Casi por casualidad Thomas Keneally se encontró con la historia de Oskar Schindler. Al escritor se le había roto una de las manijas de su maletín en Los Ángeles, mientras presentaba un libro. Corría la década del 70.
Intentó comprar uno nuevo en la zona de Beverly Hills. Allí se cruzó con un vendedor que al saber que era escritor, le presentó los documentos. “Yo tengo una historia que usted tiene que contar”, le dijo.
El vendedor se metió dentro de una habitación trasera y regresó con dos grandes cajas. En ellas tenía documentos, artículos periodísticos y fotos sepia. Thomas Keneally se quedó en el negocio varias horas más. Había encontrado el tema de su siguiente libro: Oskar Schindler.
El arca de Schindler (como se llamó en un momento) o La Lista de Schindler ganó varios premios literarios y se convirtió en un best seller. Pero desde su aparición en 1982, pese a que los derechos cinematográficos habían sido comprados de inmediato, su traslación al cine se demoraba. Recién en 1993 Steven Spielberg logró hacer la película.
A partir del libro de Thomas Keneally el mundo conoció la lista del empresario alemán, afiliado al partido Nazi, que salvó a 1200 judíos. Leopold Pfefferberg era un Schindlerjuden, un judío salvado por Schindler y desde hacía años buscaba que se conociera la historia de su salvador. Con la venta de ese maletín logró su cometido con creces.
Los que conocieron a Schindler concuerdan con que un aire de liviandad lo envolvía. Encontró su propia manera de avanzar: no pasar nunca desapercibido, pero tampoco nunca ser tomado demasiado en serio.
Era un clásico Bon Vivant de la década del 30 del siglo XX. Trajes cruzados, corbatas de seda italiana, el pelo siempre cuidado.
Nació en Moravia (actual territorio de la República Checa) en 1908. Se casó muy joven, a los 20 años, con Emilie. Ella tenía un año más. Eran malos tiempos económicos y la pareja intentaba salir adelante en medio de las crisis europeas. El matrimonio tampoco era lo que ambos habían soñado. A Oskar le gustaba de salir de noche a tomar con sus amigos y sus aventuras amatorias eran conocidas por todos en la ciudad. Tuvo dos hijos extramatrimoniales. Siguieron juntos pese a todo.
En la década del 30 la trayectoria de Oskar era al menos polémica. Algunos le atribuyen haber sido agente de inteligencia alemán en Checoslovaquia. Dicen que su labor ayudó el avance nazi en esas tierras gracias a información confidencial, delaciones y pequeñas operaciones. Los problemas con las mujeres y varias detenciones por ebriedad marcaron sus días. Su ambición era hacer fortuna.
Emilie contó que ella nunca fue nazi y que Hitler no le gustaba. “Mi marido tuvo que ingresar al partido. Quien no lo hacía, no tenía la posibilidad de progresar, pero él no era hitleriano”, declaró a los medios.
Schindler se afilió al Partido Nazi cuando estaba por empezar la guerra. De pronto le surgió la posibilidad de adquirir una fábrica de enlozado que había sido arrebatada a sus antiguos dueños judíos. Empezaron a hacer ollas, cacharros y otros utensilios para los soldados alemanes que estaban en el frente de batalla. Así, Oskar empezaba a cumplir su sueño de amasar una fortuna.
Emalia, así se llamaba la fábrica, empezó a contratar más personal. La mayoría era fruto del trabajo esclavo: prisioneros judíos provenientes de los campos de concentración, una modalidad usual en la época.
Con el correr del tiempo, Oskar consiguió que sus empleados durmieran en su fábrica para que sus condiciones de vida fueran al menos humanas y al mismo tiempo para alejarlos de las matanzas arbitrarias de los nazis.
Cuando el Gueto de Cracovia fue liquidado, sus trabajadores se salvaron porque estaban recluidos en la fábrica. Schindler había accedido a información confidencial y ese dato salvó la vida de cientos.
Cuentan que tres soldados alemanes ingresaron a la fábrica con violencia con la orden y la determinación de llevarse a una familia entera. Schindler trató de hacerlos entrar en razón pero no lo consiguió. Al menos logró llevarlos hacia su despacho para parlamentar. Tres horas después los soldados salieron de la fábrica, totalmente borrachos, con los bolsillos repletos y sin la familia a la que habían ido a buscar. Otra vez logró traer de regreso un grupo de 300 mujeres que habían sido enviadas a un campo de concentración.
El avance ruso complicó los planes. Convenció a las autoridades de trasladar la fábrica y a sus más de mil empleados a tierras checas y reconvertirla en una fábrica de municiones. La lista de Schindler incluía hijos, esposas, personas enfermas: no permitió que ninguna familia se desmembrara.
Luego de un tiempo, el avance de los rusos hizo que Schindler debiera escapar. Los nazis habían sido derrotados. Y sus 1200 personas habían sobrevivido. Les consiguió una muda de ropa, algunos alimentos y un poco de plata para que se integraran a la vida cotidiana post Adolf Hitler.
Los primeros años en Alemania luego de la guerra no fueron buenos para él que había consumido toda su fortuna en busca de lograr que su gente sobreviviera.
Luego de un tiempo en Europa, llegó a la Argentina. Trajo seis familias de Schindlerjuden con él. Oskar y Emilie se instalaron en la Provincia de Buenos Aires.
Ella se dedicó a criar cerdos y a la ganadería. Schindler quiso montar un criadero de nutrias. El negocio fue un fracaso absoluto. Tuvo que cerrar y las deudas se acumularon. Los historiadores, al ver la escasa capacidad para hacer negocios que evidenció después de la guerra atribuyeron el éxito de sus empresas en los años 40 a la tarea de Stern y los demás especialistas judíos que lo aconsejaban y trabajaban para él.
Schindler se fugó de la Argentina. Dejó a su esposa y una larga cola de acreedores. Emilie se hizo cargo de las deudas. Nunca más volvieron a verse. Ella siguió viviendo en el país hasta su muerte en octubre del 2001 a los 94 años.
Schindler no naturalizó la barbarie. Fue un hombre que durante un lapso actuó de manera excepcional. Que perdió su fortuna, que puso en riesgo su vida, que resignó comodidad, que procuró que un animal voraz y feroz no se devorara a las personas a su cargo. Por un momento lo consiguió.
Emilie Schindler que conocía bien a Oskar lo definió a la perfección: “Ni antes ni después de la Guerra hizo nada que valiera la pena. Pero ahí, en esos años difíciles, él se destacó. E hizo lo que nadie fue capaz. Esos fueron sus mejores años”.
En Israel su labor fue reconocida gracias al impulso y a los testimonios de de los Schindlerjuden, las personas que él salvó. En los últimos años de su vida, estos sobrevivientes lo ayudaron económicamente cada vez que lo necesitó.
Fue nombrado por Israel como Un justo entre naciones, un hombre que actuó bien en tiempos en que los demás no lo hacían, un reconocimiento para los no judíos que ayudaron durante la Shoah a las personas del pueblo judío.
Sus últimos años no fueron fáciles. Tenía 66 años pero parecía de muchos más. Era un anciano prematuro. El alcohol le había pasado factura. Le costaba moverse, los dolores dominaban su cuerpo. El hígado le fallaba.
Una mañana entró al baño y tropezó. Ya no pudo levantarse. Dos días después, el 9 de octubre de 1974, Oskar Schindler murió en un hospital de Hildesheim.
No dejó herencia, pero si una última voluntad: Oskar Schindler quería que sus restos fueran enterrados en el Monte Zion, el cementerio católico de Jerusalén. Los Schindlerjuden se encargaron de que así sucediera.