variety en una entrevista reciente. “Él empezó a asistir a los ensayos, que era todo lo que hacíamos en esos días: ensayar”. Y así, el 9 de enero de 1963, Watts finalmente “firmó contrato” para convertirse en un Rolling Stone. Le prometieron pagarle un dinero fijo por cada show.
“Charlie aportó otra sensibilidad, el toque jazzero pero no tocaba muy pesado. A veces, si lo enojaba lo suficiente, lo hacía. Esa era la única forma en que podía hacer que tocara realmente pesado: enojarlo”, recordó Jagger. Juntos grabaron las mejores canciones de la historia hasta la muerte del baterista en agosto de 2021.
Los Stones, a las piñas
Entre las miles de anécdotas de las giras de la banda hay una que siempre le gustaba contar a Richards para describir a Watts. En 1984, una gira llevó a los Rolling Stones por Amsterdam. Mick Jagger y Keith salieron después del show. Volvieron al hotel ya de madrugada. Los mppusicos gritaban, se empujaban, planeaban grandes canciones.
Mick dijo que tenía que probar una canción que se le había ocurrido, que eso no podía esperar. Levantó el teléfono y llamó a la habitación de Charlie Watts. Keith trató de disuadirlo. Eran las 5 de la mañana. Charlie dormía desde hacía varias horas.
Atendió y escuchó que del otro lado, Jagger le decía: “¿Cómo está mi baterista?”. Watts no respondió y colgó.
Jagger y Richards siguieron divirtiéndose en la habitación hasta que veinte minutos después los interrumpieron unos enérgicos golpes en la puerta. Cuando Mick abrió se encontró a Charlie frente a él. Estaba impecable, como siempre. Camisa planchada, corbata con el nudo perfecto, pantalón pinzado y los zapatos destellantes. Pero todo eso no lo pudo notar Mick, ni siquiera se llegó a asombrar porque su compañero no tenía pijama. Charlie Watts le pegó una trompada sin siquiera saludarlo o insultarlo. Antes de irse, Charlie se acercó a él y con un dedo apuntándole a centímetros de la nariz le dijo: “No te lo olvides más: no soy tu baterista”. Y volvió a dormir un rato más.
Muchos años después, en “According to the Rolling Stones” recordó la historia y dijo: “No es algo de lo que esté orgulloso de haber hecho, y si no hubiera estado bebiendo nunca lo habría hecho”.
Charlie Watts murió a los 80 años el 24 de agosto de 2021. La tranquilidad y la quietud que siempre mostró no le llegaron con los años. La fama, los millones, los estadios desbordantes no cambiaron su forma de ser. Era el Rolling Stone discreto. El hombre sin estridencias pero con atributos.
“Me encantaba tocar con Keith y la banda -todavía lo hago- pero no me interesaba ser un ídolo del pop sentado allí, con chicas gritando. No es el mundo del que vengo. No es lo que quería ser, y sigo pensando que es tonto”, contó Charlie Watts en “According to the Rolling Stones”, el libro que cuenta la historia de la banda de rock más duradera de la historia.
El 2 de febrero de 1963, Keith anota en su diario que su banda dio un show magnífico. Se lo lee exultante. La base rítmica ya es la clásica: Bill Wyman y Charlie Watts. Los Rolling Stones tomaban su fisonomía definitiva.
Andrew Loog Oldham, productor en los sesenta de la banda, cuenta en Rolling Stoned, su libro de memorias, la primera vez que vio a Charlie Watts tocando con los Stones y la impresión que le causó: “El baterista parecía haber sido transportado por un rayo y daba la impresión de no escuchárselo tanto cómo se lo sentía. Yo disfrutaba la presencia que aportaba al grupo, así como su forma de tocar. A diferencia de los otros cinco que no tenían saco, él tenía los dos botones superiores del suyo meticulosamente abrochados por sobre una pulcra camisa de cuello con botones y una corbata, conjunto indiferente a la temperatura de la sal. Tenía el cuerpo detrás del set de batería y la cabeza girada a la derecha, con un distante y calculado desdén. Era el único, el eterno hombre de su propio mundo, caballero del tiempo, del espacio y el corazón. Había conocido a Charlie Watts”.
“No sé cómo diablos ese viejo imbécil llegó a ser tan bueno. Él sería el último en estar de acuerdo, pero para mí es EL baterista. No hay muchos bateristas de rock and roll que realmente hagan swing. La mayoría de ellos ni siquiera saben lo que SIGNIFICA la palabra. Es la diferencia entre algo que rueda por la carretera y nunca despega y algo que realmente VUELA”, llegó a decir sobre él Keith Richards.
Su origen de baterista de jazz se notaba en el escenario. Estaba en la economía de gestos, en el ritmo diferente, en la falta de rigidez. Keith dijo: “Tiene controlado el sentimiento, la soltura, y ahorra mucho. Como él es un baterista de jazz, nosotros en el fondo somos una banda de jazz”.
