La mujer ya estaba acostumbrada a parir. Tenía otros 6 hijos. Esa noche invernal de 1874 en el distrito de Kent, en Inglaterra, su marido fue en busca de la partera mientras ella gritaba del dolor. El resto de sus chicos dormía en las habitaciones al calor de las estufas de leña.
La partera llegó y en muy poco tiempo tuvo en sus brazos a la nena. La alzó la miró y enseguida se puso a llorar. Todo un signo de salud. Enseguida la ubicó en el pecho de su mamá.
Así nació el 20 de diciembre de ese año Mary Ann Bevan, una nena hermosa que logró cautivar al resto de su familia con sus sonrisas. Mary Ann creció en Kent, Inglaterra con sus siete hermanos y hermanas. Más tarde se convirtió en enfermera, trabajó en Londres y soñaba con tener una gran familia. Nunca se imaginó el futuro que le esperaba.
La caída de Mary Ann
Cuando tenía 20 años, la enfermera se casó con el granjero Thomas Bevan y tuvo cuatro hijos. Era una vida normal y feliz. Paseaba con su esposo por las calles de Kent y trabajaba en el hospital. Los fines de semana cocinaba para sus chicos, mientras el hombre se ocupaba del ganado. Hasta que sobrevino la tragedia.
La chica tenía una vida normal. Estaba casada con el granjero, con quien tenía 4 hijos. En esos momentos, Bevan empezó a desarrollar síntomas de acromegalia. Esta enfermedad provoca un crecimiento anormal de las manos, los pies y la cara debido a la sobreproducción de la hormona del crecimiento en la glándula pituitaria.
En ese momento no había cura para el trastorno. Es más tardaron varios años hasta llegar al diagnóstico de Mary Ann.
Bevan descubre su enfermedad
Sin decirle nada a su marido, la joven comenzó a notar los cambios por las mañanas cuando se aseaba en el baño de su casa. Se miraba las manos cada vez más grandes. Al igual que la zona de la quijada que crecía en forma desproporcionada. Su pareja, todavía no se había dado cuenta. O al menos no le había dicho nada.
Entonces sucedió la primera de las tragedias. Murió el esposo de Mary Ann. La mujer quedó sola con sus 4 hijos, en la indigencia y sin medios para mantenerse.
Todo cambió una tarde cuando Bevan leía el diario mientras se calentaba las manos con el fuego que salía de un barril metálico ubicado justo frente a una iglesia que ofrecía desayunos para personas sin techo. “Busco mujer fea”. Así, sin medias tintas el texto ofrecía trabajo en uno de los tantos circos de freaks que recorrían Europa a principios del siglo XX.
La acromegalia es una de las afecciones hipofisarias más raras y, en la actualidad, puede tratarse si se detecta a tiempo. Sin embargo, bajo las limitaciones de la medicina de principios del siglo XX, Bevan no tenía forma de tratar o prevenir la afección, y pronto descubrió que sus rasgos cambiaban hasta que la chica casi no se reconocía frente al espejo.
La acromegalia conlleva varios riesgos para la salud, cuya gravedad varía desde la apnea del sueño hasta un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y trastornos renales.
Como resultado de su condición, las manos y pies normales de Bevan crecieron desproporcionadamente, su frente y mandíbula inferior se abultaron hacia afuera y su nariz se hizo visiblemente más grande.
Mary Ann no encuentra su destino
Su apariencia cambiante hizo que le resultara difícil encontrar y conservar un trabajo. Además, su condición de mujer sola con 4 hijos tampoco ayudaba para las costumbres de la época. Así, Mary Ann se las arreglaba como podía con sus niños. Dormía en iglesias y comía en centros comunitarios que le ofrecían un plato de comida caliente en medio del duro invierno inglés.
La mujer buscaba trabajo pero en todos lados era rechazada por su condición. Un granjero la corrió a los gritos y mientras Bevan se alejaba hacia el camino para volver al centro de Kent, escuchó que le decía: “Vos sólo servís para ganar un concurso de feas”.
Tomando en serio las palabras del granjero, Bevan pronto participó en el concurso de “La mujer más hogareña” (era aquella que no podía salir de su casa). Un premio cargado de crueldad que Mary Ann usó en su para lograr salir del pozo. Durante los desfiles logró superar a otras 250 competidoras para ganar el título. En el escenario de la plaza de Kent.
