El año 1991 estaba llegando a su fin y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas también vivía sus últimos días, el epílogo de una historia de más de siete décadas. El 21 de diciembre de aquel año, los ciudadanos soviéticos escucharon un anuncio por televisión, que si bien se esperaba, no los dejó de sorprender: “Buenas noches, la URSS ha dejado de existir”. Cuatro días más tarde, en Navidad, Mijaíl Gorbachov leyó su famoso mensaje de dimisión como presidente del gigante comunista.
Gorbachov dijo en aquel recordado discurso que seguía convencido “de la razón histórica” de las reformas que impulsó tras asumir en marzo de 1985 y destacó a la “libertad” como “la principal conquista” de su mandato, aunque advirtió que la sociedad soviética todavía no había “aprendido a hacer uso” de la misma.
También resaltó como uno de sus logros el final de la Guerra Fría y haber “detenido la carrera armamentística y la demente militarización del país que deformó la economía, la conciencia social y la moral” soviéticas. Y lamentó la inminente participación de la enorme nación comunista luego de 74 años de existencia: “Se ha impuesto una línea de desmembramiento del país y de desunión del Estado que no puedo aceptar”, dijo. Luego de la salida de Gorbachov, sobre el cierre de 1991, las instituciones del viejo régimen dejaron de funcionar.
¿Pero cómo se había llegado a ese punto? ¿Cómo fue el proceso que desembocó en la caída de la URSS? Gorbachov se hizo con el poder el 11 de marzo de 1985, cuando asumió la Secretaría General del Comité Central del Partido Comunista de la URSS (PCUS).
En aquel momento, la que por entonces era una de las dos potencias mundiales atravesaba un estancamiento económico y una difícil situación política luego de décadas de censura y represión. “La crisis de la sociedad totalitaria soviética comenzó a hacerse más profunda y a agravarse sensiblemente a partir de mediados de los años setenta. La necesidad de cambios flotaba literalmente en el ambiente”, explicó Gorbachov poco después de dejar el poder, durante una conferencia que brindó en Munich, en marzo de 1992.
Estos cambios que impulsó Gorbachov, conocidos mundialmente como Glasnost (apertura) y Perestroika (reestructuración) consistían básicamente en un conjunto de reformas económicas y políticas que apuntaban a liberalizar la economía y darle mayor lugar a la iniciativa privada, aunque sin terminar con el régimen comunista. Esto fue acompañado de la remoción de la vieja guardia del PCUS, la liberación de opositores y en gestos políticos, como el fin del destierro del premio Nobel de la Paz Andréi Sájarov. El eminente físico nuclear había comenzado a ser perseguido a principios de los 70 por sus ideas antimilitaristas y confinado en la vieja ciudad de Gorki.
Junto con estas reformas, Gorbachov comenzó a aflojar las presiones sobre los países satélites que integraban el Pacto de Varsovia, como Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania, Yugoslavia y Alemania Oriental.
Sin embargo, el frente interno poco a poco se transformó en una complicación para el impulsor de la Perestroika y varios países que conformaban la Unión Soviética comenzaron a organizarse para declarar su independencia. Los países bálticos -Letonia, Lituania y Estonia-, Ucrania y Armenia, entre otros, comenzaron a rebelarse contra Moscú. En ese contexto, creció la tensión entre los partidarios de ir a fondo con los cambios, liderados por Boris Yeltsin, y aquellos que se oponían. En el medio, Gorbachov buscaba un camino intermedio. Este también tuvo que convivir con las presiones de los más radicales del PCUS y con los miembros del complejo militar-industrial soviético, que veían evaporarse su viejo poder.
Los hechos se aceleraron. Durante 1989 ocurrieron episodios que marcaron a fuego el futuro. En marzo, se anunció el retiro de las tropas soviéticas de Afganistán, poniendo fin a una ocupación que había comenzado una década antes. Luego, en abril, ocurrió la tragedia de Tiflis, capital de Georgia. Allí, las autoridades locales reprimieron de manera salvaje las manifestaciones antisoviéticas y provocaron más de 200 muertes y decenas de heridos.
Finalmente, el 9 de noviembre de 1989 se produjo la histórica caída del Muro de Berlín, que supo ser símbolo de la división mundial imperante. Sucesivamente, llegaron a su fin los regímenes comunistas de Gustáv Husák, en Checoslovaquia, y el de Nicolae Ceaucescu en Rumania.
Ya en 1990, Gorbachov tomó otra decisión clave: convocó a elecciones multipartidarias por primera vez, dejó de fungir como secretario general del PC soviético, y anunció la creación del cargo de presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Para esto, el Comité Central del PCUS le transfirió las funciones ejecutivas. Sobre el cierre del año, Gorbachov recibió el Premio Nobel de la Paz. Le fue otorgado por su “papel fundamental en el proceso de paz que caracteriza actualmente la situación de la comunidad internacional en importantes áreas”.
Y así llegó 1991, otro año lleno de tensiones que derivaron en la caída del coloso comunista. En julio, Boris Yeltsin, cuya figura crecía día a día, se convirtió en el primer presidente de Rusia y ocupó una oficina en el Kremlin, cercana a la de Gorbachov, que continuaba como jefe de Estado soviético.
