De un lado de la mesa del comedor se sienta Corina, la mamá, y ceba un mate con sabor a naranja. Del otro lado se acomoda Tais, la menor de sus hijas, una chica de casi 21 años que tiene parálisis cerebral y la sonrisa impregnada en la cara. La escena que la madre está por contar sucedió un 30 de noviembre de 2002 en un sanatorio, después de un embarazo precioso pero también después de un parto en el que nada salió como esperaban.
“Tais tenía doble vuelta de cordón alrededor del cuello y no me hicieron una cesárea a tiempo. Eso le generó una hipoxia (falta de oxígeno al cerebro) con sufrimiento fetal agudo. Tuvieron que reanimarla”, cuenta la psicóloga Corina Mastembaun a Infobae. Elige contarlo así, de un tirón y sin demasiados detalles, porque no es en aquel drama en donde hoy quiere detenerse.
La pequeña recién nacida pasó varios días en terapia intensiva y sobrevivió, aunque sólo el tiempo iba a determinar si la mala praxis le había dejado secuelas.
En ese entonces, Corina ya tenía una hija de 12 años; además, era docente precisamente de psicología evolutiva, por lo que no tardó demasiado en darse cuenta: “No podía ser que una beba de seis meses no sostuviera la cabeza, algo estaba pasando”.
Un neurólogo del Hospital Garrahan les dio el diagnóstico: Tais tenía parálisis cerebral.
“El médico nos dijo ‘vamos a tener que ver si habla, si escucha, si ve, si va a poder hacer todo lo que es motor, desde cortar con tijera, que es lo más fino, o escribir hasta saltar, correr o caminar’”, sigue. Corina y su marido salieron del hospital en shock, no podían recordar ni dónde habían dejado el auto.
“Primero nos caímos, no te voy a mentir”, dice ella con su voz suave, mientras corta un budín en su casa de Villa Crespo. “Después empezamos una marcha lenta en que dijimos ‘si tenemos que ir a Marte para ayudarla, iremos”.
Esta es la historia, entonces, que hoy madre e hija quieren contar. Cómo a una chica que habla con dificultad y se mueve en un triciclo se le clavó un deseo entre los ojos: hacer comedia musical. Cómo se topó con el rechazo y cómo le encontró la vuelta.
Si la montaña no va a Mahoma, ya saben.
Un espíritu
Tais Soifer, recuerda ahora su mamá, siempre tuvo un espíritu particular. Esto es: los obstáculos no la detenían con facilidad. Tenía 3 años cuando le mostró a su familia que no tenía la motricidad fina para apretar el botón del inodoro con su dedo índice pero que si le pegaban una bolita de masilla en el botón ella podía apretarlo igual con el canto de la mano.
Fue a un jardín y a una primaria con una integradora y no era difícil notar en qué era buena: “Escribía muy bien. Escribía cuentos, historias”, cuenta la mamá. ¿Cómo? A veces a mano, con la ayuda de su acompañante y otras con la misma tablet en la que toma notas desde que estudia Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
¿Comunicación, justo una chica con dificultades para hablar?”.
La respuesta es “sí, claro”.
“Todos me decían ‘uh, ¿la UBA? Qué difícil’. La verdad es que nunca me pusieron ninguna traba”, cuenta Tais, mientras toma agua del vaso con un sorbete. A la universidad va en remis con su integradora, que la ayuda a tomar apuntes cuando no llega a tiempo a escribir en la tablet.
Para estudiar, Tais lee primero los libros y graba resúmenes en audios con su celular. Su acompañante, luego, se los tipea. Así hizo el CBC; así ya está en segundo año.
El camino, sin embargo, estuvo minado de baches. Los más profundos no sucedieron alrededor de su educación sino alrededor de su pasión, el teatro, un ambiente que uno podría suponer más relajado, más amigable, menos estructurado.
“Empecé a estudiar teatro a los 12 años, pasé por varios lugares y en la mayoría fue difícil entrar. En el mundo de la actuación los docentes tienen miedo, o desconocimiento, no sé”, cuenta Tais. “Si en la escuela los docentes tienen miedo, en teatro es mucho mayor porque es una profesión física, lo que hacés es poner tu cuerpo al servicio de un personaje. A muchos docentes les da miedo que me caiga o que no se me entienda cuando hablo en una obra”.
¿Es difícil para ellos?
“Yo creo que no es difícil -sigue Tais-, es nomás tener ganas y un poco de amplitud mental. Si lo pensamos filosóficamente, el teatro es representar la vida en un escenario, ¿no? Y en la vida hay personas de todo tipo, ¿no? ¿Entonces por qué en tu obra no querrías que apareciera alguien distinto?”.
La madre, insistió, y se ve que la insistencia amorosa terminó siendo su mejor herramienta. “La admitieron. También tuve que insistir mucho para que le dieran una vacante en el secundario. Me acuerdo que cuando terminó el colegio la directora, que la adoraba, vino y me dijo ‘qué bueno que me insististe’”, cuenta.
