Joan Vila Carbonell (47) acaba de almorzar dos platos de comida, postre y café. Con la bebida ha ingerido además, sin saberlo, un Valium. Le dice a su mujer que suban a dormir la siesta. También quiere tener sexo con ella. Van a la suite del primer piso y dejan a cinco de sus seis hijos (María de las Nieves, la mayor, ya tiene 18 años, no está en casa en este momento) en la sala de estar con la empleada, viendo a la bucólica familia Ingalls en La Casa de la Pradera.
La hora de la siesta, suelen decir en los pueblos, es la hora dónde suceden “cosas”. Sí, cosas non sanctas. Y esta historia no será la excepción a ninguna regla popular.
Al rato, mamá baja la escalera, su marido ya quedó satisfecho y profundamente dormido. Entra a la sala y le hace una seña con la cabeza a su empleada doméstica, Inés Carazo. Le indica que se vaya a pasear con sus hijas menores María Dolores (11) y Ana María (9). Inés no pregunta pero intuye, por lo que viene escuchando desde hace tiempo, lo que se viene. Es la hora señalada.
Mamá le dice por lo bajo a sus otros tres hijos presentes, los gemelos Juan y Luis (16) y Marisol (14): “Ahora que papá está dormido, es el momento”.
Mamá habla suave, jamás grita, es pura dulzura. Mamá tiene todo preparado y ya ha buscado el arma de su marido, una Star 9 mm, y se la entrega a Juan mientras lo mira fijamente a los ojos. Pero el adolescente vacila. Luis, el otro gemelo, tampoco se decide a ayudar. Es Marisol, quien ya ha practicado disparando contra unos fardos de paja, la que dice: “Si no os atrevéis vosotros, ¡lo haré yo!”.
Marisol toma la pistola de manos de su hermano y sube resuelta, intentando no hacer ruido, a la habitación de sus padres. Joan está en posición fetal y respira pesadamente. Está en cueros, tiene puesto solamente un calzoncillo. Marisol arrodilla sus catorce años y sostiene el arma con las dos manos. Apunta con el caño buscando su nuca, sabe que es precisamente ahí donde debe entrar la bala para no fallar. No es un fardo de paja, es el manojo de carne y huesos que le ha dado la vida. Pero ella quiere dar en el blanco y que esa mole que inhala y exhala, deje de existir.
Sin titubear le descerraja un tiro.
Los demás testigos familiares respiran aliviados. Listo. Ya está. Son libres de Joan.
Mamá sonríe. Mamá se llama Nieves “Neus” Soldevila Bartrina y tiene 37 años.
La víctima no muere enseguida, su agonía durará unas cuantas horas. Pero su familia no piensa en él. Está ocupada en otros menesteres. Neus hace subir a sus hijos al auto y parten con rumbo a su domicilio habitual en Montmeló. Mientras van por la autopista, a la altura del kilómetro 184 de la autopista que va de Zaragoza a Barcelona, hacen una parada rápida para enterrar la pistola Star y unos casquillos de bala. Pero luego cambian de idea y deciden volver para informar a las autoridades su versión sobre lo sucedido.
El dinero no compra cariño
Ese cálido mediodía del 28 de junio de 1981 terminó con un tiro dramático y alteró para siempre la postal familiar. Pero la tragedia regenteada por la aparentemente dócil esposa del patriarca venía gestándose desde hacía mucho tiempo.
La familia Vila Soldevila vivía en Montmeló, una ciudad industrial de la provincia de Barcelona, pero pasaba habitualmente sus vacaciones en otra propiedad, de 110 hectáreas, que se habían comprado en Esplús, en la provincia española de Huesca.
Joan Vila era un tipo rústico, que venía de la nada misma. Había logrado sin ningún estudio (no había siquiera terminado el secundario) convertirse en un próspero empresario de la construcción y amasar una fortuna que hoy equivaldría a más de dos millones de euros. De pésimo carácter Joan ejercía la tiranía como modo de existencia sobre sobre su mujer y sus seis hijos. Debían bañarse con agua fría para templar su carácter y trabajar duramente más que estudiar. Tal como lo había hecho él.