En tanto, y como parte de su política de diálogo con los Estados Unidos, Gorbachov auspició junto a Ronald Reagan una serie de acuerdos de desarme. Uno de estos fue el primer Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START I), rubricado en Moscú el 31 de julio por el presidente soviético y su par norteamericano, George H. W. Bush, sucesor de Reagan.
Esta decisión provocó un fuerte malestar en las fuerzas armadas soviéticas y en el seno del PCUS. Ambos consideraban demasiado laxo el acuerdo firmado y lo veían como favorable a los intereses político-militares de la Casa Blanca. Gorbachov tuvo que soportar estas presiones mientras negociaba el ingreso de la URSS en el Fondo Monetario Internacional, en la búsqueda de ayuda económica.
En el medio de esta situación, y mientras se esperaba la llegada de Bush a Moscú para firmar el START, Gorbachov, Yeltsin y Nursultán Nazarbáyev, presidente de la república soviética de Kazajistán, llegaron a un acuerdo sobre un nuevo tratado de la Unión, que convertiría a la vieja URSS en una federación descentralizada de repúblicas independientes, que sólo tendrían en común un presidente y la política militar y exterior. El acuerdo debía firmarse el 20 de agosto. En la práctica significaba el fin de la hegemonía del Partido Comunista.
Gorbachov se tomó unos días de descanso en Crimea, con la intención de regresar a Moscú el 20 a firmar el acuerdo. Sin embargo, el 19 se produjo un intento de golpe de Estado, encabezado por el ala dura del PCUS, miembros del gobierno y parte de la KGB. Los golpistas sumaron a Gennadi Yanáyev, vicepresidente de la URSS, buscando darle un tinte institucional a la asonada, que tenía como objetivo derrocar a Gorbachov y dar marcha atrás con las principales reformas.
Como parte de su plan, los sublevados formaron un Comité Estatal para el Estado de Emergencia, que debería asumir la conducción del gobierno, con la excusa de que Gorbachov padecía una enfermedad y no podía ejercer plenamente sus funciones. Sin embargo, el golpe tuvo la oposición de Yeltsin, que seguía en Moscú, y de gran parte de la ciudadanía. Frente a esto, los militares no se plegaron, evitando usar sus armas contra la población, y el golpe fracasó.
Sin embargo, el intento de derrocar al gobierno agravó la crisis soviética y los tiempos de la caída del gigante comunista se aceleraron. En septiembre, fue reconocida la independencia de los países bálticos. El 1 de diciembre los ucranianos votaron masivamente por la independencia. Sin embargo, Yeltsin veía inviable mantener una unión de repúblicas sin Ucrania e impulsó junto con las autoridades de Kiev y de Bielorrusia la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), integrada por 10 de las ex repúblicas soviéticas. Dos semanas después, otras ocho repúblicas se sumaron a esta alianza y dejaron a Gorbachov en una posición incómoda.
El día 8 de diciembre, Yeltsin, Kravchuk (presidente de Ucrania) y Shushkiévich (presidente del Parlamento de Bielorrusia) firmaron el tratado que dio origen al CEI. El resto de los representantes lo suscribieron el 21 de diciembre en Almaty, Kazajistán. Ahora sí, la URSS había muerto y el cargo de Gorbachov no tenía razón de ser.
En principio, Gorbachov pensó en dar su mensaje de dimisión el día 23, pero tras una larga discusión con Yeltsin, el anuncio se pospuso para el 25, día de Navidad para occidente, ya que los cristianos ortodoxos rusos la celebran el 7 de enero. Tras el mensaje del saliente mandatario, fue arriada por última vez la bandera comunista del Kremlin. Gorbachov quiso conservarla como recuerdo, pero ya se la habían llevado los guardias, que izaron en su lugar la antigua bandera tricolor, blanca, azul y roja. Dicen que el discurso de despedida de Gorbachov no le cayó bien a Yeltsin, ya que el mandatario saliente se atribuyó el proceso de democratización de la URSS, no mencionó el traspaso de poder al nuevo hombre fuerte del coloso caído y sostuvo que la disolución debería haberse refrendado con un referéndum.
Sobre esto, Gorbachov dijo en su despedida que estaba convencido de que “resoluciones de tal envergadura deberían haberse tomando basándose en la voluntad expresa del pueblo”, aunque remarcó que haría todo lo posible para que “los acuerdos firmados conduzcan a una verdadera armonía en la sociedad y alivien la salida de la crisis y el proceso de reformas”.
Disuelta la URSS, Rusia pasó a ocupar su asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y a controlar el antiguo arsenal nuclear soviético. Al respecto, Yeltsin se comunicó con Bush para asegurarle que estas armas quedarían bajo su control, aunque las negociaciones para que todas las ex repúblicas soviéticas entregasen a Moscú sus arsenales recién finalizó en 1996.
En cuanto a Gorbachov, se acordó que estaría al frente de una fundación destinada a la investigación política, sociológica y económica, que continuaría cobrando su sueldo como una pensión y que recibiría una casa en las afueras de Moscú. Una larga era había terminado.