“Fue una revuelta judía. Fue una historia de coraje. Los nombres de sus protagonistas deberían estar escritos en letras de oro”, definió con acierto el historiador Gideon Greif, uno de los investigadores más profundos del Holocausto.
Se refería así al único levantamiento de prisioneros registrado en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz - Birkenau, el 7 de octubre de 1944, cuando las tropas del Ejército Rojo avanzaban por la Polonia ocupada por los nazis y los integrantes del sonderkommando – unos 2.000 presos judíos obligados a llevar a las víctimas hasta las cámaras de gas y después cargar los cadáveres al crematorio – se rebelaron, volaron una de esas instalaciones de muerte e intentaron escapar.
Los miembros de ese grupo especial de prisioneros sabían que el avance de las tropas soviéticas era incontenible: lo veían en las caras de sus guardias, cada vez más sombrías, y lo confirmaban por algunas conversaciones entre los oficiales de las SS que lograban escuchar, pero además tenían la información de la resistencia polaca, con la cual habían logrado establecer un contacto.
También estaban convencidos de que, en lugar de la liberación, la llegada del Ejército Rojo significaría para ellos la muerte. No porque los soviéticos fueran a matarlos, sino porque los nazis los eliminarían antes de que llegaran por una razón de peso: eran testigos – más que ningún otro prisionero – de todo el funcionamiento de la maquinaria de terror y muerte del campo.
Por eso decidieron organizar un levantamiento y un escape. “Nos aterraban las consecuencias, pero no lo suficiente como para no hacerlo. Sentíamos que éramos demasiado jóvenes para morir”, escribió en su diario Anna Wajcblum, que por entonces tenía 15 años y fue una de las mujeres que participaron del intento.
Porque el papel de un grupo de mujeres que trabajaba en la fábrica de municiones que los nazis tenían allí fue decisivo. Solo ellas podían conseguir algo que era imprescindible para el plan que se estaba orquestando: un poco de pólvora para provocar una explosión.
Los nombres de cuatro de ellas – las que se sacrificaron para que no ejecutaran a los demás - pasaron a la historia: Roza Robota, Ala Gertner, Estucia Wajcblum – la hermana mayor de Anna - y Regina Safirsztajn.
El plan era precario, heroico y desesperado, pero no les quedaba alternativa. Podían dejar pasivamente que los mataran o morir en el intento de escapar, porque los nazis nunca los dejarían vivos. Ellos, más que ningún otro preso, podían contar todos los horrores de Auschwitz.
“El trabajo libera”
Situado a 43 kilómetros de Cracovia, en Oświęcim, Auschwitz fue mucho más que un simple campo de concentración. Se erigió como un complejo integrado por 3 campos principales: Auschwitz I, el campo original -; Auschwitz II-Birkenau, un campo de concentración y exterminio; y Auschwitz III-Monowitz, un campo de trabajo para la empresa alemana IG Farben. Tenía, además, otros 45 campos satélites.
En la entrada a Auschwitz I colgaba un cartel con el lema Arbeit macht frei (“El trabajo libera”), con el que las fuerzas SS recibían a los deportados.
El lugar había sido elegido estratégicamente. La ciudad de Oświęcim estaba ubicada en un enclave ferroviario favorable para los nazis, en el este, donde las líneas ferroviarias del sur de Praga y Viena se cruzaban con las de Berlín, Varsovia y las zonas industriales del norte de Silesia.
Los planificadores de las SS y la Oficina Principal de Seguridad del Reich en Berlín encontraron todos los requisitos para realizar transportes masivos. A la cabeza de esa planificación estaba el arquitecto de la llamada “solución final”, Adolf Eichmann.
Fue el séptimo campo de concentración construido por los nazis, después de Dachau (el primer campo de concentración construido en 1933), Sachsenhausen, Buchenwald, Flossenbürg, Mauthausen y el campo de mujeres Ravensbrück.
Como la mayoría de los campos de concentración nazis, Auschwitz se construyó para cumplir con tres funciones:
— Encarcelar por un período indefinido a los enemigos reales o presuntos del régimen nazi y de las autoridades de la ocupación alemana en Polonia.
— Suministrar mano de obra forzada para las empresas de las SS relacionadas con la construcción y, más tarde, para la producción de armamento y otros elementos bélicos.
— Funcionar como un sitio para asesinar a los enemigos del Reich, cuya muerte era esencial para la seguridad de la Alemania nazi.
Las cámaras y el doctor Mengele
Al principio, el complejo de Auschwitz tuvo una sola cámara de gas y un crematorio. Más tarde, las operaciones de gaseo fueron trasladadas al segundo campo, Auschwitz-Birkenau, después de convertir en cámaras de gas dos granjas que estaban justo fuera de la cerca del campo.
