La historia es digna de un guion alternativo descartado por George Lukas y Steven Spielberg para Indiana Jones y la última cruzada, o de una de las tantas invenciones de esa investigación pseudohistórica publicada en la década de los ‘80 en tres libracos más gordos que La Biblia bajo el nombre de El enigma sagrado y, por supuesto, también de la imaginación de Dan Brown para mejorar un poco la frágil trama de El código Da Vinci, pero se diferencia de esas tres ficciones sobre la búsqueda del Santo Grial por el hecho de ser rigurosamente cierta.
Otto Rahn -protagonista de esa historia- no fue un personaje de ficción sino un hombre de carne y hueso que dedicó la mayor parte de su vida a encontrar la copa que Jesucristo utilizó en la última cena, una tarea que inició por cuenta propia y siguió haciendo por orden de Heinrich Himmler, quien al darle el encargo lo convirtió en el único judío que vistió el negro uniforme de las temibles SS.
Porque si dar con el Santo Grial era la obsesión de Rahn también lo fue de no pocos líderes nazis -entre los que se contaba Adolf Hitler- que abrevaban en las raíces esotéricas que justificaban la quimera ideológica de una raza superior destinada a dominar el mundo.
Como las historias reales no suelen tener los finales felices de las películas o de las novelas de aventuras, esa asociación despareja y explosiva para lograr un mismo objetivo terminó de la única manera posible: en un estrepitoso fracaso y en la previsible muerte de Rahn, no se sabe si por mano propia en un suicidio ritual o en una puesta en escena de Himmler para sacárselo definitivamente de encima, un último misterio que podría dar lugar a otra ficción.
Un judío alemán ilustrado
Otto Wilhelm Rahn nació en Michelstadt, Alemania, el 18 de febrero de 1904, y se crío en el seno de una familia judío-alemana de clase media. Hijo de un juez de los tribunales de Maguncia, el destino que le marcó su familia fue el Derecho, materia que estudió entre 1922 y 1926 en las facultades de Giessen, Friburgo y Heidelberg.
No descuidaba su carrera, pero dedicaba su tiempo libre a escuchar clases de filología alemana y de historia. Fue allí donde comenzó a interesarse también por una visión esotérica de la historia, apuntalada por las clases del barón de Gail, experto en leyendas medievales como las de Parsifal, el círculo de Arturo y, por supuesto, el Santo Grial.
De todo eso, lo que más lo atrajo fue la cultura cátara -una secta herética del cristianismo-, tanto que dedicó su tesis doctoral a la herejía cátaro-albigense, para lo cual viajó por Francia, Italia, España y Suiza entre 1928 y 1932.
En ese periplo pasó varios meses en la aldea de Lavelanet, en Languedoc, Francia, para explorar las ruinas de Montsegur y las grutas de las montañas aledañas, dos lugares profundamente relacionados con el desarrollo del catarismo y su resistencia a los ataques papales.
Con la información recogida en esos viajes escribió un libro, Cruzada contra el Grial, que fue muy bien visto por muchos expertos alemanes en esoterismo medieval y, sobre todo, por los defensores del misticismo germánico de corte nacionalsocialista, como Nigel Pennick.
Entre sus lectores más apasionados se encontraba un político alemán cuyo nombre empezaba a sonar fuerte dentro del nazismo, Heinrich Himmler.
El Grial enterrado
En sus obras, Rahn planteaba que la copa utilizada por Jesucristo en la última cena podía estar enterrada entre las ruinas de Montsegur, la villa amurallada donde los cátaros montaron su última posición de resistencia contra las tropas de Cruzados que el papa Inocencio III envió a Francia para acabar con ellos.
Los cátaros eran dualistas y creían en la existencia de dos principios opuestos: el bueno y el malo. Para algunos teólogos cátaros ambos principios existían desde el comienzo, pero otros consideraban el principio malo una creación secundaria, producto del deseo maligno de una de las criaturas de un Dios único y bueno: el ángel caído.
