El balazo silenció al mundo, selló para siempre la posibilidad de esclarecer el asesinato del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy y convirtió a su presunto asesino, Lee Harvey Oswald, en un enigma, una confusión, en un ser borroso, difuso y desconcertante que obtuvo así casi la misma categoría mitológica del presidente muerto y del enigmático crimen de Dallas.
Oswald fue asesinado dos días después de Kennedy, el 24 de noviembre de 1963, hace sesenta años, en el que era en ese momento el sitio más seguro y custodiado de Texas y de casi todo Estados Unidos: el departamento de policía de Dallas, donde Oswald pasó las noches del 22 al 24, y en el momento en el que el prisionero, que también debió ser hombre más custodiado del país, iba a ser llevado desde los sótanos de esa dependencia policial hasta la cárcel de la ciudad, acusado ya como el asesino de Kennedy.
La muerte del asesino
Lo mató un hampón y propietario de un club de strip-tease de la ciudad, Jacob Leon Rubenstein, que había adoptado un nombre nuevo: Jack Ruby. Un tipo archi conocido por la policía local, que recibía de buen grado a los oficiales de Dallas en su club de baile y de citas, que en la mañana de su crimen llegó al departamento policial y reconoció en uno de los autos que iban a custodiar el viaje de Oswald a uno de los oficiales a cargo del traslado, el teniente Sam Pierce. Después se metió en el sótano y esperó, junto a periodistas, cámaras y técnicos de la televisión a que sacaran a Oswald del interior. Estaba armado, porque Ruby no salía a la calle sin su revólver.
En el sótano policial no había mucho espacio para actuar: un patrullero había estacionado en el interior, al pie de la rampa que daba a la calle, para facilitar el traslado del acusado. Oswald apareció custodiado por dos agentes, James Leavelle, de traje claro y típico sombrero tejano Stetson, le aferraba el brazo derecho y el detective L.C. Graves, el brazo izquierdo. Oswald había cambiado las ropas que vestía cuando lo detuvieron; ahora lucía un pantalón oscuro, un suéter también oscuro sobre una camisa, con cuello volcado sobre el escote redondo del pulóver. Los tres, detectives y preso, ofrecían el frente de sus cuerpos a las cámaras. Ruby entonces dio unos pasos rápidos con su revólver en la mano, y disparó un solo balazo en el estómago de Oswald, que dio un aullido breve y seco. Fue el primer asesinato de la historia televisado en directo.
El de Ruby fue el balazo de un experto. La autopsia reveló que la bala había perforado en Oswald todas las estructuras anatómicas importantes: estómago, bazo, hígado, aorta, diafragma, un riñón, la vena cava inferior y la vena renal. El agresor fue detenido, Oswald, con cierta exasperante lentitud, fue colocado en una camilla y en el revuelo que reinó en ese espacio antes recoleto hubo que sacar a la calle los autos patrulleros y dejar entrar a una ambulancia, que condujo al herido al Parkland Hospital: murió poco después, en el shock room vecino que, dos días antes, había visto morir a Kennedy.
Cómo fue que un hampón conocido por la policía pudo moverse confiado y seguro, armado con un revólver del que no se separaba nunca, esperar el momento justo y asesinar al sospechoso de haber asesinado al presidente de Estados Unidos, es otro más de los tantos enigmas del mitológico asesinato de Kennedy. A partir de esa mañana, nada de lo que Ruby dijo hasta su muerte, en enero de 1967, en la cárcel y por un cáncer de pulmón, fue cierto. Pero no es el enigma Ruby, sino el enigma Oswald el que desveló siempre a los historiadores, ese “misterio americano”, como lo calificó Norman Mailer en su intensa biografía del supuesto asesino de Kennedy.