Flaco y nervioso Joan hizo que sus hijos varones trabajaran, como peones de albañil, desde los 8 años en la empresa. Alguna vez cumpliendo jornadas de hasta catorce horas. A Neus la tenía controlada con el dinero: solo le daba lo mínimo y necesario.
Mamá Neus encontró, con el paso del tiempo, que alinear a su prole contra él podría ser productivo. Sumisa, de modales amables, Neus también, como veremos luego, escondía oscuridades.
Lo cierto es que cualquier contratiempo podía desatar la furia de Joan y llevarlo a maldecir o gritar improperios. Sus vecinos lo veían como un sujeto grosero e imprevisible. También era conocido por sus simpatías políticas ultraderechistas, por su pasión por la caza y por su afición a las armas. En su finca, de hecho, tenía varias. Entre ellas, la que usaría para volarle la cabeza su propia hija.
Terroristas que tocan el timbre
La versión que Neus brindó, durante su testimonio de tres horas a la Guardia Civil de Huesca, fue insólita: dos terroristas encapuchados de la GRAPO (un grupo insurgente de extrema izquierda) habían tocado el timbre ese domingo a la hora de la siesta en su casa de campo y los habían tomado de rehenes. Ellos habían llevado a su marido al dormitorio principal, ubicado en el primer piso de la propiedad, donde lo habían baleado para luego darse a la fuga.
En un primer momento las autoridades creyeron que podía tratarse de un atentado político por las ideas de extrema derecha del industrial, quien era un conocido militante de Fuerza Nueva. Podría ser un grupo armado como ETA, GRAPO o Terra Lliure. Tampoco descartaban algún tipo de venganza personal o algún letal problema financiero. La fortuna del constructor era importante y todo debía contemplarse.
Pero lo cierto es que la versión de Neus tenía lagunas y groseras incongruencias. ¿Cómo es que los terroristas habían tocado el timbre? Parecía absurdo. Una vez investigado el entorno de Joan Vila, la policía fue descartando uno a uno los posibles móviles.
En esos meses Neus cobró un seguro, se compró un descapotable, se mudó con su familia a un departamento enorme que decoró con ocho palmeras y una yuca, le regaló a su hija mayor un Ford Fiesta y a los gemelos dos motos, una Derbi C-4 y una Vespa.
La policía empezó a desconfiar de la dulce Neus y de su mirada bizca, de sus suaves modos y de su afición a gastar dinero, de su manera de tirar de los hilos familiares y de manipular. El complot contra el padre “explotador y violento” no tardaría en aflorar.
Las pruebas periciales de las balas llevaron a los inspectores a la conclusión de que el agresor o los agresores podrían pertenecer a la familia del fallecido. La policía descubrió varios puntos débiles en sus declaraciones y tras investigar las cuentas bancarias logró reconstruir deudas y gastos.
Cuatro meses después del homicidio, volvieron a llamar para declarar a Inés Carazo. Pero antes hablaron con su hijo, un estudiante de medicina, a quien le explicaron lo delicado de su situación y que su madre debía declarar lo que sabía si no quería ser considerada cómplice en el crimen. La empleada, asustada, terminó abriendo la boca. El 9 de octubre terminó por contar todo lo que había escuchado intramuros: que la madre vivía llenándole la cabeza a sus hijos para que ellos tomaran un arma y acabaran con la vida de su marido y que nadie se había animado a hacerlo hasta que Marisol decidió ser ella misma la ejecutora. Inés relató que Marisol optó por hacerse cargo y gritó: “¡Por cojones! Lo tengo que hacer yo”. Siguió contando que en esa casa “parecía que todos estaban embrujados”. Apuntó a Neus como la instigadora, la que había orquestado el asesinato.
