Ronald Reagan, el “gran comunicador” y cruzado conservador que aceleró el final de la Guerra Fría

Hace 43 años, el por entonces gobernador de California y ex estrella de Hollywood, ganaba su primera elección presidencial en los Estados Unidos. Acérrimo anticomunista, llegó a la Casa Blanca prometiendo terminar con la inflación y la desocupación. Su rol en la Guerra de Malvinas

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Ronald Reagan junto a Gerald Ford y George H.W. Bush. El 4 de noviembre de 1980ganó la elección presidencial y llegó a la Casa Blanca (AP Photo, File)
Ronald Reagan junto a Gerald Ford y George H.W. Bush. El 4 de noviembre de 1980ganó la elección presidencial y llegó a la Casa Blanca (AP Photo, File)

Llegó con la esperanza de un cambio. Un viento huracanado de cambio. ¿Hacia dónde? Eso importaba poco: la promesa era todo; sucede con ese tipo de promesas sesgadas por aquel dicho, un poco tonto, que decía que quien no cambia todo, no cambia nada. Cuando Ronald Reagan ganó las elecciones presidenciales, el 4 de noviembre de 1980, hace cuarenta y tres años, la sociedad americana vivía agobiada, insegura, turbada.

Los americanos todavía no habían superado ni la vergüenza del caso Watergate, ni la derrota militar en Vietnam, la larga guerra de una década que había terminado en 1975, cuando los sacudía una nueva humillación internacional: cincuenta y dos ciudadanos norteamericanos eran cautivos en la propia embajada de ese país en Teherán, rehenes de un grupo de jóvenes mujaidines que encarnaban el espíritu de la flamante revolución islámica que lideraba el ayatollah Ruhollah Khomeini. Aquel mundo cambiaba por horas.

El gobierno al que el nuevo presidente electo había derrotado, el del presidente James Carter, que fue mucho menos desastroso de lo que lo pintaron durante los ocho años de gobierno de Reagan, no sólo había sido incapaz de controlar, reducir, o anular la afrenta iraní, sino que había fracasado también en desplegar el legendario poderío guerrero americano: en abril de 1980, un intento de rescate de los rehenes había terminado en desastre en el desierto de Tabas, en medio de una tormenta de arena. En aquel mundo que cambiaba por horas, en diciembre de 1979 la Unión Soviética había invadido Afganistán para reinstaurar en el poder un gobierno afín a Moscú. Y en septiembre de 1980 el envalentonado Irán había invadido Irak para iniciar una larga guerra, como la de los soviéticos en Afganistán, que duraría casi una década.

El debate entre Jimmy Carter y Ronald Reagan, realizado el 28 de octubre de 1980 (The Ronald Reagan Presidential Library and Museum/Handout via REUTERS)
El debate entre Jimmy Carter y Ronald Reagan, realizado el 28 de octubre de 1980 (The Ronald Reagan Presidential Library and Museum/Handout via REUTERS)

Carter, que iba por la reelección, parecía incapaz de encarar una política exterior acorde con aquel mundo en guerra, peleaba en el plano interno con un monstruo de dos cabezas: la inflación y la desocupación. Reagan había basado su campaña en cómo derrotar a la inflación y cómo encarrilar la economía, más que en la agitada realidad mundial. El candidato vencedor había desplegado en la campaña todo su arsenal escénico, había sido actor en el Hollywood de los años 50; conservaba la buena presencia de sus años de galán, usaba un humor corrosivo y mordaz que esgrimía con una dicción perfecta y con una voz como rozada por un fino papel de lija que lo convirtieron, años después, en el “gran comunicador”, como lo celebró la sociedad estadounidense.

Su principal argumento de campaña era la derrota de la inflación, la posibilidad de crear nuevos puestos de trabajo, y el ataque al gobierno de Carter, al que juzgaba de débil. Algunos de los spots de campaña mostraban a Reagan en un supermercado común y mediano, de cualquier ciudad o pueblo de Estados Unidos, frente a un carrito cargado con unos pocos productos. En frases breves, Reagan explicaba cómo había disminuido el poder adquisitivo de los americanos en esos años, mientras que, con un gesto dramático, empujaba el carrito semivacío hacia la cámara. Usó el humor para sepultar a su adversario. Una de sus más sangrientas y efectivas bromas le hacía decir, a modo de explicación del fenómeno económico: “Una recesión es cuando tu vecino pierde su empleo. Una depresión es cuando vos perdés tu trabajo. Y una recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo”. Reagan ganó las elecciones con el 50,7 por ciento de los votos, casi cuarenta y cuatro millones de americanos lo habían elegido. Con Reagan y sus modos, sus decires y hasta sus andares perfeccionados en Hollywood, el espectáculo entró de lleno en la política de Estados Unidos, un fenómeno que se esparció veloz por el resto del mundo.