El crimen del presidente
Lee Harvey Oswald había nacido en Nueva Orleans el 18 de octubre de 1939. Su infancia estuvo signada por las idas y vueltas de su madre, Marguerite Oswald, una mujer turbulenta y dominante que ya tenía dos hijos: uno, John Pic, de un matrimonio anterior y Robert Oswald, el hermano al que Lee terminaría por adorar. Oswald nunca conoció a su padre, que murió dos meses antes de su nacimiento, La familia vivía de mudanza en mudanza y Lee fue un chico retraído, silencioso, un poco temperamental y con problemas de conducta. Años después le diagnosticaron dislexia, lo que podía explicar, o excusar, algunos rasgos de su carácter.
En 1952 Marguerite arrastró a su familia a New York, donde vivieron un tiempo con el medio hermano John. Lee cursó el séptimo grado en el Bronx, donde sus maestros lo notaron “ausente”. Una evaluación psiquiátrica conducida por el doctor Renatus Hartogs diagnosticó una “alteración del patrón de personalidad con características esquizoides y tendencias pasivo-agresivas”. Recomendó tratamiento continuo, pero Marguerite ignoró la recomendación.
Lo que hizo, en cambio, fue volver a Nueva Orleans, y Lee con ella, porque quedaba por dar una respuesta judicial que debía decidir si el chico tenía que ser retirado de la custodia de su madre, entre otras cosas para terminar su educación. Lee completó los grados ocho y nueve en Nueva Orleans, pero dejó la escuela un mes después de entrar al décimo grado, en 1955. Trabajó como mensajero hasta que, en 1956, su madre decidió mudarse otra vez y llevarlo a Forth Worth, Texas, donde se anotó para terminar los estudios secundarios en la Preparatoria Arlington Heights. Pero a los diecisiete años, Oswald dejó todos los estudios, jamás egresó de la secundaria, y se alistó en el cuerpo de “marines” de Estados Unidos. En ese momento, había vivido en veintidós sitios diferentes y había sido alumno de doce escuelas.
Creyó tener vocación militar. A los quince años, se había unido por poco tiempo a la Civil Air Patrol (Patrulla Aérea Civil), una especie de academia militar privada, acaso paramilitar, donde conoció a David Ferrie, un piloto con estrechos vínculos con la CIA. Oswald también fue compañero de Barry Seal, otro piloto ligado a la CIA y de David Byrd, con los años, un millonario dueño del Depósito de Libros de Dallas desde donde, según la historia oficial dictada por la Comisión Warren que investigó el asesinato de Kennedy, Oswald disparó contra el presidente. La investigación paralela que el legendario fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, llevó adelante sobre el asesinato de Kennedy, cita a Ferrie y a varios de sus allegados como partícipes en el complot para matar al presidente, un crimen de estado según Garrison. Su investigación fue llevada al cine en JFK, de Oliver Stone, con Kevin Costner en el papel del fiscal.
En el momento de ingresar a los “marines”, Oswald medía un metro setenta y tres, pesaba sesenta y un kilos, tenía cabello castaño y ojos color avellana, según los documentos oficiales. Se especializó en operaciones de radar y recibió una autorización para manejar “documentos clasificados”, en la categoría “operador de electrónica de aviación”. En agosto de 1957, a dos meses de cumplir dieciocho años, fue enviado al Escuadrón de Control Aéreo Marino 1, en el Área Naval Atsugi, vecina a Tokio, Japón.
El asesino de mala puntería
Fue un mal tirador, en diciembre de 1956 había arañado apenas los 212 puntos, sólo dos por encima del límite que lo designaba como francotirador. En mayo de 1959, en una nueva prueba, alcanzó 191 puntos y quedó constreñido a la categoría de tirador. No es un dato menor para quien, cuatro años después, fue señalado como capaz de disparar tres veces con un rifle no automático en apenas seis segundos, el lapso en el que se sucedieron los balazos en la Plaza Dealey, desde el sexto piso del depósito de libros de la ciudad y, además, acertarle en la espalda y en la cabeza al presidente, un blanco de tamaño reducido y en movimiento.
