En la foto lleva solideo, fajín, birreta, estola y algunas otras prendas y accesorios más. Esos implementos cuyos nombres sólo los sabe el protagonista de la foto, un experto en liturgias o el que acaba de googlear. Se lo ve imperial, papal. Pero llegó sólo hasta Obispo. Un obispo sin diócesis pero con influencia y poder en Roma. Nada mal para el hijo de un humilde zapatero austríaco.
Alois Karl Hudal no fue un religioso más. Su aporte a la historia no está dado por algún estudio teológico, por sus memorables homilías, por una actividad misionera ni por una muerte heroica que lo convirtió en mártir. Su lugar en la historia no está entre los grandes hombres, sino en la galería de los infames. El hombre clave para que criminales de masas pudieran transitar La Ruta de las Ratas para escapar de Europa.
Colaborador del horror
Hudal fue un pionero. Fue el primer funcionario religioso de jerarquía que, tras la Segunda Guerra Mundial, colaboró activa y decididamente para que los nazis pudieran escapar de Europa sin castigo y con identidades falsas.
En su foja de servicios, en su currículum, están las fugas de grandes jerarcas nazis de Europa hacia destinos más hospitalarios para sus pasados criminales, en especial hacia Argentina. Los nombres impresionan: Franz Stangl, comandante de Treblinka, el más atroz campo de exterminio; Gustav Wagner, comandante de Sobibor; Alois Brunner, responsable de las deportaciones masivas desde Eslovaquia y otros territorios; Erich Priebke, el de la masacre de las Fosas Ardeatinas, luego residente en Bariloche; y Adolf Eichmann, a cargo de la logística del Holocausto.
Alois Hudal, el prelado, fue un engranaje indispensable en La Ruta de las Ratas. El camino que los nazis recorrían en su fuga. Pero esa ruta era mucho más que un pasadizo que recorría gran parte del continente por el que los criminales de guerra se escabullían. Era un conglomerado de ayuda, dinero, personas, papeles falsos, complicidades y de países y de gobernantes que los esperaran con los brazos abiertos.
Hudal participaba en casi todas esas etapas, en cada estación de este recorrido.
Hudal nació en Austria en 1885. En la adolescencia ingresó al seminario. Muy pronto postergó la actividad pastoral para dedicarse al estudio de la teología. Era serio, reconcentrado y ambicioso. En 1910 ya convertido en doctor en teología se instaló en Roma, en el Colegio Teutónico de Santa María de’ll Anima, la sede vaticana de los religiosos alemanes y austríacos. Allí fue escalando posiciones y adquiriendo influencia.
El Papa Pío XI lo tenía entre sus protegidos. Después de la Primera Guerra Mundial, decidió ponerlo a cargo del Colegio Santa María; Pío XI quería un austríaco en ese lugar. Hudal permaneció en esa posición durante 40 años.
El cura antisemita
En 1937 escribió un largo libro llamado Las Bases del Nacional-Socialismo. Alfred Rosenberg, uno de los ideólogos nazis, atacó el libro con dureza, porque vio en peligro su lugar. Hudal, cercano a otro jerarca como von Papen, era un ferviente defensor de Hitler y de sus visiones. Fundaba su nazismo en la aversión que sentía hacia judíos y comunistas.
El obispo le mandó un ejemplar autografiado a Hitler. Pero el libro no le trajo más que dificultades y sinsabores. En la Iglesia lo criticaron con dureza y varios pidieron sanciones para él porque se alejaba de su doctrina y porque era un abierto manifiesto nazi (él critica las posturas de Pío XI y de Eugenio Pacelli –después convertido en Pío XII- contra el régimen que imperaba en Alemania). Esto ocasionó que su ascendente carrera se detuviera y que su acceso a determinados círculos de poder y, en especial, al Papa se restringieran, al menos, por un tiempo. Por su parte Hitler, a pesar de que Hudal apoyaba las leyes raciales y el antisemitismo oficial alemán, prohibió la circulación del libro en Alemania porque afirmaba que la educación debía quedar bajo el control de la Iglesia Católica. Ese desplante no impidió que el obispo enviara un telegrama apoyando y felicitando por la anexión austríaca y que en sus homilías filtrara mensajes antisemitas. La fascinación por Hitler no había cedido.
Apenas terminó la Segunda Guerra, Hudal recibió permiso del Vaticano y de las autoridades italianas para visitar y confortar espiritualmente a los prisioneros alemanes que se encontraban en los campos de detención. Encontró de esa manera la excusa ideal para estar en contacto con los jefes que habían caído prisioneros, para reconocerlos pese a sus identidades falsas y para enterarse sobre el destino de otros que resultaban inhallables para los Aliados. Era, también, su manera de mostrarse para que los nazis ocultos lo contactaran para intentar emigrar.
La esperanza de los nazis fugitivos
Después de sus primeras intervenciones, su nombre se hizo conocido, se convirtió en la clave para los nazis que revoloteaban por las cloacas escapando a sus captores. El obispo, para utilizar un término religioso, era la esperanza.
