El calvario de una chica de 16 años torturada por una familia durante meses y el silencio cómplice que rodeó su muerte

Sylvia Likens vivió abusos por parte de Gertrude Baniszewski y sus hijos. El espanto que vivió la víctima y fue narrado durante el juicio. Y el impacto entre los vecinos que vivían cerca de la casa del terror en Indianápolis pero no hicieron nada para ayudarla

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Sylvia Likens vivió un calvario
Sylvia Likens vivió un calvario horroroso en la casa de Gertrude

La aguja hervía y se hundía sobre la piel de su estómago tallando las letras, una a una. En un reguero rojo el tatuaje iba siendo estampado sobre su cuerpo: “Soy una prostituta”. Sylvia Likens (16) aguantaba el dolor punzante, como tantos otros que ya tenía instalados. No tenía más remedio. No podía gritar ni protestar.

Su tatuadora improvisada, Gertrude Baniszewski (36), se esmeraba, quería que se leyera bien el escrito. Pero había que hacerlo con paciencia y se le cansó la mano. Le pasó la posta al adolescente Ricky Hobbs (15). El joven pasó de las agujas que rasgaban la piel a hacer pequeños cortes. Era más fácil. La frase continuó: “Y estoy orgullosa de ello”.

Cuando terminaron, Gertrude se retiró. En la habitación con Sylvia quedaron los chicos. Ellos decidieron hacer florecer en el torso de Sylvia, justo en el centro de su pecho desnudo, un tatuaje más. Sería una S. S no de Sylvia, S de slave, que en inglés significa esclava.

Pero la S terminó siendo un 3. Porque después de que Ricky quemara la piel para hacer la parte inferior de la letra, la encargada de hacer la parte superior fue Shirley Baniszewski que tenía solamente 10 años. La pequeña se equivocó. Hizo el semicírculo al revés y quedó un 3. Se miraron. En fin. Daba lo mismo. El resto se leía perfectamente: “Soy una prostituta y estoy orgullosa de ello”. El trabajo estaba hecho.

El almanaque señalaba esta fecha: 22 de octubre de 1965. A Sylvia Likens, que llevaba desde julio siendo martirizada por una familia entera y vecinos del barrio, le quedaban todavía cuatro días de calvario.

Nacida para sufrir

Sylvia Marie Likens nació el 3 de enero de 1949 en la ciudad de Lebanon, en Indiana, Estados Unidos. Sus padres Betty y Lester Likens tuvieron cinco hijos: primero nacieron los mellizos Dianna y Daniel, dos años después Sylvia, un año más tarde los mellizos Jenny y Benny. La menor de las mujeres, Jenny, padeció polio así que desde pequeña tuvo que usar un aparato ortopédico para ayudar a su pierna débil.

 En un reguero rojo
En un reguero rojo el tatuaje iba siendo estampado sobre su cuerpo: “Soy una prostituta”

Los Likens sobrevivían. No tenían dinero ni casa ni nada. Se trasladaban de un lugar a otro haciendo cualquier cosa. Actuaban en ferias, carnavales, vendían comida y cerveza en puestos callejeros. Muchas veces tenían que dejar a las menores con parientes o con sus abuelas. Como la tímida Jenny no podía hacer demasiado para colaborar solía ser de las que se quedaban. Para que no quedara sola, la dejaban con Sylvia, que era un año más grande y muy desenvuelta.

De largo pelo castaño y ondulado a Sylvia le decían Cookie. Alegre y decidida, entrando en su adolescencia, se las rebuscó para ganar algo de dinero haciendo mandados o cuidando bebés. En una pelea con sus hermanos varones había perdido parte de un diente incisivo frontal. Eso la acomplejaba tanto que, aunque era muy risueña, evitaba sonreír. Fanática de los Beatles y del patinaje, ella se convirtió enseguida en la hermana protectora de Jenny.

En uno de sus tantos traslados y en medio de turbulencias propias (Lester y Betty estaban al momento distanciados porque ella había sido arrestada por robar alimentos en un negocio) decidieron dejar a sus dos hijas menores con una mujer llamada Gertrude Baniszewski, una ama de casa a quien habían conocido por una persona en común.