Fue un soldado indisciplinado. Y un poco torpe: por accidente se pegó un balazo en el codo con una pistola calibre 22, no autorizada, y fue sometido a corte marcial. Una segunda corte le cayó encima por enfrentar a un sargento: fue degradado a soldado raso y encarcelado por unos días en el buque en el que servía. En Filipinas, fue castigado por disparar su arma sin motivo contra la jungla mientras estaba de guardia.
Si la vida civil de Oswald había sido poco habitual, por ser piadosos, la vida militar fue mucho más extraña e indescifrable. Todos los datos que permitieron reconstruirla fueron tomados por la Comisión Warren, que dictaminó que él fue el único asesino de Kennedy. Se trata de una conclusión que siempre tuvo poca credibilidad y que hoy ya nadie cree porque sobran evidencias de un fuego cruzado en la Plaza Dealey y de disparos hechos de frente y a la derecha de la comitiva presidencial.
De regreso a Estados Unidos, Oswald hizo un esfuerzo por aprender ruso. Cuando le tomaron examen calificaron su nivel como “pobre” en la comprensión del ruso hablado y un poco menos pobre en lectura y escritura. Por fin, el 11 de septiembre de 1959, después de alegar que su madre necesitaba atención especial, le concedieron la baja de los “marines”. Aprender ruso parecía importante para Oswald. A los quince años, cuando ya tenía contacto con los pilotos de Nueva Orleans ligados a la CIA, se consideraba un marxista. Lo escribió en su diario: “Estaba buscando una clave para mi entorno y luego descubrí la literatura socialista”. Escribió al Partido Socialista de América interesado, dijo, en la Liga socialista de Jóvenes y dijo que había estudiado los principios del socialismo por más de quince meses. Su fiel amigo de entonces, Edward Voebel, diría luego a la Comisión Warren que todo aquello era “un montón de tonterías: Oswald sólo leía basura de bolsillo”.
En octubre de 1959, poco antes de cumplir veinte años, Oswald dio el paso de su vida: viajó a la Unión Soviética. Había ahorrado cerca de mil quinientos dólares de su sueldo de soldado y embarcó en Nueva Orleans rumbo al puerto europeo de Le Havre, Francia. Antes, pasó dos días junto a su madre en Forth Worth. En los primeros días de octubre había llegado a Southampton, Gran Bretaña y dijo a los funcionarios de migraciones que contaba con setecientos dólares con los que tenía planeado costearse una semana para ir a una escuela en Suiza. Pero el mismo día, 9 de octubre, voló a Helsinki, Finlandia, donde consiguió una visa soviética. El 14 viajó en tren y cruzó la frontera con la URSS en Vainikkala. Llegó a Moscú el 16, con una visa que caducaba cinco días después, el 21.
Oswald viaja a la URSS
Hizo saber entonces a las autoridades rusas que quería convertirse en ciudadano soviético, se definió como marxista, aunque dio respuestas muy vagas, según admitió en su propio diario, sobre “la gran Unión Soviética”. El día que expiraba su visa, le informaron que su pedido de ciudadanía había sido negado y que debía abandonar el país esa misma tarde. Oswald se encerró en el baño de su hotel, el Metropol, e intentó cortarse las venas. En realidad se cortó un poco la muñeca izquierda y fue a parar vigilado a un hospital, bajo observación psiquiátrica, hasta el 28. Cuando los funcionarios soviéticos lo presionaron un poco para identificarlo con mayor precisión, Oswald les dio sus papeles de baja del cuerpo de “marines”.
El 31 de octubre Oswald se presentó en la embajada americana en Moscú y dijo que quería renunciar a su ciudadanía. Nunca la presentó de manera formal, sólo dejó allí su pasaporte, pero le dijo al compatriota que lo atendió, Richard Edward Snyder, que había sido un operador de radar de los “marines” y que, como ciudadano soviético, estaba dispuesto a darle a los rusos los secretos militares de los que disponía.
