La ceremonia, realizada en la playa Smathers de Cayo Hueso, en Florida, convocó a centenares de personas ansiosas por presenciar un hecho sencillo, pero de fuerte simbolismo. Las dos mujeres, de más de setenta años, ayudaron a devolver a “Rocky”, una tortuga marina verde hembra de 54 kilos, al Océano Atlántico.
“Lo que me gusta de ellas es que comen medusas. Ojalá hubiéramos podido entrenar a Rocky para que nadara junto a mí y se comiera todas las medusas que encontráramos”, dijo, riendo, Diana cuando la tortuga ya se adentraba en el mar.
Ocurrió este año, una década después de que que una de ellas, Diana Nyad, por entonces de 64 años, llegó exhausta a esa playa después de concretar una de las mayores historias de la natación en aguas abiertas, al nadar 177 kilómetros desde Cuba hasta Florida sin utilizar una jaula que la protegiera de las medusas y los tiburones.
Ese día, el 2 de septiembre de 2013, con el agua hasta las rodillas, la otra mujer, su ex pareja y entrenadora Bonnie Stoll, la esperaba, animándola a avanzar mientras Diana caminaba, todavía en el agua, con pasos torpes y trabajosos para llegar a la ansiada seca.
Diana llevaba 52 horas y 54 minutos nadando por el Estrecho de Florida desde La Habana y, aunque quisiera, Bonnie no podía tocarla mientras siguiera en el agua, condición ineludible para lograr el récord mundial que la convertiría en la mujer en nadar la mayor distancia por el mar.
Solo cuando Diana pisó la arena seca, Bonnie la estrechó en un abrazo fuerte y prolongado que, además, ayudó a sostenerla sobre sus piernas temblorosas.
Diez años después, al devolver a la tortuga “Rocky” al mar, Diana y Bonnie no sólo celebraron el aniversario de la hazaña sino el inminente estreno en la plataforma Netflix de la película que la contaría, protagonizada por otras dos grandes mujeres en lo suyo: Annette Bening en el papel de Diana y Jodie Foster como Bonnie.
Fue una hazaña que a Diana le llevó décadas concretar y que paradójicamente, solo logró cuando tenía una edad que le jugaba en contra, después de fracasar en varias oportunidades, una de ellas cuando era muy joven.
Una nadadora excepcional
Diana tenía 28 años cuando, en el verano de 1978, hizo el primer intento de unir a nado La Habana con Florida, una travesía que por lo difícil los atletas llaman “el monte Everest de la natación”.
Esa vez nadó dentro de una jaula para protegerse del ataque de los tiburones y de las medusas, pero abandonar después de 42 horas en el agua, cuando había recorrido 122 kilómetros de los 180 de la travesía. No tuvo suerte: cuando promediaba el recorrido, los fuertes vientos la desviaron y las olas altas la obligaron a desistir.
Para entonces, Diana Nyad era una nadadora consumada, con varios logros en su haber. Comenzó participando en competencias de natación a los 10 años, pero pronto descubrió que lo suyo eran las aguas abiertas. Allí, al poner a prueba sus fuerzas y su preparación, se sentía libre y poderosa.
En 1974, a los 24 años, ganó la carrera de 35 kilómetros de la Bahía de Nápoles y estableció una nueva marca femenina, al hacerlo en ocho horas y 11 minutos.
Un año después rompió otro récord, uno que ninguna mujer había podido rozar desde 1927. Nadó 45 kilómetros alrededor de la isla de Manhattan, en Nueva York, en siete horas y 57 minutos, con lo que redujo la marca en casi una hora con respecto a la anterior.
El fracaso de 1978 en la travesía La Habana-Florida no la desanimó y en 1979 volvió al agua para nadar 164 kilómetros desde la isla de las Bahamas North Bimini hasta Juno Beach. Fue la travesía oceánica más larga realizada por una mujer hasta ese momento y la cubrió en 27 horas y 30 minutos.
Estaba en el mejor momento de su carrera deportiva cuando a los 30 años -y para sorpresa de casi todo el ambiente- decidió abandonar la natación para trabajar como periodista deportiva y locutora en ABC Sports.