Lester se entrevistó con Gertrude quien se presentó como la Señora Wright (en inglés el apellido suena igual que la palabra right que quiere decir correcto, o correcta). Esa mujer asmática, madre de siete hijos, le pareció la mejor opción. Le pagaría unos 20 dólares por semana para que se hiciera cargo de Sylvia y de Jenny. Con tantos chicos sería una casa divertida. Lester no revisó la vivienda. Si lo hubiese hecho habría descubierto que en la cocina no había horno, que tenían utensilios para tres comensales y que solo existían cinco camas, la mitad de las necesarias para lo que serían diez habitantes.

Lester se mostró conforme con lo hablado y las dejó allí. Volvería a visitarlas con Betty en unas semanas.

Luego, partió a recoger a su mujer a la cárcel, porque tenían que trabajar en la nueva feria.

La ingenuidad con que los vulnerables Likens confiaron en la recién conocida la pagarían carísimo.

Un retraso y el primer castigo

En ese verano de 1965, los primeros días que Sylvia y Jenny (15) pasaron en la casa en el número 3850 de la calle East New York de Indianápolis, fueron normales. Los hijos de Gertrude (Paula 17, Stephanie 15, John 12, Marie 11, Shirley 10, James 8 y Dennis de meses) las aceptaron muy bien. Durante esa primera semana Sylvia y Jenny conocieron a la mayoría de los chicos del barrio. Uno llamado Ricky Hobbs, le declaró su amor a Sylvia, pero ella lo rechazó.

La casa en la que
La casa en la que Sylvia vivió el horror en Indianápolis

Sylvia sintió que andaba con suerte porque justo encontró un trabajo de temporada en un establecimiento local de alimentos, donde pasaba la mayor parte del día. Gertrude se mostró enseguida muy intrigada por ese empleo y le preguntó qué hacía tantas horas en una tienda. Sylvia le respondió que acomodaba cosas y que vendía botellas de refresco de vidrio vacías para ganarse unos centavos. No quedó muy convencida con la contestación de la joven.

La dueña de casa vivía del dinero que le pasaba uno de sus ex maridos y, ahora, también del aporte de los Likens. Cuando al día séptimo, el cheque de Lester Likens no llegó a sus manos, montó en cólera. Llevó a las hermanas al sótano mientras les soltaba una advertencia: “¡Perras! He cuidado de ustedes durante una semana por nada. El cheque de su padre no ha llegado”. Sylvia la enfrentó: intentó explicarle que seguramente era un retraso, que su padre siempre cumplía con sus pagos. La irascible dueña de casa las obligó a bajarse la pollera y la ropa interior. Luego las hizo inclinarse sobre una cama. Tomó una pala de madera para golpearlas. Sylvia preocupada por el débil esqueleto de Jenny le imploró que solo se descargara con ella y recibió palazos por partida doble.

El cheque llegó al día siguiente, pero el abuso ya había comenzado.

El segundo enojo con Sylvia ocurrió cuando al volver todos de una fiesta de caridad en la Iglesia los hermanos le contaron a su madre que la habían visto a Sylvia comer demasiado. Gertrude la increpó y la hizo tragarse un hot dog tan picante que la joven terminó vomitando. La mujer la obligó a recoger su vómito y comérselo.

Unos días después sus padres fueron a visitarlas, Sylvia no se animó a quejarse del maltrato. No quería llevarles problemas y temía mucho a las represalias de Gertrude quien la tenía amenazada y supervisó el encuentro.

Fue el primer gran error de la menor, porque al irse sus padres emergió una Gertrude envalentonada con su sometimiento. Ahora vendría el terror más absoluto.

Maltrato feroz y en manada

Gertrude era implacable con sus castigos. Era severa e intransigente. Usaba para disciplinar a las chicas un cinturón de cuero de su ex marido y una pala de madera. Mentalmente inestable en agosto Gertrude ya estaba desatada y tenía frecuentes ataques de rabia. Empezó a acusar a Sylvia de ser una mentirosa. Repetía por el barrio que esa chica no trabajaba, que en realidad era una promiscua y una sucia que andaba pecando por ahí. Una joven prostituta, una pésima influencia para su prole. Y, en sus delirios, cualquier cosa era excusa para castigarla delante de sus propios hijos.

