“No estamos aquí hoy para inclinarnos ante la representación de un dios feroz y guerrero, lleno de ira y venganza, sino que contemplamos alegremente nuestra propia deidad vigilando y protegiendo las puertas abiertas de América. En lugar de agarrar en su mano los rayos del terror y de la muerte, sostiene en alto la luz que ilumina el camino hacia la liberación del hombre”, pronunció, con la solemnidad que exigía el momento, el presidente Grover Cleveland con la monumental estatua a sus espaldas.
El almanaque señalaba una fecha que pasaría a la historia, el 28 de octubre de 1886, el día que la isla de Bedloe, un pequeño pedazo de tierra deshabitado junto a la desembocadura del río Hudson convirtió en el lugar más emblemático de los Estados Unidos.
A espaldas del presidente se podía ver el monumento más alto de la ciudad de Nueva York, que se inauguraba ese día no solo con el discurso presidencial sino también con un imponente desfile naval en las aguas del Hudson.
El monumento, en realidad una inmensa estatua, había sido bautizado por su creador, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi con el nombre de “La libertad iluminando al mundo”, pero muy pronto sería llamada en el mundo entero que pretendía iluminar con un apelativo más corto “la estatua de la Libertad”, símbolo de la democracia estadounidense y también faro que señalaba la entrada de los inmigrantes al país.
La enorme estructura de 93 metros de altura y 225 toneladas de peso se convirtió por entonces en la estatua metálica más alta del planeta.
La mujer con túnica representa a la diosa romana de la libertad, Libertas, que sostiene una antorcha en su mano derecha sobre su cabeza coronada, y una tablilla en su mano izquierda, donde está escrita la fecha, en números romanos, del 4 de julio de 1776, día en que los Estados Unidos declararon la Independencia. Bajo sus pies, se puede ver una cadena rota en conmemoración de la abolición de la esclavitud luego de la guerra civil americana.
El monumento era un regalo de Francia a los Estados Unidos, un símbolo de la hermandad de dos pueblos que habían luchado por la libertad que simbolizaba la imagen y que transmitía la épica de la Revolución Francesa y de la lucha por la Independencia estadounidense.
Pero, así como la figura irradiaba una épica, su propia historia – la de su construcción y su emplazamiento – podía definirse como una larga epopeya de más de una década con batallas contra obstáculos de todo tipo.
Una idea poderosa
Para 1870, Los Estados Unidos estaban en pleno proceso de reconstrucción después de la guarra civil que había desangrado al país entre 1861 y 1865 y, al mismo tiempo se preparaba para los festejos del centenario de la Independencia, declarada el 4 de julio de 1776.
En ese contexto, el político francés Eduardo Laboulaye propuso que su país le enviara un regalo a la nación americana para simbolizar la amistad entre ambos países y la lucha conjunta que sostuvieron contra la corona británica en la guerra de independencia.
Laboulaye decidió convocar a su amigo, el escultor Frédéric Auguste Bartholdi, para que diseñara el monumento. El encargo le vino como anillo al dedo al artista, que venía de sufrir una frustración por el rechazo del gobernador de Egipto, Isma’il Pasha, a su propuesta de levantar un monumento equiparable al Coloso de Rodas, al que pretendía llamar “Egipto lleva la luz a Asia”.
El encargo de Laboulaye le dio otra oportunidad a Bartholdi, que además recuperó algunas de las ideas que tenía sobre la estatua egipcia y las volcó en el nuevo proyecto. Para concretarlo, pidió la colaboración de Eugene-Emmanuel Viollet-le-Duc, a quien le pidió el diseño de una estructura de hierro y acero que pudiera sostener la estatua. Allí se presentó el primer obstáculo, porque Viollet-le-Duc falleció repentinamente y debió ser reemplazado por otro ingeniero, Alexandre-Gustave Eiffel, que años después diseñaría otro monumento que se convirtió en el rasgo distintivo de una ciudad, la torre que lleva su nombre en París.
Por entonces corrían tiempos difíciles en Francia, embarcada en la guerra con Prusia, con la conquista de Alsacia, la región de la que provenía Bartholdi, por el imperio alemán. Además, ese conflicto despertó entre los franceses un fuerte sentimiento anti-estadounidense, debido a la cercanía de Estados Unidos con los alemanes.
Además, la Tercera República distaba de estabilizarse, en medio de un clima político donde no pocos franceses añoraban la monarquía.
A pesar de todas esas dificultades, Laboulaye y Bartholdi decidieron seguir adelante con el proyecto y, en 1871, el político francés se reunión con el entonces presidente estadounidense, Ulysses S. Grant, para ofrecerle la estatua y sugerirle un lugar de emplazamiento, la isla de Bedloe, frente a Nueva York.
Pero, más allá de los problemas políticos, la construcción de la estatua también significaba un inmenso desafío económico y logístico.
Un diseño audaz
La estatua pensada por Bartholdi representaba a Libertas, la diosa romana de la libertad y equivalente a la deidad griega Eleuteria. Muchos de sus elementos ya estaban en la cabeza del artista desde que había realizado el diseño de la frustrada estatua egipcia.
