Fue una gran gira, histórica. Tres de los músicos más prestigiosos y exitosos del momento, la revelación del año, un ascendente artista de la también ascendente World Music, unos pocos números locales, 6 semanas, 20 recitales, 15 países, cientos de miles de personas, televisación para todo el mundo, un mensaje. Se cumplen 35 años del cierre en la cancha de River de la gira que Amnesty International organizó por todo el mundo para conmemorar los 40 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La cartelera reunió los nombres más importantes del momento. Peter Gabriel, Sting, Bruce Springsteen. A ellos se sumaban el senegalés Youssou N’Dour y la joven Tracy Chapman que había deslumbrado ese año con su primer disco que contenía clásicos inmediatos como Fast Car o Takin’ Bout a Revolution. También, en cada sitio, había artistas locales.
Argentina fue el único país que alojó dos shows de esa gira. Amnesty había pensado que después de pasar por San Pablo, la penúltima parada fuera en Santiago de Chile. Pinochet, todavía en el poder, no lo autorizó. Casi como un desafío organizaron el recital lo más cerca de Chile posible. El estadio mundialista de Mendoza se convirtió en la elección más obvia.
Cuando en abril se anunció la gira se dijo que los músicos que participarían serían Sting, Peter Gabriel, el blusero Robert Cray y Jackson Browne. Springsteen se sumó tiempo después y los otros dos cayeron del cartel. Los organizadores querían aprovechar el poder de la música para llevar el mensaje de los derechos humanos a todo el mundo. Fue casi imposible tocar en el bloque comunista. El único recital detrás de la Cortina de Hierro fue en Budapest: en la primera fila se sentaron los más encumbrados miembros del Politburó. El primer show fue el 2 de septiembre en Wembley. Después de Inglaterra, vinieron Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Italia, Costa Rica, Japón, India, Grecia, Zimbabwe, Costa de Marfil, Brasil, Argentina.
El 13 de octubre los músicos arribaron a la Argentina desde San Pablo. Esa misma tarde dieron una larga conferencia de prensa en Paladium. El lugar estaba repleto de periodistas, músicos y curiosos que querían ver a sus ídolos de cerca. Antes de empezar, el moderador aclaró que ninguno de los presentes (los cinco músicos internacionales, León Gieco, Charly García y los directores de Amnesty) contestaría preguntas sobre su carrera o cuestiones personales. La intención era profundizar el mensaje político, que llegara a los jóvenes el motivo por el cuál recorrían el mundo. De allí viajaron a Mendoza.
El show del 14 de octubre estuvo a punto de suspenderse. Se confirmó pocas semanas antes. Después de la negativa de Pinochet, los organizadores tomaron como un desafío mantener esa fecha. El gran problema que tenían era que la gira debía terminar el día pactado. Todos tenían compromisos asumidos para las semanas posteriores. No podían trasladar y armar en tan poco tiempo un escenario de esas dimensiones, los poderosos equipos de sonido y los sofisticados juegos de luces (vitales para la presentación de Peter Gabriel). La única opción viable fue contratar profesionales argentinos para que, en paralelo, montaran la técnica y armaran el escenario. El resultado fue perfecto.
Los invitados fueron las bandas chilenas Los Prisioneros (pioneros del rock trasandino) e Inti Illimani (que a su vez invitaron a León Gieco). También estuvieron los mendocinos de Markama. El otro que logró subirse al escenario fue Andrés Calamaro –ese año había editado el extraordinario pero subestimado Por Mirarte- casi contrabandeado por Gieco.
Para la presentación de Buenos Aires los elegidos fueron Charly García y León Gieco. Se había mencionado a Spinetta (dijo que estaba focalizado en Tester de Violencia), a Fito Páez (pero su experiencia como telonero de Sting no había sido buena) y a Mercedes Sosa. Las elecciones locales parecían irreprochables. Un artista comprometido como Gieco y Charly que venía con su seguidilla de discos solistas perfectos (después, claro, de Sui Generis, la Máquina y Serú Girán).
