Y un día se desvaneció en el aire; nadie supo nunca más nada de él, ni cómo vivió, ni dónde; ni cuando murió ni dónde; ni cómo, ni dónde fue enterrado y por quién. Era una celebridad de la que se perdieron todas las pistas y se hizo leyenda. Un libro, que él había dictado a un escritor con el minucioso relato de su azarosa y extraña vida, fue uno de los más vendidos en 1853 porque en páginas rigurosas y con un lenguaje simple trazaba el porvenir trágico que se avecinaba sobre Estados Unidos: la Guerra Civil y el drama de la esclavitud.
Solomon Northup era él mismo un bosquejo de ese porvenir que acaso no llegó a ver. Era negro, había nacido libre porque el amo esclavista de su padre, Henry Northup, jefe de una adinerada familia de Rhode Island, dejó escrito en su testamento que, a su muerte, sus esclavos debían ser considerados hombres libres. Solomon vivió así, como hombre libre, hasta que fue secuestrado y enviado al sur, donde vivió doce años como esclavo. Liberado el 4 de enero de 1853, hace ciento setenta años, dictó sus memorias, “Twelve Years as a Slave”, “Doce años como esclavo” o “Doce años de esclavitud”, que además de servir como testimonio vívido de una época destinada a morir, pero que no lo haría sin luchar, fue la única guía que permitió desandar la vida de Solomon hasta su misteriosa desaparición y su pase a la leyenda.
En 2012, una producción cinematográfica independiente tomó la historia de Solomon y la lanzó a los lobos de Hollywood convertida en una película taquillera y elogiada por los críticos, “Doce años de esclavitud”, dirigida por Steve Rodney McQueen, protagonizada por Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Lupita Nyong’o y Brad Pitt entre otros. Ganó tres Oscar, como corresponde, (película, actriz de reparto, Nyong’o, y guión).
¿Quién era Solomon Northup? Tejió sobre su vida una tenue capa de misterio. Falseó su fecha de nacimiento, dijo que había nacido en 1808, pero admitió después que nació en 10 de julio de 1807 en Minerva, New York. Su padre, Mintus, adoptó el apellido de su antiguo amo, el capitán Henry Northup, que a su muerte lo había convertido en hombre libre. Los Northup se mudaron de Rhode Island a New York donde Mintus logró comprar una granja y una extensión de tierra suficiente para cumplir con el requisito de propiedad requerido a los negros para permitirles votar. Solomon trabajó junto a su padre, recibió algo de educación, un derecho negado a la población negra, se internó en los misterios del violín, se convirtió en granjero y balsero, y se casó a los veinte años con Anne Hampton, con quien tuvo tres hijos. En 1834 vendió su granja y se mudó con su mujer y sus hijos a Saratoga Springs, New York, decidido a hacer otra cosa para mantener a su familia, otra cosa alejada de las granjas. Se había ganado cierta fama como violinista talentoso.
El mundo del norte industrializado de Estados Unidos, que había otorgado la libertad a sus antiguos esclavos, veía crecer la economía capitalista sostenida por una gran concentración de mano de obra asalariada: había descubierto que era mucho más ventajoso pagar salarios por hora de trabajo, que mantener de por vida a un esclavo y a su familia. En cambio, el sur algodonero en esencia, de grandes plantaciones sobre las que reinaban grandes mansiones y verdaderas dinastías, parecía fijado a un sistema económico poco favorable al desarrollo del capital: mantenía la esclavitud como una garantía para la exportación de materias primas y la importación de bienes de consumo.
Aquellos eran dos mundos destinados a chocar. En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, once estados de la entonces Unión decidieron formar una Confederación independiente con sede en el Sur; la guerra inevitable fue de las primeras guerras “industriales” de la historia, en la que tomaron parte decisiva los ferrocarriles, el telégrafo, los buques de vapor que habían dejado de lado la madera por el hierro, y la producción masiva de armas.
Pero en marzo de 1841, cuando Solomon Northup tenía treinta y cuatro años, la guerra quedaba lejos todavía, aunque los mundos seguían en pugna. Fue en esos días cuando dos hombres se acercaron a Solomon con una oferta de trabajo. Dijeron ser cazatalentos de circo y querían contratar a Solomon como violinista: un dólar por día y tres por cada aparición ante el público con su violín. Northup viaja con sus contratistas, que eran dos delincuentes traficantes de esclavos, a la ciudad de New York y a Washington. Una noche lo drogan y Solomon despierta encerrado, a oscuras, solo y encadenado. El hombre libre había dejado de serlo.
