“Doctor Khantzian, ¿está o no está loco el doctor Mack?”, la pregunta, gritada con total desparpajo en la sala de reuniones de la Sociedad Médica de Massachusetts a finales de la década de los noventa, sintetiza lo que muchos de sus colegas se preguntaban sobre el profesor de psiquiatría de Harvard John Mack.
Se trataba de un asunto grave -tan grave que la pregunta con que comienza esta nota fue publicada en un artículo de la prestigiosa revista médica The Lancet- porque a Mack estaban por desplazarlo de sus clases magistrales en la Universidad y hasta pensaban en suspenderle la licencia por mala praxis.
Parecía que el hombre iba barranca abajo. Había sido, sin duda, uno de los psiquiatras más prestigioso de los Estados Unidos, investigador de nota y ganador del Premio Pulitzer por uno de sus libros, pero desde que se topó con pacientes que aseguraban haber visto o, peor aún, haber sido abducidos por ovnis, la mayoría de sus colegas lo miraba con desconfianza. Más todavía cuando dejó prácticamente todo lo que hacía para dedicarse a trabajar con ellos, no solo en los Estados Unidos sino en otros lugares del planeta.
“Es una tragedia que esa sea la etiqueta que a menudo se le pone. No estaba loco. Era un hombre que se guiaba por sus intereses, por su búsqueda de todo tipo de verdades, y creo que se vio atrapado por eso”, diría también a The Lancet su colega y amigo, el doctor Edward Khantzian -el mismo al que le habían gritado la pregunta- luego de la trágica muerte de Mack, atropellado por un conductor borracho en Londres, cuando volvía de dar una conferencia en la sociedad T.E. Lawrence.
Por estos días, la figura de John Mack fue puesta bajo otra luz con el estreno mundial en Netflix de la miniserie de cuatro capítulos Encuentros, que repasa otros tantos resonantes sucesos de avistamiento de ovnis y sus protagonistas.
Cada episodio cuenta una sola historia: la aparición de luces extrañas en el cielo sobre una pequeña ciudad de Texas; los avistamientos naves espaciales sumergibles que rondan una aldea costera de Gales; la aparición de una inteligencia supuestamente no humana en Japón poco después del desastre de la planta nuclear de Fukushima; y el encuentro con un extraterrestre de chicos de una escuela en Zimbabue.
Este último caso, ocurrido en 1994, fue investigado a fondo por Mack, que no dudo en dejar todo y viajar al sur de África para entrevistar a sus protagonistas, casi todos de ellos niños, para demostrar su tesis principal: que la mayoría de las personas que dicen haber tenido contactos extraterrestres distan de sufrir patologías psiquiátricas, sino que cuentan algo que han visto.
Los niños y los extraterrestres
La mañana del 16 de septiembre de 1994, a la hora del recreo en el parque de la Escuela Ariel, en una región agrícola a unos veinte kilómetros de Harare, en Zimbabue, 62 chicos de entre seis y doce años vieron tres bolas plateadas en el cielo que desaparecieron de golpe con un destello de luz y volvieron a aparecer en otro sector.
Después de hacerlo dos o tres veces, descendieron y una de ellas “aterrizó” en un sector del parque donde el pasto era corto y había algunos árboles.
Los chicos estaban solos en el parque porque los docentes estaban realizando una reunión dentro de la escuela, de modo que fueron los únicos testigos. Algunos corrieron asustados, pero otros se quedaron observando el objeto brillante que había aterrizado y llegaron a ver entre uno y siete seres vestidos de negro como si fueran buzos, con una cabeza grande y verdosa y ojos oscuros muy grandes.
Los chicos que se quedaron observando a los visitantes recibieron mensajes con palabras que se formaban dentro de sus cabezas -así lo dijeron, lo cual luego se tradujo como “telepáticos”- de contenido similar: el extraterrestre les “dijo” que había que cuidar el planeta y que la tecnología era un peligro. Luego, los seres volvieron a subir a la nave, que volvió a elevarse, brillante, y desapareció del cielo con las otras.
Cuando los chicos les contaron lo que habían visto a sus maestros, la respuesta en general fue escéptica. Les explicaron que seguramente habían visto otra cosa y la habían confundido con naves espaciales. Tal vez pensaron que se trataba de una broma colectiva, aunque era muy difícil que tantos chicos se pusieran de acuerdo y que sus relatos fueran parecidos, pero también con llamativas variaciones.
Quien sí se interesó fue la madre de uno de los chicos, la periodista Cynthia Hind, que pidió -y obtuvo- el permiso de las autoridades para entrevistas a diez o doce de ellos.
La investigación de Cynthia
Cynthia Hind decidió grabar las entrevistas con los chicos, pero antes de verlos, acordó con los profesores para que les pidieran dibujos de lo que habían visto.
“Conseguí entre treinta y cuarenta dibujos y la mayoría de las descripciones son similares, pero algunas de las imágenes dibujadas son claramente ‘platos voladores’, por lo cual me pregunto cuántos de estos niños tuvieron acceso a los medios de comunicación y vieron películas. Otras son bastante rudimentarias, pero coinciden más o menos con la forma de plato”, escribió en sus notas.
También logró descripciones de los seres que habían visto. Un testigo, al que identificó como Barry D., de doce años, le dijo que había visto tres objetos volando y emitiendo destellos rojos, que desaparecían y reaparecían casi al mismo tiempo, pero en otro lugar. Después los objetos aterrizaron cerca de unos árboles de caucho.