En aquellos años fogosos de la Guerra Fría, que ni fue guerra ni fue fría, los soviéticos sospecharon que lo que les había caído del cielo era un agente de la CIA, ex marine, ex operador de radar, pero muy lejos de ser un marxista convencido y deseoso de servir a la URSS. Lo alejaron de Moscú, lo mandaron a Minsk, capital de Bielorrusia, para que trabajara como operador de la Electrónica Gorizont, una fábrica de radios, televisores y productos de electrónica militar y espacial, con un funcionario encargado de mejorar sus escasos conocimientos de ruso. Estuvo siempre bajo los ojos severos del contraespionaje soviético.
Mantuvo una relación amorosa con una compañera, Ella German, a la que le propuso casamiento. Ella le dijo que no, que no lo amaba y que tenía cierto temor en casarse con un estadounidense. La vida en el mundo socialista de sus sueños, o en lo que Oswald decía que eran sus sueños, empezó a decepcionarlo pronto y por motivos si se quiere banales para un marxista convencido. En enero de 1961 escribió en su diario: “Estoy empezando a reconsiderar mi deseo de quedarme. El trabajo es monótono, el dinero que obtengo no tengo dónde gastarlo. No hay clubes nocturnos ni salas de bowling, ni lugares de recreación, excepto los bailes sindicales. He tenido suficiente”. En marzo conoció a una muchacha de diecinueve años, Marina Prusakova, estudiante de farmacología. Se casaron en menos de seis semanas, en abril.
Con esposa nueva y nuevos planes, Oswald escribió una carta a la embajada de Estados Unidos en Moscú y pidió la devolución de su pasaporte para regresar a Estados Unidos, siempre que se retiraran los cargos en su contra: había sido declarado “indeseable” por su anunciada decisión de entregar secretos militares a los rusos. El 15 de febrero de 1962 nació la primera hija de Oswald y Marina y el 24 de mayo ambos pidieron a la embajada los documentos necesarios para viajar con su hija recién nacida, de regreso a Estados Unidos,
En otro sorprendente paso de baile en esta extraña historia, el 1° de junio la embajada estadounidense en Moscú entregó a Oswald un “préstamo de repatriación de 435,71 dólares y los Oswald viajaron a Estados Unidos. El hombre que había desertado de su ciudadanía, se había declarado marxista, había pedido a los soviéticos nacionalidad, ayuda y futuro a cambio de secretos militares, y una mañana había decidido regresar a su país con su nueva esposa rusa y su hija recién nacida, era recibido de regreso como un hijo pródigo, con los brazos abiertos y un préstamo de repatriación. Quince meses después, Oswald iba a ser acusado del asesinato de Kennedy.
La vuelta a Estados Unidos
El matrimonio se estableció en el área de Forth Worth-Dallas, donde vivían la madre de Lee y su hermano. Se vincularon de inmediato con un grupo de emigrantes anticomunistas rusos que simpatizaron enseguida con Marina Oswald, a Lee lo veían un poco rudo y arrogante. Oswald encontró un amigo en uno de esos emigrantes: George de Mohrenschildt, un geólogo petrolero ruso que tenía entonces cincuenta y un años que decía descender de nobles rusos de los tiempos del zar, era un anticomunista fervoroso y conocía a la primera dama, Jacqueline Kennedy. Marina entabló amistad con Ruth Paine, una cuáquera que intentaba aprender el idioma ruso casada con un operario de la fábrica de helicópteros Bell. Lee consiguió trabajo, el primero en Leslie Welding Company, renunció a los tres meses, y luego como aprendiz de impresión fotográfica en Jaggars Chiles Stovall, una empresa de artes gráficas de donde lo echaron casi por sus constantes peleas seis meses después, en abril de 1963.
El 13 de marzo de 1963, la casa Klein’s Sporting Co. de Chicago, recibió por correo un cupón recortado de la revista “American Rifleman”, que pedía a vuelta de correo y a nombre de un tal A. Hidell, el envío de un rifle Mannlicher Carcano, de segunda mano, número de serie C2766, calibre 6.5 milímetros, y por el que el que se adjuntaba la suma de veintinueve dólares con noventa y cinco centavos. La casa Klein envió el rifle una semana después, el 20 de marzo. A. Hidell era Lee Oswald y ese rifle, según la Comisión Warren, fue el que Oswald usó para asesinar al presidente Kennedy.