Sylvia Likens junto a su
Sylvia Likens junto a su madre antes del horror

Comenzó a patearla en sus genitales por cualquier cosa. Nadie sabe por qué Sylvia despertó en Gertrude la peor violencia. Hay quienes teorizaron años después que la belleza de Sylvia le daba una posibilidad de ser feliz que Gertrude no soportaba. En cualquier caso la cosa continuó y Sylvia era el objeto de todas sus frustraciones.

Las cosas escalaron con rapidez.

Convenció a varias compañeras de colegio de Sylvia que la joven hablaba mal de sus madres. Fue poniendo a todas en su contra y las alentó a que la golpearan.

Una mañana, después de que Sylvia robara una prenda de gimnasia del colegio para una de las Baniszewski que no tenía uniforme, Gertrude furiosa la pateó en la zona de los genitales a Sylvia mientras gritaba que era una puta y Jenny aullaba horrorizada: “¡No ha hecho nada!”. Luego para castigar el robo y “curar sus dedos ponzoñosos” le quemó las diez yemas con un encendedor. No terminó ahí: tomó el cinturón y lo descargó sobre ella.

A partir de ese día las quemaduras fueron cotidianas y todos los Baniszewski solían apagar cigarrillos sobre su cuerpo.

Unos días más tarde, cuando Sylvia volvió de trabajar Gertrude la esperaba con acusaciones de prostitución. La llevó al living y la obligó a desnudarse delante de todos bajo la amenaza que si no golpearía a Jenny. No solo estaban sus hijos sino otros chicos del vecindario. Fue a buscar una botella de Coca Cola grande, similar a las que Sylvia decía vender vacías en la tienda. Se la dio y la obligó a introducirla en su vagina para masturbarse frente de todos. Los chicos presentes en vez de asustarse gritaron divertidos. Sylvia entre el espanto y el dolor se había vuelto un objeto. Después de ese día a Sylvia le quedó incontinencia urinaria. Esto empeoró aún más las cosas. Gertrude decidió que no era apta para dormir con “humanos” y la mandó con un colchón al sótano de la casa donde la encerró. Como allí no había baño a Sylvia no le quedaba más remedio que hacer pis y defecar en el piso.

Esto condujo a Gertrude a la locura de implementar regímenes de baño con agua hirviendo para esa “chica sucia”. Podían bañarla una o varias veces al día. Y luego Paula Baniszewski frotaba sol sobre su cuerpo desnudo y magullado.

Gertrude convirtió en su ayudante a Ricky Hobbs (14), aquel chico que le había declarado su amor a Sylvia. Ricky era de una familia de clase media, un alumno con honores, que jamás había tenido problemas de conducta. El joven practicaba judo y Gertrude lo instigó a practicar sus golpes sobre el cuerpo de Sylvia. Un día la ahorcó con tanta fuerza que Sylvia se desmayó y todos creyeron que había muerto.

Cobrar por lastimar

Sylvia andaba desnuda y sin comer por la casa o era recluida en el sótano. Un día Stephanie Baniszewski y su novio Coy Hubbard (un adolescente de 15 años que pesaba 85 kilos y medía casi dos metros de altura) la empujaron a instancia de la dueña de casa por las escaleras del sótano. Sylvia golpeó con su cabeza contra el suelo de cemento y quedó inconsciente.

Gertrude durante el juicio en
Gertrude durante el juicio en la que fue condenada a cadena perpetua

Nada satisfacía la sed de sangre de Gertrude. Sylvia aguantaba su calvario. Ya tenía más de cien quemaduras con cigarrillo y tenía la vagina hinchada y no podía dejar de hacerse pis encima.