Todo cambió una tarde cuando Bevan leía el diario mientras se calentaba las manos con el fuego que salía de un barril metálico ubicado justo frente a una iglesia que ofrecía desayunos para personas sin techo. “Busco mujer fea”. Así, sin medias tintas el texto ofrecía trabajo en uno de los tantos circos de freaks que recorrían Europa a principios del siglo XX.
“Se busca: la mujer más fea. Nada repulsivo, mutilado o desfigurado. Buen salario garantizado y compromiso prolongado para el candidato seleccionado. Enviar fotografía reciente.” El anuncio lo había colocado un agente británico del circo Barnum and Bailey. Muchos años después, este productor revelaría que Bevan tenía “lo que puede parecer una paradoja, el rostro de una mujer fea que no era desagradable”.
Bevan llega al circo
Además, su victoria llamó la atención de los dueños de este tipo de espectáculos. Pronto, tuvo un trabajo regular en una feria itinerante. Se instaló en un tráiler junto a sus chicos. Allí compartió escenario y también la vida cotidiana con otras personas como ella. Mujeres barbudas, hombres extremadamente altos u otros que caminaba con sus brazos.
El éxito de Bevan fue creciendo. Cientos de personas se acercaban a la feria solo para verla a ella. Como se dice en este tipo de espectáculos. Mary Ann cortaba entradas. Así, dio el siguiente paso.
La mujer le envió su foto a un agente de Estados Unidos. Poco tiempo después Bevan fue invitada a unirse al espectáculo en el parque de diversiones Dreamland de Coney Island, uno de los lugares más grandes del mundo para los artistas secundarios.
Así tomó un barco desde el puerto de Southampton hasta Nueva York. Llegaba así al centro del entretenimiento mundial, donde los circo de freaks eran furor.
Mary Ann conquista Nueva York
Se instaló en un pequeño departamento de Brooklyn con una ventana que daba hacia un callejón oscuro. Desde allí tomaba el subte hasta la costa en Coney Island. Allí, sobre el escenario era presentada como “la mujer más fea del mundo” a un público que tomaba cerveza sin parar y comía panchos cargados de mostaza. Bevan soportó con calma el trato humillante. “Sonriendo mecánicamente, puso a la venta postales suyas”, consiguiendo así dinero suficiente para ella y la educación de sus hijos.
Con el paso de los años, Mary Ann Bevan continuó atrayendo multitudes e incluso actuó con el famoso espectáculo Ringling Bros. and Barnum & Bailey.
También logró su objetivo de mantener a sus hijos: en solo dos años actuando en Nueva York, ganó 20.000 dólares, aproximadamente el equivalente a 1,6 millones de dólares en la actualidad. Así pudo mudarse con sus hijos a una casa más grande.
La explotación de las discapacidades de los artistas de espectáculos de fenómenos despertaba polémicas. Un médico, el destacado neurocirujano Harvey Cushing, tomó medidas y exigió que dejaran en paz a Mary Ann.
“Esta desafortunada mujer que se sienta en el espectáculo de Ringling Brothers ‘entre la dama gorda y la maravilla sin brazos’ y ‘luce sombreros de encaje blanco, guantes de lana y zapatos altos con cordones’ tiene una historia que está lejos de provocar alegría.
“Ella, que antes era una joven vigorosa y atractiva, se ha convertido en víctima de una enfermedad conocida como acromegalia”, escribió en una carta a la revista Time.
El amor de Mary Ann
Bevan también tenía amigos dentro y fuera del público del espectáculo y encontró tiempo para el amor. Mientras actuaba en el Madison Square Garden en 1929, una de sus noches más gloriosas en el espectáculo, entabló un romance con Andrew, un cuidador de jirafas de la feria.
Para salir con su enamorado una tarde que no trabajaba, fue a un salón de belleza de Nueva York. Allí, las esteticistas le hicieron manicura y masajes, le alisaron el cabello y le maquillaron la cara. Se preparó para esa cita especial con Andrew.
Sin embargo, al entrar a uno de los bares más concurridos de Time Square el público no paraba de comentar sobre el aspecto de Bevan. La propia Mary Ann, sin embargo, al ver su reflejo, simplemente dijo: “Supongo que volveré al trabajo”, ironizó mientras iba de la mano con su novio.
Bevan siguió en la cartelera de la feria de Nueva York. La mujer, aquejada por su enfermedad, la misma que la había llevado a la fama, murió a los 59 años en 1933. Sus hijos le cumplieron su último deseo. Sus restos fueron enterrados en el cementerio Brockley and Ladywell del sureste de Londres.