La compararon, la igualaron casi, con Anna Frank, la adolescente judía apresada por los nazis en la Holanda ocupada, que moriría poco antes del final de la guerra en el campo de concentración de Dachau y víctima de tifus. En verdad, Etty Hillesum, que fue ejecutada en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943, hace setenta y nueve años, tiene un metafórico vínculo con Anna.
Ambas cayeron ante la barbarie nazi. Etty, como Anna, era judía. También ella, como Anna, llevó un diario de sus penurias en los días previos al cautiverio y a la muerte. Pero si Anna asomaba a la vida, Etty, que la doblaba en edad, buscaba un significado a la suya, un sentido, una coherencia que le permitiera comprender su breve pasado y asumir su inevitable futuro. Y buscaba a Dios. Buscaba la idea de un dios comprensivo, alguien en quien confiar, una mano que guiara y desentrañara, a ser posible, el árido rompecabezas de su personalidad.
Buscar a Dios
No había sido educada en la religión judía y tal vez estaba convencida ya en su infancia que las religiones siempre están debajo de la idea de un dios. Y abrazó luego el cristianismo, los Evangelios y las enseñanzas de Jesucristo, la voz de San Mateo, justo en el instante en que su propia vida se quemaba en la hoguera del nazismo. La fe la transfigura. Y deja todo escrito en su diario que, como en el caso de Anna Frank, se conocerá cuando la guerra haya terminado, cuando ya no haya rastros siquiera de su paso por el mundo y de su búsqueda apasionada.
Dios nunca estuvo en los planes de Etty, aunque Etty dejará escrito que ella sí estuvo en los planes de Dios. Era una chica brillante, lúcida, inteligente, volcada al descubrimiento y estudio de la filosofía, con muchas más preguntas que respuestas y abierta de par en par al conocimiento. Había nacido como Esther Hillesum el 15 de enero de 1914, meses antes de que el mundo se estremeciera con el estallido de la Primera Guerra Mundial, en Middleburgh, una ciudad holandesa de la provincia de Zelanda. El padre, Louis, era un profesor de lenguas clásicas y un gran estudioso. La madre, Rebeca Bernstein, había escapado con su familia de los pogromos del zar de Rusia, era una personalidad opuesta a la de su esposo. Según su hija, era inquieta, pasional, caótica. Etty se definía en la descripción de su madre.
En casa de los Hillesum, estudio y conocimiento, inteligencia y talento eran celebrados más que como un logro, como un hallazgo. Etty tuvo dos hermanos, Jaap, que nació en 1916, dos años después que ella, y Misha que nació en 1920. La familia se instaló en 1924 en Deventer, una ciudad de Holanda oriental, donde Mischa despuntó como un gran músico desde chico: a los seis años daba conciertos de Beethoven frente a un público atento y después lo juzgaron como una de las promesas europeas del piano; Jaap estudió medicina y Etty, primero, fue diplomada en jurisprudencia; después estudió lenguas eslavas y enseguida se inscribió en Psicología. Entonces llegó la guerra. En 1939, Etty tenía veinticinco años. Su vida se iba a quemar en los cuatro años siguientes.
La vida de Etty
Antes, había dado un par de portazos a la casa familiar, envuelta en una atmósfera conflictiva que había llevado al hermanito pianista a algún tipo de tratamiento psiquiátrico. Era una muchacha bella, atractiva, desenvuelta y enamoradiza; no tenía, ni exhibía, prejuicios ni con el sexo ni con las relaciones sexuales. Anotará luego en su diario: “En lo erótico, soy sofisticada y casi diría que suficientemente experimentada para ser considerada una buena amante”. Escribirá como parte de su búsqueda interior y hasta equipara el sexo a la escritura: “Siempre hay algo que no llega a expresarse. Es igual que ese último grito liberador en la relación sexual, que también se queda tímidamente atrapado en el pecho”.
Sus romances universitarios son apasionados, breves y sin nostalgia: no la dejan conforme, ni satisfecha, cree que debe haber algo más, Etty busca un amor para toda la vida y cree encontrarlo en 1937, tiene veintitrés años, en Han Wegerif, el dueño de la casa de estudiantes donde Etty vive: es viudo, tiene sesenta y dos años y se convierte en su amante. Todo cambia cuando el 10 de mayo de 1940 los nazis invaden y ocupan Holanda. Ahora manda la guerra en la vida de Etty, que deja sus estudios de lenguas eslavas, los de psicología y las clases de ruso que da como profesora en la Universidad y en forma privada. Es la guerra la que lo cambia todo: exacerba en ella cierta predisposición genética al desorden psicológico, aumenta su natural egocentrismo, resta en cambio cierto egoísmo voraz; su desinterés metafísico muta y pasa a ser más que un condimento de su sabiduría, un enemigo a vencer. Y conoce al hombre que también va a cambiar su vida.