Lo venden a un famoso traficante, James Birch, que lo castiga con brutalidad cuando Solomon le hace saber su condición de emancipado. Va a parar a un corral de esclavos que, esposados y encadenados, son transportados en autos y en barcos de vapor a Richmond, Virginia y a New Orleans. En esa ciudad lo toma otro traficante, Theophilus Freeman (apellido alegórico, significa “hombre libre”) que para borrar todo posible rastro de su pasado le adjudica un nuevo nombre y apellido: Hamilton Pratt. Solomon es comprado por un predicador bautista, William Ford, a quien recuerda con cierto afecto en sus memorias.
Ford, dueño de un aserradero, lo emplea en el cortado y apilado de troncos. Solomon diseña para Ford una flota de balsas para entregar la madera por el río y no por tierra, lo que aumenta las ganancias del predicador. Ford, inmerso en dramas financieros, vende a Solomon a John Tibout para saldar con él parte de una deuda. Tibout es otro tipo, violento, amante del castigo físico, un sádico que usa el látigo como único argumento. Cuando su nuevo amo intentó azotarlo, Northup se defendió y con un pie en el cuello de Tibout castigó a su amo “hasta que me dolió el brazo derecho”, dirá en sus memorias.
El resultado es que Tibout buscó la ayuda de esclavistas vecinos para linchar al rebelde, pero el esclavo vuelve a vencer al amo y escapa de la plantación, perseguido por los perros. Solomon buscó refugio en lo de Ford y halló cobijo en uno de los hombres de Ford, Anderson Chafin. El presbítero exigió a Tibout que vendiera a Solomon, o lo alquilara.
En abril de 1843, después de una odisea que el libro que dictó Northup detalla con precisión y que la película de McQueen reflejó con crudeza, Ford y Tibout vendieron a Northup a Edwin Epps, que sería su amo en los siguiente diez años, para quien trabajó como artesano y peón de campo, alquilado ocasionalmente a otros algodoneros y productores de azúcar.
La segunda mitad de “Doce años de esclavitud” describe la plantación de Epps de algodón y azúcar. Northup describe con fidelidad la miseria, la desesperación y la desesperanza de los esclavos, sin dejar de deslizar algún comentario irónico con un humor corrosivo que tal vez le haya ayudado a soportar su calvario. Señala por ejemplo, después de describir las miserables raciones que recibían, que ninguno de los esclavos de Epps “tiene posibilidades de sufrir de gota, inducida por una vida excesivamente lujosa”. Epps era en verdad otro sádico del látigo del que Solomon trató de escapar sin éxito.
Recién en junio de 1952 su suerte cambió. Llegó a la plantación de Epps un carpintero antiesclavista de Canadá, Samuel Bass, con el que Solomon pudo enviar varias cartas a sus amigos de New York para dar señales de vida, nadie sabía qué le había pasado, y para pedir que lo rescataran. Una de esas cartas llegó a Anne, su mujer, que pidió la ayuda de otro Henry Northup, amigo de Solomon y sobrino nieto del Henry Northup que había ordenado que, a su muerte, fuesen libres todos sus esclavos.
Henry organizó una campaña de apoyo en favor de Solomon y por un estatuto de 1840 que establecía el rescate de los ciudadanos de New York vendidos como esclavos, en noviembre de 1852 el gobernador de New York, Washington Hunt firmó el pedido de rescate de Solomon. Con ese documento, cartas de un senador y de un juez de la Corte Suprema, Henry viajó al sur y con un abogado local y la ayuda del antiesclavista Bass, ubicaron a Solomon en la plantación de Epps y obtuvieron su libertad el 4 de enero de 1853.
El esclavo por doce años, volvía a ser un hombre libre. Volvió a casa para volver a reunirse con su mujer, sus hijos y un nieto al que no había conocido. De camino, y al hacer escala en Washington demandó al esclavista James Birch, que lo había encarcelado y vendido. Pero las leyes impedían a un hombre negro declarar contra un blanco y la causa fue desestimada. Su rescate fue noticia durante meses en los que Solomon se unió al abogado y escritor David Wilson para armar “Doce años de esclavitud”, que vendió treinta mil ejemplares en los siguientes tres años, dinero que Northup usó para comprar una nueva propiedad al norte de New York.