El 15 de octubre el estadio de River se abrió bien temprano. Las 85.000 personas llegaron temprano. Muy pronto se cubrieron las tribunas y el césped se pobló. Las imágenes muestran a la gente bien apretada: una densidad demográfica altísima por metro cuadrado.
Lo que nadie sabía era que en el backstage, en esos momentos, se estaba viviendo un infierno. Gritos, peleas, amenazas. Los organizadores informaron a los músicos locales que no tendrían el mismo sonido que los artistas internacionales. Es más, ni siquiera podrían tocar con su banda. Y había una cosa más: el set no sería de media hora (algo que los argentinos habían supuesto pero que nadie había dejado explicitado). Apenas iban a poder tocar tres canciones cada uno. La transmisión internacional era la prioridad. Y no querían atrasarse. A eso se sumaba un temor de Bruce Springsteen. Como él era el que cerraba, tenía miedo de que si terminaba a las 2 de la mañana tuviera que tocar ante un estadio semivacío, que la gente cansada y saciada por Sting y Gabriel emprendiera temprano el regreso a sus hogares. Daniel Grinbank, el encargado de la organización local, intentó convencerlo de que no existía la menor posibilidad de que eso sucediera con el público argentino.
Siguieron los tironeos. León Gieco intentó apaciguar. Cedió una de sus canciones a Charly. Cantaría sólo dos, acompañado por la guitarra y la armónica: Hombres de Hierro y Sólo le Pido a Dios. Charly tenía al menos cuatro temas pero pocos canales y casi ningún micrófono. Peleó y hasta acudió a Peter Gabriel que terminó intercediendo para que le proveyeran cinco canales. La batería tuvo un solo micrófono, Hilda Lizarazu se limitó a tocar la pandereta, bailar y aplaudir porque no tenía donde cantar, Charly sacrificó la guitarra y sus teclados (corrió, arengó, cantó, bailó) y Alfi Martins, hizo playback porque sus teclados ni siquiera estaban enchufados.
Demoliendo Hoteles, Nos Siguen Pegando Abajo, Los Dinosaurios y La Ruta del Tentempié fueron las canciones. Era la primera vez que se cantaba en un escenario de ese tamaño y en un estadio de fútbol. Las condiciones técnicas fueron muy malas. En la primera canción, Charly le gritó a los técnicos: “Suban el volumen!”. La crítica lo lapidó. La Revista Pelo fue piadosa aunque deslizó alguna crítica a su performance. Gloria Guerrero, muy influyente con sus Páginas en la Revista Humor, fue ácida y contundente: “No escapó al elevado criterio de nadie que Charly García hizo un gran papel: un papelón para ser más explícitos, que no deja de ser un gran papel. Los músicos foráneos se permitieron opinar sobre el asunto; para Sting, Charly pasó a ser “ese descerebrado”, Springsteen apostaba a que “no puede ser que ese tipo haya grabado alguna vez un disco en su vida” y Marsalis optó por preguntar la edad de Charly. Cuando se la dijeron, y viéndolo caminar por los pasillos, acotó que “estaba un poco grandulón para hacer algo que a los 20 ya era infantil”.
Al escuchar los fragmentos que se pueden encontrar de su presentación, más allá de alguna desprolijidad y de un excesivo nivel de intensidad, parecen exagerados los comentarios. No sólo su presentación no fue un desastre sino que, teniendo en cuenta, las condiciones técnicas es más que digna. Supo además manejar a la multitud. El público respondió enfervorizado.
