La sórdida historia del “Mataviejas”, el violador en serie que asesinó a 16 ancianas para no matar a su madre

José Antonio Rodríguez Vega fue el mayor asesino serial de España. Por qué elegía a mujeres mayores. La enfermiza relación con su madre, a quien en realidad quería matar. El modus operandi de los crímenes. La condena a 440 años de cárcel. Y su violenta muerte

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José Antonio Rodríguez Vega, "El Mataviejas", detenido por la policía de Santander, España
José Antonio Rodríguez Vega, "El Mataviejas", detenido por la policía de Santander, España

“Yo no me sentía atraído por las ancianas. Ha sido una venganza hacia mi familia. Ha sido una venganza contra mi madre. Al no matarla a ella pues, mira… Está el amor y el odio hacia la maternidad, y lo respetas… ¿Cómo vas a matar a tu madre, qué es la que te ha traído al mundo?”, le escribió desde su celda a la periodista Lucía Guirado.

A José Antonio Rodríguez Vega – el autor de esa y muchas otras cartas – se lo conocía como “El Mataviejas”, el criminal que en un solo año, entre abril de 1986 y abril de 1987, había violado y matado a 16 ancianas, lo que ubicaba en el lugar más alto de los asesinos en serie de la historia policial de España.

Cometía sus crímenes en Santander, con una estrategia que era siempre la misma. Aprovechaba su trabajo como obrero de la construcción para, desde la obra que le había tocado en suerte, vigilar los movimientos de barrio. Así detectaba a mujeres mayores que vivían solas y estudiaba sus costumbres y sus horarios.

El Mataviejas trabajaba en la construcción, y se dedicaba a estudiar la rutina de las mujeres mayores que vivían solas en las cercanías de su empleo. A 16 de ellas, luego las engañó, violó y asesinó
El Mataviejas trabajaba en la construcción, y se dedicaba a estudiar la rutina de las mujeres mayores que vivían solas en las cercanías de su empleo. A 16 de ellas, luego las engañó, violó y asesinó

Cuando elegía a su víctima, tocaba a la puerta de la casa y se presentaba como revisor de gas, empleado de la compañía eléctrica o técnico de televisión, albañil y lograba que lo dejaran entrar. No le resultaba difícil: era simpático, utilizaba buenas excusas y tenía una habilidad de palabra que lo ayudaba a convencer.

No mataba el primer día, sino que se ganaba la confianza de las víctimas y lograba que lo contrataran para hacer pequeños trabajos.

Recién en la tercera o cuarta visita agredía sexualmente a las víctimas y las mataba tapándoles la nariz y la boca, asfixiándolas, hasta provocarles un edema pulmonar y luego un paro cardíaco. Esa manera de matar le jugó a favor muchas veces, ya que la edad de las muertas hacía suponer a los forenses – en algunos de los casos en que se hicieron autopsias – que las mujeres, ya entradas en edad, habían fallecido por causas naturales.

Como las cosas le salían bien y fácil, José Antonio Rodríguez Vega fue ganado confianza y eso lo llevó a cometer descuidos y a dejar indicios de que esas muertes naturales eran, en realidad, crímenes.

La policía y la justicia no hicieron nada hasta fines de 1987, cuando periodistas de El diario Montañés iniciaron una investigación y comenzaron a publicar una serie de notas sobre esas muertes de ancianas que se había producido en extrañas circunstancias.

Durante el juicio, El Mataviejas tuvo una actitud soberbia. Miraba a cámara y sonreía. Fue condenado a 440 años de prisión
Durante el juicio, El Mataviejas tuvo una actitud soberbia. Miraba a cámara y sonreía. Fue condenado a 440 años de prisión

Así, el paso del tiempo, la suma de casos, esos errores y esas notas periodísticas llevaron a la policía y a la justicia a sospechar que se trataba de crímenes cometidos por un mismo autor, un asesino en serie.

Pronto descubrieron que se trataba de Rodríguez Vega, y que “El Mataviejas” – como comenzaron a llamarlo – tenía un prontuario que incluía condenas por crímenes cometidos en otros tiempos, cuando era “El violador de la Vespa”.