Para ellos, el mundo material no había sido creado por Dios sino por Satanás. El diablo, incapaz de crear vida, había construido un hombre de barro y le había pedido a Dios que pusiera dentro de él un alma, pero cuando el alma entró en el hombre, se negó a quedarse. Para evitar que se fuera, Satanás la mantenía prisionera. Frente a semejante teología, a principios del siglo XIII, Inocencio III, el papa más importante de la Edad Media, tomó la decisión de exterminar a esa “peste” que se había instalado en el corazón mismo de la Cristiandad.
Para lograrlo dio instrucciones precisas a los príncipes cristianos que se sumaron a esa cruzada: “Si alguno recibe, defiende o favorece a los herejes deberá ser inmediatamente considerado como infame, y no podrá ser admitido para los oficios públicos ni podrá recibir herencia alguna. Si fuera juez, sus sentencias serán consideradas nulas; si clérigo, será inmediatamente degradado y perderá todo oficio y beneficio, y, en todo caso, los bienes del hereje serán confiscados”, les ordenó. Los cátaros fueron derrotados, pero el Grial -que Rahn suponía que se encontraba entre los “bienes” que debían ser confiscados- alcanzó a ser escondido para salvarla de las garras de las fuerzas papales.
Para dar fuerza a su hipótesis, Rahn apostaba a la autenticidad de la leyenda que afirmaba que los cátaros habían enterrado en Montsegur un tesoro fabuloso cuya pieza más importante era “una piedra caída del cielo”, a la que identificó con el Grial que Parsifal, un caballero del Rey Arturo, había encontrado en un castillo del Montsalvat.
En su teoría agregaba, además, un elemento inquietante: para él, el Grial no era una copa sino un conjunto de tablillas con inscripciones rúnicas, grabadas sobre madera o piedra, en las que se recogían todos los conocimientos herméticos existentes, una especie de Tabla Esmeralda.
Hombre práctico, el esoterista judío-alemán no solo defendía su teoría, sino que pretendía encontrar esas tablas, fuente de una sabiduría capaz de brindar un poder desconocido por el común de los hombres. Para eso necesitaba dinero, y los nazis lo tenían.
Un nazi, un judío y una obsesión común
Corría 1935 y lo que Rahn no podía imaginar era que uno de los más altos jerarcas del nazismo en el poder no solo había leído Cruzada contra el Grial, creído en su teoría y puesto manos a la obra para encontrar esa pieza sagrada en el sur de Francia. Se enteró luego de recibir un telegrama anónimo en el que le ofrecían 1.000 reichsmarks al mes si emprendía la búsqueda de la sagrada reliquia. Si aceptaba, debía presentarse en una dirección.
Cuando acudió al lugar, en Berlín, se llevó una sorpresa mayúscula al reconocer inmediatamente el rostro del hombre que lo recibió. Era Heinrich Himmler, uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich. Así comenzó una alianza despareja, aunque por mutua conveniencia.
Rahn, de origen judío, no apreciaba a los nazis sino que más bien los temía, pero la posibilidad de emprender la búsqueda sin preocuparse por el dinero fue más fuerte que el miedo.
Rahn también frecuentaba círculos antinazis, lo que le valió muchas críticas de sus amigos por aceptar el ofrecimiento. Su respuesta consta en una carta que le envió a uno de ellos: “Un hombre necesita comer, ¿qué esperabas que hiciera? ¿Decirle que no a Himmler?”, le escribió.
Himmler, por supuesto, no solo había leído los libros del esoterista sino que había investigado a fondo al hombre. No solo sabía que era judío sino también homosexual. Eso hacía que lo despreciara, pero no por eso iba a dejar de utilizarlo como instrumento.