La idea de Reagan para llegar a la Casa Blanca, reafirmada una vez en ella, ya en enero de 1981, era la de llevar adelante una revolución política. No era tal. Más bien era una contrarrevolución; en todo caso, una reforma política conservadora destinada a reubicar al Partido Republicano en el escenario político estadounidense, para reformular luego la función del gobierno en la vida de ese país. A su modo, Reagan era un cruzado, el primer candidato conservador que se proclamó en público como tal. Si entre 1932 y 1945 Franklin D. Roosevelt había dado paso al protagonismo gubernamental en la vida americana, Reagan, por el contrario, predicaba que el gobierno no era la solución de los problemas, sino parte de ellos.

Ronald Reagan con su esposa Nancy y parte de su familia, festejando los resultados de la elección presidencial que lo llevaron por primera vez a la Casa Blanca (foto Paul Harris/Getty Images)
Ronald Reagan con su esposa Nancy y parte de su familia, festejando los resultados de la elección presidencial que lo llevaron por primera vez a la Casa Blanca (foto Paul Harris/Getty Images)

¿Quién era Ronald Reagan?

Había nacido en Tampico, Illinois, el 6 de febrero de 1911. Fue el último presidente de Estados Unidos que nació antes de la Primera Guerra Mundial y el primero en llegar a la Casa Blanca a una alta edad: tenía sesenta y nueve años y había dedicado gran parte de su vida a una profesión alejada de la política. Era el segundo hijo de un matrimonio con un padre, John Edward, metido siempre en problemas económicos y afecto al alcohol, y una madre, Nelle Clyde, miembro activo y devoto de la Iglesia de los Discípulos de Cristo, de donde Reagan abrevó en su infancia. La familia, Reagan tenía un hermano dos años mayor, vivió muchas veces en los altos de la pequeña tienda regenteada por el padre. De modo que cuando Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca para vivir en el segundo piso de la residencia, recordó con su humor típico: “De nuevo vivo en el segundo piso de la tienda…”

Graduado en economía en el Eureka College, se ganó parte de la vida joven como relator deportivo: su voz cautivaba a los oyentes de las radios. En 1936 viajó a California y al año siguiente ya era un actor contratado por Warner Brothers. En Hollywood filmó más de cincuenta películas a lo largo de veintisiete años. En 1940 se casó con Jane Wyman, una de sus parejas en el cine, con quien tuvo una hija, Maureen, y adoptaron a un niño, Michael. Se divorciaron en 1948, cuando ya Reagan despuntaba en política y era titular del sindicato de Actores (Screen Actors Guild SAG). Reagan también fue el primer divorciado en llegar a la Casa Blanca.

Ronald Reagan junto a John Wayne, Bob Hope, Dean Martin y Frank Sinatra (foto Grosby Group)
Ronald Reagan junto a John Wayne, Bob Hope, Dean Martin y Frank Sinatra (foto Grosby Group)

En 1949 conoció a Nancy Davis. Ella fue a pedir auxilio al SAG porque su nombre figuraba en una lista de actores tildados como comunistas por el macartismo, la vergonzante persecución desatada por el senador Joseph McCarthy en los años 50. La habían confundido con otra Nancy Davis, pero el encuentro selló un amor que duró toda una vida. Se comprometieron en un restaurante, el Chasen’s de Los Ángeles, y se casaron el 4 de marzo de 1952 en la Little Brown Church, en el valle de San Fernando. El actor William Holden fue padrino de la boda. Tuvieron dos hijos: Patti, que nació en 1952, y Ron, que nació en 1958.

