Veinticuatro puñaladas en medio de la madrugada acabaron con la vida de su madre Kathleen Donovan en manos de su marido Thomas John Britton, en un callejón de Sidney, Australia. Al día siguiente, la beba de la pareja de 18 meses de vida también se quedó sin padre porque él fue detenido y encarcelado. La pequeña nunca llevó el apellido paterno y se llamó exactamente igual que su madre: Kathleen Donovan. Y, como si hubiese sido una maldición del universo, ninguna de las dos Kathleen logró tener jamás una vida feliz.
Crímenes, muertes inexplicables, depresión, cárcel y pesadillas se entretejieron alrededor de sus vidas como una telaraña siniestra. Hasta ahora. Porque desde el último 14 de diciembre de 2023 este true crime australiano tiene otro final.
La orfandad
Ambas vivían en Annandale, Australia, cuando la primera de ellas murió acuchillada repetidamente durante un ataque de rabia de su marido, la noche del 8 de enero de 1969. Kathleen, que había nacido el 14 de junio de 1967, no solo perdió a su madre esa noche. Lo perdió todo porque pasó de mano en mano ya que su padre fue condenado a 15 años de cárcel y, luego, deportado a Inglaterra. Dicen que en su juicio Britton intentó defenderse con una extraña frase: “Tenía que matarla porque sino ella iba a matar a mi hija”.
Curioso dicho teniendo en cuenta lo que vendría.
La bebé estuvo primero con un matrimonio y luego, no se sabe por qué motivo, el 18 de julio de 1970 fue trasladada temporalmente al hogar Bidura Children’s Home. Dos meses después fue enviada a su residencia permanente: un asilo para huérfanos donde vivió hasta su adolescencia.
A los 15 años Kathleen dejó el secundario y, un tiempo después, conoció a Craig Gibson Folbigg. Se casaron en 1987 cuando ella tenía 20 años y él 25. Por eso nuestra protagonista pasaría a la historia de la criminalidad como Kathleen Folbigg.
Dos hijos y una breve maternidad
En las fotos de su casamiento se los ve felices. Poco tiempo después se mudaron a Newcastle y el 1 de febrero de 1989 nació el primer hijo de la pareja: Caleb Gibson Folbigg. Pero si alguien creyó que con el matrimonio llegaría la felicidad merecida para Kathleen, estaba muy lejos de acertar.
Caleb al respirar hacía demasiado ruido. Era extraño. Lo llevaron al pediatra quien le diagnosticó laringomalacia, algo que ocurre cuando el tejido blando que se encuentra por encima de las cuerdas vocales provoca sonidos fuertes y extraños. Salvo por eso, les dijo que Caleb era un bebé sano.
Sin embargo, 19 días después, mientras dormía en el cuarto de al lado al de sus padres, Caleb murió. Cuando su madre fue a chequear como estaba, a eso de las dos de la mañana, ya lo encontró sin respirar.
Fue un drama. Los médicos atribuyeron su fallecimiento al SIDS (la sigla en inglés quiere decir Sudden Infant Death Syndrome o, en español, Síndrome de Muerte Súbita Infantil). La pareja retomó la vida como pudo y la angustiada Kathleen volvió a quedar con rapidez embarazada. Era lo que más necesitaban.
El 3 de junio de 1990 nació Patrick Allen. Esta vez Craig decidió tomarse un tiempo en su trabajo para quedarse con ella en casa y ayudarla. Serían tres meses juntos. Luego, él volvió a su rutina laboral.
El 18 de octubre Kathleen acostó al bebé y lo dejó durmiendo. En medio de la noche, Craig se despertó con los gritos desesperados de su mujer. La encontró parada al lado de la cuna, histérica. Craig notó que su hijo no respiraba y le realizó resucitación cardiopulmonar. Lo logró y llamaron a una ambulancia que lo llevó al hospital donde le diagnosticaron epilepsia y ceguera cortical (discapacidad visual cerebral por la incapacidad del cerebro para procesar la visión).
Patrick volvió a casa, pero no por mucho tiempo.
El 13 de febrero de 1991 convulsionó varias veces y murió ante la atónita Kathleen quien llamó a su marido al trabajo y los gritos le anunció: “¡Pasó otra vez! ¡Pasó otra vez!”. La muerte de Patrick los decidió a mudarse. Querían dejar atrás los recuerdos tristes. Se instalaron en Thornton, en Nueva Gales del Sur.
Dos nuevas hijas
Fue en su nueva casa que el 14 de octubre de 1992 nació Sarah Kathleen. La tercera hija de los Folbigg solo vivió diez meses porque, el 29 de agosto de 1993, se repitió el espanto. Otra muerte repentina en la familia. La tercera. Nadie podía creer la desgracia que perseguía a los Folbigg.
Un par de años más tarde, en 1996, volvieron a mudarse. Escapando de los malos momentos escogieron la ciudad de Singleton donde, el 7 de agosto de 1997, nació Laura Elizabeth. Fue la cuarta y última hija de la pareja y la que tuvo una vida más larga.
