La noticia pasó casi inadvertida, porque los medios amordazados o cómplices de la dictadura argentina apenas la redujeron a un suelto en las páginas interiores de los diarios o a una simple mención en los noticieros, cuando no la ignoraron por completo: el ex presidente brasileño Joao Goulart había muerto en la estancia “La Villa”, cerca de la ciudad de Mercedes, Corrientes, última etapa de un exilio que ya llevaba 12 años.
El almanaque estaba clavado en el 6 de diciembre de 1976 y la versión oficial señaló como causa de la muerte un “paro cardíaco” – lo que puede aplicarse a todos los muertos – a la vez que soslayó un dato importante: las autoridades argentinas se negaron a que se le hiciera una autopsia, como pedían los familiares del difunto.
A la familia le sobraban razones para exigirla. Eran tiempos de dictaduras en casi todo el Cono Sur americano y las muertes de políticos en el exilio se venían encadenando de manera alarmante a lo largo del año que estaba a punto de terminar.
En mayo y junio, habían sido asesinados en la Argentina los ex diputados uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, a cuyas muertes se sumó la del ex presidente de Bolivia Juan José Torres. La lista se completaba con el atentado que le había costado la vida en Washington al ex canciller del gobierno de Salvador Allende, Orlando Letelier, y un extraño accidente – nunca esclarecido – en el que murió otro ex presidente brasileño Juscelino Kubitschek, opositor a la dictadura militar brasileña.
El Plan Cóndor, que consistía en la coordinación entre las dictaduras latinoamericanas para acabar con disidentes políticos y sociales en el país donde se encontraran, funcionaba de manera aceitada en las sombras, mientras los gobiernos que lo habían ideado y participaban de él protestaban inocencia cuando se los acusaba de cometer crímenes dentro y fuera de sus fronteras.
Un exiliado en la mira
Los meses previos a su muerte, Goulart – que había llegado a la Argentina desde su exilio en Uruguay en 1973, por invitación de Juan Domingo Perón – sufrió un atentado fallido de la Triple A en Buenos Aires y recibió amenazas constantes, lo que hizo que intentara negociar de manera secreta con la dictadura brasileña la posibilidad de regresar a su país, donde creía que estaría más seguro.
Regresó, pero muerto, ese mismo diciembre, para ser sepultado en su ciudad natal, São Borja, en Río Grande do Sul, luego de que la dictadura brasileña también le negara a su familia la posibilidad de realizar una autopsia.
La versión oficial de la muerte por “paro cardíaco” era una roca imposible de mover.
“Mi padre tenía problemas del corazón, había perdido 20 kilos, pero estaba muy bien de salud en el momento de su muerte. La gran sorpresa que hubo es que no se permitió hacer la autopsia ni en Argentina ni en Brasil cuando llegó el féretro; ni siquiera permitieron abrir el cajón que lo transportaba”, relató su hijo, el filósofo, poeta y empresario João Vicente Goulart en una entrevista que le hizo Eduardo Anguita para el semanario argentino Miradas al Sur en 2014.
La dictadura brasileña, en ese momento encabezada por el general Ernesto Geisel, intentó que el entierro de Goulart pasara lo más inadvertido posible, impidiendo que los medios locales informaran sobre la ceremonia, pero no tuvo éxito: desafiando la represión, miles de personas se congregaron en el cementerio para despedir a uno de los presidentes más progresistas que el país había tenido en su historia.
Un político de avanzada
Jango Goulart – como se lo llamaba – había nacido el 1° de marzo de 1918 en Sao Borja, Rio Grande do Sul, en el seno de una familia de terratenientes. Cursó la carrera de Derecho y al terminar sus estudios se dedicó a administrar los campos familiares al tiempo que daba sus primeros pasos en la política.
Fue elegido diputado federal por el Partido Trabalhista en 1950 y más tarde ministro de Trabajo durante el gobierno de Getúlio Vargas, a quien apoyó en sus políticas de intervención del Estado en la economía y de mejoras salariales para los trabajadores.
