Muamar Gadafi: su harén de esclavas sexuales raptadas y violadas y las fornidas amazonas de su custodia

El líder libio, que gobernó su país durante 42 años y fue linchado por los rebeldes que tomaron el poder en 2011, era además de un sangriento dictador, un sádico. Luego de su caída se descubrieron las habitaciones donde sometió a cientos jóvenes, a quienes señalaba con la mano para que las capturaran. Los horrores que hallaron y su guardia personal compuesta por mujeres

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Muamar Gadafi solía violar varias veces al día a sus esclavas, preferentemente adolescentes. Para ello tomaba grandes dosis de Viagra, que compraba el propio Estado Libio (Reuters)
Muamar Gadafi solía violar varias veces al día a sus esclavas, preferentemente adolescentes. Para ello tomaba grandes dosis de Viagra, que compraba el propio Estado Libio (Reuters)

Un gesto pequeño les cambiaba la vida para siempre. Una caricia en el pelo las sumergía en el infierno del que les costaría años salir, si alguna vez lograban hacerlo. La inocencia irremediablemente perdida en esa caricia.

Muamar el Gadafi, el dictador que gobernó durante 42 años Libia con mano dura, el dinero del petróleo y excentricidades, mantenía un harem de jóvenes a las que violaba sádicamente a su antojo.

La historia empezaba de manera bastante similar. Una visita oficial y cientos de adolescentes alistadas esperando al Guía, como era llamado. A cada lado al que fuera siempre había una comitiva –armada por parte de su círculo de confianza- esperándolo. Él caminaba entre las jóvenes –siempre en primera fila- mientras escuchaba los vítores del resto del público. Paseaba lentamente, con esa sonrisa entre forzada y llena de sarcasmo, recibiendo el cariño y algunos regalos y escrutando a cada una de las adolescentes. A veces se detenía frente a alguna, la miraba de arriba abajo y después de cambiar algunas palabras y a lo sumo tocar su hombro continuaba camino. Pero en algún momento posaría sus manos en el pelo de una de esas chicas durante unos segundos. No era un gesto de afecto, ni mucho menos paternal. Era una señal. El código secreto para que se pusiera en marcha el operativo que terminaría con esa joven abusada en el palacio de gobierno de Trípoli.

La que se encargaba de los siguientes pasos era Mabruka, una mujer dura e inclemente, que era una especie de edecán de Gadafi, que se encargaba de reclutar y disciplinar a las adolescentes del harem del dictador.

Los sitios de conscripción de chicas eran siempre los mismos. Escuelas que Gadafi visitaba sin aviso previo, fiestas oficiales, casamientos a los que acudía sin estar invitado y diversos eventos sociales. Muchas veces ni siquiera lo hacía personalmente. Al enterarse de que alguien de su séquito organizaba una boda u otro gran festejo familiar, pedía fotos del evento. Sus colaboradores se sentían, al principio, honrados por el súbito interés del líder en sus asuntos personales. A Gadafi sólo le interesaba divisar chicas que le resultaran atractivas. Las señalaba y al poco tiempo sus alcahuetas se la llevaban al palacio.

Unos pocos días después, o tal vez transcurridas unas pocas horas, una delegación oficial llegaba a la casa de la joven y se la llevaban al Palacio Presidencial. Los padres se sentían honrados de que su hija hubiera sido seleccionada por el Padre de la Nación. Suponían que la chica participaría en un acto oficial y regresaría al hogar. Pero iba a pasar mucho tiempo hasta su vuelta. Y esa chica ya no volvería a ser igual.

El mundo conoció la verdad sobre el harén de Gadafi tras su caída en 2011. La periodista francesa Annick Cojean publicó un libro llamado Las Cautivas en el que recoge impactantes testimonios de las víctimas.

