El aviso publicado en los primeros meses de 1914 en una página del Times de Londres podía resultar cualquier cosa menos tentador, pero a su convocatoria se presentaron cerca de cinco mil aspirantes. Decía: “Se necesitan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, meses de completa oscuridad, peligro constante, retorno ileso dudoso. Honores y reconocimiento en caso de éxito”.
El autor de ese texto -que, además, tenía algo de enigmático, porque no precisaba cuáles eran el destino y el objeto del viaje- conocía por experiencia propia lo que estaba describiendo y su intención al redactarlo era que quienes buscaran un lugar en la aventura que proponía supieran desde el principio la realidad y los riesgos que deberían enfrentar.
Era un explorador y marino irlandés llamado Ernest Henry Shackleton y con ese aviso buscaba formar un grupo de 27 hombres con diversas habilidades -pero sobre todo con determinado carácter- para que lo acompañaran en su tercer intento de llegar el Polo Sur, una hazaña en la que nadie todavía había inscripto su nombre.
Había fracasado dos veces, pero sentía que la tercera sería la vencida. Lo que no podía imaginar era que ese intento -en el que volvería a fracasar- se convertiría en una epopeya de supervivencia sobre los hielos antárticos y navegando por aguas heladas en la que la lógica decía que todos deberían haber muerto, pero sin embargo regresaron vivos gracias a su ingenio y a su determinación.
Se la conoció como la odisea del Endurance, por el nombre del barco en el que navegaban hacia a la Antártida pero quedó primero atrapado por el hielo y después fue destrozado por su presión, dejando a Shackleton y su grupo aislados, con escasos alimentos y sin la esperanza de ser rescatados.
Por esas casualidades del almanaque, en 2022, en el año del centenario de la muerte de Shackleton -fallecido el 5 de enero de enero de 1922-, los restos del Endurance fueron localizados a 3.000 metros de profundidad sobre el fondo del mar de Weddell, una amplia porción del océano Atlántico Sur, cerca de la Antártida.
A pesar de haber pasado 107 años en el lecho oceánico, las imágenes grabadas en video lo muestran prácticamente igual que el día en que se hundió en noviembre de 1915 y marcó el punto de partida para la hazaña de Shackleton y sus hombres.
Pasión por el mar
Segundo hijo de una familia de hacendados galeses, los caminos que debía recorrer en su vida Ernest Henry Shackleton estuvieron marcados desde el principio por su padre, Henry, quien además de tener tierras era médico y quería un heredero para su consulta.
Cuando Ernest tenía 11 años, la familia se trasladó a Londres, donde lo inscribieron en la Fir Lodge Preparatory School. Era un lector voraz, sobre todo de novelas de aventuras, pero la escuela no lo atraía como tampoco el futuro que le había diseñado su padre.
Le interesaba viajar y vivir aventuras parecidas a las de las novelas, sobre todo las de viajes por el mar. De algún modo consiguió que en 1890, cuando tenía 16 años, su padre lo autorizara a dejar los estudios y conseguir un lugar como grumete en el velero Hoghton Tower, de la North Western Shipping Company.
En agosto de 1894 aprobó el examen de segundo oficial y aceptó un puesto como tercer oficial en un vapor de la Welsh Shire Line. Dos años después obtuvo la acreditación de primer oficial y en 1898 la de capitán de barco, lo que lo autorizaba a comandar un barco británico en cualquier parte del mundo.
En uno de sus viajes entabló amistad con el teniente Cedric Longstaff, hijo del millonario Llewellyn W. Longstaff, el principal patrocinador financiero de la Expedición Antártica Británica que por entonces se organizaba en Londres
Shackleton no dudó un momento en ofrecer sus conocimientos como marino para pedir un lugar en la expedición.
Objetivo: Polo Sur
Lo asignaron como tercer oficial del Discovery, al mando del capitán Robert Scott, también líder de la expedición cuyo principal objetivo era llegar al Polo Sur luego de desembarcar en la Antártida.
Zarparon de Inglaterra el 31 de julio de 1901 y, una vez llegados al continente blanco, Scott, Shackleton y el físico Edward Wilson montaron un trineo de perros para intentar la hazaña de llegar hasta el hasta entonces inalcanzable Polo.
La aventura terminó en un estrepitoso fracaso. Ninguno de los tres tenía entrenamiento ni habilidad para conducir el trineo, Scott y Shackleton se enfrentaban por cada decisión que se debía tomar y, finalmente, el joven tercer oficial se enfermó y debieron regresar cuando estaban a 857 kilómetros del objetivo que se habían fijado.