José Antonio Rodríguez Vega fue detenido el 19 de mayo del 88 y apenas llegó a la comisaría confesó con lujo de detalles todos sus crímenes, mientras que el allanamiento de su casa demostró que, además de violador y asesino era un fetichista que guardaba trofeos como recuerdo de sus víctimas.

Más tarde, ya condenado y preso, le confesó a la periodista Lucía Guirado que una sola muerte le habría ahorrado todos esos crímenes, pero que no pudo perpetrarla.

“Debí haber matado a mi madre. No me la cargué de misericordia, que me la tendría que haber cargado. Muerto el perro se acabó la rabia”, le dijo.

La madre del Mataviejas. Según el violador y asesino serial, debió matarla a ella y así evitar su carrera en el crimen
La madre del Mataviejas. Según el violador y asesino serial, debió matarla a ella y así evitar su carrera en el crimen

El violador de la Vespa

José Antonio Rodríguez Vega nació en Santander, el 3 de diciembre de 1957, y fue un chico y más tarde un adolescente problemático. Agredía permanentemente a su madre y a su hermana. También estuvo a punto de matar a su padre discapacitado, cuando lo empujó en su silla de ruedas por una escalera.

La familia decidió no denunciar ese episodio, siempre y cuando José Antonio se fuera de la casa para no volver. El muchacho obedeció, pero desde ese día la mezcla de deseo y rencor que sentía por su madre se convirtió en odio. Corría 1974 y tenía 17 años.

Empezó a trabajar como obrero de la construcción y a violar casi al mismo tiempo. Por las noches, recorría las calles de las afueras de Santander en su Vespa a la caza de mujeres solas, a las que violaba cuando se le presentaba la oportunidad. Lo hacía en la calle y después escapaba en la moto.

A la luz del día, José Antonio Rodríguez Vega parecía un joven sociable y trabajador. Esa fachada se completó cuando se casó con Socorro Marcial y no tardaron en tener un hijo. Los vecinos lo veían como un esposo responsable y un padre amoroso.

Con una pareja. José Antonio Rodríguez Vega había estado casado, pero cuando su mujer descubrió que en el pasado había sido violador, lo abandonó junto a su hijo. Al salir de prisión, además, comenzó a matar
Con una pareja. José Antonio Rodríguez Vega había estado casado, pero cuando su mujer descubrió que en el pasado había sido violador, lo abandonó junto a su hijo. Al salir de prisión, además, comenzó a matar

Nadie imaginaba qué hacía José Antonio por las noches hasta que el ataque a una mujer le salió mal, porque alguien lo vio y llamó a la policía. Lo detuvieron in fraganti el 17 de octubre de 1978.

Al conocer los crímenes cometidos por su marido, Socorro lo abandonó, llevándose a su hijo.

Lo acusaron de 12 violaciones y el tribunal lo condenó a 27 años de cárcel, a cumplir en la prisión de Ocaña. La carrera criminal del Violador de la Vespa – como lo llamaban los medios al informar sobre las violaciones - pareció entonces terminada.

Sin embargo, apoyado por su madre y su hermana, Rodríguez Vega consiguió que once de sus doce víctimas lo perdonaran, lo que en el Código Penal Español anterior a 1995 eximía de la responsabilidad penal en ciertos delitos.

Esto, unido a su buen comportamiento en prisión, hizo que solo pasara 8 años en la cárcel.

De vuelta en las calles de su Santander natal, Rodríguez Vega demoró menos de un año en volver a violar… y empezar a matar.

El periódico de Santander El Diario Montañés fue, a través de una paciente investigación, el que alertó a la policía y la justicia sobre las actividades de El Mataviejas
El periódico de Santander El Diario Montañés fue, a través de una paciente investigación, el que alertó a la policía y la justicia sobre las actividades de El Mataviejas

El asesino en serie

Su primera víctima fue Margarita González Sánchez, de 82 años. La policía la encontró vestida pero sin bombacha. La autopsia dictaminó que falleció asfixiada y que durante el forcejeo se había tragado la dentadura postiza.

La siguiente fue Natividad Robledo Espinosa, de 66 años. El forense dictaminó que la causa de la muerte fue un paro cardiaco por asfixia. El cadáver presentaba erosiones en la nariz y en los muslos y desgarro en la vagina. El Mataviejas se llevó como trofeo los aros, la alianza matrimonial, un televisor, unas jarritas de adorno y una bola de cristal.