La Ruta de las Ratas, pese a lo que pueda parecer a primera vista, no lleva ese nombre por que quienes la utilizaban. Aunque mereciera ser así, lo cierto es que el término tiene origen náutico. En un barco las Ratlines eran los trozos de cuerda colocados horizontalmente que forman una escalinata para llegar a lo más alto de un mástil. Los marineros más hábiles la subían con velocidad y se alejaban de un peligro inminente como un naufragio inevitable, un incendio o un abordaje pirata.
De ahí tomaron el nombre las rutas de escape (hubo varias) de los criminales nazis después de la Segunda Guerra Mundial hacia distintos lugares del mundo.
Para fugarse los nazis necesitaron ayuda, dinero, papeles falsos, complicidades y países y gobernantes que los esperaran con los brazos abiertos (algunos de esos países y sus funcionarios fueron muchísimo más permeables que otros).
La Ruta de las Ratas fue una red, un corredor de complicidad e impunidad conformado por religiosos, políticos, militares, pícaros e impunes a ambos lados del Atlántico.
La de Hudal fue la que después se conoció como la Ruta de los Monasterios. Los fugitivos paraban en diversos conventos y allí se escondían hasta pasar a la siguiente fase del plan. Ingresaban al país por el norte, después de atravesar los Alpes. Una vez en Italia, estos fugitivos privilegiados no se refugiaban en cualquier lado. Eran recibidos, sucesivamente, en el monasterio de la Orden teutónica del Tirol del Sur, en el convento capuchino de Bresanona, en los franciscanos de Merano y Bolsano. En cada uno de ellos se quedaban el tiempo necesario para pasar a la siguiente fase. A veces debían permanecer meses hasta que la agitación se calmara o hasta lograr en Roma el contacto adecuado para asegurar la impunidad. En la capital eran recibidos por Hudal que se encargaba de ellos. Hay que reconocer que el servicio del obispo era completo. Los cobijaba, los ocultaba, les conseguía los papeles, hacía seguimiento del trámite para que la Cruz Roja otorgara el documento definitivo, presionaba a las autoridades para resolver alguna cuestión puntual o detener una persecución, les daba dinero, conseguía el pasaje y hasta los despedía en el puerto antes de que el barco zarpara.
Hudal fue el primero montar este sistema. Después hubo otros que lo siguieron. El primer paso fue conseguir que lo nombraran a cargo de la Oficina de Refugiados del Vaticano. Este organismo otorgaba documentación que, en estos casos, validaba las identidades falsas creadas para que los criminales de guerra pudieran dejar Europa. Con ese documento se podían presentar ante la Cruz Roja para que les emitieran un pasaporte bajo ese nombre (validado por la Iglesia) y así poder salir de Italia hacia otro continente. Años después cuando la Cruz Roja fue señalada como parte necesaria de este complot, sus autoridades alegaron que la situación en ese momento era dramática, que lidiaron con más de 120.000 refugiados sin casa, que querían volver a su hogar y que era factible que algunos indeseables se hubieran filtrado. La Iglesia osciló entre el silencio y este tipo de explicaciones. Lo cierto es que el sistema y sus resultados fueron tan vastos (se calcula que los fugados fueron más de 10.000) que es imposible que tanto el Vaticano como la Cruz Roja no hayan tenido noticias de este contrabando de genocidas. Tampoco es que las máximas autoridades de ambas instituciones, el Papa entre ellos, desconocieran los movimientos de Hudal.
Cuando un funcionario de la Cruz Roja se negaba a otorgar el pasaporte, era visitado por el obispo Hudal, que con su poder lo persuadía.
Philippe Sands en Ruta de Escape cuenta la historia de Otto Wächter quien enfermó y luego de estar varios meses esperando para escapar, murió en Roma sin lograr subir al barco que lo llevaría hacia la Meca, hacia Argentina. Sands cuenta que quien acompañó a Wächter en la agonía, sentado al lado de la cama de hospital, fue Alois Hudal.
Previsiblemente, Hudal levantó la voz contra los Juicios de Nuremberg. Sostuvo que se trataba de un show montado por los soviéticos con la anuencia de los demás países aliados. Un espectáculo que no tenía nada de justicia y que se asimilaba a un linchamiento. Intentó interceder ante autoridades británicas para lograr la libertad de algunos detenidos pero no fue escuchado.
Los “actos de caridad” del obispo
Franz Stangl fue el comandante a cargo de los campos de exterminio de Treblinka y Sobibor. Sus víctimas superaron el millón de personas. En 1948, mientras esperaba una segura condena de muerte, desapareció de la prisión de Linz. Unos meses después apareció en el monasterio romano a cargo de Hudal. Usaba hábito marrón como el resto. Simuló ser un religioso durante mucho tiempo. Hasta allí llegó como tantos otros, sólo que debió ser más sigiloso porque era más conocido y más buscado. Ese religioso extraño, recién llegado, por el que los demás no preguntaban y que desconocía varios de los ritos, tenía un privilegio: cada noche cenaba en la mesa de Hudal. Fue el obispo el que se encargó personalmente de tramitar los papeles del comandante de Treblinka. El día de su partida hasta Damasco, Stangl no fue solo hasta el barco. Su amigo, el obispo Hudal, lo despidió en el puerto.