El 27 de febrero de 1999 Kathleen llamó a emergencias diciendo que su hija no respiraba. Los paramédicos no pudieron revivirla. Laura tenía 18 meses. La misma edad de Kathleen cuando asesinaron a su madre.
En esta época fue que Craig comenzó con sus sospechas. Encontró el diario personal de su mujer, lo leyó y descubrió en esas páginas cosas que no le gustaron nada. Frustración en su rol materno, angustias, ansiedad, dolor y, sobre todo, mucha culpa. En una de ellas había escrito: “la culpa por ellos me persigue”. Preocupado se preguntó, ¿serían todas las muertes naturales? Decidido a averiguar más fue a la policía con sus sospechas y, entre sus manos, llevó el diario de su esposa.
Estaba convencido de que no podía ser tanta la mala suerte y que su mujer podía ser la culpable de las muertes. Para Craig fue un tiempo terrible. Sarah, Caleb, Patrick y Laura habían sido hermanos que jamás habían llegado a conocerse. Nunca pudieron convivir bajo el mismo techo con sus padres, ni jugar juntos.
Bajo esta nueva perspectiva el matrimonio se deterioró con velocidad. En el año 2000 Craig le pidió el divorció a su mujer.
Acusada de lo peor
En abril de 2001 Kathleen fue arrestada y acusada por los homicidios de sus cuatro hijos.
Su juicio se llevó a cabo en 2003 y duró siete semanas. Su ex marido declaró contra ella y contó que, con cada una de las muertes, se había producido la misma horrorosa rutina. Él se despertaba con ella gritando y la veía parada al lado de la cuna donde una de sus hijos no respiraba. Luego Kathleen, deprimida, quitaba todas las fotos de los chicos de sus marcos, empacaba sus pertenencias y nunca volvía a mencionarlos. Como si no hubiesen existido.
La fiscalía dijo que la acusada los había asesinado por sofocación. Consideraban totalmente improbable que sus cuatro hijos hubiesen muerto por causas naturales. El fiscal Mark Tedeschi sostuvo: “Nunca ha sido documentado que la misma persona haya sido golpeada por un rayo cuatro veces”. En el alegato la fiscalía citó también al pediatra Roy Meadow quien había dicho: “Una muerte súbita es una tragedia, dos es sospechoso y tres es asesinato hasta que se pruebe lo contrario”.
En una de las audiencias Kathleen, atormentada, intentó huir corriendo de la sala. No lo logró y fue enviada a un hospital durante dos días.
Su defensa adujo que ella jamás hubiera lastimado a sus hijos, que se preocupaba por ellos y que era sumamente cariñosa. Aseguraron que ella no culpaba a su marido Craig de nada y que sus muertes habían sido por causas naturales.
Para la acusación las páginas de su diario personal constituían una admisión indirecta de su culpa en los homicidios. Dijeron que había en ella “una tendencia a estresarse y a perder la calma y el control con cada uno de sus hijos y que por ello los había asfixiado”. Hicieron notar que sus escritos denotaban depresión, ansiedad, estrés y contenían frases poco afortunadas. Allí Kathleen también hablaba de su pelea con los kilos de más y de sus dudas sobre su aspecto y el temor de que su marido no la encontrara atractiva. La fiscalía concluyó que ella estaba resentida porque los bebés le quitaban tiempo para dormir, para ir al gimnasio, para bailar o para sociabilizar. En otro de los textos, en enero de 1998, ella estampó “estoy asustada que me pueda dejar ahora (se refería a Laura) Como lo hizo Sarah. Sé que a veces no tengo paciencia y puedo ser cruel con ella y dejarla un rato sin atender”.
¿Pero esas frases eran prueba de que los había asesinado? ¿O eran palabras que cualquier madre estresada puede escribir en su diario?
La acusada mencionó que no debían tomar literalmente sus escritos.
Lo cierto es que no había un móvil claro ni señales físicas en los cadáveres de los bebés que indicaran el sofocamiento por parte de su madre. Esto es: no había heridas en la cara, ni petequias, ni pequeños moretones. Nada de nada.
Pero tantas muertes inexplicables y esas misteriosas páginas manuscritas fueron para el jurado prueba suficiente para condenarla. El 21 de mayo de 2003 fue encontrada culpable y el 24 de octubre sentenciada a 40 años de cárcel sin posibilidad de salir bajo palabra antes de los 30 años de prisión efectiva.
Sus abogados apelaron y, en febrero de 2005, consiguieron una reducción de la pena a 30 años (25 antes de poder salir con libertad condicional).
En 2006 Craig Folbigg se tomó revancha: volvió a casarse y tuvo un hijo al que, con su nueva esposa, llamaron Connor. Estaba intentando superar los traumas vividos.
Causas no estudiadas
Un libro publicado en 2011, de la académica Emma Cunliffe, sostuvo que Kathleen había sido condenada equivocadamente. Los medios dieron amplia cobertura a esta novedad que afectaba a la convicta más odiada de Australia.