Tais ya llevaba tres años en el mismo taller de teatro cuando quiso cambiar a otro, para probar métodos nuevos.
“Y empezó otra vez la misma lucha”, cuenta Corina.
“Por ahí le decían ‘mirá, lamentablemente los primeros 45 minutos son de entrenamiento y la entrada en calor es correr y hacer ejercicios ¿vos cómo vas a hacer? Y después vienen las coreografías, ¿cómo lo vas a manejar?”.
Tais respondía siempre lo mismo: “Yo puedo bailar, yo puedo correr, yo puedo entrar en calor...a mi manera”.
Su manera era hacerlo con un acompañante para que la ayudara a moverse, no exigirle a un docente que sólo estuviera pendiente de ella.
“Muchos me decían que no sin conocerme, por WhatsApp. O cuando les decía que tenía una discapacidad me clavaban el visto, me respondían ‘los cupos están llenos’, y yo sabía que era mentira”, cuenta la joven.
“Lo que uno va haciendo -interrumpe la mamá- es una especie de acompañamiento terapéutico del docente que tiene miedo de tomarla. Es agotador pero bueno, es decirle ‘va a estar todo bien. Nosotros estamos cerca, ella va a la psicóloga, si está angustiada lo va a plantear ahí, no te va a tirar el paquete a vos”.
Con cada rechazo, Tais, en vez de apichonarse, daba un paso más.
En 2019 arrancó un curso de actuación frente a cámara en la Universidad Nacional de las Artes. Hasta que el año pasado quiso estudiar Comedia musical.
“¿Comedia musical? ¿Justo bailar y cantar?”, se preguntó Corina. La respuesta es, otra vez la misma: sí, claro.
Y fue acá donde sucedió la crisis final.
Otra vez no
Tais mandó mails a varias escuelas de comedia musical contando su experiencia y su discapacidad. No le respondieron de ninguna hasta que el algoritmo de Instagram le tiró una oferta que parecía perfecta: “Taller de montaje inclusivo, aceptamos todo tipo de corporalidades”.
Además, hacían la obra “Casi normales”, que a ella le encantaba. Les escribió, le dijeron “perfecto, te esperamos”, por eso se inscribió.
“Pero el día de la primera clase la directora del lugar me mandó un whatsapp larguísimo. Me decía que no fuera porque no estaban preparados para trabajar con alguien como yo”. Tardaron en entender que con “todo tipo de corporalidades” se referían a la comunidad LGBT+, no a personas con discapacidades.
Tais se enojó, llamó ella: “Fue una llamada telefónica horrible”, recuerda. Pero su mamá enseguida la saca de ahí: “Al final llegamos a la conclusión de que bendecimos ese momento siniestro, ¿no?”.
Lo que sucedió es que al día siguiente Tais le escribió a Diego Oria, el reconocido dramaturgo y director que a los 22 años sobrevivió a un balazo que le atravesó el abdomen. A él, como a Tais, también le había pasado algo concreto que había condicionado su vida.
Había salido a celebrar el fin de su primer año en la escuela de Julio Bocca cuando quedó en medio de un robo. Terminó sin un riñón, tardó dos meses en volver a caminar, tuvieron que operarlo siete veces.
Lo que sigue lo cuenta Tais: “Diego me contesta ‘Dale, te doy clases particulares’”.
¿Qué? No lo podían creer.
Fue durante ese curso que Tais escribió su propia obra de teatro: la obra que, junto a otros cinco actores y actrices y tres músicos y músicas, estrenarán mañana en el teatro del Museo Ana Frank. La obra se llama “La única manera”, y no es una obra sobre discapacidad.
“Se desarrolla en un pueblo que tiene un intendente muy soberbio con ideales muy claros: cree que las cosas se hacen de una sola manera. En este pueblo hay un grupo de amigos que vive un poco separado de la sociedad, porque cada uno tiene una pasión que no puede llevar a cabo”.
Tais es una chica con una discapacidad motriz que quiere ser bailarina. Hay una abogada que no se siente capaz de discutir con nadie. Hay una escritora que siempre tiene la hoja en blanco. Hay una periodista que es muy dispersa. Hay, también, alguien que sueña con cantar frente al público pero tiene pánico escénico.
Entre el grupo de actrices y actores hay personas con discapacidad como ella, y personas sin. Dos de los tres músicos tienen parálisis cerebral: una, de hecho, escribió la música para la obra con el sistema Tobii, un software que permite manejar una computadora con los ojos (el mismo que usa Esteban Bullrich).
“La directora de la obra es una chica que fue compañera mía de teatro en ese taller que hice a los 12 años. Yo no sé si ella tendría esta cabeza si no hubiera tenido compañeros de teatro con alguna discapacidad”, se despide Tais mientras se prepara para el último ensayo en el garage de su casa.
“Lo que quise mostrar es que todos podemos hacer lo que realmente queramos. Yo y cualquiera que esté en el público. Nada más hay que preguntarnos si la única manera es la que nos impone la sociedad o hay otra: la nuestra”.