El último vuelo del Concorde: el avión supersónico que usaban los ricos y famosos para cruzar el Atlántico

Fue un prodigio de la tecnología aeronáutica que, a partir de 1976, cubrió la ruta Londres-Nueva York en tres horas y media, a puro lujo. En 27 años de vuelos supersónicos de línea, tuvo pasajeros estrella, como Paul McCartney, que tocó temas de los Beatles en pleno viaje, y Michael Jackson, que compuso canciones a bordo. La nave tuvo destino de final de museo a partir del 24 de octubre de 2003 por razones económicas

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El Concorde podía transportar hasta
El Concorde podía transportar hasta 144 pasajeros. El pasaje ida y vuelta Londres-Nueva York costaba en promedio 10.000 dólares: un mercado vip pero reducido (Mario Tama/Getty Images)

El 24 de octubre de 2003, hace veinte años, se despidió la nave insignia de los vuelos comerciales supersónicos, el Concorde, un modelo que se había adelantado a su época y no contaba con sucesores. Tras 27 años de servicio, operado por Air France y British Airways, el último vuelo aterrizó en el Reino Unido un siglo después de que los hermanos Wright iniciaran la conquista del cielo al otro lado del Atlántico.

El 17 de octubre de 1903, en Kitty Hawk, Carolina del Norte, Orville Wright, se mantuvo doce segundos en el aire y cubrió 36 metros con el Wright Flyer: un ínfimo recorrido para el hombre, un despegue definitivo para la humanidad. Cien años más tarde, el Concorde, ícono del avance de la industria aérea del siglo XX, se convertía en prematura pieza de museo en medio de la crisis financiera del sector. Su mancha negra había sido un único accidente: el 25 de julio del 2000, el vuelo 4590 de Air France se estrelló poco después de haber partido del aeropuerto parisino Charles de Gaulle, rumbo al John F. Kennedy de Nueva York. Murieron los cien pasajeros, nueve miembros de la tripulación y cuatro personas que estaban en tierra. Pero la desaparición del Concorde no fue por inseguridad sino por múltiples razones, sobre todo comerciales, como el alto costo de mantenimiento y la rentabilidad insuficiente.

El 14 de octubre de 1947, tras la Segunda Guerra, como resultado de los avances tecnológicos de la industria bélica, el piloto Chuck Yeager se convirtió en el primer ser humano en romper la barrera del sonido en un avión propulsado por cohetes Bell X-1. El proyecto, en el que habían participado la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y el Comité Asesor Nacional de Aeronáutica (NACA), precursor de la NASA, no contemplaba aún los vuelos comerciales. Pronto se sucedieron los modelos de aviones militares supersónicos: básicamente, naves velocistas, livianas y pequeñas, capaces de realizar maniobras bruscas y volar a Mach 1 (barrera del sonido) durante lapsos más o menos breves. Recién con el Aérospatiale-BAC Concorde, cuyo primer vuelo fue en 1969, aunque entró en servicio el 21 de enero de 1976, los vuelos de aerolíneas fueron supersónicos. La nueva maravilla de la ingeniería aeronáutica había sido construida por la British Aircraft Corporation en colaboración con la Aérospatiale francesa. Cubría la ruta Londres-Nueva York en apenas tres horas y media, menos de la mitad del tiempo que los aviones comunes (el Concorde consumía cuatro veces más combustible). Su velocidad máxima, 2.179 kilómetros por hora, casi duplicaba la velocidad del sonido, 1.235, 5 kilómetros por hora. La altura máxima de vuelo era de 18.300 metros; solía volar lejos de las grandes urbes por la contaminación sonora. Se construyeron veinte naves en Francia y el Reino Unido: seis eran prototipos de prueba; siete fueron entregadas a Air France y el resto a British Airways.

La realeza británica también fue
La realeza británica también fue parte del pasaje ilustre del Concorde. Isabel Bowes-Lyon, la Reina Madre Isabel (cuya hija, Isabel II, viajó en el Concorde por primera vez en 1977) se subió al avión supersónico en 1985 para festejar su cumpleaños 85 (Marc Garanger/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Estrellas supersónicas

El Concorde podía transportar hasta 144 pasajeros. El pasaje ida y vuelta Londres-Nueva York costaba en promedio 10.000 dólares: un mercado vip pero reducido. En general, viajaban hombres y mujeres de negocios, estrellas del espectáculo y ricos y famosos. Un pasajero habitual era, por ejemplo, Paul McCartney, que solía viajar con una guitarra. Lawrence Azerrad, autor de “Supersonic: The Design and Lifestyle of Concorde”, escribió que el músico invitaba a sus compañeros de viaje a cantar temas de los Beatles en pleno vuelo, estilo “una que sepamos todos”. Según “The New York Post”, McCartney llegó a ver el lugar del accidente del vuelo 587 de American Airlines (en Queens, el 12 de noviembre de 2001, con 265 muertos) desde la ventanilla de un Concorde a punto de aterrizar en el JFK.

En lugar de interpretar sus canciones durante los vuelos supersónicos, Michael Jackson las creaba, o al menos se encontraba con la inspiración, como en el caso de “Billie Jean”. “Las canciones llegan en los momentos más extraños. Podés estar caminando por un parque o en cualquier lugar y se te aparecen. Escribí una canción completa en un Concorde, a 50.000 pies de altura, sin tener un grabador, así que tuve que recordarla. Llegué a casa y la grabé. Simplemente había venido hacia mí en pleno vuelo”, explicó el Rey del Pop. Phil Collins fue otro de los músicos-pasajeros del Concorde. Gracias a los vuelos más veloces que el sonido, en 1985, mientras hacía el concierto benéfico Live Aid, se presentó a ambos lados del Atlántico el mismo día: tocó en el estadio de Wembley de Londres y en el JFK de Filadelfia, tras haber cubierto el trayecto Nueva York-Filadelfia en helicóptero.