John Baniszewski, de solo 11 años, era otro de los aliados en los maltratos. Gertrude le hacía llevar los excrementos del pañal de su bebé para que se los diera de comer a la hambreada Sylvia. Les divertía mucho. También juntaba la orina de Sylvia en un recipiente para que la bebiera. O le bajaba al sótano un bowl con sopa, John Jr mojaba en él sus dedos y se los pasaba por la cara a Sylvia, atada a una viga, que se desesperaba por lamerlos. Otras veces, le decían que podía tomar la sopa pero solo con sus dedos. Desesperante.

Fue a Gertrude que se le ocurrió otra maldad: hacer rendir económicamente los abusos. Y empezó a cobrar 5 centavos a cada niño y adolescente del barrio que quisiera quedarse a solas con ella para hacer lo que quisiera. Algunos pagaban y aprovechaban para morderla, besarla, tocarla o mirar. Al show del horror traían a sus amigos y a sus novias y por unos pocos centavos se divertían. Nadie cuestionaba la barbarie. Nadie hablaba de lo que allí sucedía.

Gertrude enojada por el contínuo pis que se le escapaba a Sylvia, la privó de beber y de comer. Solo lo mínimo. Algunos tragos y un par de galletas saladas. John era de los que más disfrutaba de los gemidos de Sylvia cuando su madre le aplicaba las colillas y le gustaba pisarle la cara cuando estaba en el suelo.

La diabólica Gertrude

Gertrude Baniszewski tenía 36 años, se había divorciado tres veces y vivía en los suburbios de Indianápolis con sus siete hijos cuando quedó al cuidado de las hermanas Likens. Asmática, demacrada y de poquísimo peso, medía 1,68 m y pesaba 45 kilos, aparentaba ser una mujer débil e inofensiva. Nada de eso. Resultaría dura y perversa.

Nacida como Gertrude Nadine Van Fossan el 19 de septiembre de 1928 fue la tercera de seis hermanos. Cuando tenía 11 años le tocó ver morir, de un ataque cardíaco, a su padre. Eso la marcó a fuego. Dejó el secundario para casarse con John Stephan Baniszewski, quien tenía 18 años y aspiraba a ser policía. Tuvieron cuatro hijos y estuvieron casados diez años. Ella volvió a casarse con Edward Guthrie, pero solo estuvieron juntos tres meses. Acto seguido reincidió en el matrimonio con su primer marido y tuvieron dos hijos más. En 1963 se divorciaron definitivamente y Gertrude comenzó una relación con un joven de 22 años llamado Dennis Lee Wright quien abusaba de ella. Con él tuvo un hijo más.

Ya eran siete los hijos de Gertrude quien vivía de lo que le pasaba su primer/tercer marido y de algunos trabajos ocasionales de limpieza y costura para vecinos. Por esa esquina donde vivían pagaba 55 dólares mensuales.

El colchón en el sótano
El colchón en el sótano en la casa del horror de Indianápolis

Todos callan, nadie habla

El silencio de todos fue el cómplice perfecto para la tragedia. Hubo varias oportunidades en que el horror pudo haber sido detenido, pero lamentablemente eso no ocurrió.

El 28 de julio el reverendo Roy Julian visitó la casa y se fue preocupado porque vio que Gertrude estaba demacrada y tenía una enorme prole para manejar. Hizo una llamada a Salud Pública y una enfermera llamada Saunders fue enviada a la casa. Gertrude le dijo, entre otras cosas, que Sylvia Likens era una prostituta que estaba corrompiendo a sus hijos. Saunders tomó por cierto los dichos y no creyó necesario involucrarse. No hizo nada.

Los vecinos de Gertrude, Phyllis y Raymond Vermillion, vieron un par de veces a Sylvia con un ojo morado y con la boca hinchada. Cuando preguntaron, Paula Baniszewski les demostró cómo se lo había hecho: azotó frente a ellos a Sylvia con un cinturón y luego le tiró un vaso de agua en la cara. A pesar de lo que habían visto, los vecinos no reportaron ninguno de los dos incidentes.

Otra chance perdida de rescate sucedió cuando el padre de uno de los compañeros de colegio de las chicas, Michael John Moore, llamó al establecimiento para avisar que había visto que Sylvia asistía al lugar con heridas abiertas en todo el cuerpo. La institución mandó otra enfermera a la casa de Gertrude, pero la dueña alegó que la chica había huído y le aseguró que la joven era una prostituta descontrolada con una falta de higiene total.

