El acuerdo de Río Wye: la paz que sellaron Netanyahu y Arafat hace 25 años y nació muerta antes de ser firmada

Los compromisos de cada una de las partes. Los esfuerzos de Bill Clinton para que no se caiga el pacto. Y La condena inmediata de Hamas y la ultraderecha israelí

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El acuerdo, que tampoco era
El acuerdo, que tampoco era tal, sino que era un memorándum, ese eufemismo que lo encierra todo y no abarca nada, fue posible gracias al esfuerzo del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton (The White House/Getty Images)

Nació con mal destino. Y lo cumplió con callado fatalismo. Fue un acuerdo que casi no se puso en marcha, una muestra de buena voluntad que se quedó en eso. Un intento más, de los muchos coronados por el fracaso, de acercar a israelíes y palestinos a alguna forma de convivencia pacífica. Lo firmaron hace veinticinco años, el 23 de octubre de 1998, el entonces líder de la Autoridad Nacional Palestina Yasser Arafat, que parecía empeñado, o dispuesto, o maduro para alcanzar un entendimiento, una avenencia, acaso no un pacto, pero una cierta armonía con Israel. Su partido Fatah, que intentaba consolidar un frente palestino sólido e independiente, tenía un gran enemigo interno: Hamas, que acusaba a Arafat de no ser lo suficientemente duro con Israel. Sin embargo, había sido un acuerdo entre la OLP e Israel, firmado en Oslo en 1995, el que había sentado las bases para la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a la que le había sido transferida la administración de la Franja de Gaza y parte del territorio de Cisjordania, excepto Jerusalén.

Frente a Arafat, estampó su firma el entonces primer ministro israelí Benjamín Netanyahu que hoy, de nuevo en el gobierno, declaró la guerra al grupo terrorista palestino Hamas, responsable del arrasador ataque contra Israel en Gaza, el pasado 7 de octubre, que dejó un saldo de más de mil trescientos israelíes asesinados, muchos de ellos niños, y un número todavía no determinado de rehenes.

Con los ojos de hoy, la vieja foto de ambos, en diálogo con sus consejeros, frente a frente como si de un par de amigos se tratara, es anacrónica, casi incongruente: promete lo que nunca cumplió, pero entonces avivó, apenas pero avivó, la débil llama de la paz entre palestinos e israelíes.

La reunión de la firma
La reunión de la firma del acuerdo que nunca llegó a concretarse (Cynthia Johnson/Getty Images)

El acuerdo, que tampoco era tal, sino que era un memorándum, ese eufemismo que lo encierra todo y no abarca nada, fue posible gracias al esfuerzo del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. Israelíes y palestinos, al menos los palestinos de Arafat, habían aceptado reunirse en el Aspen Institute Wye River Conference Centers, con amplios ventanales al río Wye en Maryland. El río dio nombre al acuerdo. Clinton inauguró las conversaciones el 15 de octubre y viajó a Maryland seis veces en los siguientes ocho días, para presionar a Arafat y a Netanyahu a que llegaran a un compromiso mutuo que afianzara la paz. No fue fácil, Tanto, que Clinton pidió la mediación del rey Husein de Jordania, que en el pasado había ayudado a aliviar tensiones entre israelíes y palestinos y que en esos días estaba en Estados Unidos bajo supervisión médica por su cáncer linfático: moriría cuatro meses después de su gestión.

La idea de la diplomacia estadounidense era respaldar los acuerdos de Oslo, firmados en 1993 y todavía estancados en su implementación. Arafat y Netanyahu negociaron, bajo los ojos de Estados Unidos, territorios por paz. Según el memorándum los palestinos intentarían controlar el terrorismo en Gaza y Cisjordania y los israelíes iban a ceder un trece por ciento más de tierras en el lado oeste del río Jordán. Eso significa Cisjordania, que viene del latín “cis”, “de este lado”, del Jordán.