El fracaso no hizo desistir a Shackleton, que una vez recuperado decidió preparar una nueva expedición, esta vez con su liderazgo. Logró conseguir los fondos, el barco y la tripulación para zarpar al mando del Nimrod como jefe de una nueva Expedición Antártica Imperial Británica.
Partió en 1907 y en esta ocasión estuvo mucho más cerca que tener éxito. En la isla de Roos, Shackleton y parte de su grupo ascendieron al volcán Erebus, desde donde determinaron la posición del polo sur magnético.
Después, los expedicionarios descubrieron un paso a través del glaciar Beardmore y cruzaron la cordillera Transantártica en un recorrido que resultó extenuante. Cuando aceptaron que no podían avanzar más estaban a solo kilómetros del Polo Sur, que una vez más resultó inalcanzable.
Aun así, Shackleton fue recibido a su regreso, en 1909, como un héroe y el relato de la expedición apasionó los lectores de los medios donde se relataba por entregas. El rey Eduardo VII lo convocó para escuchar la aventura de los propios labios del líder de la expedición, lo nombró comendador de la Real Orden Victoriana y le otorgó el título de caballero.
Con ese respaldo, potenciado por el interés que su viaje había logrado despertar en la sociedad inglesa, se propuso intentar la conquista del Polo Sur por tercera vez.
La tercera expedición
Para seleccionar a la mayoría de los integrantes de la expedición, puso el desalentador pero inquietante aviso en el Times y él mismo se ocupó de elegirlos. No solo reparaba en sus habilidades, sino también en su carácter y en la empatía que podría establecer con ellos. Las violentas discusiones que había mantenido con Scott en su primer viaje seguían frescas en su memoria.
Conformó una tripulación de 27 hombres, pero al final serían 28, porque una vez en altamar descubrió a un polizón en el barco, Perce Blackborow, un joven al que había rechazado pero que no se resignó a quedar fuera de la aventura.
Contaba con dos barcos. Uno de ellos era el Endurance, un bergantín que compró en Noruega, que podía navegar tanto a vela como a vapor; el otro era un ballenero llamado Aurora, que cumpliría una misión complementaria en la expedición.
Shackleton era el líder de la expedición, el capitán F Worsley comandaba el Endurance y el teniente J. Stenhouse estsaba al mando del Aurora
El meteorólogo era el capitán L. Hussey y el doctor McIlroy estaba a la cabeza del equipo científico. Al cargo de los setenta perros para los trineos estaba el veterinario Dr. Macklin, y Tom Crean se ocupaba de los perros guía. También formaba parte de la expedición el famoso fotógrafo australiano Frank Hurley.
El objetivo de Shackleton era llegar a la bahía Vahsel, junto al mar de Weddell, y desde allí poner rumbo al Polo Sur y alcanzar la isla de Ross, en el otro extremo de la Antártida, haciendo el camino a pie.
El Aurora, transportaría al equipo de apoyo dirigido por el capitán Aeneas Mackintosh hasta el estrecho de McMurdo, en el otro extremo de la Antártida. Este grupo crearía puntos de abastecimiento a lo largo de la Gran Barrera de Hielo hasta el glaciar Beardmore, depósitos que contendrían el agua y comida que ayudarían al equipo de Shackleton a completar su larga travesía de 2900 kilómetros a través de la Antártida.
El 8 de agosto de 1914, el Endurance zarpó de Inglaterra al mando del capitán Frank Worsley con rumbo a Buenos Aires, puerto en que se les unió Shackleton, que se había quedado en Londres recaudando dinero para la expedición. Desde allí se dirigieron a las Georgias.
El 5 de diciembre, los expedicionarios partieron de la estación ballenera de Grytviken, en las Georgias del Sur, con destino a la Antártida, con unas previsiones meteorológicas muy adversas.
El hundimiento del Endurance
Para enero de 1915, las condiciones climáticas se convirtieron en el principal enemigo de la travesía y el Endurance, que navegaba por el mar de Weddel, quedó rodeado por el hielo.
El 24 de febrero, cuando Shackleton fue consciente de que podían quedar atrapados hasta la próxima primavera, ordenó el abandono de la nave y su conversión en estación invernal. El navío derivó lentamente hacia el norte en los siguientes meses, pero la cercanía de la primavera y sus temperaturas más suaves iniciaron rupturas y movimientos en el hielo que pusieron el casco de madera del barco en grave peligro.
Triturado por la presión, el barco se hundió el 21 de noviembre de 1914 ante los ojos de la consternada tripulación. “De repente, el témpano a babor se rompió y enormes trozos de hielo salieron disparados desde debajo de la sentina de babor. Al cabo de unos segundos el barco se escoró treinta grados a babor”, escribió Shackelton.