Gadafi en el 2010 llega al aeropuerto de Ciampino en Roma. Lo custodian dos enormes amazonas que componían su guardia personal. Además, en los viajes llevaban mujeres simulando ser soldados, con uniforme caqui, que en realidad eran esclavas sexuales (Photo by Ernesto Ruscio/Getty Images)
Gadafi en el 2010 llega al aeropuerto de Ciampino en Roma. Lo custodian dos enormes amazonas que componían su guardia personal. Además, en los viajes llevaban mujeres simulando ser soldados, con uniforme caqui, que en realidad eran esclavas sexuales (Photo by Ernesto Ruscio/Getty Images)

Soraya tenía 15 años y un día Gadafi visitó la escuela a la que ella concurría en Sirpe. Cada vez que el Guía iba a Sirpe se producía una gran conmoción: era su ciudad natal. En la escuela, Gadafi se detuvo ante Soraya. Le llamaron la atención sus ojos inocentes, el palo larguísimo que llegaba hasta la cintura, los rasgos delicados y aniñados. Tomó el ramo de flores que la chica le dio y luego acarició su pelo. Dos días después, mientras Soraya estaba en clase una comitiva la retiró del colegio para llevarla al Palacio Real. La chica dijo que tenía que avisar a sus padres. Le dijeron que no se preocupara.

En la residencia presidencial no fue llevada a una recepción oficial ni al despacho presidencial. La ubicaron en el sótano. Allí había un largo pasillo con decenas de pequeñas habitaciones a ambos lados. La dejaron en una de ellas. Dos camas de una plaza, mesa de luz, una televisión de pocas pulgadas y un baño. Una enfermera le extrajo sangre. Esperó sentada varias horas. Trataba de descifrar los ruidos del pasillo; trataba de entender que hacía a tantos kilómetros de su casa, sola y esperando no sabía qué sentada sobre un colchón delgado.

Mabruka entró en la habitación. Su cara no transmitía emociones, sólo autoridad. Dejó un vestido sobre la cama y un juego de lencería breve, transparente y sexy. Soraya nunca se había puesto una tanga. Obedeció y en pocos minutos estuvo lista.

Cuando Gadafi elegía a una mujer o una niña para satisfacer sus deseos sexuales, posaba su mano sobre ella. Así, su entorno sabía cuál era "la elegida", la secuestraba y la llevaba a los sótanos del palacio (AFP)
Cuando Gadafi elegía a una mujer o una niña para satisfacer sus deseos sexuales, posaba su mano sobre ella. Así, su entorno sabía cuál era "la elegida", la secuestraba y la llevaba a los sótanos del palacio (AFP)

Estaba nerviosa porque iba a ver a Gadafi. Pensó que sería un gran evento, con muchos invitados. Se miró al espejo para ver cómo le quedaba el vestido. No estaba acostumbrada a dejar sus piernas al aire ni a mostrar el inicio de sus pechos. Mabruka abrió la puerta y con ojos severos repasó cómo estaba, le acomodó el vestido en la cola y con un gesto hizo que la siguiera. Subieron las escaleras y transitaron los pasillos y salones del palacio sin hablar. Sólo se escuchaba el taconeo de los zapatos sobre el mármol. Al llegar a la habitación de Gadafi, Mabruka miró a Soraya y le dijo: “Obedecé al Guía”. La chica entró y al dar dos pasos se tapó los ojos con sus manos y giró para salir. Chocó contra el cuerpo de Mabruka que la empujó hacia el interior de la habitación antes de cerrar la puerta del lado de afuera. Soraya creyó que era un error, que la habían hecho ingresar antes de tiempo. Gadafi estaba sentado en su cama. Totalmente desnudo y con una erección. Hablaba por teléfono y comía una cabeza de ajo. Miró a la chica y le pidió que se acercara. Ella se quedó en el lugar. No fue desobediencia, ni siquiera una decisión. Estaba paralizada. Gadafi se acercó y con mucha fuerza tiró de su brazo. Ella rebotó en la cama y logró pararse muy rápido. Trató de alejarse de él que volvió a lanzarla contra la cama. Ella opuso resistencia como pudo. Él arrancó su vestido, la ropa interior y comenzó a morderla, a retorcer sus pechos y la penetró. Soraya sentía mucho dolor y lloraba. Ni siquiera comprendía que la estaba violando. Rogaba que la soltara. Gadafi estaba enfurecido. Le pegaba y entraba y salía de ella. Varios minutos después salió de encima de la chica. Miró entre las piernas y vio que estaba llena de sangre. Sonrió satisfecho, tomó una pequeña toalla que tenía en la mesita de luz y la impregnó con esa sangre (muchos creen que luego practicaba rituales con eso que recolectaba). Al terminar le ordenó que se fuera. Antes de que Soraya llegara a la puerta, Mabruka ingresó a la habitación. Gadafi le dijo, le ordenó, a la mujer: “Preparala mejor la próxima vez”. Mabruka condujo hasta el sótano mientras le decía de mala manera que debía estar avergonzada, que era un honor que el Guía se fijara en ella y que ella tenía la obligación de satisfacerlo, que no lo debía rechazar más ni resistirse. Soraya quedó sola en su pequeño cuarto. Se duchó durante un largo tiempo. Estaba muy dolorida y seguía sangrando. Una enfermera ucraniana se acercó a asistirla. Fue la única mujer que la consoló.