Pero, claro, a lo que se refería el resto, tanto Gloria como los músicos internacionales, fue a su conducta en el backstage (y cómo veremos en la canción final). La noche anterior Charly había estado hasta muy tarde en el estudio. Junto a su banda y a Joe Blaney estaban grabando Cómo Conseguir Chicas. Pero no se fue a dormir. Continuó con una larga salida a Prix D’Ami, el mítico boliche de Belgrano. De allí, se supone, fue directo al estadio de River. El gran marco no lo empujó a morigerar su conducta, a pasar una noche sosegada. Después vino el enojo por la corta duración del set, los tironeos, las malas condiciones técnicas. Veía cómo los organizadores, desde una gloria viviente como Bill Graham hasta Daniel Grinbank, viejo socio y a la vez enemigo suyo, privilegiaban a las cabezas de cartel y lo hacían tocar en condiciones paupérrimas. Y estaban también sus excesos ya en etapa de descontrol y su megalomanía. Por los pasillos del Monumental se paseó a los gritos, bien cerca de Springsteen y de su banda: “¡Qué va a ser el Jefe este camionero! El único Boss (el apodo de Springsteen) soy yo”. En las entrevistas posteriores, Charly eligió como blanco de sus críticas y comentarios maliciosos a Springsteen. Años después cuando le preguntaron por ese recital dijo que había sido el de Amnesty. Grinbank escribió en sus memorias que la conducta de García de ese día lo terminó de convencer de no volver a trabajar con él. Aunque, a decir verdad, pareciera que Charly hacía unos cuantos años que no quería trabajar con él, desde el día que entró a sus modernas oficinas y pintarrajeó cada pared y cada sillón con aerosol.
Después fue el turno del senegalés y de Tracy Chapman con dos sets breves pero prolijos y contundentes. Gabriel ingresó cuando ya había anochecido. Basó su show en So, su gran disco de los ochenta. Una puesta de luces que no se había visto en el país y versiones de In Your Eyes con Youssou y de Don´t Give Up con Tracy en lugar de Kate Bush.
Sting había tocado en el estadio de River 10 meses antes. Según cuenta Daniel Grinbank en sus memorias, el éxito de público y organizativo de ese show fue uno de los principales motivos para que la gira terminara en Buenos Aires. En esta ocasión traía los grandes músicos de su banda (cada una de las tres bandas era un Dream Team: Clarence Clemmons, Manu Katche, L.Shankar, Nils Lofgren, David Sancious y muchos más) con el agregado de Branford Marsalis. El gran momento del set de Sting fue la versión en castellano de Ellas Bailan Solas. Primero leyó, en un español tortuoso y pedregoso, un manifiesto condenando las violaciones a los derechos humanos por parte de la Dictadura. En medio de la interpretación, mientras sonaba el saxo de Marsalis, tomadas de la mano de Peter Gabriel ingresaron al escenario las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (hubo algunas desavenencias entre ellas –en especial en Mendoza- porque hacía poco se había producido la ruptura entre Línea Fundadora y las Madres de la Asociación). Apenas aparecen, de fondo, se escucha la ovación del público. Gabriel se suma a cantar en algunos versos. Las imágenes siguen emocionando hoy. Esas mujeres con pañuelos blancos de pie frente a la multitud. En el final del tema Sting y Gabriel bailan unos pasos con cada una de las mujeres, reforzando la emoción.
El último en ingresar a escena fue Bruce Springsteen con su presencia arrolladora. Aunque su último lanzamiento había sido Tunnel of Love, todavía estaba muy presente el impresionante suceso de Born in The USA. Tanto es así que la revista Pelo se quejó de que el público coreara a viva voz el estribillo de la canción que daba título a ese álbum (ya lo había hecho el año anterior con Sting y An Englishman in New York). Para terminar su intervención, antes del gran final del recital y de la gira, Springsteen invitó a Gabriel y Sting y se despachó con una versión de 10 minutos de Twist and Shouts. La gente en los poderosos momentos instrumentales, como la versión tenía un aire latino, coreó La Bamba (de moda, nuevamente, en ese entonces por la biopic de Ritchie Valens). No se sabe si fue una enorme confusión del público local, un masivo gesto irónico o un homenaje tardío.
