Las probabilidades estaban en su contra. No era dúctil, se movía pesadamente, no coincidía con los patrones de belleza de su tiempo, tenía parte de la cara paralizada por un accidente con los fórceps durante el parto, la boca asimétrica, los ojos caídos, su voz parecía provenir de un camino de ripio y cada vez que tenía que decir sus líneas de su garganta un farfullo difícil de comprender, mascullaba cada una de sus palabras. Pero él no veía de qué manera podía fracasar, ni siquiera pensaba en esa posibilidad. El único horizonte que concebía era el éxito.
En la primera gran oportunidad -que se consiguió él sólo, a base de una obstinación algo irracional- se convirtió en una súper estrella. Ya pasaron más de 45 años y Sylvester Stallone, con sus altos y bajos, nunca dejó de serlo.
Pocos días atrás, Netflix estrenó Sly, un documental dirigido por Thom Zimny, en el que Stallone repasa su vida.
Comienza con una mudanza. Sly se siente anquilosado, como perdiendo envión, y a sus 77 años decide mudarse al otro extremo de Estados Unidos, a la Costa Este, para buscar nuevos entusiasmos (el recurso de utilizar la mudanza como excusa narrativa a lo largo de la narración resulta bastante fallido). Con la ayuda de unos pocos entrevistados -un enfático Quentin Tarantino, su viejo adversario, ahora amigo Arnold Schwarzenegger, un crítico del New York Times, Talia Shire (Adrien en Rocky), su hermano y algunos más- Stallone da cuenta de sus éxitos, fracasos y dolores a lo largo de poco más de hora y media.
El documental es una buena excusa para adentrarnos en algunos aspectos de su vida, en especial en aquellas zonas oscuras, o al menos poco gratas, que él prefiere transitar en este racconto agridulce.
Porque de la leyenda de Rocky ya conocemos casi todo. De ese hombre de 30 años que cansado de no obtener los papeles que deseaba, de ser elegido sólo para hacer de matón, escribió una película para ser el protagonista. Si no le daban los roles que merecía, él los iba a crear. Se encerró en su habitación de mala muerte que quedaba en el Boulevard Balboa, tapó las ventanas y escribió con frenesí la historia de un boxeador fracasado al que le dan una chance. Cuando los productores quisieron comprarle el guión y fueron subiendo la oferta hasta los 350.000 dólares, él se mantuvo intransigente: la condición para ceder la historia era convertirse en el protagonista. Él era Rocky Balboa. Y esa era su oportunidad. Vaya si la aprovechó. Después llegó todo lo demás: el Oscar, la fama, el estrellato, los millones, las otras Rocky hasta completar una saga de 9 films, convertirse en el gran héroe de acción de los ochenta, las otras dos franquicias: Rambo y The Expendables. Pero también los dolores, las caídas, la soledad, la lucha por mantenerse en la cima, las pérdidas irreparables.
Sylvester Stallone nació en 1946 en Nueva York, en el barrio de Hell’s Kitchen, la Cocina del Infierno: “Eran tiempos en que se justificaba absolutamente que a esa zona de la ciudad se la llamara así”, dice el actor.
La familia luego se tuvo que mudar a distintas ciudades tras la búsqueda de una estabilidad laboral que nunca llegaba. La denominación de familia en esa casa podría tratarse de un eufemismo o de una fórmula para simplificar. El matrimonio de los padres de Stallone fue tempestuoso. Las peleas eran virulentas y permanentes. Eso empujaba a los hijos a la calle, a tratar de alejarse del ambiente feroz del hogar. El refugio de Sly fue el cine. Pasaba tardes enteras viendo tres o cuatro películas en continuado. Y descubrió que él quería ser eso: un héroe, alguien que salvara a los demás o que al menos fuera aplaudido por los otros. Eligió su modelo: George Reeves, un actor de péplums y películas de acción clase B, que siempre aparecía con el torso desnudo para mostrar su torso repleto de músculos. En el colegio no le iba bien. Según confesó fue a 13 instituciones diferentes en sus 12 años escolares.