A las pocas horas, otra vez fue llamada por Gadafi. La escena se repitió casi sin variaciones. Sólo aumentó la violencia del líder libio. Soraya volvió a sangrar profusamente. En esas primeroa jornadas Gadafi la convocaba varias veces por día. La obligaba a bailar desnuda, le pegaba, la violaba y hasta le orinaba encima. Hasta que la enfermera ucraniana pidió que la dejaran descansar porque estaba muy lastimada.

La cama donde Gadafi violaba a sus esclavas, descubierta luego de la muerte del líder libio (New York Times)
La cama donde Gadafi violaba a sus esclavas, descubierta luego de la muerte del líder libio (New York Times)

Mabruka volvió a visitarla y le dejó un equipo de DVD y varios discos. Eran películas porno que Gadafi había pedido que le acercaran para que Soraya aprendiera. “¿Querías volver al colegio?” –preguntó Mabruka- “Esta es tu tarea escolar”.

Durante los siguientes días Soraya comprendió lo que sucedía. Gadafi tenía un harén de adolescentes a su disposición. La gran mayoría de ellas dormía en esos estrechos cuartos contiguos al de ella.

Gadafi, según testimonios posteriores, convocaba a algunas de las mujeres de su harem, al menos, cuatro veces al día. Pero también sodomizaba a jóvenes varones, miembros de su ejército y de su gobierno.

En cada uno de los lugares que frecuentaba contaba con una habitación con todas las comodidades y un jacuzzi. En la suite que se había hecho construir en secreto en la Universidad de Trípoli, justo debajo de la Cátedra Verde, en la que él a veces daba conferencias sobre su doctrina y El Libro Verde, también encontraron un gabinete ginecológico muy bien provisto y con la última tecnología. Aunque no se pudo precisar se supone que lo utilizaban para abortos y para reconstruir el himen de las chicas.

También encontraron grandes provisiones de Viagra. Gadafi consumía diariamente, al igual que tabaco, marihuana, whisky y cocaína. Y se hallaron compras de Viagra por parte del estado. Las pastillas azules se las daban también a los soldados libios cuando debían tomar una localidad o controlar un levantamiento en alguna ciudad lejana, para que además sometieron sexualmente a los lugareños.

Gadafi además de violar a sus víctimas adolescentes, las emborrachaba y las drogaba. Algunas murieron de sobredosis.

Las chicas podían tener un solo encuentro con él o permanecer raptadas en el sótano durante años, hasta que fueran reemplazadas, hasta que según la jerga del lugar: “Hubiera llegado su fecha de vencimiento”.

Cuando las liberaba organizaba un casamiento de esa chica con alguno de sus hombres. Si se enteraba que alguna se hacía la operación para reconstruir el himen, horas antes de la boda la violaba para marcar quién era su verdadero dueño.