Fue dos veces vicepresidente, en 1955 con Juscelino Kubitschek y en 1961, con Jânio Quadros. Con la renuncia de este último, el 25 de agosto de 1961, Goulart asumió la presidencia de la república, en un régimen parlamentario, tras negociar con las fuerzas armadas y la oposición de la derecha, en un sistema en el cual el presidente de Brasil se sujetaría a las decisiones del Congreso.
Para tener más libertad de acción, en 1963 convocó a un plebiscito para revocar las restricciones a las que estaba sometido el presidente y lo ganó, lo que le permitió llevar adelante – ya sin trabas – las principales metas que se había fijado para su gobierno: el reparto de tierras agrícolas no utilizadas, el aumento del impuesto a la renta e imponer a las empresas multinacionales la obligación de invertir sus ganancias comerciales en Brasil, para potenciar el desarrollo del país y, a la vez, obtener fondos para la obra pública.
Además de la reforma agraria, reformó el sector de la salud pública y promovió una fuerte campaña para acabar con el analfabetismo.
En política exterior trató de mantener un equilibrio con Estados Unidos, pero también promovió un acercamiento político a los países del Pacto de Varsovia, manteniendo contactos diplomáticos con la Unión Soviética.
Para todo esto tuvo el apoyo de los partidos socialistas y el partido comunista, lo que le permitió resistir los obstáculos que le ponía la oposición.
Derrocado y exiliado
Su política exterior alarmó a la oposición de derecha en el Congreso, así como a las fuerzas armadas, que lo derrocaron en 1964 con el apoyo de los Estados Unidos.
Documentos del Archivo de Seguridad Nacional desclasificados en 2004, mostraron la participación del presidente Lyndon Johnson, del embajador en Brasil Lincoln Gordon, del director de la CIA John McCone y de otros funcionarios estadounidenses en la planificación del golpe, preocupados por la integración de “comunistas” en el gobierno de Goulart.
Luego de ser derrocado, se exilió en Uruguay – donde tenía propiedades familiares –, donde permaneció hasta 1973, cuando el presidente Juan María Bordaberry protagonizó un autogolpe de derecha que lo transformó en un títere de las fuerzas armadas.
“Después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, el gobierno autoritario de Juan María Bordaberry se sujetó aún más a la influencia del gobierno brasileño, del cual dependía económica y políticamente, y comenzó a crear las mayores dificultades para todos los exiliados, inclusive para Goulart”, explica el intelectual brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira.
Por eso, convencido de que no podía permanecer más tiempo como exiliado en un país cuyo gobierno le era hostil y no garantizaba su seguridad, en septiembre de ese año el ex presidente brasileño aceptó con gusto la invitación de Juan Domingo Perón, que estaba por iniciar su tercera presidencia argentina.
Goulart fijó su residencia en la estancia “La Villa”, una propiedad de su familia en la provincia de Corrientes, pero también abrió una oficina en Buenos Aires, en Avenida Corrientes 354, donde mantenía constante contacto con políticos argentinos y otros exiliados brasileños y uruguayos.
Dejó definitivamente Buenos Aires en enero de 1976, después de un fallido atentado de la Triple A contra su oficina y se refugió en la estancia correntina, donde encontró la muerte casi un año después, cuando seguía intentando retornar a Brasil.
Sospechas de asesinato
“Goulart tenía conciencia de que no podía permanecer más en Uruguay ni en Argentina, debido a la inseguridad que se instalara en estos dos países, donde recrudecieron los asesinatos de los líderes políticos, que se oponían a los regímenes militares. Pero tenía dudas sobre qué hacer. Por un lado, evaluaba vivir en París. Por otro, pretendía regresar a Brasil, aún sin amnistía política”, explica Moniz Bandeira.
La idea de regresar a su país se sostenía en que la dictadura brasileña había decidido convocar a elecciones municipales, algo que Goulart leía como un primer paso para recuperar la democracia.
