Fue un día de abril de 2019, Celeste, su marido y Lolo, el único hijo de la pareja, estaban por salir a pasear. El nene tenía 1 año y tres meses, ya se había largado a caminar pero todavía no hablaba. Lo que sucedió fue un accidente, no en el camino sino en su casa, en Lanús, la misma casa desde la que ahora Celeste cuenta la historia a Infobae.
“Nos íbamos de paseo. Yo fui a encender el coche y Lolo salió de casa corriendo. Yo simplemente no lo vi”, cuenta ella ahora que tiene palabras para poder hablar de eso.
“Lolo recibió un golpe que terminó siendo irreversible. Obviamente corrimos al hospital desesperados pero cuando llegamos ya no había nada más que hacer”.
Celeste Corrales tiene 39 años, es diseñadora de indumentaria, ella y su marido tenían 33 cuando murió Lolo. Pasaron ya cuatro años y ocho meses: cuatro navidades, cuatro años nuevos, cuatro no-cumpleaños. La intención de hablar ahora públicamente de eso no es revolver en el dolor sino compartir con cualquiera que haya perdido a un ser amado qué fueron haciendo para que las fiestas no fueran un dedo en la llaga.
“Al principio no entendíamos nada. La vida nos cambió por completo, imaginate. Quedamos un tiempo en estado de shock total”, arranca.
“La gente venía, nos abrazaba, nos daba su pésame, pero tardás mucho en caer. Mi casa estaba invadida por nuestra familia. Nosotros habíamos perdido lo más valioso que teníamos, el miedo de los demás era que no encontráramos razones para seguir viviendo”.
Del jardín al que iba Lolo los fueron a buscar a su casa, “nos levantaron de la cama”, sigue ella, y se emociona. Les consiguieron una psicóloga que los mandó directo al Grupo Renacer, un espacio de contención para madres y padres que perdieron hijos.
El primer Día de la Madre, seis meses después de la muerte del nene, fue un punto de inflexión. “Decidimos pasarla con la familia de mi marido para salir de acá, y la pasamos horrible. No por ellos sino porque nosotros no nos sentíamos bien en ningún lado”.
Dos meses después, en diciembre, se juntó todo: el día en que Lolo hubiera cumplido 2 años, Navidad y Año Nuevo. Para ese entonces Celeste seguía masticando dolor, aunque de a poco iba convirtiéndolo en algo nuevo.
Aunque para todo el mundo la forma en la que su hijo había muerto era la peor parte, en el grupo Renacer Celeste empezó a comprender otra cosa: “Lo que hay que trabajar no es la manera en que una persona muere sino la ausencia: nuestra vida sin esa persona”, cuenta.
“Como Lolo era muy chiquito cuando murió, no llegó a hablar, entonces no supe cuál era su color favorito. Una vez yo estaba muy enojada por eso y otra mamá me preguntó ‘¿cuál creés vos que hubiese sido el color favorito de tu hijo?’. Yo pensé ‘¿qué me preguntás? Yo qué sé’. Hasta que miré la pieza que le habíamos armado y me di cuenta de que estaba llena de cosas amarillas. Y le respondí ‘seguramente hubiese sido el amarillo’”, dice, mientras sonríe y se seca las lágrimas.
“No lo sé, por supuesto, capaz algún día me reencuentro con mi hijo y nos reímos porque nada que ver, o me dice ‘sí mamá, la pegaste, era el amarillo’. Lo que quiero decir es que me tuve que animar a responder esas preguntas, a inventar muchas veces”.
Llegó la primera Navidad y el malestar arrancó incluso antes, durante la planificación. “Pensaba ‘¿tengo que ir con una ensalada y una sonrisa? ¿Qué espera la vida de mí? ¿Me están cargando?’. Cuando todo el mundo decía ‘feliz Navidad’ yo no podía ni siquiera tratar de sonreír. Pensaba ‘¿qué feliz? ¿Qué me importa la Navidad?’”.
Nadie a su alrededor sabía si hablar de Lolo o cambiar de tema, algo común entre quienes rodean a las personas que sufrieron la pérdida de alguien muy amado. Pero en la primera Navidad la hermana de Celeste se arriesgó y tocó una fibra nueva.