Hubo más ocasiones para cambiar el destino de Sylvia. Un día ella y Jenni se encontraron con su hermana mayor Dianna por la calle. Como iban con Marie Baniszewski (11) no se animaron a hablarle de los abusos, pero suplicaron por comida. Extrañada Dianna le compró un sandwich a Jenny, su hermana menor.

Marie, al volver a su casa, le contó a su madre lo ocurrido quien aprovechó para volver a castigar a Sylvia por “glotona”. La metió en la bañadera con agua hirviendo. Sylvia se desmayó varias veces y Gertrude la despertó golpeando su cabeza contra la pared del baño.

Otra oportunidad no aprovechada fue cuando la pequeña Judy Duke volvió a su casa después de una visita a la casona de los Baniszewski. Le dijo a su madre que había presenciado como todos “golpeaban y pateaban a Sylvia”. La desaprensiva respuesta materna fue: “Eso pasa cuando alguien debe ser castigado”.

Por los permanentes dichos de Gertrude y su campaña en contra de Sylvia, los vecinos escogieron no mirarla. Nadie cuestionaba a la severa madre de familia. Por algo sería.

En un acto desesperado Jenny y Sylvia le escribieron una carta a Dianna Likens (quien estaba casada y tenía su propia familia) contándole lo que pasaba y pidiéndole que llamara a la policía para que las rescataran. Increíblemente Dianna no les creyó y pensó que estaban inventando historias. Cuando intentó visitarlas, Gertrude le negó el acceso con la excusa de que Lester Likens así lo había ordenado. Finalmente, Dianna contactó a un asistente social para que las visitara, pero la dueña de casa aseguró que ya había echado a la joven de allí por su conducta e hizo que Jenny, amenazada, corroborara su versión. Gertrude le había dicho que, si abría su boca, sufriría lo mismo que Sylvia. Resultó. El asistente no sospechó que Sylvia estaba desnuda, desnutrida, atada a una viga del sótano.

El mundo de Sylvia y Jenny se vino abajo. Ya no había salida. Sylvia ya no se resistía a los castigos. No tenías fuerzas. Se rindió.

El calvario continúa

Unos días después Gertrude llevó a la rastra a Sylvia hasta la cocina y le ordenó sacarse toda la ropa delante de sus hijos y de Ricky Hobbs. La conversación viró hacia los tatuajes por lo que Gertrude tuvo una ocurrencia siniestra: le ordenó a John que la retuviera con fuerza por los brazos mientras ella tatuaría la panza de Sylvia con una aguja caliente. Comenzó a escribirle en el abdomen: “Soy una prostituta y estoy orgullosa de ello”. Fue Ricky Hobbs quien terminó con paciencia la tarea usando pequeños cortes en vez de las agujas. Una vez que terminaron, Gertrude explicó a sus hijos que eso lo habían hecho porque Sylvia acababa de volver de una fiesta sexual loca. Gertrude se retiró dejando a Sylvia atada, amordazada y desnuda. Ricky, Paula y Shirley de solo 10 años decidieron hacerle otro tatuaje. Le harían una S en el pecho. S de slave, esclava en inglés, no de Sylvia. Como ya contamos Ricky empezó y quemó la parte de abajo de la S y luego le ordenó a la aterrada Jenny Likens que fuera a grabar la parte de arriba, pero ella se negó. Le encargó entonces a la pequeña Shirley que lo hiciera. Lo hizo mal y terminó tatuando un 3.

Justo Gertrude volvió a entrar y aprovechó para preguntarle a la víctima indefensa:”Sylvia, ¿qué vas a hacer ahora? Ya no te podrás mostrar desnuda ante ningún hombre sin que te vea las marcas. Ya no te vas a poder casar. ¿Qué vas a hacer?”.

Le hizo sacar la mordaza para que pudiera responder: “Creo que no hay nada que pueda hacer. Ya está ahí”.