“Barry me dijo que el objeto principal era del tamaño de la uña de su pulgar al apuntar con el brazo hacia donde estaba la nave desde una distancia de aproximadamente cien metros, en el borde del patio de la escuela. Luego un humanoide pequeño, de cerca de un metro de estatura, apareció en la parte superior del objeto. Caminó un poco en el terreno, se dio cuenta de que estaba siendo observado por los niños y desapareció. El mismo ser o alguien muy parecido a él, reapareció después en la parte trasera del objeto. La nave despegó rápidamente y desapareció. El pequeño humanoide estaba vestido con un traje negro bien ajustado al cuerpo, que era ‘brillante’ de acuerdo con una de las niñas (de once años) que presenciaron el hecho. El ser tenía un cuello muy delgado y grandes ojos en forma de pelota de rugby. Su rostro era pálido y tenía largos cabellos negros que le llegaban hasta debajo de los hombros”, escribió la periodista.
Por tratarse de una escuela interracial, los alumnos pertenecían a diferentes etnias, con distintas creencias y culturas, y muchos de sus relatos están atravesados por ellas. Una pequeña niña me dijo: ‘Juro por cada cabello en mi cabeza y la Biblia entera que estoy diciendo la verdad’. Pude ver la satisfacción en su rostro cuando le respondí que le creía. Los niños más pequeños de entre cinco y siete años se asustaron con lo que pasaba y corrieron gritando ‘socorro’. A los más grandes les pregunté por qué había pasado eso con los de menor edad, la respuesta fue: ‘Porque él vino a comernos’. Pienso que esto probablemente se aplica más a los niños negros africanos quienes tienen leyendas que hablan de ‘Tokoloshies’ come-niños”, apuntó Cynthia.
Para entonces, el caso estaba en los diarios y en los canales locales de televisión. Pronto la historia de la escuela de Zimbabue visitada por extraterrestres recorrería el mundo y llegaría a los oídos del doctor Mack.
El doctor Mack en Zimbabue
Cuando Mack supo del caso ya había entrevistado a decenas de estadounidenses que habían tenido contactos con supuestos extraterrestres. Había empezado su trabajo buscando alguna patología común en quienes tenían esos “encuentros” y poco a poco se fue convenciendo de que se trataba de individuos sin mayores trastornos psicológicos que, por alguna razón, habían vivido o creían haber vivido una experiencia extraordinaria.
El caso de Zimbabue lo atrajo de inmediato por dos características que consideró muy importantes: se trataba de algo masivo, con decenas de testigos, y esos testigos eran niños, lo cual facilitaría descubrir la veracidad o no de sus relatos.
Para dejar un registro pormenorizado de su investigación se puso en contacto con la BBC y logró que lo acompañara un equipo de televisión para grabar todas las entrevistas. En “Creyentes” -así se llama el episodio de la miniserie Encuentros sobre el caso- se pueden ver muchos de esos registros.
Mack estuvo diez días en la escuela entrevistando a los chicos. Poco a poco consiguió ganarse la confianza de muchos ellos, que le hicieron relatos pormenorizados de lo que habían visto y sentido, además de volver a dibujar a las naves y los seres que bajaron de ellas.
Los chicos encontraron en él una figura paternal a la que podían confiar su historia. Y, además, les decía que les creía, cuando la mayoría de los adultos desechaban sus relatos y sus vivencias por considerarlas simples fantasías infantiles.
Mack llegó así a una conclusión firme: sus entrevistados decían cosas parecidas, todos eran chicos y no tenían enfermedades mentales diagnosticadas ¿Por qué le mentirían?
Quienes no le creyeron a Mack fueron sus colegas cuando presentó el informe sobre su trabajo en Zimbabue. Si hasta ese momento lo miraban con reticencia, desde entonces se convencieron de que desvariaba. No todos, pero sí una gran mayoría.
En los años siguientes, Mack debió enfrentar una investigación sobre su idoneidad y su salud mental en Harvard, así como denuncias por “mala praxis” debido a -decían- que al considerar sanos a los individuos que hablaban de contactos con extraterrestres, les estaba negando el derecho al tratamiento médico de las patologías que seguramente tenían.
Treinta años después
Cuatro de aquellos niños que contaron sus experiencias al doctor Mack fueron entrevistados -ya adultos- para la miniserie de Netflix: Kudzanai, Emma, Salma y Lisil.
Con el correr de los años, ninguno de ellos desarrolló patologías mentales y tres siguen sosteniendo que todo lo que le contaron a Mack es verdad. Otro, en cambio, sostiene que todo se trató de una broma que realizó con un amigo utilizando el brillo de una piedra y que los demás lo creyeron.
“Vi un objeto grande flotando y pequeños a su alrededor”, dice Salma en Encuentros. “Era un disco plateado y brillante, con luces”, es la descripción que hace Kudzanai frente a la cámara y agrega que tuvo miedo de que los seres le cortaran la cabeza con un rayo laser.
Hoy, el caso de la escuela de Zimbabue es considerado como el contacto con supuestos extraterrestres con mayor presencia de personas de toda la historia. Y la mayoría de ellas -aquellos niños que hoy son adultos- siguen convencidos de lo que vieron y experimentaron la mañana del 16 de septiembre de 1994.
Es una lástima que el doctor John Mack no pueda verlo.