La dulce Neus fue detenida sin saber de la confesión de Inés. Se mostró fría y calculadora y negó todo. Pero luego de que hablara Inés, los hijos de Neus también habían confesado los hechos que implicaban a su madre y a ellos mismos. Dijeron que su padre se negaba al divorcio y que los amenazaba con matar a todos si lo abandonaban. Los gemelos llevaron a la policía al sitio donde habían enterrado el arma y Marisol, sin derramar media lágrima, contó con detalle lo ocurrido ese mediodía de vacaciones.
Neus, la dulce mamá, había quedado atrapada en su propia red.
Irían a juicio.
La dos caras de Neus
Neus (así se dice Nieves en catalán) había quedado huérfana de pequeña y había sido criada por sus tíos quienes le brindaron una muy buena educación. En 1962 conoció a Joan Vila, un campesino sin estudios que tenía novia. Neus se obsesionó y logró conquistarlo, aunque hay quienes dicen que todo fue por una apuesta.
Lo cierto es que se casaron en septiembre de ese mismo año y en 1963 tuvieron a su primera hija. Neus ya hacía su papel de esposa obediente a la vista de todos. Pero en realidad era una mujer sumamente manipuladora y temperamental, que a lo largo de los años, llegó a tener varios amantes. Al menos tres confesaron haberlo sido.
Como su marido no le daba suficiente dinero para sus gastos en buena ropa y bijouterie, comenzó por vender cosméticos a domicilio, pero terminó encontrando una veta financiera mejor: los préstamos. Armó una red con sus conocidos que resultó una especie de estafa piramidal. Al momento del asesinato sus deudas sumaban más de 110.000 euros. Y se cree que ella estaba aterrada con que Joan se enterara de sus andanzas financieras. Además, por esa misma época, logró que su marido sacara una póliza de vida a favor de sus hijos por 150 mil euros. Para los investigadores el móvil económico era el más importante de todos. Deslizaron que “tal vez, la idea de que su padre era un tirano había sido inculcada por ella en el ánimo de sus hijos” para conseguir que lo asesinaran.
Lo cierto es que, en medio de su atolladero económico, en 1981, Neus reunió a sus hijos en el bar El Cisne, de Montmeló, donde les dijo que el verdadero problema familiar “era papá”. Tenía buenos motivos para esgrimir: ese mismo año Joan había obligado a su hija mayor María de las Nieves a dejar la facultad de Empresariales y a los varones, si se resistían a trabajar, los amenazaba con cinturonazos educadores. Si sacaban a papá de la escena, la vida sería muchísimo mejor.
La dulce Neus había pensado varias posibilidades para liquidar definitivamente a Joan. Una fue suministrarle cabezas de fósforos trituradas, mezcladas con su café. No pasó nada. Otra, fue cortarle los frenos del auto para que se diera un choque mortal. No supieron cómo hacerlo. Como no podía avanzar con sus ideas, le resultó más útil envenenar las mentes de sus hijos para materializar su deseo. Usarían un arma de él, eso sí que funcionaría. En los días anteriores al crimen, la familia estuvo pergeñando cuál sería el mejor momento para deshacerse del patriarca. Y tres de los chicos probaron disparando contra unos fardos en su casa de campo.
Castigo, fuga y extradición
Durante el juicio, Neus aseguró que le “tenía miedo a mi marido. Él nos amenazó con matarnos a todos si nos íbamos de casa. Jamás nos llamaba por nuestro nombre. Se dirigía a nosotros diciéndonos sucia, bruta o cabrones”. Marisol no corroboró ciento por ciento los dichos de su madre y aseguró que ella la había ayudado a apretar el gatillo ese mediodía siniestro.