Jenny Likens, la hermana menor
Jenny Likens, la hermana menor de Sylvia

Coy Hubbard llevó el despojo humano en el que se había convertido Sylvia de vuelta al sótano. Jenny se escabulló para poder verla y consolarla. La joven esta vez le dijo a su hermana menor que sabía que pronto moriría, no daba más. Era el 22 de octubre.

Poco después Gertrude bajó y le dijo que la dejaría dormir arriba, hasta el día siguiente, en una de las camas. Tenía un plan. El 23 Gertrude la despertó al mediodía y con Stephanie la llevaron a darse un baño reparador y con jabón. Luego la vistieron, le dieron una lapicera y un papel y empezaron a dictarle una carta:

“Queridos señor y señora Likens. Fui con una pandilla de chicos por la noche. Ellos me dijeron que me pagarían si les daba algo así que me subí al auto y ellos obtuvieron lo que querían… y cuando ellos terminaron me golpearon y me dejaron lastimaduras en mi cara y todo mi cuerpo. Y, además, escribieron en mi estómago Soy una prostituta y estoy orgullosa de ello. Hice todo lo que pude hacer para enloquecer a Gerti (por Gertrude) y gasté más dinero del que ella recibe. Rompí un colchón nuevo y me hice pis en él. También le costé dinero con el doctor de Gertie, y ella no le puede pagar. Lo que le causó un ataque de nervios a ella y a los chicos”. Gertrude le pidió especialmente que no firmara. Seguramente tenía miedo de que pudiera hacer una firma distinta que denunciara que era una misiva forzada.

Una vez que Sylvia terminó de escribir, Gertrude le dijo a John y Jenny que la llevaran a Sylvia a la zona del basurero local y la dejaran allí para que muriera de inanición. Sylvia estaba desvalida, pero consciente. Escuchó todo y se asustó tanto que intentó huir por la puerta delantera de la casa. Pero como no tenía fuerzas y se movía con lentitud fue fácilmente capturada por Gertrude y arrastrada de regreso. Ella la sentó en la cocina y le hizo una tostada. Sylvia intentó comer, pero estaba tan mal que no podía tragar. Gertrude tomó el barral de la cortina de la cocina y la comenzó a golpear con furia en la boca.

John llevó a Sylvia por pedido de su madre al sótano, la tiró sobre el colchón y volvió a atarla. Gertrude bajó con unas galletas y se las dio. Sylvia con un hilo de voz le dijo desafiante y dolorida: “Dáselas al perro, está más hambriento que yo”. Gertrude le respondió con una trompada en el estómago.

Una muerte más que anunciada

El 24 de octubre por la mañana Gertrude bajó e intentó golpear a Sylvia con una silla. Pero erró el golpe y la rompió contra la pared. Tomó un palo y lo levantó con un giro tan pronunciado para golpearla en la cabeza que falló y el palo siguió camino hacia ella misma y le dio en su propia cara. Gertrude estaba furibunda. Justo entró Coy Hubbard que con el palo de escoba logró darle de lleno a Sylvia dejándola inconsciente.

Sylvia despertó y durante esa noche hasta la mañana del 25 golpeó el techo con un trozo de hierro de una pala. Los vecinos escucharon los ruidos y aunque estuvieron a punto de llamar a la policía terminaron ignorando el asunto.

Los medios de la época
Los medios de la época hablaron sobre el horror vivido por Sylvia Likens

La mañana del 26 de octubre de 1965 Gertrude dijo en voz alta que tenía las intenciones de darle un baño caliente a Sylvia. Stephanie y Ricky Hobbs la subieron y la metieron vestida en el agua caliente. Pero de pronto se dieron cuenta de que no respiraba. Stephanie le hizo RCP. Nada. Frustrada Gertrude empezó a golpear el cuerpo inerte de Sylvia Likens gritando “¡Falsa! ¡Falsa!”.

Gertrude les dijo a todos que llevaran de nuevo el cuerpo al sótano y lo desvistieran. Intentó una vez más despertarla tirándole agua con la manguera del jardín. Como no respondía, le pidió a Hobbs que fuera a un teléfono público y llamara a la policía.

