“Entre los años 1937 y 1945, bajo la influencia del fascismo de Benito Mussolini, Italia experimentó una era en la que sus películas se caracterizaron por su deliberada simplicidad. El tirano, consciente del poder del cine como herramienta propagandística, estableció los estudios Cinecittá. Bajo su mandato, se impulsó una producción en serie de casi 220 películas. Estas cintas, conocidas como comedias de “teléfono blanco”, presentaban una imagen idílica de Italia, un país sin conflictos sociales, siempre próspero y perfecto, culminando invariablemente en finales felices. Este periodo estuvo marcado por una estricta censura: se prohibía la representación de la delincuencia, la pobreza y, notablemente, también el género satírico.
Tras la caída y muerte de Mussolini, se produjo un cambio significativo en la industria cinematográfica italiana. Emergió un talento y genio creativo que se centró en retratar la cruda realidad, dando origen a un movimiento que marcó el inicio de una de las épocas más brillantes en la historia del cine italiano. Este fenómeno, conocido como Neorrealismo, representó un verdadero milagro en el ámbito cinematográfico, caracterizado por su enfoque en historias auténticas y su profundo impacto cultural
En 1945, Roberto Rossellini marcó un hito con el lanzamiento de Roma, ciudad abierta, la primera pieza de la nueva era en el cine italiano. Posteriormente, en 1948, y con antecedentes notables como Luchino Visconti con sus obras Obsesión y La tierra tiembla, Vittorio De Sica, quien vivió entre 1901 y 1974, creó una obra maestra: Ladri di biciclette (Ladrones de bicicletas). Este film no solo consolidó el movimiento neorrealista, sino que también se convirtió en un referente icónico del cine mundial.
La trama del film se centra en una historia aparentemente sencilla: un hombre consigue empleo, pero con una condición indispensable, poseer una bicicleta. Sin embargo, en su primer día de trabajo su bicicleta es robada. En un contexto normal, o al menos relativamente normal, este sería un contratiempo solucionable mediante la compra de otra bicicleta. No obstante, en el sombrío panorama de la Italia de posguerra, caracterizado por la desocupación, el hambre y una miseria abrumadora, la pérdida de una bicicleta se convierte en el detonante de una tragedia personal. Este suceso, aparentemente menor, es suficiente para desencadenar una profunda crisis en la vida del protagonista.
Vittorio De Sica rodó Ladri di biciclette, al igual que la mayoría de las películas del neorrealismo, bajo condiciones extremadamente limitadas. La producción se llevó a cabo sin recursos financieros significativos, a menudo descrito como “a pulmón”. Las filmaciones se realizaron exclusivamente en escenarios naturales, principalmente en las calles, para capturar la autenticidad del entorno.
Debido a la escasez y el alto costo del celuloide, que era importado, se hizo un esfuerzo consciente por utilizar la menor cantidad posible de material fílmico. Esto implicaba, en muchas ocasiones, la utilización de una cámara en mano cuando no había otras opciones disponibles y la limitación en la repetición de tomas. Si una secuencia comenzaba con sol y terminaba bajo la lluvia, se mantenía así en el corte final, a pesar de que la calidad resultante pudiera ser imperfecta o incluso deficiente.
Este enfoque en la filmación reflejaba las circunstancias de la época: era el cine del hambre, creado en un país que aún se recuperaba de las devastaciones de la guerra. Este estilo no solo era una necesidad práctica, sino que también se convirtió en una característica distintiva del neorrealismo, aportando una cruda autenticidad a estas obras cinematográficas.
La película estaba basada en una novela homónima escrita por Luigi Bartolini, publicada en 1946. La adaptación cinematográfica fue obra de un guionista legendario, Cesare Zavattini, quien trabajó en colaboración con Vittorio De Sica y otros cuatro escritores para llevar esta historia a la pantalla. Los actores, un total de nueve, no eran profesionales, lo cual constituye otra característica clave del neorrealismo. Esta elección de casting reflejaba la intención de presentar personajes auténticos, interpretados por personas que podían estar viviendo situaciones similares en su vida real y cotidiana.
Los protagonistas de la película fueron Lamberto Maggiorani en el papel de Antonio Ricci, Enzo Staiola como Bruno, el hijo de Antonio, y Lianella Carell interpretando a María, la esposa de Antonio. La actuación natural y sin artificios de estos actores no profesionales contribuyó a la autenticidad y al impacto emocional de la película, resaltando la habilidad del neorrealismo para retratar la realidad de la vida cotidiana con una crudeza y sinceridad impactantes.
La familia Ricci, protagonista de la historia, reside en uno de esos monobloques grises y desolados, ubicados en un suburbio de Roma igualmente sombrío. Antonio Ricci, el personaje principal, se encuentra sin empleo. Su esposa, Maria, se ve obligada a recorrer una larga distancia para llenar un balde de agua en la única canilla pública disponible. Cada mañana, Antonio se une a la larga e interminable fila de personas desesperadas y desafortunadas como él, todas en espera de conseguir trabajo. Estas personas están dispuestas a aceptar cualquier empleo, sin importar cuán subalterno, miserable o humillante pueda ser. Esta escena refleja la dura realidad de la Italia de posguerra, marcada por la desocupación y la desesperanza, y captura de manera efectiva el espíritu del neorrealismo en su representación de la lucha diaria y las dificultades de la gente común.