Según el cuestionado informe de la Comisión Warren, Oswald ya había usado ese rifle en abril de 1963 para disparar contra el mayor general Edwin Walker, un furioso anticomunista, segregacionista, que había sido relevado del comando de la 24ª división del Ejército estacionada en Alemania Occidental por distribuir literatura de ultraderecha entre sus tropas. Oswald le disparó desde unos treinta metros, a través de una de las ventanas de la casa de Walker que daba a su escritorio. Pero falló. La bala dio en el marco de la ventana y las únicas leves heridas que recibió el militar fueron provocadas por las astillas del marco y algún fragmento pequeño del proyectil. Años después, el célebre Comité Selecto de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, creado para investigar los asesinatos de Kennedy y de Martin Luther King, concluyó que las evidencias, “sugieren fuertemente” que Oswald fue el autor del disparo.
Marina Oswald dijo a la Comisión Warren que Lee le había revelado que había viajado en ómnibus hasta la casa de Walker, con su fusil a cuestas, y que había disparado porque el militar era “líder de una organización fascista”. Una nota que Oswald dejó para Marina la noche del atentado, en la que decía qué debía hacer si él no regresaba, fue hallada recién diez días después del asesinato de Kennedy.
Con todos los antecedentes en su poder, escape a la URSS, cambio de ciudadanía, arrepentimiento, regreso a Estados Unidos e intento de asesinato contra un general, Oswald ni siquiera estuvo bajo vigilancia el 22 de noviembre, día de la visita de Kennedy a Dallas. El amigo ruso de Oswald, George de Mohrenschildt también dijo que días después del atentado contra el general Walker, el 14 de abril y en una reunión en su casa, él le había preguntado a Oswald si había disparado contra el militar. “Lee sonrió ante eso”, dijo el ruso en uno de los testimonios más largos que recibió la Comisión Warren. En 1964, de Mohrenschildt fue investigado como parte del complot para matar a Kennedy. Y en 1977 el Comité Selecto de la Cámara de Representantes lo citó a declarar, pero un día antes. de Mohrenschildt apareció muerto en su casa. Suicidio, dijo la autopsia. La del ruso es una de las tantas “muertes oportunas” que rodean el magnicidio de Dallas.
El 24 de abril, siete meses antes de su muerte, Oswald regresó a Nueva Orleans. Ruth Paine, la amiga de Marina, la acercó desde Dallas para reunir a la pareja. Lee había conseguido trabajo como engrasador de máquinas en una empresa de café, pero fue despedido en julio. Al mes de llegar a Nueva Orleans, inició otro de los giros misteriosos de su vida. Intentó abrir una filial del “Comité Fair Play for Cuba”, una organización pro castrista que exigía la no intervención de Estados Unidos en los asuntos de la isla. La sede de New York le negó a Oswald esa posibilidad, pero Oswald les informó que igual abriría una oficina “a mi costa”, y encargó la impresión de quinientos formularios de solicitud de adhesión, trescientas tarjetas y mil folletos titulados “Hands off of Cuba - Manos afuera de Cuba”. El titular de la filial, según las tarjetas de presentación, era A. J. Hidell: Oswald.
La sombra de la CIA
Los anticastristas de Nueva Orleans sospecharon que el flamante y osado miembro del grupo era un agente de la CIA que quería infiltrar al movimiento. Una tarde en la que Oswald repartía sus folletos, fue encarado por Carlos Bringuier, del Directorio Revolucionario Estudiantil del comité. Ambos se fueron a las manos y terminaron arrestados por perturbar la paz. Antes de ser liberado, Oswald pidió hablar con un agente del FBI a quien le dijo que era miembro de la rama Nueva Orleans del Comité Fair Play of Cuba, que contaba con treinta y cinco miembros y que presidía A. J. Hidell. No era verdad. Oswald era la única persona de esa supuesta filial y jamás había sido contratado por el Comité de Juego Limpio.