Esa otra pasión, sin embargo, no le hizo olvidar que tenía una cuenta pendiente, aunque demoraría décadas en volver a intentar cobrársela a la vida.
Veinte años después
Para 2011, 32 años después del intento frustrado de Nyad y a más de treinta de de su retiro de la natación competitiva, la travesía entre La Habana y Florida a través del estrecho seguía vedada a las mujeres: ninguna había logrado concretarla.
Ese año, Nadia comenzó a entrenar, primero sola y casi en secreto, hasta que decidió que intentaría por segunda vez conquistar “el monte Everest de la natación”. Entonces llamó a su ex pareja, Bonnie, para que la entrenara.
Le dijo que iba por todo: no solo trataría de unir La Habana con Florida a través del estrecho, sino que lo haría sin jaula protectora.
Para hacer el intento, Diana y Bonnie armaron un equipo integrado por 36 personas, que contaban con cinco yates y cuatro kayaks. Entre ellas había varios buzos expertos en tiburones y una especialista en medusas, que creó una inyección para inhibir el efecto de sus picaduras.
“Es el cruce más famoso de nuestro tiempo, porque muchos nadadores lo han intentado sin jaulas antitiburones, pero nadie lo ha logrado”, dijo al anunciar su proyecto en una conferencia de prensa.
En agosto de 2011 se lanzó al agua en La Habana y comenzó a nadar, acompañada por todo el equipo. Nadie podía tocarla y solo podían acercarle alimentos o medicamentos que ella debía tomar.
El clima la favorecía, pero ocurrió algo que no habían previsto: un ataque de asma la obligó a abandonar cuando llevaba 28 horas nadando.
Volvió a intentarlo un mes después, pero debió ser subida a uno de los yates a las 41 horas de nado, luego de sufrir varias picaduras de medusas.
Después de ese tercer fracaso, debió esperar un año, porque ya no habría condiciones climáticas propicias para un nuevo intento.
Volvió a La Habana en agosto de 2012 y en esa ocasión casi lo logra. Nadó 60 horas y ya estaba cerca de la meta, en Cayo Hueso, después de 60 horas de natación, cuando una tormenta eléctrica -sumada a otras picaduras de medusa- la obligaron de detenerse.
En realidad, debieron obligarla los miembros de su equipo, porque Nyad quería seguir adelante, aún a riesgo de su vida.
Cuando la subieron a uno de los yates, todos creyeron que ya no habría más intentos. Se equivocaban.
El “Everest” conquistado
Contra la opinión de todos, incluida su entrenadora y amiga Bonnie, decidió intentarlo una vez más al año siguiente.
Nyad inició su quinto intento -prometiendo que sería el último, lo lograra o no- la mañana del 31 de agosto de 2013, cuando se lanzó al agua en La Habana.
Para que no hubiera riesgo de que perdiera el rumbo del recorrido más corto, seguía una línea arrastrada en el agua por una de las embarcaciones de apoyo. Como siempre, se concentraba en el nado tarareando mentalmente sus canciones preferidas, una actividad que le impedía pensar mucho y no contar el tiempo.
Esta vez llevaba un body, guantes, escarpines y una máscara especialmente preparada para proteger su cara de las picaduras de las medusas. Esto último era un nuevo recurso, pero paradójicamente se convirtió en un obstáculo. Por su diseño, la máscara le hizo tragar mucha agua salada, lo que le provocó vómitos durante buena parte del recorrido.
Sin embargo, Diana Nyad no se detuvo: sabía que era su última oportunidad y no iba a desaprovecharla.
Nadó sin descanso -salvo algunos momentos para mantenerse flotando, alimentarse y recuperar fuerzas- 52 horas, 54 minutos y 18,6 segundos hasta llegar a la Playa Smathers, en Cayo Hueso, a 177 kilómetros de La Habana.
Tenía 64 años, lo que multiplicaba la admiración por su hazaña.
Cuando se soltó del abrazo de Bonnie -su socia de siempre- casi no podía hablar, pero alcanzó a decir:
“Fue duro, pero nunca tenés que rendirte”.