Se la llamó Expedición 1, con un nombre digno de una novela de ciencia ficción de Arthur C. Clark o de Isaac Asimov, o más todavía de alguno de los cuentos de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, y algo de eso tenía: una misión preparada durante años por quince naciones y con una tripulación de astronautas de las dos mayores potencias espaciales del planeta.
La fecha clave -que también podría ser la del comienzo de la trama del cuento o de la novela- fue el 2 de noviembre de 2000, cuando el astronauta estadounidense William Shepherd y los cosmonautas rusos Serguéi Krikalev y Yuri Guidzenko, desembarcaron de la nave espacial rusa Soyuz TM-31 en la Estación Espacial Internacional para iniciar una misión de 136 días orbitando en un impresionante laboratorio espacial orbitando a 420 kilómetros de la Tierra.
En los Estados Unidos gobernaba el demócrata Bill Clinton, pero cinco días después ganaría las elecciones presidenciales el republicano George W. Bush, mientras que en Rusia el ex agente de la KGB Vladimir Putin iniciaba un liderazgo que continúa hasta hoy.
Sobre el sueño terrestre corrían tiempos de tirantez entre las dos potencias, pero allí arriba, en el espacio exterior, los tres hombres que inauguraban la Estación Espacial Internacional daban el primer paso de una colaboración que haría historia.
Eran hombres con experiencias espaciales diversas. El comandante William Shepherd era un antiguo SEAL, cuyos únicos vuelos habían sido en misiones de transbordadores y tenía pocas horas en el espacio. El ingeniero de vuelo Serguéi Krikalev había pasado más de un año en órbita, mayoritariamente dentro de la estación rusa Mir y se convertiría en la primera persona en visitar la estación dos veces porque había participado de su armado. El piloto Yuri Guizdenko tenía un solo vuelo en su haber, pero con el crédito de haber permanecido 180 días en la estación Mir.
Los tres sabían que sus nombres quedarían escritos con letras brillantes en la epopeya de la conquista del espacio al iniciar las actividades de la estación que se convertiría en un centro espacial de ocupación humana continua, destinado a la investigación científica y la exploración del cosmos que cumple hoy 23 años.
En los veinte años que siguieron a su desembarco -por fijar un período redondo- la Estación Espacial Internacional albergó a 241 astronautas de 19 países y sus tripulaciones realizaron más de doscientas caminatas espaciales para ampliarla y repararla, incluida la primera caminata espacial exclusivamente femenina, en 2019, por las astronautas de la NASA Christina Koch y Jessica Meir.
Pero si los tripulantes de la Expedición 1 parecían iniciar esa historia, sus orígenes hay que rastrearlos dos años atrás.
EPI: En estos 23 años abarcaron disciplinas como la Ciencia Espacial, la Biología, la Fisiología Humana, las Ciencias Físicas, la Ciencia de Materiales, actividades educativas y pruebas de tecnología en un ambiente sin gravedad
Una colaboración inédita
La Estación Espacial Internacional es un ejemplo de cómo los países pueden trabajar unidos en el espacio más allá de las diferencias que puedan tener en la tierra. El proyecto original fue desarrollado por los Estados Unidos, Rusia, Canadá, Japón y Europa (con la colaboración de diferentes países miembros y no miembros de la Unión Europea). En total, 18 países de todo el mundo participan en el proyecto.
Los derechos y responsabilidades de cada parte están definidos en un Acuerdo Intergubernamental firmado en 1998.
Cada agencia espacial es responsable de diferentes áreas de trabajo. Por ejemplo, la Agencia Espacial Europea se encarga del funcionamiento del laboratorio Columbus y del ATV, un vehículo que se utiliza para transportar provisiones de la Tierra a la Estación; mientras que la Agencia Espacial Canadiense creó el brazo robótico que ayuda a los astronautas a instalar nuevas piezas en la estación.
La construcción en el espacio se inició en 1998, cuando fue lanzado su primer componente, el módulo Zarya. A partir de ahí, y antes de que la Expedición 1 la inaugurara para la misión a la que estaba destinada, hubo cinco vuelos tripulados de los Estados Unidos y dos vuelos rusos sin tripulación, que se destinaron a llevar grandes módulos para ensamblarlos y las primeras piezas del armazón. Los vuelos tripulados se utilizaron para el montaje parcial de la estación, así como para empezar a desembarcar los suministros y equipos.
En sus primeros tiempos, la estación tenía una capacidad para una tripulación de tres astronautas, pero desde la llegada de la Expedición 20, estuvo lista para soportar una tripulación de seis astronautas.
Hoy, la Estación mide unos 100 metros de largo y 80 de ancho, prácticamente el tamaño de una cancha de fútbol que orbita la Tierra a 28.000 kilómetros por hora.