Fue su actividad como presidente del sindicato de actores lo que lo acercó a la política. Fervoroso anticomunista, Reagan se alineó junto a Mc Carthy en su ya legendaria “caza de brujas”, colaboró con el famoso Comité Parlamentario de Actividades Antiamericanas y denunció incluso a varios de sus colegas en lo que fue un largo proceso de acusaciones infundadas, declaraciones, denuncias, interrogatorios, procesos judiciales, pérdida de trabajos y listas negras de personas acusadas de comunistas. Ese pasado, si se quiere ominoso, le fue perdonado, u olvidado, o no recordado durante su fulgurante ascenso a la Casa Blanca.

Afiliado al Partido Demócrata y admirador de Roosevelt, Reagan giró a la derecha en los años 50, convencido de que era imprescindible un gobierno federal más pequeño. Apoyó las candidaturas de Dwight Eisenhower y la de Richard Nixon en 1960. Entre 1966 y 1975 gobernó California, enfrentó la rebelión estudiantil y al movimiento hippie, a la política del “flower power” que se oponía a la guerra de Vietnam y a las rebeliones consecuentes en la Universidad de Los Ángeles en Berkeley. Llegó a enviar a dos mil doscientos soldados de la Guardia Nacional al campus de la Universidad. Bregó en vano por reimplantar la pena de muerte y reformó el sistema de administración del sistema público de hospitales psiquiátricos. En paralelo, intentó postularse para la presidencia de Estados Unidos.

El primero de los intentos, en 1968 y contra Richard Nixon, fracasó. En 1976 enfrentó a Gerald Ford y fue derrotado por una leve diferencia: Ford perdería las elecciones de ese año frente a Carter. Por fin, en 1980, obtuvo el nombramiento del Partido Republicano, que aceptó en la convención partidaria celebrada en Detroit, Michigan, entre el 14 y el 17 de julio de ese año. Eligió como compañero de fórmula a George Herbert Walker Bush. Se iniciaba así un período de doce años de gobierno republicano, dos períodos de Reagan y uno de Bush.

Ronald Reagan era un acérrimo anticomunista (foto Jean-Louis Atlan/Sygma via Getty Images)
Ronald Reagan era un acérrimo anticomunista (foto Jean-Louis Atlan/Sygma via Getty Images)

Su política económica, centrada en la llamada “economía de la oferta”, que pasaría a la historia como “reaganomics”, estuvo caracterizada por la desregulación del sistema financiero y las rebajas en los impuestos que Reagan implementó ni bien asumir, en 1981. El flamante presidente se presentaba como un defensor del liberalismo económico en favor de fuertes recortes fiscales, en la reducción del Estado y en la aceptación de una severa recesión para terminar con la inflación, medidas todas que fueron elogiadas, acaso también inspiradas, por el Nobel de Economía Milton Friedman.

En los primeros cien días de gobierno, minutos después de asumir Reagan, Irán liberó a los estadounidenses secuestrados, su primer acto oficial fue terminar con el control de precios del petróleo, una medida que perseguía el aumento de la producción doméstica del combustible y el fomento de su exploración. El galón de gasolina, (3,78 litros), pasó de 28,5 centavos en mayo de 1981 a 65,1 centavos un año después, en junio de 1982. Años después, en 1989, apoyó el llamado “consenso de Washington”, un término acuñado por el economista John Williamson, para definir una serie de medidas económicas destinadas a “países en desarrollo azotados por la crisis financiera”, según lo determinaran el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Tesoro de Estados Unidos. Esas medidas incluían aplicar en esos países en crisis una reforma fiscal que evitara el déficit y la caída del producto bruto interno; redirigir el gasto público, una reforma tributaria, instaurar tipo de cambio competitivo, fijar tasas de interés determinadas por el mercado, moderadas y en términos reales, favorecer la libertad de comercio y de las importaciones que contemplara la eliminación de restricciones o contemplara, si era imprescindible, aranceles bajos, que favoreciera la privatización de las empresas estatales, que aboliera cualquier regulación que impidiera el acceso a los mercados, o limitaran la competencia y que hiciera regir seguridad jurídica elemental para los derechos de propiedad que facilitara las inversiones. En varios de los países que siguieron al pie de la letra, o casi, el consenso de Washington, la experiencia terminó vecina a la catástrofe.