Esos eran sus planes cuando murió, a las 2.40 de la mañana del 6 de diciembre de 1976. En ese mismo momento, comenzaron las sospechas sobre las verdaderas causas de su muerte.
La negación de la autopsia fue el primer indicio y, con el tiempo, comenzaron a aparecer documentos y testimonios que abonan la hipótesis del asesinato.
Apenas iniciado el Siglo XXI, el diario brasileño La Folha de Sao Pablo publicó un documento que revela que tres meses antes de la muerte de Goulart el ejército brasileño, entonces comandado por el general Sylvio Frota, había pedido la “detención e incomunicación absoluta” del ex presidente.
Para entonces, el gobierno brasileño había abierto una investigación, a la que un detenido por delitos comunes con pasado en la policía uruguaya aportó datos.
Desde la celda que ocupaba en Porto Alegre, Ronald Mario Neira Barreiro, un antiguo teniente de la Policía uruguaya, envió una carta donde afirmaba que, en Uruguay, Goulart era vigilado las veinticuatro horas y que, cuando el ex presidente se desplazó a la Argentina, tres agentes uruguayos fueron sido designados para “terminar el trabajo”: un médico especializado en muertes provocadas por ingestión de venenos y drogas, un perito balístico y un fotógrafo de la policía.
“Operación Escorpión”
Barreiro afirmaba que el plan se llamaba “Operación Escorpión” y para dar fuerza a sus palabras, aseguraba que él mismo había participado del plan para matarlo, mezclando con veneno los medicamentos que el ex presidente tomaba para su afección cardíaca.
“Con respecto al asesinato de mi padre, según este agente uruguayo (Barreiro), los venenos introducidos en la medicación de papá vinieron de Chile y fueron distribuidos en la jefatura de policía de Montevideo en una reunión donde se encontraba el jefe de las fuerzas armadas uruguayas y un agente argentino que fue quien cambió los remedios en el Hotel Liberty. Inclusive, estaba un personaje que poca gente tiene conocimiento pero que fue de fundamental importancia, llamado Frederick Latrash. Este agente americano era el chief of station de la CIA americana en Montevideo. En aquel momento, Buenos Aires no tenía jefe de estación de la CIA y este personaje fue el agente autorizado en septiembre de 1976 para la Operación Escorpión”, reafirmaba el hijo de Goulart en la entrevista que Anguita le hizo para Miradas al Sur.
Para agregar más sospechas, un piloto uruguayo que trabajaba para Goulart en el exilio murió de un infarto cuando viajaba en el año 2000 desde Buenos Aires a Montevideo llevando documentos para presentar a la justicia sobre la muerte de su jefe. Nunca se encontraron los archivos que el piloto llevaba consigo.
La exhumación y las dudas
Finalmente, en el marco de una investigación impulsada por la entonces presidenta de Brasil Dilma Rousseff, la justicia ordenó exhumar el cuerpo de Goulart y realizarle la tan postergada autopsia.
Los resultados demoraron casi un año en conocerse. El 2 de diciembre de 2014 – es decir, casi 38 años después de la muerte del ex presidente -, el perito Jeferson Correa, jefe del equipo al que se le encomendó la tarea, brindó los resultados en una conferencia de prensa.
“En las muestras analizadas no se identificó ningún medicamento tóxico o veneno (y) los datos clínicos son compatibles con una muerte natural”, explicó el perito, aunque no descartó la hipótesis del asesinato.
“Tampoco es posible negar que haya sido un envenenamiento”, y explicó que con los “elementos de análisis existentes y el largo tiempo transcurrido desde la muerte” era imposible llegar a una conclusión definitiva.
Nueve años después de aquella conferencia de prensa y a 47 de la muerte de Goulart, las dudas todavía persisten. Lo único seguro es que si la muerte de Goulart fue un crimen perpetrado en el marco del Plan Cóndor, el tiempo ayudó a encubrirlo y lograr la impunidad a sus responsables.