Charles Robert Watts nació en Londres el 2 de junio de 1941. Su padre Charles Richard era chofer de camiones y su madre, Lilian, ama de casa. Creció en Wembley, en un barrio que recibió bombardeos durante la guerra, y su primer contacto con la música fue un banjo que le regalaron sus padres.
No lo pudo tocar, no le daban los dedos, de modo que lo convirtió en una caja de percusión. “No me gustaron los puntos en el cuello. Así que le quité el cuello y, al mismo tiempo, escuché a un baterista llamado Chico Hamilton, que tocaba con Gerry Mulligan, y quería tocar así, con pinceles. No tenía un tambor, así que puse la cabeza del banjo en un soporte y toqué”, contó alguna vez.
Esa fue su primera batería, hasta que le regalaron una de verdad en 1955. Tenía 14 años y ya era un fanático del jazz que admiraba a Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davis.
Bajo perfil
Los bateristas siempre fueron los relegados. Los que no cantan, los que están detrás de todo, ocultos entre los parches y platillos. Son el soporte rítmico (y hasta moral) de las bandas. En los que todos se apoyan. Un puesto diferente, solitario. Las tácticas que han utilizado a lo largo de los años para hacerse notar, además de los extensos solos, demostraciones más musculares que musicales, han sido similares. Una especie de tradición entre los bateristas de las grandes bandas es estar siempre del lado de los excesos. Un linaje: Keith Moon, John Bonham y hasta Ringo Starr.
Charlie Watts se ubicó en las antípodas. Prefirió pasar desapercibido. Él hizo su trabajo con precisión y cierta gracia pero sin morisquetas, sin fuegos artificiales. Una buena demostración de ello fue su set de batería. Hace décadas que los bateristas se refugian en una parafernalia monstruosa con equipos desmesurados que parecen grandes acorazados. Charlie siempre siguió tocando con su set básico, con no demasiadas incorporaciones a su equipo de los sesenta. Con lo que tenía le bastaba para tirar para adelante, para sostener a la banda de rock más poderosa de la historia.
Al lado de la enorme exposición pública que Jagger y Richards tuvieron desde el primer momento de fama de la banda, Watts trató de mantener su vida privada fuera del alcance de los medios. No era simplemente que la ocultara, sino que tampoco ofrecía flancos jugosos para las revistas de la farándula o del corazón: marido fiel durante décadas – se casó con su primera novia -, enemigo de los escándalos y de los excesos que tenían como protagonistas a sus compañeros, a él le interesaba la música.
Estaba casado desde 1964 con la misma mujer, Shirley Ann Shepperd. El peor momento lo pasaron a principios de la década del ochenta. Una crisis personal llevó a Charlie a involucrarse con el alcohol y las drogas. Fueron tres años en los que el consumo estuvo a punto de apoderarse de él. Pero con el apoyo de Shirley pudo salir adelante.
Cuando los Stones se dispusieron a grabar en una mansión francesa Exile in The Main Street, Charlie alquiló una vivienda a cientos de kilómetros del lugar. Fue el único de la banda que decidió no vivir allí. Sólo iba a las grabaciones. “Odio dejar mi casa. Amo lo que hago pero disfrutó mucho más dormir cada noche en mi casa”, declaró.
Vivía con Shirley en Devonshire, Inglaterra. La fortuna que alcanzó se calcula en los 200 millones de dólares.
Una imagen, un rito de Watts describe de manera cabal los hábitos que mantuvo . El baterista tenía la costumbre de dibujar cada una de las enormes suites que visitaba en sus giras. El resto durante décadas (ya no: los años pasan para todos) destrozaban esa mismas habitaciones. Charlie, a diferencia de sus compañeros, no demolía hoteles: se la pasaba dibujando hoteles.
Estas diferencias, muchas veces ostensibles, con el resto de sus compañeros de banda sólo le hicieron ganar el respeto del resto. Y lo convirtieron en la voz confiable, en el razonamiento ecuánime en los momentos de tensión. . Cuando Bill Wyman dejó la banda, después de considerar varios candidatos, el elegido fue Darryl Jones. Mick y Keith dejaron que la decisión final la tomara Charlie. Por un lado confiaban plenamente en su criterio; por el otro, era lo más razonable que el otro integrante de la base rítmica eligiera a su ladero.
En 2004 le diagnosticaron un cáncer de garganta y sus compañeros decidieron esperar a que se recuperara para grabar un disco que tenían proyectado. Al año siguiente, casi pierde la vida, esta vez por un accidente automovilístico en Niza, Francia.
Su salud empezó a deteriorarse definitivamente en 2021, cuando estaba a punto de emprender una nueva gira con The Rolling Stones, “No filter”, pero debió bajarse por recomendación de los médicos. Murió el 24 de agosto de 2021, luego de ser internado de urgencia y sometido a una operación del corazón.
Hace unos años le preguntaron sobre el posible final de los Rolling Stones: “Amo a Mick, a Keith, a Ronnie y me gusta mi trabajo. Pero si se acaba no pasa nada. Puedo seguir viviendo sin los Stones”, dijo.
(Una versión de esta nota fue publicada por Infobae en 2021)