Era una película que (casi) nadie quería hacer. Al autor todavía, pese que hacía años que lo intentaba, todavía no le habían aceptado ningún guión. Uno de los actores principales venía de cinco fracasos consecutivos. Al otro, al que buscaron desde un principio, la historia no lo entusiasmó, pretendía otro perfil para su carrera. El músico convocado no quiso saber nada con trabajar con las melodías que le impusieron, unos rags de 1910. Sin embargo, ese proyecto se concretó y se convirtió en un éxito descomunal de crítica y de público. Estuvo durante décadas entre las 10 películas más taquilleras de la historia y, tras 10 nominaciones al Oscar, se quedó con 7.
Hace cincuenta años, el día de Navidad de 1973, se estrenaba en Estados Unidos El Golpe.
Todo empezó con un chico de poco más de 20 años, aburrido en una oficina. Hacía un mes y medio que Rob Cohen había empezado a trabajar en la agencia del representante de artistas Mike Medavoy. El joven comenzó a sacar guiones inéditos que se apilaban en un rincón de la oficina. Textos que habían mandado aspirantes a escritores, gente que anhelaba ingresar a Hollywood. Es posible que, alguno más veterano en la oficina, haya mirado al recién llegado y se haya lamentado por él: nunca nada bueno había salido de esas pilas de descartes, de mamotretos escritos por desconocidos. Pero Cohen no lo sabía. De pronto extrajo un anillado del medio de la pila. Una intuición. Comenzó a leer. Y no pudo parar hasta llegar al final. Salió corriendo a buscar a su jefe. Le dijo, casi a los gritos, que ese guión era de los que ganaban premios, que en esas páginas había un éxito enorme de esos que protagonizan dos grandes estrellas. Medavoy lo miró con algo de incredulidad. Hubo algo en el entusiasmo desmesurado del joven que lo convenció. “Si esto fracasa, si me hacés pasar un papelón, esta recomendación fue tu último acto en este empresa”. Esa misma tarde, Medavoy vendió por una cifra récord el guión de El Golpe a Universal. Rob Cohen pasó a ser el joven talento que descubrió El Golpe, esa era su etiqueta. Fue el primero de los pasos en una carrera exitosa que lo terminó convirtiendo en director de blockbusters modernos como Rápido y Furioso, XXX y Daylight. Medavoy también usó de trampolín la película y terminó convertido en un magnate que dirigió más de un estudio.
George Roy Hill, después de Butch Cassidy, había dirigido la adaptación cinematográfica de Matadero 5, la novela de Kurt Vonnegut. No le había ido demasiado bien. Apenas leyó la historia de El Golpe supo que deseaba ser su director.
En busca de la estrella
Fue en busca de Robert Redford. Pero el actor estaba en otra etapa de su carrera. Crecía película a película, año a año. Ya era, claro, una súper estrella y los proyectos se diseñaban alrededor suyo. Cada día no sólo ganaba más dinero, sino más injerencia en cada etapa de la producción. Redford buscaba prestigio y proyectos que lo desafiaran. Y que siempre fueron convocantes (el éxito –la taquilla agotada- se convierte en una adicción). Una comedia en la que se narrara un engaño llevado a cabo por dos estafadores de poca monta no le parecía atractiva, no era el paso que su carrera necesitaba. Desechó el guión y siguió leyendo historias que hablaran de grandes hechos, que tuvieran protagonistas tironeados por amores contradictorios, que fueron el centro de grandes eventos históricos, que se encontraran en el medio de un tornado emocional. La paradoja es que Redford, que después cambió de opinión y aceptó participar de El Golpe, recibió su única nominación al Oscar como actor por esta película (a pesar de eso nunca quedó demasiado conforme con su labor; confesó que recién vio la película completa en 2004, más de 30 años después de su estreno).
Paul Newman no había conseguido otro éxito desde Butch Cassidy. Habían pasado cuatro años y cinco películas. Alguna había recibido tibios elogios de la crítica y alguna aislada nominación al Oscar pero no mucho más. Hubo productores de Hollywood que comenzaron a poner en duda su poder para vender entradas. Newman, en contraposición de Redford, quería hacer comedia, quería demostrar que podía encarnar personajes livianos y hacerlos con gracia; mostrar una faceta más de su ductilidad.
Ante la negativa de Redford, los productores salieron a tentar a Jack Nicholson. Él también dijo que no. Warren Beatty y Burt Reynolds fueron otros dos que dejaron pasar la oportunidad. La búsqueda finalizó cuando Robert Redford modificó su decisión inicial y aceptó volver a hacer dupla con Paul Newman.
Ambos cobraron el mismo salario, el más alto de la época: 500.000 dólares más participación en las ganancias (una de las mejores decisiones de su vida porque la película fue muy taquillera: actualizando por inflación el valor de las entradas todavía se encuentra en el Top 20 de la historia).