“Se le ocurrió algo que nos reconfortó un montón. Cocinó con sus tres hijos galletitas con forma de estrellas amarillas en honor a Lolo, había una al lado de cada plato. Obviamente nada te trae a esa persona de vuelta pero las galletitas representaban un ‘acá nadie te va a olvidar’”.
Pero en el duelo los sentimientos suelen pendulear de un extremo a otro y el primer Año Nuevo pasó otra cosa.
“Salimos de trabajar y nos fuimos a la Costa los dos solos. Llegamos el 31 a la 8 de la noche y nos fuimos a dormir. No cumplimos con nadie, y está bien también...teníamos el corazón roto”, cuenta, para mostrar que no es necesario forzarse a estar con gente cuando uno no quiere, aunque le digan “vení, te va a hacer bien”.
Para la segunda Navidad ya había nacido Apolo, el segundo hijo de la pareja. “De a poco tratamos de que Lolo ocupara el lugar no sólo del recuerdo sino del buen recuerdo”, distingue su mamá.
“Por supuesto que nos acordamos del momento del accidente y de todo lo triste que vivimos, y al principio es lo único que uno puede recordar. Pero quedarse en ese dolor es lo más triste que hay, el buen recuerdo permite tener una vida más liviana, feliz”.
¿Liviana? ¿Feliz? ¿De qué habla?
“Por ejemplo, de la manera en que logré referirme a mi hijo. ¿Quería que una persona tan amada ocupara un lugar tan triste en mi vida? Si es lo mejor que tuve...porque a mí Lolo me cambió la vida, primero con su llegada y después con su partida. Entonces me sirvió poder rescatar eso, saber que soy lo que soy también gracias a su paso por mi vida”.
Empanadas y juguetes
Aunque el cumpleaños número 2 de su hijo sin su hijo fue “terrible”, el 9 de diciembre que siguió Celeste ya podía mirar los videos que le habían quedado de él. “Había uno en el que Lolo era bebé, todavía no comía, y yo le contaba que hacía muy ricas empanadas de jamón y queso. Eso es todo el video”, cuenta.
Pero no era todo.
“Y un día conocí a una mamá que había perdido a un hijo y se había puesto un comedor en honor a él, aunque no tenía ni idea cómo conseguir comida. El día del cumpleaños de Lolo nadie sabía qué decir o qué hacer, y a mí se me ocurrió pedirle a todos los que nos querían que nos mandaran empanadas, como las que yo hubiera querido hacerle a mi hijo”.
Recibió más de 50 docenas. “Me daba vergüenza al principio, no quería que la gente pensara ‘mirá lo que hace esta piba, pobre: junta empanadas porque se le murió un hijo’. Pero después me encontré con que hacer para otros chicos lo que hubiera querido hacer para él fue un proceso de sanación hermoso”.
Desde entonces lo repitieron cada año. Desde ahí que esta Navidad a Celeste se le ocurrió otra forma de tener a su hijo presente.
“Le propuse a mi familia que cada uno compre algo que le regalaría a Lolo”, cuenta. Cada uno de esos regalos va a mandarlos luego a los chicos de esos mismos comedores. “Es así: ya no puedo hacer sonreír a mi hijo pero sí puedo ayudar a que sonrían otros”.
Qué se puede hacer
Aldana Di Costanzo es psicóloga especialista en duelo. Es, además, la creadora de la Fundación Aiken, el espacio desde donde se dedica a acompañar a niños, adolescentes y a familias que perdieron a un ser muy querido.
Es ella quien habla con Infobae sobre lo que puede pasarnos (o no) en las fiestas sin la persona amada que ya no está.
“Suele suceder que ‘las primeras veces sin esa persona especial’ tienen un impacto e intensidad particular. El primer cumpleaños, la primera salida al cine sin él o ella, el primer acto escolar, el primer Día del padre, de la madre o del niño, las primeras reuniones familiares: todas situaciones en las que la ausencia es tan intensa que hace muy difícil estar conectado con el momento que se está viviendo”, introduce.
En el caso de las fiestas de fin de año, “la congoja y el sentimiento de vacío pueden aparecer unos días o semanas antes, cuando comienzan los preparativos y nuestro ser querido fallecido ya no es parte de ese momento: la organización, los regalos, la decisión sobre la comida, la decoración de la casa”, sigue.