En sus Memorias, Hudal explicó que lo que hizo fueron “actos de caridad hacia personas que atravesaban una situación horrible, hombres que sin tener ninguna culpa, ninguna responsabilidad, fueron convertidos en chivos expiatorios de las fallas un sistema malvado”
En 1947 estalló el escándalo. Un diario suizo lo acusó de montar una red de escape de criminales de guerra. Algo que, como hemos visto, describe a la perfección lo que él hacía. Pero a pesar de que varios medios italianos se hicieron eco, nada sucedió. Hudal continuó con su actividad. Recién en 1952, cuando el trabajo ya había sido hecho, la Santa Sede le pidió la renuncia a su cargo en Santa María.
Después que fuera separado de su cargo, residió en Grottaferrata, una pequeña localidad cercana a Roma. Allí se dedicó a escribir sus memorias pero no encontró editor. Recién 13 años después de su muerte se publicaron. Allí se queja del trato para él injusto que recibió después de la publicación del libro. E intenta justificar sus acciones en los años de posguerra. En esas páginas no dice nada del origen de los fondos que aportaba y conseguía para que toda la operatoria pudiera llevarse a cabo. Se sabe que hubo muchos financistas nazis que aportaron; se cree que el principal fue Walter Rauff que hasta logró elegir al Obispo de Génova, último paso italiano de la Ruta de las Ratas.
Doble agente
Del contacto de Hudal con funcionarios nazis no quedan dudas; tampoco de su labor junto a los servicios de inteligencia alemanes. La sorpresa llegó en los últimos años. Como cuenta Philippe Sands en su libro Ruta de Escape, el obispo austríaco recibió fondos, después de la guerra, también de los servicios norteamericanos. Alois Hudal fue un doble agente. Convenientemente, se convirtió en espía norteamericano.
Está probado que la Oficina de Servicios Estratégicos (una antecesora de la CIA) y el Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército de Estados Unidos pagaban mensualmente al obispo en dólares. Lo de la moneda de cobro es un detalle no menor: en la Italia de los primeros tiempos de la posguerra de los pocos que no pasaban necesidades y tenían una vida sin preocupaciones eran los que ganaban en dólares. A esta altura hay que reconocer la elasticidad de Hudal: teólogo, trabajaba al mismo tiempo para nazis, fascistas y aliados, y además lograba ingentes ingresos extras.
¿Cuál fue la postura norteamericana respecto a la Ruta de las Ratas? Algunos investigadores sostienen que la financiaron como manera de reclutar científicos (Operación Paperclip), espías y otros nazis que le pudieran ser de utilidad o que al menos no sirvieran a los soviéticos. Otros sostienen que como mínimo, Estados Unidos conocía cada uno de los movimientos de este camino de escape y que cooptó a los hombres que le interesaban. Derrotado el nazismo, el comunismo se había convertido en el gran temor. Y el mundo en vez de conocer una etapa de paz y reconstrucción, se polarizó en el enfrentamiento de las dos grandes potencias victoriosas.
En 1994, el nombre de Hudal llegó de nuevo a los diarios. Con la detención de Erich Priebke otra vez se volvió a hablar de la manera en que los nazis habían logrado escapar después de la derrota. Priebke no dejó lugar a las interpretaciones. En su declaración afirmó que el Obispo Hudal fue quien lo ayudó a llegar a Argentina.
Sus conocidos y los nazis que utilizaban sus servicios le decían Luigi. Simon Wiesenthal, el cazador de nazis, lo llamó El Obispo Negro.
En sus memorias sienta su posición sobre los hechos ocurridos tras la Segunda Guerra Mundial y sobre su intervención fundamental en la Ruta de las Ratas: “Agradezco a Dios que me permitió visitar y confortar a tantas víctimas en la prisión y en los campos de detención y que me permitió ayudarlos a escapar con papeles de identidad falsos. La Segunda Guerra Mundial, el enfrentamiento entre los Aliados y Alemania no fue una cruzada. Sino que fue el enfrentamiento entre dos sistemas económicos que deseaban prevalecer. Lo que se llama: un negocio. Usaron palabras que funcionaron como ganchos, como, para las masas: libertad, raza, libertad religioso, cristiandad”.
Después de esta declaración de principios mezclada con confesión, el Obispo Negro concluye: “Por todo eso fue que después de 1945 dediqué todo mi esfuerzo y trabajo solidario para proteger a los antiguos miembros del partido Nazi y del fascismo, especialmente esos que algunos llamaban criminales de guerra”.