Oficial de las SS
La asociación de Rahn con Himmler comenzó con dos concesiones fuertes que debió hacer el estudioso de los cátaros. La primera fue escribir otro libro, La corte de Lucifer, donde “germanizó” su teoría sobre el grial para ponerla a tono con la ideología de los nazis. En esta segunda obra, Rahn postuló que los cátaros no consideraban a Lucifer como el maligno, sino que lo identificaban como Luzbel, el portador de la Luz, y lo asimilaban con el Norte, a diferencia de Satán, el maligno, identificado con el Sur.
Al margen de la edición pública, Himmler mandó a hacer una corta tirada de lujo de la nueva obra y le regaló un ejemplar a Hitler para su cumpleaños.
La otra concesión fue más grave todavía, y convirtió a Rahn al único judío reconocido como tal en vestir el uniforme de las SS. De esa manera podría cobrar los 1.000 reichsmarks que Himmler le había ofrecido: era el sueldo de un teniente de la fuerza más temida de los nazis.
Para cumplir el encargo, durante todo 1936 realizó viajes por Francia, Italia e Islandia, donde condujo excavaciones arqueológicas por cuenta del Tercer Reich para encontrar el preciado Santo Grial. Todas terminaron en fracasos.
La desgracia y la muerte
Tras un año sin obtener resultados ni pistas que hicieran pensar que se podía tener éxito en la búsqueda del Grial, Himmler comenzó a cansarse del experto al que había admirado y despreciado a la vez.
Pero echarlo de buenas a primeras no era un costo que el líder nazi estuviera dispuesto a pagar porque también sería admitir su propio fracaso.
Entonces Rahn le sirvió en bandeja la oportunidad. A fines de 1936, fue acusado de haber participado en un confuso episodio estando ebrio, por lo que debió jurar abstenerse de tomar bebidas alcohólicas y fue enviado como simple vigilante al campo de exterminio de Dachau, donde fue testigo de las aberraciones que se cometían en nombre de la pureza ideológica y racial. También lo obligaron a comprometerse por escrito a no beber alcohol y a casarse para ocultar su condición de homosexual.
No pudo soportarlo y renunció. En su carta pidiendo la baja, le escribió a Himmler que lo hacía “por motivos tan serios que solo pueden ser comunicados oralmente”. El jefe de las SS no quiso escuchar personalmente esas razones y le respondió con un telegrama de una sola palabra: “Sí”. Sin trabajo y reducido al ostracismo, Rahn empezó a preparar un plan para irse de Alemania, descontando que debería hacerlo de manera clandestina porque nunca le otorgarían el permiso.
“Ya no es posible por más tiempo, vivir en el país en el que se ha convertido mi patria. Ya no puedo dormir y comer. Es como si una pesadilla se posara sobre mí”, le escribió a uno de los pocos amigos que le quedaban.
El 13 de marzo de 1939, el cuerpo congelado de Otto Rahn fue encontrado boca abajo en la ladera de una montaña cercana a Söll, en Austria. Junto al cadáver había dos frascos de comprimidos -uno vacío y otro por la mitad- cuyo contenido nunca se dio a conocer. Tenía 35 años. Fue enterrado en Kufstein en una ceremonia privada y nunca se hizo un certificado de defunción.
El comunicado de las SS, firmado por Karl Wolf, un alto oficial de la fuerza, dijo: “En medio de una tormenta de nieve en las montañas, este marzo, el SS. Obersturmfuhrer, Otto Rahn, falleció trágicamente. Sentimos la muerte de nuestro compañero, un SS decente y escritor de notables trabajos de investigación histórica”.
Más allá de la información oficial, comenzaron a correr dos versiones sobre su muerte. Una de ellas sostenía que se había suicidado imitando un ritual cátaro; la otra aseguraba que un grupo de las SS lo había llevado hasta la montaña y obligado a suicidarse.
Después de la muerte de Otto Rahn, Himmler continuó buscando el Santo Grial, y viajó a España para visitar el Monasterio de Montserrat, en Barcelona, donde le habían dicho que podía estar enterrado. Pero esa es otra historia.