La realeza británica también fue parte del pasaje ilustre del Concorde. Isabel Bowes-Lyon, la Reina Madre Isabel (cuya hija, Isabel II, viajó en el Concorde por primera vez en 1977) se subió al avión supersónico en 1985 para festejar su cumpleaños 85. Tuvo coronita: le permitieron viajar en un asiento especial en la cabina. La duquesa de York, Sarah Ferguson, era habitué de los vuelos supersónicos e incluso los incorporó a su rutina, que, claro, no era de las más corrientes. “Lo bueno del Concorde es que puedo llevar a mis hijos a la escuela en Londres a las 8.30 de la mañana, dejarlos, tomar el vuelo 001 de British Airways hacia Nueva York a las 10.30, y llegar allá a las 9.30, a tiempo para mis reuniones y discursos de Weight Watchers”. La diferencia horaria le jugaba a favor. Y también su solvencia económica, desde luego.

Tras 27 años de servicio,
Tras 27 años de servicio, operado por Air France y British Airways, el último vuelo aterrizó en el Reino Unido un siglo después de que los hermanos Wright iniciaran la conquista del cielo al otro lado del Atlántico (Hugh Thomas/BWP Media/Getty Images)

Una experiencia única

El 21 de enero de 1976, un adolescente llamado John Tye estuvo entre la multitud de curiosos que vio el primer despegue de un Concorde, en el aeropuerto Heathrow de Londres. Maravillado, decidió ser piloto de avión. Más de veinte años después, a finales de los 90, tras un entrenamiento extremo, llegó a la butaca de comando de un Concorde: el sueño de su vida. “Sentir esos cuatro motores Rolls-Royce Olympus arrancando y la vibración del avión por primera vez fue absolutamente alucinante. El sol se estaba poniendo, se podía ver una gran bola de fuego al final de la pista. Después de ajustar todos los detalles y de la cuenta regresiva, empujé los cuatro aceleradores a fondo con la mano izquierda. Nunca podré describir lo que sentí ante la aceleración, al salir disparado por la pista. Fue la experiencia más increíble de mi carrera en la aviación”.

Cada vez que realizaba un despegue o aterrizaje con el Concorde, Tye veía a nutridos grupos de observadores embelesados con el espectáculo, como él en 1976. “Una vez, un piloto de American Airlines, al comando de un vuelo que tenía que despegar antes que el mío, me preguntó si podíamos intercambiar los lugares de la fila para ver despegar al Concorde. Operar un avión supersónico de línea desde Heathrow era extraordinario. Podías sentir los ojos de los pasajeros de los aviones subsónicos que te miraban y los ojos de tus colegas pilotos que también te miraban. Y ahí estaba yo, haciendo carretear al Concorde hacia la pista 27 R del aeropuerto de Londres”.

Antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la política de cabina era muy abierta, con mucha interacción entre tripulación y pasajeros. “La primera gran estrella que conocí fue Elton John. Estaba sentado en primera fila -recordó Tye-. Yo había estado en el estadio de Wembley para verlo, junto con otras 100.000 personas, tan solo unas semanas antes. Tuvimos un diálogo breve del que recuerdo poco, porque estaba realmente muy impresionado”. Con el tiempo, en aquellos vuelos en los que se servía caviar con cubiertos de nácar, el piloto se fue acostumbrando a interactuar con algunos de sus ídolos, entre los que recuerda especialmente a Mick Jagger y Paul McCartney.

En los vuelos se servía
En los vuelos se servía caviar con cubiertos de nácar y el piloto interactuaba con famosos (Stefan Zaklin/Getty Images)

Todo es historia

Otro piloto del Concorde, Jock Lowe, que cumplió 25 años el día del primer vuelo de esa nave -y vio ese momento histórico por TV-, transportó a Muhammad Alí, Richard Nixon, Elizabeth Taylor, Sean Connery. y muchas otras celebridades. “Viajaba mucha gente a la que nunca, nunca, nunca habría soñado conocer: estrellas del pop, estrellas de cine, hombres de negocios, miembros de la realeza”, dice. Además de los vuelos regulares, el Concorde sumaba vuelos chárter para los very very VIP. La principal diferencia, dice Lowe, era que “en los charters había un poco más de tensión y presión por asegurarse que el avión saliera y llegara puntual. En una ocasión volábamos con la reina Isabel II y el príncipe Felipe desde Canadá hacia el Reino Unido y tuvimos que reducir la velocidad porque la temperatura en la atmósfera superior había llegado al límite. La reina se dio cuenta y me preguntó qué pasaba. Le contesté. La interacción fue bastante divertida: pude explicarle que, si bien habíamos disminuído la velocidad, no íbamos tan despacio e íbamos a llegar en el horario previsto. Y así fue”.

Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética fabricó su avión supersónico, el Tupolev Tu-144. Pero sólo realizó 55 vuelos con pasajeros antes de que el programa fuera cancelado por el alto índice de fallas, una de las cuales provocó un accidente importante en el Salón Aeronáutico de París en 1973. El Concorde, en cambio, dominó los cielos durante casi tres décadas, tuvo alrededor de 2,5 millones de pasajeros y realizó 5 mil vuelos durante su breve vida útil, hasta que las impiadosas leyes de mercado lo jubilaron antes de tiempo.

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