La amiga de Marina Oswald, Ruth Paine, volvió a llevar a la mujer y a su hija desde Nueva Orleans de regreso a Irving, cerca de Dallas. Oswald se quedó en la ciudad para cobrar un cheque de desempleo de treinta y tres dólares. Lo siguiente que se supo de él, al menos lo que supo la Comisión Warren, fue que el 26 de septiembre, en vez de regresar a Dallas, tomó un micro en Houston con destino a la frontera mexicana y le dijo a un par de vecinos de asiento, en una extraña confidencia, que planeaba viajar a Cuba desde México.
Llegó al DF el 27 de septiembre y pidió una visa de tránsito en la embajada cubana porque, dijo a los funcionarios, quería visitar la isla antes de viajar a la Unión Soviética. Los cubanos le dijeron que primero debía conseguir la aprobación soviética: una misión imposible para Oswald. Los documentos desclasificados de la CIA sobre el asesinato de Kennedy, una mínima parte del total que todavía la inteligencia americana mantiene en secreto, dicen que Oswald habló “un ruso terrible, apenas reconocible” en sus entrevistas con los diplomáticos y funcionarios cubanos y soviéticos. Días más tarde, el 18 de octubre, a regañadientes, la embajada cubana aprobó la visa. Pero Oswald, que había estado todo ese tiempo de su estada en México bajo los ojos de la KGB, la CIA y los servicios de inteligencia cubanos, ya había regresado a Estados Unidos.
Los archivos guardan una foto de una de las visitas de Oswald a la sede diplomática cubana en México. Pero el hombre que aparece en la imagen, con unos papeles en la mano no es Oswald. En los años 70, el Comité Selecto de la Cámara de Representantes afirmó que la mayoría de las pruebas “tienden a indicar que Oswald visitó esos consulados en México”, pero que no podía descartarse “la posibilidad de que alguien más hubiera usado su nombre”.
El 3 de octubre Oswald llegó en micro de regreso a Dallas. Su vecina y amiga, Ruth Paine, le había conseguido un nuevo trabajo en el Depósito de Libros de la ciudad, el Texas School Book Depository. Lo contrataron el 16 de octubre con un salario de un dólar veinticinco la hora. Durante la semana de trabajo, Oswald vivía en una casa de huéspedes de Dallas donde se registró con el nombre de O. H. Lee. Los fines de semana visitaba a su esposa en la casa de los Paine: allí era donde había dejado su rifle, dentro de una larga caja de cartón: dijo que eran rieles de cortinas. El 20 de octubre nació su segunda hija, Audrey.
El FBI visitó dos veces la casa de los Paine, cuando Oswald no estaba, para hacer algunas preguntas sobre la pareja de huéspedes. Oswald mismo visitó la oficina del FBI en Dallas dos o tres semanas antes del asesinato de Kennedy. Pidió hablar con el agente James P. Hosty a quien le dejó una nota en la que le advertía, según declaró luego Hosty: “Si tienes algo que quieras saber sobre mí, ven a hablarme directamente. Si no dejas de molestar a mi esposa, tomaré las medidas apropiadas y lo reportaré a las autoridades correspondientes”. Según quien cuente la historia en el FBI, la nota también contenía una amenaza, algo así como hacer volar la oficina del FBI. Qué era lo que decía aquella nota jamás se sabrá con exactitud porque, en otro giro inexplicable de la historia, Hosty la destruyó por orden de su superior, Gordon Shanklin, luego de que Oswald fuese declarado sospechoso de haber asesinado a Kennedy,
El asesinato de Kennedy
Poco después de las 12.30 del 22 de noviembre de 1963, mientras el Lincoln Continental descapotado aceleraba hacia el Parkland Hospital de Dallas con el presidente de Estados Unidos, John Kennedy, con la cabeza destrozada por un balazo, el agente de la policía local, Marrion Baker entró a la carrera al Texas School Book Depository: había oído los disparos y trepó por las escaleras hacia los pisos superiores. En el segundo, donde funcionaba la cafetería, vio a un hombre joven que entraba apurado a un pequeño cuarto donde había una máquina expendedora de gaseosas. Era Lee Oswald. Baker sospechó y le dio la voz de alto, pero en ese momento también llegó el encargado de personal del depósito, Roy Trully que le dijo a Baker que ese hombre joven, Oswald, trabajaba allí. Oswald bebió una gaseosa y después salió del depósito rumbo a su casa.