Puede ser, entonces, que la persona esté más ansiosa, angustiada o irritable que lo habitual días e incluso semanas antes de las celebraciones.
“Pero estar en duelo no necesariamente es estar triste y retirado: es una posibilidad muy frecuente, pero no la única”, distingue. “Para algunas personas puede resultar importante reunirse en las fiestas como una forma de homenajear al fallecido, para conectar familiares y amigos, o simplemente para tener también un espacio de alegría y disfrute”.
Nunca es igual para todos: “Para las personas que viven las fiestas como un día más, no es un problema ese día sino cada día sin la persona querida”.
Si bien la persona que murió es la misma para muchos -por ejemplo, tres hermanos que perdieron a un mismo padre-, es clave tener en cuenta que no todos viven el duelo de la misma forma. ¿Por qué? Por ejemplo, para no hacer reproches del tipo “yo también perdí a mi papá y estoy acá”, o “a mí también se me murió mi mamá y al menos le pongo onda”.
“Lo que significaba esa persona en la vida de cada uno, la manera de transitar el duelo y las necesidades de cada uno muchas veces son distintas. En algunos casos no se tienen en cuenta esas diferencias y eso genera tensiones y situaciones difíciles que se suman al dolor por la pérdida. Es fundamental hablar, escucharse, entenderse y sobre todo respetar las diferencias y las necesidades de los demás”, sigue la profesional.
La pregunta es qué hacer si uno siente que pasar las fiestas con alguien o en cierto lugar puede ser un dedo en la llaga del dolor.
“Algunas personas piensan que lo mejor sería ‘dormirse y despertar cuando todo haya pasado’. Aunque eso no sea posible, quien está en duelo puede elegir no participar de las reuniones y los festejos. Podrá hacer un plan propio, con alguien querido y que no necesariamente tenga que ver con el festejo habitual. Pueden pasar unos días en al mar, en el campo o simplemente cenar de manera habitual compartiendo una película, sin necesidad de forzar el festejo”, propone.
¿Y si estamos rotos pero hay chicos?
“Un niño en duelo sigue siendo un niño. Le duele no tener a su mamá, papá, hermano o abuelo en la mesa del festejo, pero posiblemente se le agregue dolor si se le quita la posibilidad de participar de las fiestas”.
En estos casos, es muy importante conversar con el niño para tener en cuenta qué es lo que más le entusiasma de las fiestas y así evaluar la posibilidad de concretarlo. Quizás es el armado del arbolito, la ilusión del regalo o la carta para Papa Noel “y no necesariamente la cena familiar”.
Para el final, algunos tips que -según su experiencia- pueden servir:
- Dar lugar al dolor y las emociones asociadas a la pérdida.
- Buscar personas o maneras para expresar los sentimientos y pensamientos en relación al duelo y a lo que generan las fiestas.
- Juntarse y conversar con los integrantes más íntimos de la familia para acordar lo que necesita cada uno durante los días festivos.
- Tomarse el tiempo para conectar con uno mismo, sentir cuál es la necesidad durante esos días y no dejarse llevar por el deseo de otros.
- Decir “no” ante propuestas que no coincidan con el deseo o necesidad propia.
- En caso de hacer o asistir a algún festejo, dividir tareas para no recargarse y sumar estrés al dolor existente.
- Dar lugar a la persona fallecida (nombrarlo, poner fotos, prenderle una vela). Esto depende del estilo y la necesidad de cada persona, pero se recomienda tenerlo presente para ir paulatinamente generando un vínculo simbólico.
- Conectar y darle lugar a pensamientos, religiones o creencias que hagan bien.
- Cuidar el cuerpo y la mente: dormir bien, hacer deporte, meditar, comer saludablemente o no comer en exceso, juntarse con personas que hacen bien.
- Darse permiso para que haya momentos de alegría (reír, bailar, disfrutar) a medida que lo sienta.
- Concretar acciones solidarias. Si el momento del duelo lo permite, hacer cosas para otros: puede ayudar a transitar el propio dolor a la vez que se da la mano a alguien que lo necesita.