Salvaron lo poco que pudieron. Se perdió casi todo el equipo y tuvieron que sacrificar varios perros para poder alimentarse.
Transportando sus pocas pertenencias en trineos, recorrieron la torturada superficie helada del Mar de Weddell rumbo a la isla Paulet, a 554 kilómetros. A veces caminando, otras a bordo de botes, fueron acercándose a su objetivo hasta que las corrientes marinas les impidieron alcanzarlo.
Debieron desviarse hacia la isla Elefante, en el archipiélago de las Shetland del Sur, donde llegaron penosamente en abril de 1915.
Milagrosamente, los 28 integrantes del grupo seguían con vida, pero en un lugar alejado de toda ruta, por lo que la esperanza de ser rescatados era prácticamente nula.
La chalupa James Caird
Frente a esa situación, Shackleton tomó una decisión audaz. Eligió a cinco hombres para embarcarse con él a bordo de una chalupa de solo 6,7 metros de largo para tratar de llegar a una base ballenera de las Georgias del Sur, en un recorrido casi imposible de 1.280 kilómetros. El resto de los hombres se quedó en la isla Elefante, rogando porque la audacia de su líder tuviera éxito, porque en eso les iba la vida a todos.
Shackleton seleccionó cuidadosamente a los cinco hombres que subieron con él a la chalupa James Craig, bautizada así por el nombre del principal financista de la expedición, para lanzarse a las aguas del estrecho de Drake. Eran Frank Worsley, capitán del Endurance, que se encargaría de la navegación; Tom Crean, que había “rogado ir”, según el diario de Shackleton; dos marineros, John Vincent y Timothy McCarthy, y finalmente el carpintero Harry McNish.
Luego de 15 días de navegación, el 8 de mayo tuvieron a la vista la isla San Pedro, en el archipiélago de las Georgias del sur, pero el mal tiempo, con vientos huracanados, les impidió desembarcar hasta el día siguiente.
Estaban en una zona despoblada de la isla y tenían dos alternativas: volver a subir a la chalupa y bordear la isla para llegar a la estación ballenera o cruzarla por tierra, para lo cual debían ascender 1.200 metros para superar una cadena montañosa. Los fuertes vientos que no cesaban y el temor de que la chalupa se estrellara contra las paredes rocosas de la isla hicieron que Shackleton eligiera la segunda opción.
Shackleton partió con Worsley y Crean mientras que McNish, Vincent y McCarthy se quedaron en el improvisado campamento. Los hombres realizaron una travesía de 35 kilómetros cruzando las montañas, equipados con botas a las que habían clavado unos tornillos para poder escalar.
El 20 de mayo, 36 horas más tarde, llegaron a la bahía Stormness, en la costa norte de Georgia del Sur, y el 30 de agosto de 1915, después de un viaje épico, Shackleton pudo llegar a la isla Elefante a bordo de un remolcador chileno para recoger al resto de la tripulación y volver a Inglaterra sanos y salvos.
La odisea del Endurance había terminado.
La aventura final
Una vez más, Ernest Shackleton fue recibido como un héroe en Inglaterra y durante los siguientes años se dedicó a recorrer el país dando conferencias sobre sus viajes por los helados mares antárticos.
Sin embargo, ya tenía otro proyecto en mente. No se trataba de un nuevo intento para llegar al Polo Sur, sino de recorrer para obtener información oceanográfica el mar de Beaufort, una zona prácticamente inexplorada.
La expedición partió de Inglaterra el 24 de septiembre de 1921, pero cuando el barco recaló en Río de Janeiro, Brasil, Shackleton sufrió lo que pareció era un ataque al corazón. Aunque se sentía muy mal, se negó a bajar a tierra para recibir atención médica y a bordo de su barco, el Quest, continuó hacia el sur hasta recalar en las Georgias del Sur el 4 de enero de 1922.
La madrugada del 5 de enero, Shackleton pidió que enviaran al médico de la expedición, Alexander Macklin, a su camarote para que lo revisara.
En su diario, el médico relató el diálogo que mantuvo con Shackleton mientras lo examinaba.
-Está haciendo demasiadas cosas, jefe, tiene que tratar de llevar una vida más tranquila – cuenta Macklin que le dijo a Shackleton.
-Siempre me decís que renuncie a cosas, ¿a qué tengo que renunciar? – le retrucó el explorador.
-Principalmente al alcohol, jefe – contestó el médico.
Cinco minutos después, un infarto masivo acabó con la vida de Ernest Shackleton.