Cuando los agentes llegaron a la casona de la esquina de la calle East New York encontraron un cuerpo sin vida, desbaratado sobre un colchón mugriento, lastimado hasta lo imposible.

Gertrude les entregó la carta de Sylvia dirigida a sus padres, la que había escrito unos días antes. Jenny recitó de memoria la coartada que había preparado Gertrude: su hermana había sido atacada por una pandilla. Pero la policía veía heridas que no se condecían con lo relatado. Cicatrices, ampollas, quemaduras, moretones antiguos de distintos colores y esa siniestra frase quemada sobre su estómago. Dudaban. En medio de la conmoción generalizada Jenny aprovechó un segundo y le susurró a uno de los policías al oído: “Sáquenme de aquí y les diré todo”.

Jenny terminó por animarse a confesar la verdad que había callado durante meses y les contó la verdad de los abusos a los que los Baniszewski las sometían. Ellos eran los autores de la muerte de su hermana Sylvia.

La autopsia determinó que la muerte se desencadenó por hemorragia cerebral, shock y desnutrición. Pero los detalles que reveló su cuerpo fueron escalofriantes incluso para los peritos: tenía más de cien quemaduras de cigarrillos de segundo y tercer grado, daño muscular y nervioso, su canal vaginal estaba totalmente colapsado por la inflamación aunque, increíblemente, su himen estaba intacto. Eso desacreditó de lleno las acusaciones de Gertrude sobre la prostitución de Sylvia.

Culpas repartidas

El caso llegó a los medios y dejó en shock a la sociedad. ¿Cómo había podido ocurrir algo tan sádico a la vista de todos? ¿Cómo una familia, decenas de amigos y vecinos habían tolerado lo que veían e incluso habían participado en las torturas? ¿Cómo en el colegio, en el trabajo, sus amigos, sus compañeros, los que visitaron ocasionalmente la casa no habían visto lo obvio?

Los padres de Sylvia escuchan
Los padres de Sylvia escuchan durante el juicio el horror vivido por su hija

En el juicio fueron muchos los niños del barrio que contaron la verdad y detallaron los castigos a los que Sylvia había sido sometida y como Gertrude los alentaba a hacerle cosas. Ninguno pudo justificar ante el fiscal por qué lo habían hecho o por qué no habían hablado. Marie Baniszewski (11) fue la única que se quebró al declarar. Luego de repetir todas las mentiras para las que había sido entrenada gritó: “¡¡¡Dios ayúdame!!!”.

Entonces fue que empezaron a brotar sus verdades. Su quiebre donde apuntó a su propia familia, fue clave para el veredicto de culpabilidad.

En mayo de 1966 un jurado encontró a Gertrude Baniszewski culpable de asesinato en primer grado y fue condenada a cadena perpetua. Sin embargo, al cumplir veinte años de prisión, el 4 de diciembre de 1985, obtuvo la libertad condicional y adoptó el nombre de Nadine y empezó a usar su apellido de soltera: Van Fossan. Cinco años después, el 16 de junio de 1990, murió de cáncer de pulmón. Ella siempre responsabilizó por sus actos al remedio que tomaba para su asma. Un absurdo.

Su hija Paula, 17 al momento de los hechos, fue declarada culpable de asesinato en segundo grado y tambíen sentenciada a perpetua. Increíblemente, porque ella y su madre negaban que estuviese embarazada, durante el juicio tuvo una bebé a la que llamó, Gertrude, en homenaje a su madre.

En 1971, tanto Gertrude como a Paula, tuvieron la oportunidad de un nuevo juicio. Gertrude volvió a ser condenada y Paula logró una sentencia menor. Quedó libre bajo palabra el 23 de febrero de 1973. Tras abandonar la cárcel, cambió su nombre a Paula Pace. Se casó, tuvo tres hijos varones más y se mudó a Iowa donde ejerció como profesora hasta los 64 años cuando alguien la reconoció. Los estudiantes se quejaron tanto que ella tuvo que abandonar la escuela. Ya todos sabían quién era realmente y de lo que había sido capaz. Cuando su madre salió en libertad la llevó a vivir con ella.