Entre el año de su liberación y 1857, Solomon fue una celebridad nacional. Participó en extensas giras de conferencias donde narraba su odisea como esclavo, como parte de una campaña abolicionista que todavía estaba en pañales. Esa fama le sirvió para que fuesen identificados los dos hombres que doce años antes lo habían engañado con la oferta del circo, pero no alcanzó sin embargo para mandarlos a la cárcel. Los dos esclavistas fueron arrestados y acusados en 1854 y la causa judicial llegó a la Suprema Corte del estado de New York, pero los cargos fueron desestimados en mayo de 1857.
Y un buen día, Solomon Northup, el célebre abolicionista que había sido libres, esclavo y libre otra vez, se desvaneció en el aire. El público no supo nada más de él y si algo supo de él su familia, lo mantuvo en secreto. Las evidencias dicen que se había convertido en un hombre de acción a punto de cumplir el medio siglo. Lo ubican unido al llamado “ferrocarril subterráneo”, que funcionó durante varios de aquellos años en Nueva Inglaterra. Ni era ferrocarril, ni era subterráneo: era una cadena de rutas seguras y casas amigas que ayudaban y daban refugio a los esclavos que lograban huir del sur profundo, hasta hacerles pasar la frontera norte de Estados Unidos con Canadá. De hecho, la última aparición pública de Northup está fijada en octubre de 1857 en Streetsville, Ontario, Canadá. No figura como habitante de Estados Unidos en el censo de 1860 y se presume que murió entre esos años, y mucho antes que su esposa, Anne, que murió en 1876. No se conoce ni cómo murió, ni dónde fue enterrado.
Los dos mundos en los que había vivido Solomon Northup se enfrentaron por fin a partir de abril de 1861. A lo largo de cuatro años, la Guerra de Secesión costó la vida de entre seiscientos y setecientos cincuenta mil soldados y un número nunca determinado de muertos civiles. El 1 de enero de 1863, a una década del día de la liberación de Solomon, el presidente Abraham Lincoln firmó la Proclama de Emancipación de los esclavos. El 9 de abril de 1865, luego de la derrota en la batalla de Appomattox, el general Robert Lee, del rebelde Ejército Confederado, se rindió en la Corte de Justicia de la ciudad al general Ulysses Grant. Cinco días después, en el teatro Ford de Washington, Lincoln fue baleado en la cabeza por John Wilkes Booth, un actor frustrado, simpatizante del Sur: el presidente fue declarado muerto a las siete y veintidós de la mañana siguiente.
La esclavitud fue abolida también en el sur blanco y racista, que se reservó sin embargo el derecho de tratar a su población negra a su antojo, política sintetizada en una frase de siniestro orgullo, “No te metas con Texas”, que daba la bienvenida, acaso la da todavía, a los visitantes. Los negros no tuvieron acceso a los derechos más elementales hasta bien entrados los años 60 del siglo pasado. Durante décadas debieron vivir bajo un lema hipócrita “Iguales, pero diferentes”, con el que los blancos justificaban la segregación racial.
El 28 de agosto de 1955, Emmet Till, un chico negro de catorce años recién cumplidos fue torturado, masacrado a golpes y muerto de un disparo en la cabeza por supremacistas blancos que lo acusaron de haber silbado al paso de una mujer blanca: su cadáver desfigurado fue arrojado al río Tallahatchie con un peso atado al cuello. Siete años después, la Casa Blanca de John Kennedy debió recurrir a la Guardia Nacional y a las fuerzas federales para que custodiara el ingreso a la universidad de Alabama de tres estudiantes negros. Para impedirlo, sin éxito, estaba en la puerta del instituto el gobernador del Estado, George Wallace.
John Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963 en Dallas, Texas, cinco meses después de impulsar la Ley de Derechos Civiles en beneficio de la población negra. Le sucedió su vicepresidente, el tejano Lyndon Johnson. Al año siguiente tres activistas por los derechos civiles fueron asesinados en Mississippi por miembros del Ku Klux Klan, la secta de ultraderecha que proclama y sostiene la supremacía blanca. En 1965, en New York, fue asesinado el activista negro Malcom X y tres años después, en Memphis, el líder por los derechos civiles y Nobel de la Paz, Martin Luther King, fue asesinado de un balazo en la cabeza en el balcón del hotel donde se alojaba.
El 20 de enero de 2009, el líder del Partido Demócrata Barack Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos. Fue reelecto y ejerció el cargo hasta el 20 de enero de 2017. En su reemplazo asumió Donald Trunp que, cuatro años después, intentó impedir la proclamación como presidente de Joe Biden. La justicia investiga si Trump tuvo responsabilidad en la gigantesca manifestación que intentó tomar por asalto, y casi lo l ogra, el Congreso americano.
Los manifestantes estaban liderados por supremacistas blancos.