El casting del film
Para el papel del capo mafia que terminara estafado, Hill deseaba a Richard Boone. Pero Newman le envió el guión a Robert Shaw que se encontraba en Irlanda. El veterano actor aceptó de inmediato y Hill cambió de parecer. Shaw, haciendo valer sus antecedentes actorales, exigió que su nombre apareciera luego de la dupla protagónica pero antes del título de la película. La negociación no debe haber sido sencilla pero consiguió su objetivo. Esa alegría por haber conseguido lo que quería, por lograr destacarse en cartel del resto del elenco, mutó en decepción cuando al anunciarse las nominaciones a los Oscar, su nombre no figuraba entre los cinco candidatos a mejor actor de reparto. Se dice que la Academia no lo consideró para ese rubro por su colocación en los títulos de la película.
Para muchos, El Golpe, debido a la participación estelar de Newman y Redford (y la dirección de Hill) se convirtió en una especie de extraña secuela de Butch Cassidy. La química entre ellos traspasa la pantalla. No sólo se trata de dos de los hombres más apuestos y seductores de la historia del cine (y la palabra “cine” podría estar sobrando en esa frase). Algunos ejecutivos del estudio tuvieron miedo porque su buena relación era conocida por el público y temieron que no creyeran que uno era capaz de engañar al otro.
Esta fue la última película en la que los dos astros compartieron cartel, a pesar de que las dos funcionaron de una manera notable frente al público y a pesar de que se convirtieron en grandes amigos. Una de las característicos de la amistad entre ellos era que se hacían (y soportaban) bromas muy pesadas. Había una sola regla: no volver a hablar de ellas ni comentarlas. Y el perjudicado, el que recibió la broma, debía esperar el momento para contragolpear, sin que el otro supiera cuando caería el golpe sobre él. El factor sorpresa era clave. Ambos eran apasionados por los autos. Un día llegaron al rodaje con el mismo modelo de Porsche. Paul Newman, en un descuido de Redford, logró hacerse con las llaves del auto de su amigo y contrató a alguien para que se lo llevara del set y lo estacionara a unas cuadras de allí. Cuando finalizó la jornada de rodaje, Redford buscó con denuedo su vehículo. Se fue a su casa convencido de que se lo habían robado. Al día siguiente cuando llegó al estudio encontró su auto estacionado. Supo en ese momento que el actor de La Leyenda del Indomable le había hecho una de sus bromas.
Newman y Hill también hacían lo suyo. Fueron a tomar algo después de una jornada. A la mañana siguiente, llegó una carta a la oficina del director. El actor le reclamaba formalmente la deuda por las cervezas tomadas la noche anterior: 8 dólares. La misiva la había redactado un abogado y repleta de lenguaje jurídico, de jerga leguleya, brindaba diversos argumentos para fundamentar que siempre es deber del director de la película invitar cuando sale con uno de los actores. George Roy Hill se rio cuando leyó la carta, festejó para sí mismo el humor de Paul Newman y siguió con su trabajo. A la mañana siguiente cuando ingresó a su oficina, al momento de sentarse, su escritorio se desmoronó a sus pies. Alguien, en medio de la noche, lo había cortado por la mitad. Una nota no dejaba dudas de quien había sido. Imitando los modos mafiosos, Newman reclamaba su deuda, avisando que el siguiente paso era la agresión física. A todos les pareció muy gracioso y valoraron el trabajo que se tomó el actor de ingresar en medio de la noche al despacho del director, junto a un técnico, para serruchar el escritorio al medio. A casi todos. El estudio mandó la cuenta de 800 dólares por el valor del mueble al autor de la tropelía. Paul Newman, por supuesto, nunca los pagó.
Paul Newman y George Roy Hill volvieron a trabajar juntos en 1977 en la extraordinaria, violenta, divertida y algo menospreciada Slap Shot, la historia de un equipo brutal de hockey sobre hielo.
El hit de la película
Además del director y el dúo protagónico hay otro punto en común con Butch Cassidy. La música, que a priori parece no tener que ver con la historia, se convirtió en un suceso autónomo y fenomenal. En la de los bandidos del Oeste, Redford preguntó que tenía que hacer Raindrops Keep Fallin’ On My Head si en la película ni siquiera llovía. No importó el detalle meteorológico. La canción de Burt Bacharach se convirtió en un clásico instantáneo. En esta, el director pretendía utilizar unos ragtimes de Scott Joplin. Cuando lo contactaron a Marvin Hamlisch, el compositor no se mostró interesado. El ragtime no era un desafío suficiente para él y además le parecía incongruente. Era música de 1910 en una historia de 1930. Pero lo convencieron para que viera una primera versión de la película. Hamlisch quedó deslumbrado y supo que debía participar. Su actualización, con esa orquestación sutil, de The Enterteiner, además de acercar la figura de Scott Joplin –sus discos se reeditaron y hasta se filmó una biopic sobre él-, convirtió al tema en un éxito que llegó al número 3 en Estados Unidos y al primer puesto en muchísimos países del mundo. La particularidad fue que la canción había sido escrita seis décadas antes. Otro efecto: cualquiera que en cualquier momento haya escuchado la canción en los últimos cincuenta años, se pasó los días siguientes tarareándola. Es de esas melodías que se meten en uno y le taladran la cabeza, que se niegan a salir de allí (varios de los lectores que acaban de terminar este párrafo, deben estar tarareándola en este momento).