La camilla ginecológica, donde se supone que se practicaban abortos si alguna de las esclavas quedaba embarazada (Fresh One Productions/BBC)
La camilla ginecológica, donde se supone que se practicaban abortos si alguna de las esclavas quedaba embarazada (Fresh One Productions/BBC)

Pero no se conformaba con su harem de adolescentes reclutado a la fuerza por todo Libia. Gadafi buscaba a las mujeres de la familia de sus generales y ministros. A las esposas y a las hijas. Enviaba a sus hombres a misiones en el extranjero y aprovechaba para entrar en contacto con ellas.

Les hacía regalos, las chantajeaba y hasta amenazaba a sus hombres cuando estos se enteraban. A algunos también los violaba y filmaba la operación para luego poder extorsionarlos.

Otra dependencia fundamental del palacio real era un salón que estaba junto a la habitación del líder. Allí había todo tipo de bienes y riquezas. Joyas, lingotes de oro, carteras de marca, valijas repletas de dólares, tapados de piel. Era su reserva para la conquista de sus presas más preciadas. Las hijas y esposas de los mandatarios extranjeros que invitaba a Libia.

Con ellas no podía ejercer la fuerza. Las convocaba con la excusa de donar millones de dólares a algún emprendimiento filantrópico que la mujer llevaba a delante y luego intentaba someterlas. Dicen que en muchos casos tuvo éxito y que estuvo a punto de provocar varios incidentes internacionales graves.

Una vez se había obsesionado con la hija del rey de Arabia Saudita. Su círculo íntimo no sabía cómo disuadirlo. Gadafi intentó de todas maneras. Hasta que a alguien se le ocurrió una solución. Buscaron una doble. Encontraron una chica marroquí muy parecida, la prepararon y la entregaron a Gadafi que nunca se enteró del engaño.

La hipocresía de Gadafi no tenía parangón. En el Libro Verde se vanagloriaba del trato que se le daba a la mujer libia, de su liberación, de la igualdad de oportunidades y del final de la opresión.

El libro Las Cautivas, de Annick Cojean, donde se cuenta el horror que vivieron las niñas esclavas sexuales de Gadafi
El libro Las Cautivas, de Annick Cojean, donde se cuenta el horror que vivieron las niñas esclavas sexuales de Gadafi

Había creado una Guardia de Amazonas que oficiaban como sus guardaespaldas personales. Iba a todas partes del mundo con ese ejército, armado hasta los dientes, de jóvenes, recias y atractivas mujeres que lo protegían. Había un secreto: las de uniforme azul eran verdaderas soldados, guardaespaldas que ejercían su oficio; las de uniforme caqui, eran las integrantes de su harem que viajaban al exterior camufladas.

Volvamos a Soraya. Ella – como las otras chicas- podía ser llamada en cualquier momento del día. En ocasiones, varias veces en una jornada. Con el tiempo, la frecuencia disminuyó. Llegaban chicas nuevas todo el tiempo y cada vez más jóvenes. Casi no la dejaban comunicarse con su casa y cuando lo hacía las comunicaciones eran controladas. Trató de escaparse pero siempre fue capturada de nuevo y obligada a someterse.

Cuando vio la caída de Gadafi la invadió una sensación ambivalente. Por un lado alivio: ya no la iba a violar más. Por el otro, frustración: no lo vería juzgado, no sería penado por sus crímenes.

Ella vio las mismas imágenes estremecedoras que observó el resto del mundo. Gadafi escondido, como una rata, en unas cloacas, los hombres que lo encuentran, que lo golpean, que lo linchan, hasta que uno de ellos, con un palo largo, de metal o de madera, lo empala. La cara de Gadafi transmite confusión y dolor. La parte trasera de su pantalón se cubre de sangre. Los que estaban allí contaron que sus últimas palabras fueron: “¿Por qué me hacen esto a mí?”.

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