Alguien pensó que era una gran idea. Se debe reconocer que lo parecía. Aprovechar el espíritu navideño, tentar a la enorme audiencia televisiva, utilizar el gran boom cinematográfico del año anterior, sacar provecho de la presencia de tres nuevas estrellas del cine, la firma, el nombre, de uno de los directores más importantes del momento. Pero todo salió mal. Fue el primer, y tal vez único, fracaso de la franquicia Star Wars. Tal fue la magnitud del desastre que muchos creyeron que se había puesto en riesgo mortal al resto de la saga. Aquel plan faraónico de seis películas de George Lucas tambaleó peligrosamente por un flojísimo programa de televisión. Fue tanta la vergüenza que produjo en el realizador que nunca más permitió que se volviera a emitir o que se editara en otro formato. Alguna vez quiso comprar las pocas copias existentes y destruirlas.
El 17 de noviembre de 1978, 45 años atrás, CBS presentó en horario central un programa muy particular, el Star Wars Holiday Special, un especial navideño de Star Wars con la presencia de sus astros Harrison Ford, Carrie Fisher y Mark Hamill y con el nombre de George Lucas garantizando el proyecto.
La película, Star Wars (hoy conocida como Episodio IV), se había estrenado a fines de 1977. Se convirtió en un fenómeno. George Lucas trabajaba con frenesí en la segunda entrega de la saga, El Imperio Contraataca. Pero el proceso era lento. El guión, los nuevos efectos especiales, la meticulosidad propia de Lucas, necesitaban varios años más. Por ese tiempo se estilaba que las secuelas de las películas exitosas salieran muy rápido. Una franquicia, si quería convertirse en tal, debía presentar entregas anuales (eso hacía que la calidad desmejorara película a película y que estas sagas no perduraran ya que las últimas sólo el nombre conservaban de la original). Caso contrario se suponía que el interés del público se disiparía, se desvanecería. ¿Quién se iba a acordar de estos personajes tres años después? Además, en este caso, había otro factor. Lucas en una movida absolutamente inédita había conservado los derechos del merchandising de sus creaciones. En esa época nadie le prestaba atención a esos asuntos. Fue la mejor decisión de su vida, la negociación más extraordinaria de la historia de Hollywood (al directivo del estudio que le cedió esos derechos lo deben haber despedido al poco tiempo), la que lo terminó de convertir en un magnate. Tazas, cuadernos, revistas, figuritas, toallas de Star Wars inundaron negocios y hogares. Y muy especialmente juguetes. Los muñecos de los personajes, de C3PO, R2D2 (Arturito), las naves, Chewbacca, Darth Vader, los Storm Troopers y los tres protagonistas se volvieron una necesidad para millones de nenes en el mundo. La brecha de tres años hacía peligrar también ese negocio.
Todos estos factores estaban en la cabeza de Lucas, cuando recibió la propuesta de un directivo de CBS para realizar un programa especial. Él sabía que no tenía tiempo para dedicarle. Decidió delegar la producción. Aportó la idea para la historia central, aportó imágenes de la película y trajes y fue el que convenció a los tres actores para que intervinieran pese a sus pocas ganas. Mark Hamill contó que Lucas lo llamó y le pidió que participara. Le dijo que ya había pasado un año y medio del estreno y faltaba otro tanto para la llegada de la siguiente, así que había que hacer algo para que el público no olvidara los personajes, para mantener viva la marca y, por supuesto, para seguir vendiendo juguetes. Hamill aceptó pero puso una exigencia: esa canción que había visto en el guión y que le querían hacer cantar debía ser erradicada del proyecto. Lucas aceptó.
George Lucas propuso un director. Alguien que no era su amigo pero que había estudiado cine al mismo tiempo que él. David Acomba aceptó entusiasmado. Pero a las pocas semanas se dio cuenta que el proyecto estaba a la deriva, que sería imposible encontrar cohesión a todas esas piezas sueltas. Y un viernes a la mañana, luego de discutir con los productores, renunció.
Binder fue convocado ese viernes por la tarde, el mismo día de la salida del anterior director. Le pidieron, le rogaron, que salvara la producción. Pretendían que todo se volviera a poner en marcha el lunes. Binder no tuvo demasiado tiempo para pensar. El proyecto no lo terminaba de convencer pero le parecía una imprudencia dejar pasar la oportunidad de trabajar en un proyecto de Star Wars, el mayor fenómeno del año anterior, tratar con actores como Harrison Ford y Carrie Fisher, quedar asociado al nombre de George Lucas, contar con un equipo de producción enorme y muy eficiente y, suponemos, un muy suculento salario. Creyó que nada podía salir mal. Se equivocó.
Binder era un veterano en estas lides de shows televisivos. Su mayor logro había sido convencer a Elvis Presley para hacer su gran regreso en el año 68. Esa emisión televisiva relanzó la carrera del Rey del Rock.
El lunes cuando llegó al set, Binder, el nuevo director, descubrió que la apatía dominaba a los actores y el desconcierto a los productores. Vio la principal escenografía y enseguida descubrió el problema. Era 360 y no había lugar para poner varias cámaras simultáneas. Nadie había pensado en eso. Hubo que reformar el set.
El concepto fue confuso desde el comienzo. Estaba claro que no se trataría de la segunda parte de Star Wars pero no se supo (ni siquiera después de haber sido emitido) de qué iba el programa. Quizá la culpa haya sido del género elegido: el show de variedades, una caja que permitía meter de todo adentro, un género que era frecuente en televisión. Y si de variedades hablamos, hagamos un somero repaso de los segmentos y estilos incluidos: la historia de ficción de Chewbacca, su familia y Han Solo tratando de llegar al Life Day (una especie de Navidad Wookie), el corto animado de Boba Fett, pequeños segmentos-sketchs (aunque sin humor o al menos sin humor deliberado) con los protagonistas principales de la película, números circenses, una canción cantado por la Princesa Leia, monólogos humorísticos de un viejo cómico, un clip de la banda Jefferson Starship, canciones a cargo de veteranos del music hall, sketchs humorísticos por comediantes cuyo último éxito había sido dos décadas antes y algunos disparates más.