La madre, totalmente ausente en el documental, fue un personaje en sí mismo. Murió hace un par de años cuando se aproximaba al siglo de vida. Jackie Stallone (conservó el apellido de casada no por devoción al ex esposo sino por cálculo promocional, para asociarse al apellido famoso del hijo). A partir del suceso de Sylvester, ella fue en busca de lo que siempre quiso: fama. De profesión: celebridad. Aunque sostenía que siempre había sido astróloga y se adjudicaba éxitos rotundos. Convertida en mediático full time participó en una edición Vip de Gran Hermano en Inglaterra -en la que coincidió con su ex nuera Brigitte Nielsen- siendo una de las participantes de más edad en la historia del ciclo en cualquier parte del mundo. En los últimos años de su vida se declaró rumpóloga, es decir se dedicaba a la predicción del futuro de las personas estudiando sus nalgas y su ano. La lectura de las líneas de las manos, se estima, le parecía poco rigurosa.
El que sí está muy presente es Jack, su padre. Un hombre violento, insatisfecho, profundamente egoísta que siempre ejerció una autoridad despótica sobre sus hijos. Stallone, con dolor, dice que él tiene un costado furibundo y salvaje y que no duda que eso proviene de su padre. “Era un padre demasiado físico –dice-. Tenía una ferocidad descontrolada. Mi padre era Rambo. La pasé mal pero tenía algo muy claro: no me iba a quebrar”.
Dos anécdotas para describir esa relación paterno filial. A Sylvester, cuando era chico, le gustaban los caballos. Debido a una serie de cercanías y casualidades comenzó a jugar al polo, deporte que el padre ya frecuentaba. Cuenta que a los 13 años, en medio de un partido, y tras una jugada confusa, Jack ingresó a la cancha a los gritos dándole órdenes al hijo y reprochándole un error, lo bajó del caballo de un empujón y lo arrastró de un brazo hacia afuera mientras le seguía gritando. Stallone dice que después de ese episodio dejó el polo durante muchos años. Pero lo retomó cuando ya era muy famoso y poderoso. Compró caballos, entrenó, se asoció a clubes exclusivos e hizo amistades con los mejores jugadores. En uno de los muchos intentos que hizo a lo largo de su vida para acercarse a su progenitor, Sly organizó un partido con varios cracks del polo y él y su padre jugarían uno para cada equipo. Era una ocasión especial. Evento benéfico, deportistas de elite, celebridades, prensa, mucha prensa. En una jugada, mientras Stallone intentaba taquear la pelota (varios videos prueban que era un jugador bastante decente), el padre lo golpeó de atrás con violencia y lo tiró -una vez más- del caballo. La caída fue muy peligrosa, los cascos del animal pasaron cerca de la cabeza del actor y el golpe fue fuerte. Cómo pudo se levantó y continuó. Pero al finalizar el partido decidió que ese sería su último contacto con el polo. Desarmó el equipo, vendió los caballos, indemnizó a los empleados y cortó por un largo tiempo todo contacto con su padre.
La otra anécdota: cuando Stallone se consagra con Rocky, el padre que nunca había tenido contacto con el cine ni con la creación artística en su vida, comenzó a escribir guiones y buscó –usufructuando la celebridad de su hijo- productores para filmar la historia de un boxeador perdedor que busca una chance y que se titulaba Sonny. A varios la idea y la resonancia del nombre les resultaban conocidas.
El éxito no sólo le trajo inconvenientes por las ansías de figuración de sus padres. Con amargura, Stallone cuenta que nada fue cómo él suponía, cómo soñaba, después de alcanzar la consagración. “Allí arriba estás solo. Es difícil mantenerse. Tenés que luchar demasiado y también dejar muchas cosas de lado. A veces no es tan bueno como parece”, declaró. Sly, ya grande, reconoce que el éxito trae tormentas y que altera el orden de prioridades. A veces el poder achica las opciones y nubla el raciocinio y es un auto de última generación que marcha a velocidad ultrasónica y el pasajero no se puede bajar; la mayoría de las veces el viaje a la fama termina cuando ese auto desbocado choca de frente contra un paredón o, con mejor suerte, cuando se queda sin nafta y ya detenido es pasado por los otros que ni siquiera giran sus cabezas para verlo en la banquina.
Después de la irrupción con Rocky conoció los primeros fracasos. F.I.S.T. y Paradise Alley (que merece una nueva revisión: soportó bastante bien el paso del tiempo). En ese momento volvió a recurrir a Balboa y se entusiasmó con las secuelas como modo de mantenerse en lo más alto. No es tan fácil hacer secuelas como parece (mucho menos a fines de los setenta y los ochenta cuando él las hacía). Hay que mantener el espíritu de los personajes y renovar el interés del público, hacer evolucionar las historias para que la gente siga pagando la entrada y para que siga queriendo a esas creaciones.