También consiguieron de Arafat la promesa de suprimir de la Carta Palestina los artículos que instan a la destrucción total de Israel. Y Netanyahu lo expuso en su discurso en el que destacó que los palestinos “se unirán a nosotros para combatir el terrorismo y encarcelar a los asesinos”. Arafat aseguró que no regresarían la confrontación y la violencia que enturbian las relaciones entre israelíes y palestinos. Ambos recordaron la figura de Yitzhak Rabin, que había sido asesinado por un israelí de extrema derecha en Tel Aviv en 1995 y la del ex premier israelí Shimon Peres, uno de los testigos de la ceremonia.

Arafat y Netanyahu estrecharon con fervor sus manos, ovacionados, con Clinton y Huséin a la cabeza, por funcionarios, diplomáticos y negociadores. Los dos dijeron lo que se esperaba de ellos. Netanyahu dijo “Israel y nuestra región entera están más seguras”. Y Arafat dijo: “Esta es la paz de la gente valiente”.

La caminata tras la firma
La caminata tras la firma del Acuerdo del Río Wye (Ron Sachs/CNP/Getty Images)

La cesión de territorio a los palestinos por parte de Israel, definida en el acuerdo de Wye River como de “Redespliegues Adicionales (RDA)”, remitía a tres fases de uno de los acuerdos firmados años antes en Oslo y contemplaban tres etapas a cumplir en noviembre y diciembre de 1998 y en enero de 1999. Las medidas de seguridad destinadas a ser implementadas por los palestinos, contemplaban la prohibición y lucha contra las organizaciones terroristas, tolerancia cero con la violencia, cooperación palestino-israelí con supervisión de un comité estadounidense palestino encargado de revisar cada quince días las medidas destinadas a eliminar las células terroristas, la prohibición de armas ilegales, la prevención de toda incitación a la violencia y una estrecha colaboración ente la policía palestina y la israelí: los palestinos debían dar a los israelíes una lista de todos sus miembros, según lo que se había fijado en Oslo.

Los analistas supieron entonces, y lo dijeron, que el acuerdo, pacto o memorándum de Wye River estaba destinado al fracaso. Pero los primeros en condenarlo fueron Hamas y la ultraderecha israelí. Ahmed Yassin, por entonces líder y fundador del Movimiento de Resistencia Islámico, eso significa Hamas, aseguró que nada detendría los ataques del brazo armado de su organización, responsable de numerosos ataques suicidas contra civiles israelíes: “Quien crea que puede destruir nuestras actividades está delirando”, dijo Yassin. El entonces titular del Consejo de Asentamientos de Judea y Samaria, Aaron Domb acusó a Netanyahu de “haberse rendido ante Arafat” y previó que los colonos que debían dejar sus tierras afectadas por los “redespliegues adicionales”, no podrían ser contenidos. El partido político de Netanyahu, Likud, demoró la aprobación del acuerdo en el parlamento israelí. Recién lo hizo el 17 de noviembre, (debió haber entrado en vigencia el 2) por setenta y cinco votos a favor y diecinueve en contra.

Los analistas supieron entonces, y
Los analistas supieron entonces, y lo dijeron, que el acuerdo, pacto o memorándum de Wye River estaba destinado al fracaso (RTW/MR/HB/SB/File Photo)

Es probable que Arafat y Netanyahu hayan firmado a conciencia algo que sabían no podían cumplir. Israel había exigido a la OLP unas medidas de seguridad tan exigentes que eran imposibles de respetar. Arafat, por otro lado, no podía dar a Israel garantías absolutas de control de los grupos terroristas, o de los atentados terroristas suicidas tal como había prometido. Cualquier acto palestino de violencia, y Hamas estaba empeñado en ella, llevaría a Israel a suspender sus prometidas cesiones de tierras. Un callejón sin salida.

Pese a todo, el 18 de diciembre de 1988, el gobierno de Clinton y la Unión Europea expresaron su “satisfacción” por la implementación de la primera fase del memorándum de Wye River. No había tal cosa. Israel sólo había llevado adelante parte del “Redespliegue Adicional”, un dos por ciento, en vez del trece por ciento que se había fijado para esa primera fase. Israelíes y palestinos se acusaron unos a otros de no cumplir con sus compromisos y el acuerdo de Wye River languideció y murió: nunca llegó a concretarse.