Era Julius Spier a quien Etty conoce en 1941. En su diario, que empezará a escribir ni bien Spier entre en su vida, figura como “S”. Ella tiene veintisiete años, él cincuenta y cuatro, está separado y tiene dos hijos. Es un psicoterapeuta de cierto éxito y de metodología extraña; un judío alemán que en 1939 había emigrado a Ámsterdam después de haber dejado atrás su profesión, la contabilidad y las finanzas, y de haberse iniciado en el terreno y la práctica del psicoanálisis con Carl Jung. “S” también lee las manos. Etty lo conoce por casualidad: acompaña a una amiga que quiere conocer el futuro y lo supone escrito en la piel.
Spier atesora, y exhibe, un lenguaje apabullante, seductor, amplio y generoso. Él mismo es un tipo culto, religioso, sensible y honesto en su deseo de ayudar a los demás. También se enamora de Etty y entre los dos hacen nacer una relación compleja, contradictoria, enlazada en impulsos emocionales, sexo apasionado y culpa ardiente. En pocos meses llegará el drama. Pero ahora, el 8 de marzo de 1941, apenas conocer a “S”, Etty inicia su diario de vida en el que lo dejará todo por escrito hasta el 12 de octubre de 1942. Son diecinueve meses vehementes y profundos en los que Spier intenta poner orden en el caos de su joven amante. Ella misma admite en las páginas de su diario, el papel decisivo de Spier en su evolución interior. “S” aprovecha el placer por la lectura de Etty para ponerla en contacto con la Biblia y con las obras de San Agustín, textos que ella bebe como de una fuente y van a unirse con las que eran entonces sus lecturas habituales: Rainer María Rilke, Fedor Dostoievski, León Tolstoi.
La filosofía de Etty
Etty examina, revisa y da vuelta sus ideas y su vida. Escribe que sus ideales “son vagos, como ropa que queda un poco suelta”, y que le gustaría “desaparecer, disolverse, fusionarse armónicamente con el cielo y la tierra”. Invoca a Dios y lo percibe, lo intuye, tal vez lo adivina. Escribe: “Hay un pozo muy profundo dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces, me sucede alcanzarle, mas, a menudo, piedra y arena lo cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar”.
Esa frase, palabra por palabra, será evocada por el papa Benedicto XVI en la audiencia pública que siguió a su inesperada abdicación a ser el vicario de Cristo en la Tierra. Dijo entonces Benedicto, el 13 de febrero de 2013: “Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven neerlandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma. (…) En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: ‘Vivo constantemente en intimidad con Dios”
Pero entre 1941 y 1942, los meses de su diario, Etty siente que los ideales que la sostienen como ropa que queda un poco suelta, flamean al viento de la pasión. Spier tiene una novia a la que no quiere dejar por Etty; y Etty queda embarazada de Han Wegerif, el casero de su cuarto de estudiante, el cuarto donde escribe las páginas de su diario. Etty aborta y, en 1942, Spier muere de cáncer. El mundo que Etty conoció, ya no existe. La guerra hace el resto. En junio de 1942, los nazis promulgan en Holanda las leyes raciales de Núremberg y comienza la persecución, cautiverio y deportación de los judíos holandeses. El 12 de junio, Etty anota en su diario: “Y ahora parece que los judíos no podrán más entrar en los negocios de fruta y verdura, que deberán entregar sus bicicletas, que no podrán subir más a los tranvías ni salir de la casa después de las 8 de la noche. Sí, me siento deprimida por estas disposiciones; esta mañana, por un momento, las he advertido como una amenaza plomiza, que buscaba sofocarme, pero no es por la disposición en sí. Me siento simplemente muy triste, y entonces esta tristeza busca confirmación. No son nunca las circunstancias exteriores, es siempre el sentimiento interior –depresión, inseguridad, etc.– que da a estas circunstancias una apariencia triste o amenazante. En mi caso, funciona siempre del interior al exterior, nunca viceversa. A menudo las disposiciones más amenazadoras –y son muchas actualmente– van a quebrarse contra mi seguridad y confianza interior, y una vez resuelta dentro de mí, pierden mucho de su carga temerosa”.
Empieza la persecución
En julio, Etty entra a trabajar como dactilógrafa en el Consejo Hebraico, una institución amparada por el Tercer Reich para que actuara como una especie de puente con la población judía de los territorios ocupados. Para entonces, siete meses antes y en la famosa Conferencia de Wannsee, los nazis ya habían decidido eliminar a la población judía de Europa, calculada en once millones de personas. Etty toma una decisión: se presenta como voluntaria ante el ejército de ocupación para trabajar como enfermera en el campo de exterminio de Westerbork. Es testigo del horror, pero también es correo secreto de la resistencia, saca del campo los mensajes de los prisioneros, recoge en el exterior medicamentos para llevar al campo. “No quiero escapar, escribe, quiero compartir la suerte de mi pueblo”. El espanto mina su salud, pasa los días de una de sus licencias en el hospital de Ámsterdam, se refugia en la búsqueda de Dios: “Las amenazas y el terror crecen día a día. Me cobijo en torno a la oración como un muro oscuro que ofrece reparo, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. (…) La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme”.