Un año después el clan familiar fue condenado. El 2 de junio de 1982, Neus Soldevila fue sentenciada a 28 años de cárcel por ser coautora y la cabecilla del parricidio (con alevosía y premeditación). A su hija mayor María Nieves le dieron 12 años por su complicidad en el crimen y a los gemelos Juan y Luis, 10 años a cada uno. Marisol, la autora material del disparo, pasó a depender del Tribunal Tutelar de Menores. Pasó cuatro años en un internado y, luego, unos familiares se hicieron cargo de ella. A la empleada Inés solo le tocaron seis meses de arresto por haber omitido denunciarlos y una multa.
Pero nada terminaría allí. Neus se las traía. El 1 de octubre de 1986, cuatro años después de caer presa y un año después de que su historia acabara en la pantalla grande con la película Crimen de familia, protagonizada por Charo López, la convicta aprovechó una de sus salidas transitorias de la prisión para fugarse elegantemente vestida. Huyó en colectivo a Portugal con una de sus hijas, María Dolores. Una vez en el país vecino otorgó tres entrevistas por las que cobró buen dinero. Una fue para la revista Interviú donde audaz, posó en topless. Allí aseveró que en España no tenía “ninguna esperanza ni futuro” porque “no funciona la justicia y solo se genera paro y delincuencia” y “me he pasado cuatro años y medio en la cárcel y no quiero volver, me voy para comenzar una nueva vida”.
En el reportaje no se especificaba dónde estaba y su abogado sostuvo que Neus había huido a Brasil. Mentira. Neus se financió con el dinero cobrado y se hizo confeccionar un pasaporte falso con el que huyó a Colombia y, luego, siguió viaje hacia Ecuador donde tampoco se dedicó a nada lícito. Su nueva profesión fue el tráfico de piedras preciosas, más específicamente de esmeraldas, con la ayuda de su hija María Dolores.
En junio de 1988 la policía ecuatoriana detuvo en Quito a Montserrat Ferrer, la nueva identidad de Neus. La agarraron cuando intentaba vender unas esmeraldas falsas. Mientras estuvo detenida habló con los medios: “La realidad nunca ha podido salir a la luz, hay personas a las que no les convenía. ¿cómo va a disparar una niña?... Tuvimos que callarnos... Solo nos juzgaron y nos metieron en prisión”.
Extraditada desde Ecuador, llegó a España en mayo de 1989. En 1993, en una carta enviada al ABC, se quejó de “estar totalmente abatida y desamparada” por la “injusta situación” carcelaria.
Nuevo casamiento y la soledad
Neus Soldevila salió en libertad provisional en 1997 y en la prensa y en la revista Hola se anunció su casamiento con el empresario catalán Tomás Busquets. Intentó empezar una nueva vida, nuevos negocios y pretendió unir a la familia dispersada, pero no lo consiguió. Su nuevo marido falleció de cáncer en 2003. Escribió tres libros autobiográficos (el primero se llamó Bajo mi piel) sin demasiado éxito. En 2012 terminó de extinguirse su condena.
Su hija Marisol desde los 18 años se despegó de ella y empezó a defender la figura de su padre. Años después del crimen, en un programa de televisión, reveló que su madre le “aguantó la mano” mientras ella disparaba. Hoy la dulce Neus no tiene relación con ninguno de sus seis hijos. Todos terminaron, de una y otra manera, desmintiendo que su padre fuera el gran maltratador que habían pintado. La madre había tenido demasiado que ver en ese cuadro. La mayor se casó, vive en Canarias y no quiere saber nada de ella. De las otras tres hijas, dos se unieron a militares norteamericanos y la tercera se casó con un hacendado. Los dos varones también le dieron la espalda. La dulce mamá Neus les arruinó la vida a todos.
Hoy, con 79 años, la dulce Neus reside en su antigua ciudad: Montmeló. Ya nadie la visita. Prefieren mantenerse lejos de sus manipulaciones mientras ella sigue sosteniendo que es lícito matar al tirano y que “mi marido tuvo el final que se merecía”.