EPI: Las dos potencias mundiales dieron, desde el espacio exterior el primer paso de una colaboración que haría historia hace 23 años
Un laboratorio flotante
Al principio los mayores esfuerzos estuvieron focalizados en el montaje y la construcción de la estación, que se completó en 2011, pero su objetivo principal siempre fue la investigación científica, que en estos 23 años abarcaron disciplinas como la Ciencia Espacial, la Biología, la Fisiología Humana, las Ciencias Físicas, la Ciencia de Materiales, actividades educativas y pruebas de tecnología en un ambiente sin gravedad.
En su interior se han realizado importantes avances científicos, como la producción de la primera impresión en 3D fuera de la Tierra en 2014, la primera secuencia de ADN realizada en el espacio, lograda en 2016, o la producción, en 2018, del quinto estado de la materia, llamado condensado de Bose-Einstein, por el Laboratorio Cold Atom de la NASA instalado en la estación.
Los astronautas han aprendido a cultivar verduras de hoja verde en el espacio, hecho que festejaron comiendo la primera ensalada con vegetales “extraterrestres” en 2015. Esto podría usarse para ayudar a las tripulaciones de los viajes espaciales del futuro a cultivar su propia comida en misiones al espacio profundo.
Otra de las investigaciones centrales es la de la salud humana en el espacio, que los astronautas han estudiado utilizando sus propios cuerpos. El objetivo es averiguar qué puede sucederles a los astronautas del futuro que deban pasar años fuera de la Tierra, ya que el cuerpo humano puede experimentar cambios en la visión, la cognición y la motricidad fina, así como pérdida de masa muscular y ósea.
Los equipos de la Estación Espacial Internacional hacen ejercicio dos veces al día para mitigar la pérdida ósea y muscular y recopilan regularmente datos sobre sí mismos para comprender mejor los cambios que experimentan.
Estudios para el futuro
En este sentido, una investigación similar fue el llamado “Estudio de los Gemelos”, para el cual el astronauta de la NASA Scott Kelly pasó 340 días consecutivos en la estación y sus datos físicos y genéticos fueron comparados con los de su gemelo idéntico, Mark, que sirvió como control del experimento en la Tierra.
Hasta ahora, los resultados del estudio muestran que la salud humana puede “mantenerse en su mayor parte” durante un año en el espacio, pero también revelaron áreas que pueden requerir contramedidas al prepararse para misiones espaciales más largas o misiones al espacio profundo, como por ejemplo viajar a Marte.
Para Shepherd -aquel miembro de la primera tripulación-, la experiencia de la Estación también aportó información fundamental para la ingeniería espacial, porque los viajes a Marte u otros lugares del sistema solar requerirán vehículos grandes que deberán ensamblarse en órbita, para lo cual resultan importantísimo los montajes que se hicieron en ella con caminatas espaciales y robótica.
“Si mirás la experiencia de la Estación Espacial Internacional, te muestra un plan concreto sobre cómo poder hacerlo”, dijo hace poco.
Imprevistos y dificultades
Durante los 23 años que lleva orbitando continuamente con tripulaciones humanas, la Estación también ha sido escenario de contratiempos e imprevistos, aunque en todo su historial no se cuenta una sola víctima fatal.
Uno de los últimos problemas fueron las fallas en el sistema de refrigeración, que comenzaron en diciembre del año pasado, cuando la nave espacial atracada Soyuz MS-22 de repente empezó a expulsar material congelado de su sistema de enfriamiento externo.
En esa nave, los astronautas Serguei Prokopyev, Dmitri Petelin y Frank Rubio debían regresar a la Tierra. Debieron esperar meses hasta que, en octubre de este año, una nueva nave pudo buscarlos.
Lo que debería haber sido una misión de seis meses se convirtió en una estancia de 371 días. Rubio pasó más de dos semanas en el espacio que Mark Vande Hei, que ostentaba el anterior récord de resistencia de la NASA para un solo vuelo espacial. Luego de investigar el episodio del refrigerante, la agencia espacial rusa Roscosmos concluyó que se trató de una perforación causada por un micrometeorito.
Pero más allá de las dificultades, la Estación Espacial Internacional seguirá funcionando y sus tripulaciones continuarán investigando en el espacio.
Como suele suceder con el paso del tiempo, cuando ya más de sesenta tripulaciones se han sucedido en la Estación Espacial Internacional, aquella asombrosa experiencia de la Expedición 1, que fue seguida en todo el mundo como un gran avance en la conquista del espacio, puede ser vista como el primer paso para algo que hoy no pasa de ser cotidiano.
Tal vez por eso, hace poco, en el programa Houston, We Have a Podcast, de la NASA, William Shepherd, el comandante de aquella expedición, se propuso recordar el impresionante desafío que significó su concreción.
“Creo que la gente no recuerda el desafío técnico, programático y diplomático que significó planificar, construir y habitar la Estación Internacional. Es una muestra de esfuerzo y colaboración internacional que no debería olvidarse nunca”, dijo.