Es como si las ideas originales ya fueran malas por sí mismos pero empeoraron por el caos creativo, por la falta de criterio que las unificara. Otro elemento que se extrañó fue el de un líder artístico que intentara que los intérpretes dieran lo mejor de sí. Los actores navegan (naufragan) entre la incompetencia, el anacronismo y la abulia. Cada vez que vemos aparecer a Harrison Ford en pantalla, lo único que pensamos es que ese pobre hombre no quiere estar allí.
En cambio Carrie Fisher estaba fascinada con su número musical. Lamentablemente fue la única fascinada. La letra de la canción era pueril y ella desafinó en cada verso de su interpretación.
Mark Hamil venía de tener un accidente automovilístico y sólo parece estar en el set su cuerpo maltrecho pero no su mente y mucho menos su alma.
A todo esto se debe sumar otro factor. Los tres se habían convertido en súper estrellas desde el estreno de Star Wars. Participaban por imposición de George Lucas (que para colmo ni siquiera se dignó a aparecer por el set). En ese momento las estrellas del cine no condescendían a actuar en televisión, significaba un retroceso para su carrera. Los tres parecían, en cada toma mientras repetían sus líneas desabridas y casi sin sentido, estar pensando en qué trampa contractual, qué resquicio de su arreglo con Lucas, los había llevado hasta ese set.
El eje de la historia era lo que sucedía con la familia de Chewbacca. El especial introdujo tres personajes de esa familia: el padre del gigante peludo, la esposa y el pequeño hijo de ambos (nuevos juguetes para vender). Pero había un enorme inconveniente a efectos dramáticos: se comunicaban entre sí mediante gruñidos, raros eructos y un idioma ininteligible. Uno de los guionistas le dijo a Lucas: “Construiste la historia alrededor de esta familia que no habla. Los únicos sonidos que emiten son como si un grupo de obesos estuvieran teniendo orgasmos simultáneamente”.
Visualmente tampoco hubo demasiados aciertos. Los trajes-disfraces de los Wookies rozan lo ridículo. Además eran peligrosos: los actores no podían permanecer con la máscara puesta más de 40 minutos porque de otro modo se asfixiaban. Algunos llegaron a desmayarse.
Es probable que la cadena televisiva haya previsto el desastre. Eso explicaría que el especial navideño fuera emitido más de un mes antes de la Navidad, cuando todavía el clima festivo no está instalado, y un viernes, el horario nocturno de menor encendido semanal. Tuvo alrededor de 13 millones de espectadores, una cifra nada despreciable pero que no alcanzó las expectativas generadas y esa cifra ni siquiera le bastó para ser el programa más visto de la jornada.
El especial consiguió un infrecuente consenso. Todos, crítica y público, lo detestaron. Las críticas fueron feroces. Los especialistas se mofaron de cada aspecto del programa. Alguien llegó a escribir que se trataban de “las dos peores horas de toda la historia de la televisión”.
El periodista especializado David Hofstede publicó What They´re Thinking: The 100 Most dumbest moments in television history (¿En qué estaban pensando? Los 100 momentos más estúpidos de la historia de la TV), un libro en el que hace un ranking con lo peor de lo emitido en la caja chica a lo largo de décadas. El especial navideño de Star Wars encabeza esa lista. Otros lo pusieron entre los momentos más graciosos de la historia del medio, aunque debieron aclarar que el programa fue involuntariamente cómico.
Lucas no permitió que el programa se volviera a emitir ni a vender (se llegó a ver unos pocos países por convenios previos). Siempre renegó del Holiday Special. Fue tal el rechazo de George Lucas a que el programa fuera emitido otra vez o que se reeditara en algunos de los formatos de consumo hogareño que salieron años después, que probablemente eso haya incidido en generar más atención e intriga sobre el especial. Una especie de Efecto Streisand intergaláctico. Cada vez que le preguntaron, Lucas se limitó a responder que el programa no representaba su visión y que permanecería por siempre en los archivos de su empresa Lucasfilms. Es probable que esta experiencia televisiva haya sido una gran enseñanza para el realizador, quien nunca más delegó ningún aspecto, por menor que fuera, de su saga.
El programa fue inhallable durante años. Y como tal dio lugar a innumerables leyendas. Circulaban unas pocas copias piratas en VHS que llegaron a valer muchos dólares. Hoy es muy sencillo acceder a él. Basta una búsqueda en YouTube para encontrarlo.
Mark Hamill ha dicho en varias ocasiones que le parece incomprensible que el especial no esté disponible para los fans. Pidió que lo sacaran al menos como extra de alguna edición en DVD o Blue Ray. Su argumento es plausible: “Muestra lo falible que cualquiera de nosotros puede ser”.
Carrie Fisher, muchos años después, cuando le preguntaron por el especial contó que ella tenía una copia en su poder. Fue una de las condiciones innegociables que puso para hacer el comentario a las ediciones en DVD de las tres primeras películas de la saga. Funcionó casi una extorsión para George Lucas. Carrie terminaba la anécdota asegurando que esa grabación era de gran utilidad para ella: “Cada vez que hago una gran reunión en casa y me quiero asegurar que los invitados se vayan, pongo el programa y en pocos minutos me quedó sola y puedo irme a acostar”, decía.