El escultor nunca reveló cual fue su inspiración para diseñar el rostro de la estatua, aunque una de las versiones más consistentes dice que quiso reflejar la cara de su propia madre.
Uno de los elementos más representativos de la estatua, la diadema con siete rayos solares –representativos de los siete mares- estaba basado en la obra del escultor español Ponciano Ponzano, a quien Bartholdi admiraba.
La parte externa de la estatua estaría recubierta por 300 paneles de cobre, con un peso de 28.000 kilos, sostenidos por la estructura ideada por Eiffel.
Si la estatua iba a ser asombrosa por fuera, su estructura interna no le iría a la zaga: bajo la túnica de la Libertad se desplegaría un intrincado entramado de hierro y acero.
Un enorme pilón central la anclaría al pedestal y actuaría como columna vertebral para las vigas de acero destinada a sostener una estructura de finas barras metálicas adheridas a la “piel” de cobre.
Para que pudiera permanecer firme sobre el piso, la estatua fue diseñada para tener una túnica ancha y fluida alrededor de la base, que la haría más fuerte estructuralmente y la ayudaría a soportar los fuertes vientos de la bahía.
Cómo conseguir dinero
Como el gobierno francés no estaba dispuesto a financiar el monumental proyecto, cuyo costo alcanzaba el millón de francos, Laboulaye lanzó una verdadera campaña financiera, con espectáculos y eventos deportivos, para conseguir el dinero.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos se realizaban exposiciones, subastas y combates de boxeo para financiar la construcción de la base sobre la que iría el monumento.
Pero la demora en obtener las sumas necesarias impidió que la estatua estuviera terminada para 1776, cuando en un principio se pensó en inaugurarla en coincidencia con el centenario de la Independencia de los Estados Unidos.
Para ese año apenas se había terminado un brazo, que luego sería expuesto en Filadelfia para seguir recaudando fondos. Dos años más tarde, en 1878, se completó la cabeza, que fue mostrada en Francia, durante una exposición en el Campo de Marte.
De Francia a los Estados Unidos
Antes de ser llevada a los Estados Unidos la estatua fue erigida en París y presentada al embajador estadounidense en Francia el 4 de julio de 1884.
Un año más tarde, se inició el desmontaje para disponer trasladarla. Fue necesario desmantelarla en 300 piezas, que fueron distribuidas en 214 enormes cajas que viajarían a Nueva York.
La estatua inició entonces un periplo en el que tampoco faltaron las dificultades. Las cajas fueron llevadas en tren desde París a Ruan y después trasladadas en barco por el Sena hasta el puerto de Le Havre.
La estatua desmantelada estuvo a punto de terminar en el fondo del mar poco después de iniciado su viaje a través del Atlántico, cuando una fuerte tormenta casi hace zozobrar al barco L’Isère, que trasladaba las piezas.
Finalmente llegó a Nueva York el 17 de junio de 1886, una semana después de la fecha en que estaba previsto debido a las dificultades durante la navegación.
Esa llegada tardía hizo imposible inaugurar la estatua en la fecha ideal, el 4 de julio de ese año, cuando se cumplían los 110 años de la declaración de la Independencia.
Los trabajos de ensamblaje y armado llevaron más de cuatro meses, hasta que pudo ser inaugurada el 28 de octubre, con un discurso de agradecimiento del presidente Cleveland.
“El pueblo de los Estados Unidos acepta con gratitud de sus hermanos de la República Francesa la gran y completa obra de arte que inauguramos aquí. Esta muestra del afecto y la consideración del pueblo de Francia demuestra el parentesco de las repúblicas, y nos transmite la seguridad de que en nuestros esfuerzos por recomendar a la humanidad la excelencia de un gobierno basado en la voluntad popular, todavía tenemos más allá del continente americano un aliado firme”, dijo.
Detrás suyo, la estatua de la Libertad irradiaba un brillo dorado que hoy no se le conoce, ya que con el correr de los años – en realidad unos pocos – el cobre fue virando al verde con que se la puede ver en la actualidad.
Durante los primeros veinte años, entre 1886 y 1906, la Estatua de la Libertad fue utilizada como faro, pero la baja potencia de iluminación con la que contaba hicieron que se dejara de utilizarla para guiar a los barcos.
La antorcha que sostiene actualmente no es la original, fue reemplazada en 1986 por una réplica que incluía hojas de oro para evitar su deterioro.
Made in Argentina
Lo que el presidente Cleveland ni ninguno de quienes asistieron al acto de inauguración del monumento sabían que, pocos días antes, en el mismo mes de octubre, pero el día 3, otra estatua de la Libertsad había sido inaugurada en el otro extremo del continente americano, más precisamente en la Argentina.
Todavía hoy se la puede ver, aunque pasa casi inadvertida. Como la otra, fue construida por el francés Frédéric Bartholdi, pero mide apenas tres metros y está instalada a metros de lo que hoy es el Barrio Chino de Belgrano, llegando a la esquina de la calle La Pampa y la Avenida Virrey Vértiz.
Es de hierro fundido y, en un principio, fue pintada de color bronce, pero con el paso de los años, el impacto del sol oxidó la pintura y quedó verde.