También en julio de 1942 dialoga con Dios desde las páginas de su diario: “Y si Dios no me sigue ayudando, entonces tendré que ayudar yo a Dios”. Y, a la mañana siguiente: “Solo una cosa es para mí más evidente: que Tu no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a Ti y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de Ti en nosotros”.
Los alemanes estrechan el cerco sobre los judíos holandeses. Lo harán hasta cuando la guerra esté perdida para los nazis, Anna Frank será capturada en Ámsterdam el 4 de agosto de 1944. De modo que los amigos de Etty le ofrecen refugio, escondite, una jugada de dados entre las deportaciones masivas. Pero ella está convencida de que la captura era inevitable. No quiere esconderse. El 6 de junio de 1943 se entrega a las SS: cinco meses después estaba muerta. Junto a ella se entrega toda su familia.
Dejó en las páginas finales de su diario, unos cuadernos que puso en manos amigas, una muestra de resignada esperanza, de melancólico fatalismo: “Quisiera vivir muchos años para poder explicarlo todo posteriormente. Pero, si se me concede este deseo, otro lo hará; otro continuará viviendo mi vida desde donde terminó”. Y luego: “Si llegase a sobrevivir esta etapa, surgiré como un ser más sabio y profundo. Pero, si sucumbo, moriré como un ser más sabio y profundo”.
Encerraron a todos los Hillesum en Westerbork, donde Etty había trabajado como enfermera voluntaria. Desde allí, llegó a escribir alguna carta a sus amigos. El 3 de julio, por ejemplo: “Jopie, Klaas, mis queridos amigos: desde mi litera, que es la tercera en lo alto, quiero rápidamente desencadenar una verdadera orgía de cartas. Dentro de pocos días tendremos un límite a toda nuestra correspondencia, yo me volveré oficialmente “residente en el campo” y podré mandar sólo una carta cada dos2 semanas y deberé entregarla abierta. Y hay todavía algunas cosas de las cuales quiero hablar con ustedes ¿Es cierto que he escrito una carta tan desalentadora? Casi no llego a creerlo. Es cierto que hay momentos en que uno cree verdaderamente no poder seguir más adelante. Pero después siempre se va adelante, también esto se aprende con el tiempo; pero el paisaje que tenemos alrededor aparece de improviso mutado, el cielo se vuelve bajo y negro, nuestro modo de sentir la vida sufre grandes mutaciones y nuestro corazón se vuelve completamente gris y milenario. Pero no es siempre así. Un ser humano es una cosa bien singular. La miseria que reina aquí es verdaderamente indescriptible. En las grandes barracas se vive como topos en una cloaca”.
Aquel mundo podía ser peor. Y lo fue. El 7 de septiembre, Etty y su familia fueron trasladados a Auschwitz. Los llevaron hasta los trenes en un camión de ganado desde el que ella arrojó una tarjeta, un papel escrito, una botella en aquel mar oscuro. La tarjeta, destinada a sus amigos, decía: “Me esperarán, ¿verdad?”. El tren hacia Auschwitz salió con los Hillesum y otros novecientos ochenta cautivos, incluidos ciento setenta chicos. Solo ocho personas sobrevivieron. Los padres de Etty fueron enviados a las cámaras de gas ni bien llegar, el 10 de septiembre. Según un informe de la Cruz Roja del 30 de noviembre de 1943, ese día Etty fue ejecutada. Su hermano Mischa, aquella promesa pianística europea, fue ejecutado el 31 de marzo de 1944. Jaap, el hermano médico, fue liberado por los rusos, pero murió el 17 de abril de 1945 en Lubben, cuando regresaba a Holanda, trece días antes del suicidio de Hitler en su bunker de Berlín.
Los diarios de Etty Hillesum se publicaron por primera vez treinta y ocho años después de su muerte en Auschwitz, el 1 de octubre de 1981 y no completos. Años después, sí se publicó el diario completo más las cartas escritas en el campo de concentración de Westerbork. Fue un éxito de venta en los Países Bajos porque reflejaba la vida y el pensamiento de una muchacha judía que había elegido de manera voluntaria compartir la suerte de su gente perseguida. Los investigadores sospechan, con cierto margen de certeza, que Etty sabía que no regresaría de donde quiera la enviaran. Pidió a una amiga, María Tuinzing, que conservara sus cuadernos y los diera a conocer, cuando la guerra hubiese terminado, a Klaas Smelik y a su hija, Johanna Klaas. Smelik era el único escritor que Etty conocía y esperaba que él encontrar un editor para sus páginas.
En esas páginas todavía es posible hallar algo del irónico humor, del tierno sarcasmo con el que habla con Dios, con su propia idea de un dios. Le dice: “Voy a prometerte una cosa, una cosa muy pequeña: me abstendré de colgar en este día, como otros tantos pesos, las angustias que me inspira el futuro”. Tal vez, en los instantes finales de su corta vida, haya evocado a su admirado Rilke: “¿Qué será de ti, Dios, cuando yo muera? ¿Qué harás, Dios? Temo por ti”.