El largo show fue extraordinario, algo nunca visto en Argentina hasta el momento. Artistas internacionales en el pico de su potencia creativa y escénica. Rodrigo Fresán lo resumió así en una columna en la revista Pelo: “La engañosa calma de la Chapman, la dignidad de Gieco, los desafines de Charly, la efectiva y bien ensayada demagogia de Sting, las acrobacias técnicas de Youssou, los ojos de Gabriel en nuestros ojos, la fiesta rockera de Bruce y uno de los públicos mejor entrenados de este lado de la galaxia”.
Faltaba el gran cierre: todos los músicos sobre el escenario y Chimes of Freedom de Dylan y después Get Up Stand Up.
La leyenda sostiene que uno de los motivos de disputa entre Charly y las estrellas internacionales fue la traducción del estribillo de Get Up Stand Up de Bob Marley y Peter Tosh. Todos los participantes abrirían y cerrarían el show cantándola. La leyenda afirma desde hace 35 años que los músicos internacionales habían incorporado al estribillo en castellano la frase Derechos Humanos Ahora, traducción literal del lema de la gira: Human Rights Now. Y que fue Charly el que les tuvo que explicar que el ahora quedaba fuera de toda métrica. Y que después de pelear, en especial con Springsteen, logró, con el apoyo de Peter Gabriel, que cantaran Derechos Humanos Ya. Sin embargo, produce desilusión comprobar que esta historia no es cierta. Porque el lema de la gira en castellano era Derechos Humanos Ya. Así lo consignaban los carteles promocionales argentinos. Además hay otra manera de verificarlo: en los videos que muestran el show en Barcelona, los músicos cantan Derechos Humanos Ya. ¿Entonces Charly no metió mano en la letra y les ganó la pulseada? Parece que sí lo hizo. Porque después del Derechos Humanos Ya, en Barcelona junto a los integrantes de la banda El Último de la Fila, las estrellas internacionales cantan “Por siempre jamás”. Y suponemos que eso le parecía una aberración a Charly, una fealdad insoportable e insistió cansadoramente hasta conseguir cambiarlo por Para Siempre Ya, que es lo que se cantó en Buenos Aires.
Entre las restricciones que les cabían a los artistas locales estaba la de que sólo podían incorporarse a esta despedida colectiva recién en la segunda vuelta de este clásico del reggae. La primera mitad eran para los que encabezaban el cartel. Charly, una vez más, no hizo caso. Ya no tenía el jean azul y la campera de cuero negra de su set. Estaba con un traje de dos piezas, claro y amplio. Y con una exaltación que ya en esos días empezó a ser la norma de sus apariciones públicas. La versión suena muy afilada. Se ve que habían ensayado. Cantan todos juntos y después cada uno tiene su momento de lucimiento. Primero Youssou, después la voz con múltiples capas de Tracy Chapman, por último las tres grandes estrellas. Charly no aceptó ser relegado y se paseó por el escenario arengando al público, metiendo los codos para llegar al micrófono más cercano para cantar coros, desafinando alguna de sus intervenciones. En el momento que le correspondía entró León Gieco, discreto, como queriendo pasar desapercibido. Charly sigue furibundo, levantando sus brazos largos, casi eternos y expresivos. La gente le responde. Es tanta su actividad, su afán de hacerse notar, que en las imágenes se percibe como el resto de los músicos, desde los frontmen hasta los de las bandas, se miran entre sí y sonríen, como no queriendo creer lo que ven. Cuando le toca a él cantar el estribillo no se conforma con hacer su parte sino que agrega algunos gritos y una arenga. La gente brama. La risa de Springsteen muta en incomodidad, mira a los otros como buscando complicidad o ayuda. A Charly no le importa. Y se nota.
Pasaron 35 años ya de una de las grandes jornadas de la música en Argentina.