En una escena clave, se muestra una mañana en la que el amanuense, encargado de escribir y presentar las vacantes laborales, llama desde la mitad de una escalera, que dista mucho de ser una vía hacia el éxito o la gloria. Su llamado resuena: “¡Ricci! ¡Ricci Antonio!”. Antonio Ricci, lleno de ansiedad y esperanza, se acerca, anhelando recibir buenas noticias. El hombre le informa sobre un puesto disponible en el municipio para pegar carteles en la calle, pero con una condición esencial: tener una bicicleta.
Aquí se presenta un momento de luz y sombra en la vida de Ricci. Él posee una bicicleta, pero está empeñada en el montepío, una decisión tomada por necesidad, para poder alimentar a su familia. Ante esta situación, Ricci vacila. El amanuense, insistente y perentorio, presiona por una respuesta: “¿Está o no está?”. En un acto de desesperación, Ricci responde a ciegas y mintiendo: “¡Está, está!”.
La escena en la que Antonio Ricci regresa a su hogar tras aceptar el trabajo se presenta con una intensidad dramática profunda. Él vuelve como si estuviera condenado a muerte, completamente derrotado y sin capacidad de reacción. María emerge como una figura de coraje y determinación. En un acto de valentía y sacrificio, sube a su departamento, despojado de casi todo por la acumulación de deudas, arranca las sábanas de la cama matrimonial y exclama con firmeza: “¡Se puede dormir sin sábanas!”. Empeña las sábanas y recupera la bicicleta.
La familia Ricci experimenta un breve momento de alegría tras la recuperación del instrumento de trabajo de Antonio. Con expectativas de un buen sueldo y el uniforme proporcionado por el municipio, parte hacia su primer día de trabajo. La despedida entre él y María es emotiva, mezclando alegría y tristeza. Antonio, con una sonrisa, se dirige al trabajo en su bicicleta. Al detenerse para pegar un afiche, en un instante de descuido, su bicicleta es robada. Este suceso marca el inicio de un nuevo panorama adverso para él y su familia.
Ese afiche que Antonio pega en su primer día de trabajo representa una ironía del destino. El afiche anuncia el estreno de “Gilda”, mostrando una imagen casi a tamaño natural de Rita Hayworth. La actriz aparece envuelta en un ceñido vestido negro, con sus manos y brazos cubiertos por largos guantes negros, como si fueran serpientes venenosas.
La búsqueda desesperada de su bicicleta entre miles, quizás millones, estacionadas en lugares como la Piazza Vittorio y Porta Portese, representa otro punto álgido en la trama de la obra de Vittorio De Sica. Esta tarea simboliza la lucha de Antonio por recuperar no solo su bicicleta, sino también su dignidad y la esperanza para su familia. Estas escenas reflejan el corazón del neorrealismo, mostrando la lucha humana en un contexto de adversidad y desesperación. La narrativa alcanza un punto crítico cuando, en un acto de desesperación, decide robar una bicicleta. Esta decisión marca un giro dramático en la historia.
La película, enfrentó críticas de ciertos sectores conservadores y de una parte de la sociedad opulenta, que no experimentó la misma devastación durante la guerra. Estos críticos acusaron a De Sica de ser efectista y exagerado, argumentando que presentaba una realidad muy parcial y desmerecía a Italia. Le reprocharon inventar una historia supuestamente realista, pero que consideraban plagada de golpes bajos y manipulaciones emocionales. Estas críticas reflejaban una discrepancia en la percepción de la realidad social de la Italia de posguerra, y la película se convirtió en un punto de debate sobre la representación del sufrimiento y la lucha de las clases más desfavorecidas.
El filme se estrenó en Italia el 24 de noviembre de 1948 y llegó a los cines de Estados Unidos un año después. La película tiene una duración de 93 minutos y, a pesar de las restricciones presupuestarias, logró realizarse con un costo notablemente bajo. Inicialmente, se estimó que el costo de producción sería de 133 mil liras, pero el equipo logró completarla con tan solo 81 mil liras.
El impacto de la película fue inmediato y profundo. En el año de su lanzamiento, Ladri di biciclette ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera. En 1954, la prestigiosa revista Sight and Sound la colocó en el primer lugar de su lista de “las diez mejores películas jamás hechas”. Incluso ocho años después, en 1962, la película aún mantenía una posición destacada, ocupando el séptimo puesto en la misma lista.
Dos años después del estreno de Ladrones de bicicletas, Vittorio De Sica respondió a las críticas con una gran fábula: Milagro en Milán, estrenada en 1951. Con ella abordó nuevamente temas como la pobreza y la tragedia de los desfavorecidos, pero desde una perspectiva diferente. Milagro en Milán se distingue por su tono lírico, incorporando elementos de humor y un final glorioso. La película culmina con una escena memorable en la que los pobres despegan hacia el cielo en escobas en busca de “un mundo donde buenos días quiere decir buenos días”. Este desenlace simbólico ofrece una visión esperanzadora y mágica, contrastando con la cruda realidad presentada en Ladri di biciclette.
De Sica, con Milagro en Milán, no solo reafirmó su habilidad para contar historias conmovedoras y significativas, sino que también demostró su versatilidad como director, capaz de explorar diferentes estilos y enfoques narrativos para transmitir mensajes poderosos sobre la condición humana.