Minutos después, su nombre y su descripción física estaba en todos los patrulleros de Dallas buscado como el principal sospechoso de haber disparado contra el presidente. Uno de esos patrulleros estaba a cargo del oficial J. D. Tippit, con once años de antigüedad en la policía de Dallas. Le habían indicado que patrullara el área central de una zona conocida como Oak Cliff. Entre la una y once y la una y catorce de la tarde, cuarenta minutos después de los disparos en la Dealey Plaza, al cruzar su auto patrulla, el vehículo 10 con placa 848, por la 10th Street y Patton Avenue, Tippit vio al sospechoso que caminaba hacia la patrulla. Entonces sucedió, de nuevo, algo extraño. Tippit bajó de su auto después de que ambos intercambiaran algunas palabras a través de la ventanilla abierta. Hubo doce testigos del hecho y no todos coinciden con lo que vieron, según el informe de la Comisión Warren. Oswald empuñó un revólver y disparó cinco veces, muy rápido, contra el oficial. Dos balas hirieron a Tippit en el tórax, una en el estómago, otra en el costado derecho y un quinto balazo se perdió. El asesino huyó y Tippit fue declarado muerto a la una y veinticinco en el Methodist Hospital.
Oswald encaró su escape hacia el centro de Oak Cliff, que pronto se llenó de patrulleros. El dueño de una zapatería lo vio pasar, nervioso y agitado, y vio como entraba en el Texas Theatre, en el 231 del Jefferson Boulevard, sin sacar entrada. Zapatero y boletero del cine avisaron a la policía que entró al cine, hizo encender las luces y capturó a Oswald, que mantuvo una breve pelea con los agentes. Lo arrestaron por el asesinato de Tippit, y al día siguiente lo acusaron formalmente del asesinato de Kennedy.
Hasta aquí, el enigma Oswald. O parte de su enigma. Las teorías que hablan de una conspiración, son muchas teorías y muchas conspiraciones, no pudieron nunca avanzar más allá de eso, la teoría. Era un agente de la CIA, o de la KGB, disparó a Kennedy con una insospechada puntería; disparó a Kennedy una sola vez, el disparo que se perdió, que dio en el cordón de una vereda lejana y obligó a la Comisión Warren a crear la teoría, otra más, de la “bala mágica”; quiso en verdad ser ciudadano soviético, era marxista o un iletrado con ansias de figuración; estuvo o no en las embajadas de Cuba y la URSS en el DF mexicano; fue parte de un complot, actuó solo, cuáles fueron sus motivos para asesinar al presidente de Estados Unidos, quién era en verdad Lee Oswald.
Todas las posibles respuestas quedaron silenciadas para siempre con el disparo de Jack Ruby en los sótanos del Departamento de Policía de Dallas, hace sesenta años. Entre paréntesis, la Comisión Warren, que concluyó que Oswald era el único asesino con motivaciones desconocidas, concluyó también que Lee Oswald y Jack Ruby se conocían y que, al menos una vez, Oswald había visitado el “Burlesque”, el club de strip tease de quien sería su asesino. Es otro hecho extraño más en una historia donde lo normal es lo raro, lo secreto, lo insólito y lo extravagante.
Durante sus dos noches de prisión, Oswald habló poco. En principio, negó todo, haber asesinado a Kennedy y a Tippit, dijo que nadie lo había acusado de disparar al presidente. Y en una frase breve, veloz, disparada cuando lo metían sin miramientos en el interior de una oficina, lanzó para la eternidad otro enigma.
Dijo: “I’m a Patsy”. Esto es: “Soy un chivo expiatorio”