El 30 de marzo de 1981 Reagan sufrió un atentado (foto Hulton Archive/Getty Images)
El 30 de marzo de 1981 Reagan sufrió un atentado (foto Hulton Archive/Getty Images)

En marzo de 1981, dos meses después de asumir, Reagan sobrevivió a un intento de asesinato. El 30 de marzo, a la salida de un hotel de Washington, John Hinckley, un perturbado mental, le disparó la carga de un revólver calibre 22 cargado con balas explosivas. Al presidente lo salvó el Servicio Secreto, pero una bala que entró por su costado izquierdo, se alojó a centímetros del corazón. Reagan llegó al George Washington University Hospital en el auto presidencial blindado, bajó y caminó hacia donde lo esperaban los médicos, que en la puerta de la sala de emergencias lo vieron llegar con paso vacilante, pálido y jadeante. Reagan, un héroe de Hollywood, enfrentó al doctor Joseph Giordano, jefe de traumatología, y le dijo: “Espero que sean todos republicanos”. Giordano, sorprendido, lo tranquilizó: “Hoy somos todos republicanos, señor presidente”.

En 1982, cuando la recuperación argentina de las Islas Malvinas, Reagan estuvo con firmeza al lado de la primer ministro británica, Margaret Thatcher, con quien de alguna manera conformaba, junto con el Papa Juan Pablo II, un triángulo empeñado en que el resultado de la entonces larga Guerra Fría, fuese la derrota del comunismo. Reagan habló con el dictador argentino, general Leopoldo Galtieri, horas antes de la invasión a las islas para anticiparle que, si el gobierno argentino usaba la fuerza para recuperarlas, Estados Unidos estaría del lado de Gran Bretaña. Y cumplió su propósito con un apoyo logístico y estratégico a través de información satelital, que fue de gran ayuda para la “task force” enviada por Londres a Malvinas.

Reagan hizo gala en su presidencia de su fervor anticomunista, llamó a la URSS “el imperio del mal”, aumentó el presupuesto de las fuerzas armadas, mientras recortaba los fondos en educación, salud y ayudas económicas, y apoyó a los movimientos anticomunistas de todo el mundo a través de lo que fue conocido como “Doctrina Reagan”, una política de intervenciones militares para derrocar regímenes marxistas en el Tercer Mundo. En octubre de 1983 Estados Unidos invadió la isla de Granada para barrer del poder a Hudson Austin, que una semana antes había derrocado y ejecutado al presidente, Maurice Bishop, un militar que tenía diálogo y buenas relaciones con Fidel Castro.

También apoyó a la llamada “contra nicaragüense”, las fuerzas que lucharon contra al gobierno sandinista que había derrocado al dictador Anastasio Somoza en 1979. Este apoyo le costó a Reagan un escándalo internacional, ya en su segunda presidencia. En 1984 se reveló que años antes Reagan había financiado a los antisandinistas a espaldas del Congreso, que había negado esa financiación, y a través del desvío de los fondos, cuarenta y siete millones de dólares, obtenidos por la venta de armas a Irán, el eterno enemigo de Estados Unidos, en guerra en ese momento con Irak. Gestionó esa financiación, con cuentas en Suiza, el entonces coronel Oliver North. Nicaragua acusó a Estados Unidos de violar el derecho internacional y recurrió a la Corte Internacional de Justicia, que falló en favor de Nicaragua. El gobierno de Reagan se negó a respetar la decisión porque adujo que ese tribunal no tenía jurisdicción en el caso.

Ronald Reagan junto a Margaret Thatcher. Durante la Guerra de Malvinas el gobierno de Estados Unidos brindó apoyo a Gran Bretaña
Ronald Reagan junto a Margaret Thatcher. Durante la Guerra de Malvinas el gobierno de Estados Unidos brindó apoyo a Gran Bretaña

Con la economía recuperada en 1983 y el desempleo en disminución, Reagan fue reelecto en 1984, también por amplia mayoría. En su permanente enfrentamiento contra la influencia comunista en el mundo, apoyó a grupos irregulares, financió movimientos guerrilleros, colaboró con dólares, logística y entrenamiento con los talibanes que luchaban en Afganistán contra los soviéticos, una medida que tendría fatales consecuencias para Estados Unidos casi dos décadas después; enfrentado con el gobierno libio de Muahmar Khadafy, a quien consideraba un títere de la URSS, autorizó en abril de 1986 el bombardeo del palacio presidencial, donde murieron ochenta personas, con el propósito no dicho pero evidente de borrar a Khadafy del mapa.