En 2013 un grupo de abogados, de una de las ciudades donde la pareja había vivido, decidieron tomar en sus manos el caso. Se apoyaron en expertos médicos y en el renombrado patólogo forense de Melbourne, Stephen Cordner. Analizando las cuatro muertes este team especializado sostuvo que los decesos podrían deberse realmente a causas naturales. La de Sarah parecía realmente una muerte súbita convencional; la de Caleb podía deberse a la afección que tenía en la respiración; la de Patrick a sus violentas convulsiones y la de Laura a la miocarditis que le habían detectado. Dijo Cordner: “La existencia del SIDS demuestra lo poco que sabemos del tema sobre cómo mueren los bebés”
En 2015 el equipo legal de Kathleen presentó un pedido de informes y, en 2018, el fiscal Mark Speakman anunció que habría otra investigación para asegurar el ejercicio correcto de la justicia.
La defensa de Kathleen se contactó con la inmunóloga Carola García de Vinuesa, quien fue una de las primeras científicas australianas en usar la secuencia del genoma para explicar enfermedades y mutaciones genéticas. Ella con su colega, el doctor Todor Arsov, comenzaron a trabajar con el mapa genético de Kathleen. Encontraron en ella y sus dos hijas mujeres un gen mutado, el CALM2 G114R. Este es uno de los tres genes que regula la contracción y expansión del músculo cardíaco y el movimiento del calcio dentro de las células del corazón. Esas mutaciones pueden causar arritmias severas y potencialmente mortales. Son muy pocos los casos en el mundo con esta mutación. Era un hallazgo más que significativo. Además, tanto Sarah como Laura habían tenido, en los días previos a sus muertes, infecciones respiratorias que podrían haber disparado las graves arritmias.
Si bien los dos varones no tenían esa mutación genética, descubrieron que tenían otra distinta ligada a la epilepsia: el gen BSN. Un gen que ha demostrado ser letal en pruebas con ratones. Todo cerraba para considerar, al menos, que podía haber dudas sobre la culpabilidad de Kathleen en la muerte de sus hijos.
Sin embargo, en 2019, el juez Rigniald Blanche no encontró ninguna duda razonable para liberarla.
En el tiempo que pasó en la cárcel Kathleen tuvo que ser permanentemente custodiada por el peligro de que otras internas la atacaran. De hecho debió ser transferida de prisión y, en enero de 2021, recibió una paliza salvaje por parte de otra interna.
En marzo de 2021, noventa científicos australianos, profesionales de la medicina y los premios Nobel Elizabeth Blackburn (bióloga) y Peter Doherty (veterinario e investigador), firmaron una petición para que Kathleen fuera perdonada en virtud de la evidencia médica y científica que parecía indicar que los menores habían muerto por causas naturales.
En 2022 el fiscal general Mark Speakman reabrió la investigación y esta vez se incluyó la explicación de por qué Kathleen, teniendo la misma mutación que sus hijas, sí había podido vivir. La razón era que sus hijas habían heredado también de parte de su padre un gen modificado. De hecho, los cuatro bebés tenían ese gen paterno mutado, el REM2 G96A, que incrementa las chances de arritmias.
Los psiquiatras que la habían entrevistado contaron que Kathleen no admitía los homicidios y que parecía estar sumamente afectada por las pérdidas. Admitieron no haber encontrado ninguna enfermedad relacionada a su personalidad.
El 5 de junio de 2023, la gobernadora de Nueva Gales del Sur, Margaret Beazley, decidió perdonarla y liberarla. Kathleen salió en libertad al día siguiente con 56 años. Pero ella sentía que no le alcanzaba ese perdón, quería demostrar su inocencia. Siguió luchando con sus abogados para ser absuelta.
Condena anulada, ¿inocencia probada?
El 8 de noviembre pasado, el caso pasó a la Corte Criminal de apelaciones para considerar si Kathleen Donovan Folbigg debía o no ser exonerada de los cargos.
Este último 14 de diciembre, pocos días antes de Navidad, se determinó que había demasiadas dudas respecto de su culpabilidad en la muerte de sus hijos y fue, finalmente, absuelta.
Kathleen tuvo una vida miserable. Creció sin sus padres, en asilos; perdió a sus cuatro hijos; el amor de su vida la consideró culpable de ello; en la prisión fue maltratada por sus compañeras y llegó a ser la mujer más odiada de todo Australia. Ahora, la justicia dice que es inocente. Tal como ella siempre ha sostenido. Aunque para algunos todavía subsistan dudas.
Sus abogados piden ahora una compensación al estado por tanta injusticia y por las décadas que su clienta pasó tras los barrotes.
Kathleen dijo evidentemente aliviada: “El sistema prefirió acusarme antes que aceptar que, a veces, los chicos pueden morir sin explicación (...). Estoy agradecida al avance de la ciencia y la genética que me dieron respuestas sobre cómo murieron mis hijos (...). Estoy extremadamente agradecida por haber sido perdonada y liberada de prisión. Mi eterna gratitud va para mis amigos y familia. Especialmente para mi amiga Tracy y toda su familia sin quienes no hubiera sobrevivido, ni hubiera sabido cómo hacerlo. Mi liberación es una victoria para la ciencia y en especial para la verdad, luego de haber pasado veinte años en prisión. Siempre pensaré en mis hijos y los lloraré. Los extraño y los amo terriblemente”.