Stephanie, de 15 años, estuvo presa durante doce meses. Los varones menores de edad John Baniszewski, Coy Hubbard y Ricky Hobbs fueron encerrados en centros de detención juvenil. Los tres fueron liberados bajo palabra en 1968. Coy Hubbard nunca pudo dejar de ser un delincuente reincidente. Ricky Hobbs no superó lo ocurrido y fumaba compulsivamente. Murió con 21 años, debido a un cáncer de pulmón. El preferido de su madre, John Jr., de 13 años al momento de ser juzgado, resultó ser el más joven de la institución. Tras cumplir su condena se convirtió en un pastor laico, trabajó manejando un tractor y cambió su nombre a John Blake. Era diabético y murió debido a los castigos que se aplicaba a sí mismo por la culpa que lo embargaba por lo que había hecho. Creía firmemente que todos deberían haber tenido un castigo más duro.

Lo cierto es que bajo ese techo comandado por Gertrude, salvo el bebé de meses, todos habían sido cómplices del martirio de Sylvia.

Gertrude abraza a su hijo
Gertrude abraza a su hijo en una pausa en el juicio en su contra

La chica de al lado que nadie miró

Betty y Lester Likens, los padres de Sylvia, se divorciaron luego de la hecatombe familiar. Betty volvió a casarse y murió en 1998 con 71 años. Dianna Likens, la hermana melliza mayor, quedó profundamente shockeada al descubrir que todo lo que las chicas habían dicho era cierto. Benny, el mellizo de Jenny, fue diagnosticado con esquizofrenia y en 1999 su cuerpo descompuesto fue descubierto. Nadie reclamó el cadáver.

Por su parte, Jenny Likens asistió a todos los juicios contra los Baniszewski. Se quebró y tuvo que abandonar la sala en 1965 y también en 1971. Cuando Gertrude salió libre bajo palabra escribió: “Nadie en esta tierra sabe como yo lo que sufrimos con mi hermana. A Gertrude Baniszewski no se la debería dejar salir de prisión, debería estar encerrada por el resto de su vida porque ella puso a Sylvia dónde está para siempre”. Jenny encontró en el fiscal Leroy New y en sus hijas una familia sustituta. Terminó casándose con Leonard Wayde con quien tuvo dos hijos, pero nunca superó la tristeza por el crimen de Sylvia. Murió el 23 de junio de 2004, por un ataque cardíaco, con solamente 54 años.

La tortura seguida de asesinato de Sylvia Likens inspiró a Jack Ketchum a escribir su libro “La chica de la puerta de al lado”, que se publicó en 1989 y que a su vez sirvió de base para la película de terror con el mismo nombre. El filme An American Crime (tiene distintas traducciones en español como Crímenes imperdonables o El Encierro) se estrenó en el 2007 y se basó en el caso. Fue protagonizado por Elliot Page (quien antes de su transición de género era conocido como Ellen Page).

Uno de los libros en
Uno de los libros en los que se narró el caso de Sylvia Likens

También escribieron mezclando ficción y realidad la autora Kate Millet con Las meditaciones del sótano sobre el sacrificio humano y Mendal Johnson con su novela Vayamos a jugar a lo de los Adams.

Discovery Channel documentó la historia en la serie Mujeres mortales (Deadly women) con el nombre Born Bad. Pero lo más importante fue el monumento de granito que se realizó en el año 2001 frente a la comisaría de Indianápolis para recordar el calvario de Sylvia Likens y lo peligroso que puede ser el silencio de “los buenos”. Tampoco es que los buenos abundaran en esta historia.

Sylvia fue violada, torturada, golpeada, abusada, quemada, humillada durante casi cuatro meses por una familia y sus secuaces, los mismos vecinos adolescentes y niños del barrio que iban al colegio a estudiar y a la iglesia a rezar los domingos. Nadie pedía auxilio, nadie hablaba, todos callaban. Conformaban una sociedad anestesiada, un ejército de zombies sin moral.

Por suerte, con buen criterio, la casa del horror fue demolida en el año 2009.

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