Reagan también movilizó a la “mayoría moral” de su país, al menos a lo que él consideraba la mayoría moral, e impulsó el retorno a los valores tradicionales: contrario al aborto, partidario de la teoría creacionista en las escuelas estatales; el creacionismo es la creencia religiosa que afirma que universo y vida se originaron en actos concretos de creación divina, y también otorgó mayor participación al cristianismo en la vida pública.

Finalmente, su administración convirtió a Estados Unidos en un país con gran déficit comercial y con la mayor deuda externa del mundo, con sus recursos comprometidos en gastos militares, recursos que menguaron un poco con la crisis que culminó con la caída del régimen comunista en la URSS.

Ese fue tal vez el mayor éxito de Reagan en política exterior. Ya había logrado, siempre con el apoyo de Juan Pablo II y de Margaret Thatcher, que en Polonia el sindicato “Solidaridad” liderado por Lech Walesa encabezara un movimiento que jaqueó al tambaleante régimen comunista y terminaría por imponer a Walesa como presidente.

En cuanto apareció en escena Mikhail Gorbachov y se hizo realidad su política de transparencia y apertura, Reagan olvidó su ancestral recelo hacia el comunismo soviético y se mostró a favor de un acercamiento, hasta a de un diálogo con el primer ministro ruso, esforzado por modernizar aquel imperio que todavía se regía por el alma de los zares y de Stalin, camino que retomó Vladimir Putin.

Entre 1985 y 1988, Reagan se encontró cuatro veces con el líder soviético. El 11 y el 12 de octubre de 1986, ambos se reunieron en Reikiavik, Islandia, para firmar un tratado de reducción de armas nucleares. Fue un fracaso porque Reagan intentó incluir en las negociaciones los derechos humanos en la URSS, la emigración de judíos soviéticos y el trato que el régimen comunista daba a los disidentes rusos. Finalmente, en diciembre de 1987 Estados Unidos y la URSS, Reagan y Gorbachov, firmaron el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, por sus siglas en inglés: Intermediate-Range Nuclear Forces Treaty). Fue la primera vez que las dos potencias acordaron reducir sus arsenales nucleares.

Cumbre Ronald Reagan-Mijaíl Gorbachov (foto AP)
Cumbre Ronald Reagan-Mijaíl Gorbachov (foto AP)

El 12 de abril de 1987, Ronald Reagan y su mujer, Nancy, visitaron el Reichstag, el parlamento alemán. Desde allí, divisaron desde un balcón el Muro de Berlín, símbolo de la posguerra europea y de la Guerra Fría. A las dos de la tarde, de espaldas a la puerta de Brandeburgo y a dos altos paneles de cristal blindado que lo protegía de eventuales francotiradores desde Berlín Este, Reagan habló de su detestada Unión Soviética y de su audaz líder, mientras lanzaba un desafío impresionante a Gorbachov, tal vez el gran mensaje del cru que en 1980 había llegado por el voto popular a la Casa Blanca. Dijo Reagan esa tarde: “Damos la bienvenida al cambio y a la apertura; porque creemos que la libertad y la seguridad van de la mano; que sólo el avance de la libertad humana puede fortalecer la causa de la paz mundial. Hay una señal que los soviéticos pueden hacer que sería inequívoca, que avanzaría dramáticamente hacia la causa de la libertad y la paz. Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad de la Unión Soviética y de Europa oriental, si usted busca la liberalización, venga aquí a esta puerta. ¡Señor Gorbachov, abra esta puerta! ¡Señor Gorbachov, derribe este muro!”

Reagan dejó el gobierno en enero de 1989 en manos de su vicepresidente, George H. W Bush. En noviembre de ese año, la impotencia soviética y los berlineses derribaron el Muro de Berlín. En diciembre de 1991, la URSS dejó de existir y abrió paso a la Federación Rusa y a nuevas repúblicas en el Este europeo.

En 1994 Ronald Reagan fue diagnosticado con Alzheimer. Supo que su destino sería el de perderse en las tinieblas de ese mal. Escribió entonces una carta a los ciudadanos estadounidenses en la que, entre otras cosas, decía: “Hace poco me han dicho que voy a ser uno entre los millones de estadounidenses que se verá afectado por la enfermedad de Alzheimer. Solo desearía que hubiera alguna forma de evitar que Nancy pase por esta dolorosa experiencia.”

No hubo forma de evitarlo. Reagan murió en Bel-Air, Los Ángeles el 5 de junio de 2004. Tenía noventa y tres años.

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