En los meses siguientes, violó y mató a Victoria Rodríguez, de 61 años, el 15 de abril de 1987; a Simona Salas, de 84 años, el 13 de julio de 1987; a Margarita González, de 82 años, el 6 de agosto de 1987; a Josefina López, de 86 años, el 17 de septiembre de 1987; a Manuela González, 80 años, 30 de septiembre de 1987; Josefina Martínez, de 84 años, el 7 de octubre de 1987; a Natividad Robledo, de 66 años, el 31 de octubre de 1987; a Catalina Fernández, de 93 años, el 17 de diciembre de 1987; a María Isabel Fernández, de 82 años, el 29 de diciembre de 1987; a María Landazábal, de 72 años, el 6 de enero de 1988; a Carmen Martínez, de 65 años, el 20 de enero de 1988; a Engracia González, de 65 años, el 11 de febrero de 1988; a Josefina Quirós, de 82 años, el 23 de febrero de 1988; a Serena Ángeles Soto, de 85 años, el 2 de abril de 1988; y a Julia Paz, de 71 años, el 18 de abril de 1988.

Julia Paz Fernández fue su última víctima. La anciana había comprado una puerta blindada y los vecinos señalaron a Rodríguez Vega como el hombre que la había instalado en la casa. Lo detuvieron poco después y confesó.

La habitación de Rodríguez Vega, donde guardaba fetiches de su crímenes, lo que robaba a las ancianas luego de asesinarlas
La habitación de Rodríguez Vega, donde guardaba fetiches de su crímenes, lo que robaba a las ancianas luego de asesinarlas

Además, las pertenecías que se había llevado al cometer sus crímenes estaban a la vista en una de las habitaciones: joyas, televisores, alianzas, platos de porcelana y hasta imágenes de santos.

Sin embargo, al comenzar el juicio, realizado tres años después, El Mataviejas se declaró inocente de los cargos de violación y asesinato y sostuvo que, como decían inicialmente algunas de las autopsias, las ancianas habían muerto por causas naturales.

Durante las semanas que duró el proceso se dedicó a mirar a las cámaras que seguían su caso con una sonrisa irónica que, incluso, dedicaba a los familiares de las víctimas que estaban en la sala del tribunal.

Esa sonrisa ni siquiera se le borró cuando el juez lo condenó a 440 años de prisión, por la violación y el asesinato de 16 ancianas.

113 puñaladas y ninguna flor

Rodríguez Vega cumplió los primeros 14 años de su condena en diez cárceles diferentes, hasta que en 2002 fue trasladado desde la cárcel de Dueñas hasta el centro penitenciario de Topas, donde se jactaba y contaba con lujo de detalles sus crímenes a los otros reclusos.

En prisión, El Mataviejas se jactaba de sus violaciones. Finalmente, fue asesinado de 113 puñaladas por otros reclusos. Nadie reclamó el cuerpo
En prisión, El Mataviejas se jactaba de sus violaciones. Finalmente, fue asesinado de 113 puñaladas por otros reclusos. Nadie reclamó el cuerpo

“Me lancé sobre ella y empecé a meterle mano, empezó a chillar, me notaba excitado, me lancé, nos caímos y es cuando la tapé la boca, me parece que hubo penetración, pero no notaba yo excitación en ese momento, no me corrí, ella seguía chillando, la tapé la boca, me asusté y la mate”, contó al describir uno de sus crímenes.

Todo parece indicar que esos relatos espeluznantes y la condición de ancianas de las víctimas molestó a algunos de los compañeros de prisión del Mataviejas.

El 26 de octubre de 2002 José Antonio Rodríguez Vega fue asesinado en la cárcel de Topas por otros dos reclusos que le asestaron 113 puñaladas.

Después de la autopsia y como ningún familiar reclamó el cuerpo, lo sepultaron en la fosa común de la cárcel. Junto al cajón solo estuvieron un cura y dos enterradores.

Cuando fue a declarar al juzgado, uno de los asesinos del Mataviejas, identificado como Enrique V. G., se limitó a decirle al juez instructor:

-Le hice un favor a la sociedad.

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