Rocky se renovó con la cuarta entrega y consiguió otra vez un enorme suceso. Comulgó con su tiempo, con los años de Reagan, con la Guerra Fría y mantuvo la épica del personaje. Pero la quinta fue un fracaso. Algo se rompió. Stallone actuó junto a Sage, su hijo que también hacía de hijo en la ficción. En una escena el chico le reclama al padre que nunca está para él o para su madre. Cuando el día del estreno le preguntaron, Sage dijo que en esa escena no tuvo que actuar demasiado, que le estaba hablando más al padre que a Rocky.
Sage Stallone era su hijo mayor. Fue encontrado muerto en su casa en 2012. Tenía 36 años. La autopsia determinó que se trató de una muerte súbita. Stallone vivió el duelo recluido y evitó dar declaraciones. En el documental casi no habla de esto. Cuando hace referencia a Sage sus ojos se enturbian y la cara se agrieta, envejece súbitamente y apenas logra decir que anteponer la carrera a la familia tiene consecuencias radicalmente devastadoras.
Cada vez que se habla de Stallone sobrevuela otra cuestión, la del prestigio. Su carrera empezó con la consagración inesperada del Oscar a la mejor película. Rocky le ganó a Taxi Driver, Todos los Hombres del Presidente, Esta Tierra es Mi Tierra y a Network. Pero después llegaron las críticas, la subestimación y hasta las burlas. Stallone es el actor con más nominaciones y premios Razzies (el anti Oscar, los galardones a lo peor del año) en la historia. 30 nominaciones y 9 victorias/derrotas.
En los 80 se convirtió en el gran actor de acción de Hollywood. Su rivalidad con Schwarzenegger se convirtió en legendaria. Si actuar es una actividad corporal, Stallone fue (es) un cuerpo. Él fue la súper estrella de ese tiempo. Ese cine de excesos, intenso, pomposo, bombástico, marcó esa década. A veces mejor, a veces demasiado fácil, sus películas casi nunca dejaron de ser cine: todo movimiento, todo acción, todo imagen.
El cambio de década lo encontró en una zona de arenas movedizas, tratando de cambiar el perfil, con sus franquicias no provocando lo mismo que antes. Los noventa marcaron un cambio en Hollywood y a Sly le costó adaptarse. Sus elecciones de proyectos no ayudaron en nada. Oscar o ¡Para! O Mamá Dispara fueron dislates en toda regla, son los mejores ejemplos del momento en que su carrera perdió el rumbo por un tiempo.
Desorientado fue a buscar ayuda en un viejo conocido. Una vez más Rocky acudió en su ayuda. Cuando presentaba a los productores sus ideas para la sexta entrega de Rocky casi nadie quería escucharlo. Había fracasado la anterior y habían pasado 19 años. Y él estaba viejo para hacer de boxeador. Stallone, una vez más, insistió. Rocky Balboa fue un regreso extraordinario e inesperado, para muchos la mejor de todas. Rocky y Sly siempre tenian algo más para dar. Después vinieron las tres de Creed.
A principios de este año, Sylvester Stallone desembarcó en el mundo de las plataformas protagonizando la muy buena serie Tulsa King, en la que interpreta a un viejo gángster que sale de la cárcel después de varias décadas y vuelve al ruedo en una mafia que cambió demasiado.
En el documental queda claro que en sus películas utilizó episodios autobiográficos, que recurrió a sus vivencias, dolores y perplejidades para alimentar a sus personajes. La historia de Sylvester Stallone, más allá de las obvias conexiones y semejanzas, nunca dejó de ser la de Rocky Balboa: su preocupación, su anhelo, más allá de éxitos y derrotas, fue dar la talla (Going the Distance, dice Rocky), estar a la altura. Muchos se olvidan de que Rocky perdió la primera pelea con Apollo Creed.
El paso del tiempo es otra de sus grandes preocupaciones. Necesita mantenerse activo, conectado a su tiempo, dando pelea. La edad (lo que quedó atrás) lo atribula. Pero no se entrega: “Estoy en el negocio de la esperanza y odio los finales tristes”, dice Sylvester Stallone a los 77 años mientras busca nuevos rivales para derrotar.