El autor del guión fue David S. Ward. Había escrito varios guiones pero ninguno había sido filmado todavía (ese mismo año se estrenó otra película de su autoría). Trabajaba en una compañía que desarrollaba películas educativas. Mientras investigaba para algunas de sus historias se obsesionó con los descuidistas, los carteristas, los que robaban con habilidad, sigilo y algún ardid en la calle, sin que las víctimas lo notaran en el momento. Eso lo llevó a prestar atención a los estafadores de poca monta, los que se ganaban la vida montando engaños. Recopiló muchas historias. Ahí encontró a sus personajes y fue puliendo la historia. Debía ser muy cuidoso con la arquitectura de la estafa, no dejar cabos sueltos y al mismo tiempo mantener al público intrigado hasta el final. Ward contó que, de todas maneras, lo que más le costó fue hacer queribles a los personajes. Para que la historia funcionara era imprescindible que los espectadores se pusieran del lado de ellos.
La trama es ingeniosa. Es un juego de cajas chinas. Una estafa encaja en la siguiente, un ardid lleva hacia el otro. La simulación, el engaño y la trampa están a la vuelta de la esquina. Las apariencias engañan. Y en el momento en que el público confía en lo que ve, en el que siente que sabe más que los personajes, el guión da un vuelco y pasa a engañar, a estafar simpáticamente, al espectador.
Ward recibió una denuncia de plagio. David Maurer, un autor de no ficción, sostuvo que los personajes estaban basados en la investigación que él había realizado. El libro había sido publicado en la década del 40 y se llamaba de The Big Con. Contaba la vida de dos hermanos estafadores que realizaban engaños permanentes para ganarse la vida. Se llamaban Fred and Charley Gondorff. Maurer afirmó en su demanda que el plagio era de tal tamaño que el personaje de Paul Newman se apellidaba también Gondorff, que el autor del guión ni siquiera había intentado ocultar su robo. Ward dijo que el nombre se trataba de un homenaje y que el libro había sido uno más de las decenas de textos que leyó para desarrollar sus personajes y su historia. Ante el gran éxito de la película, el estudio no quiso inconvenientes y llegó a un cuantioso acuerdo extra judicial con Maurer. El guionista Ward se enojó con los directivos porque consideraba que haber arribado a un acuerdo significaba una asunción de culpabilidad que no estaba dispuesto a reconocer.
El papel de Paul Newman era menor pero cuando el astro ingresó en el proyecto ganó mucha más importancia, aunque recién aparece en el minuto 26. La historia original tenía un tono más oscuro, era menos lúdica y liviana. Hill le insistió a Ward en sacarle seriedad al guión, en hacerlo más luminoso y menos solemne.
Una de las grandes sorpresas de la película fue que parecía totalmente fuera de época. No sólo por estar situado en los años treinta, la estética de las placas que remedaba las portadas de The Saturday Evening Post, por sus trajes de tres piezas vistosos, por la música. Lo fue por su tono liviano, algo zumbón y despreocupado. En ese momento las películas que triunfaban eran más oscuras, mucho más violentas, con un tono hasta operístico. El Padrino, Contacto en Francia, las de Scorsese, Sérpico o El Exorcista.
El Golpe ganó 7 Oscars. Entre ellos, el de mejor película, director ( Ingmar Bergman, George Lucas, William Friedkin y Bernardo Bertolucci fueron los otros nominados: el escritor David Thomson dijo que Hill no sólo no tendría que haber ganado, ni siquiera tendrían que haber dejado que se sentara en la misma sala con los otros cuatro), guión original (si hubo plagio ¿no tendría que haber sido el de guión adaptado?) y música. Antes de que Liz Taylor anunciara el ganador a la mejor película, un hombre desnudo irrumpió en el escenario. Ya es célebre la elegancia con que David Niven salió del paso.
Después sí, fue el turno del premio mayor. American Graffiti, Gritos y Susurros, El Exorcista y Un Toque de distinción cayeron derrotados por El Golpe. Subió a recibirlo su productora ejecutiva, la primera mujer en quedarse con esa estatuilla, Julia Phillips, que se convertiría en una gigante de la industria. Con gracia, en su agradecimiento dijo que era una gran noche, inigualable. Había recibido un Oscar y había conocido en persona, y hasta le había dado un beso, a Liz Taylor.