Cuando aquel frágil memorándum que no se iba a cumplir, hilvanado con finísimas y delicadas hebras capaz de desintegrarse a la menor brisa, estuvo a punto de firmarse, Israel se descolgó con una insólita exigencia: Netanyahu puso como condición para firmar que Estados Unidos pusiera en libertad al espía Jonathan Pollard. Dijo que Bill Clinton se había comprometido a otorgarle el perdón y la libertad. El FBI había detenido a Pollard en 1985, cerca de la embajada de Israel en Washington, acusado de entregar secretos militares americanos. Lo habían condenado dos años después a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.

el 18 de diciembre de
el 18 de diciembre de 1988, el gobierno de Clinton y la Unión Europea expresaron su “satisfacción” por la implementación de la primera fase del memorándum de Wye River (Barry Iverson/Getty Images)

Clinton volvió a viajar a Maryland para enfrentar los argumentos de Netanyahu. Le recordó que su compromiso había sido el de “revisar” el caso, no el de liberar al espía. Clinton actuó también presionado por el entonces director de la CIA, George Tenet, que amenazó con renunciar si Pollard era puesto en libertad. Netanyahu firmó, el espía quedó en la cárcel y el presidente que siguió a Clinton, George W. Bush también se negó a revisar el caso. Barack Obama hizo lo mismo hasta que en 2015 firmó la liberación de Pollard. Ya en 1998 Israel había admitido que Pollard era un agente israelí. Pollard viajó a Israel el 30 de diciembre de 2020. Al pie de la escalerilla lo esperaba Netanyahu que le dijo: “Bienvenido de vuelta. Es genial que finalmente hayas vuelto a casa. Ahora puedes empezar una nueva vida en libertad y con felicidad”.

Al Fatah y Hamas dirimieron sus profundas diferencias palestinas en un sangriento enfrentamiento armado que costó muchas vidas a lo largo de los últimos veinte años. Si los acuerdos de Oslo de 1993 y 1995 terminaron de alguna manera con el estado de guerra entre Israel y la OLP, varias facciones palestinas fueron contrarias a dejar a un lado las armas, pese a las garantías que daban los acuerdos de Oslo para la creación de un órgano de gobierno palestino autónomo. Arafat murió en 2004 y la dirección de la OLP quedó en manos de Mahmud Abbas. que enfrentó la resistencia del Frente Democrático por la Liberación de Palestina y del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamas, y de la Yihad Islámica. Donde la OLP vio siempre un conflicto “anticolonialista y antimperialista”, Hamas y la Yihad Islámica entablaron un conflicto de fe y una guerra santa contra “el enemigo judío”, que desató desde Gaza con ataques suicidas contra la población israelí.

En 2006 Hamas se presentó a las elecciones parlamentarias de la Autoridad Nacional Palestina (ANP); las ganó y quebró la hegemonía de Fatah. Siguieron entonces años de enfrentamiento entre Fatah y Hamas que no detuvieron ni supuestos acuerdos de alto el fuego, ni gestiones de paz encaradas por Arabia Saudita. En mayo de 2011, en Egipto, Abbas y el líder de Hamas, Khaled Meshaal firmaron el “Acuerdo de El Cairo” que suponía una reconciliación entre las dos facciones palestinas y que fue seguido por sucesivas rupturas y reconciliaciones. En 2017 Fatah y Hamas luchaban por el control de la Franja de Gaza, escenario del brutal ataque palestino del pasado 7 de octubre y por quién va a liderar en el futuro la OLP y la vida de los palestinos en la región.

Hamas controla hoy la frontera internacional de Gaza con Egipto y con Israel, que respondió a los atentados terroristas palestinos con el corte de agua, combustible y medicinas a la franja de Gaza. Junto con Hamas, disparan sus misiles a Israel los terroristas de la Yihad Islámica, con fuertes vínculos con Irán, que también respalda a Hamás.

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