Pero la afluencia de condenados a muerte llegó también a superar la capacidad de esas dos nuevas cámaras, y se construyeron cuatro crematorios grandes dentro de Auschwitz-Birkenau. Cada uno contenía una cámara de gas, un área para desnudarse y hornos crematorios.
Si las cámaras de gas y los crematorios eran el escenario fatal de la “solución final”, el hospital de la Barraca 10 de Auschwitz I no era un lugar menos siniestro. Allí, bajo las órdenes de Josef Mengele, se realizaban investigaciones pseudocientíficas utilizando a los prisioneros como cobayos humanos.
Entre otras muchas atrocidades, los médicos de las SS enfocaron sus pruebas en hermanos gemelos, en personas cuyos ojos tenían dos colores diferentes y en enanos.
En el caso de los gemelos, la “investigación científica” incluía amputaciones innecesarias de extremidades, inoculaciones intencionadas con tifus y otras enfermedades a uno de los gemelos y transfusiones de sangre de un hermano a otro. Muchas de las víctimas murieron en el transcurso de los procedimientos. Una vez finalizadas las pruebas, a veces los gemelos eran asesinados y sus cuerpos diseccionados para hacer “estudios comparativos”
Los experimentos con los ojos incluyeron intentos de cambiar el color del iris a través de la inyección de sustancias químicas y el asesinato de personas con heterocromía para extraer sus globos oculares y enviarlos a Berlín para su análisis.
A los enanos y a las personas con anomalías físicas les tomaban mediciones corporales, les extraían sangre y dientes sanos y les administraban de forma innecesaria drogas y rayos hasta matarlos.
Los que sobrevivían iban a las cámaras de gas y de eso se ocupaban los sonderkommandos, bajo la amenazadora vigilancia de las SS.
Eso era, también, lo que, si sobrevivían, podrían contar.
El plan y las mujeres
Para evitar que los nazis se enteraran del plan, solo sus organizadores lo conocían. La idea era ponerlo en marcha y luego sumar a los demás. El factor sorpresa era el arma más potente con que contaban si querían tener éxito.
Los favorecía que los nazis los mantuvieran en barracas especiales, separados del resto de los prisioneros, para que no hablaran de la horrenda tarea que los obligaban a cumplir.
El plan que elaboraron no era demasiado sofisticado: atacarían a los soldados frente a las barracas, durante el cambio de guardia de la tarde, les quitarían las armas – ya tenían unas pocas que les habían suministrado desde afuera-, provocarían una explosión en un crematorio y escaparían con apoyo desde el exterior de un grupo de la resistencia polaca.
Pero para provocar la explosión era necesario conseguir pólvora y para eso fue clave la participación de algunas de las mujeres que trabajaban en la fábrica de municiones. Durante días fueron sacando pequeñas cantidades de pólvora – el equivalente a dos o tres cucharadas cada una – oculta entre sus ropas o envuelta en trapos que ocultaban en sus cuerpos.
Roza Robota, que con 24 años era la mayor de las mujeres que conocían el plan, era la encargada de coordinar con los organizadores.
Anna Wajcblum describió cómo se creó y organizó la resistencia femenina que participó activamente en una operación clandestina desde dentro de Auschwitz. “El trabajo era importante para el esfuerzo bélico alemán, así que vimos la oportunidad de sabotearlo”, relata.
Todos los días le pasaban su botín explosivo a uno de los sonderkommando, que lo ocultaba en el Crematorio IV, donde tenían planeado hacerla estallar. “Todo era muy secreto”, cuenta.
Un imprevisto y la acción
No se sabe si ya había una fecha fijada para el levantamiento, ni siquiera si se había decidido, cuando el mediodía del 7 de octubre de 1944, la llegada imprevista de un tren que trasladaba al campo de concentración a más de cuatro mil prisioneros provenientes de Hungría obligó a acelerarlo, aún cuando no se contara con el apoyo exterior de la resistencia polaca.
Cuando el convoy en la estación y los soldados alemanes ordenaron que las puertas de los vagones permanecieran cerradas hasta que llegaran los sonderkommando para llevar a los húngaros a las cámaras de gas.
Por una casualidad, el oficial de las SS que estaba a cargo ordenó que fueran los que estaban destinados en el Crematorio IV se encargaran del traslado y esa decisión fue la que cambió todos los planes de los conspiradores.
Como la pólvora que habían acumulado con la ayuda de las mujeres de la fábrica de municiones estaba acumulada allí, los sonderkommando creyeron que habían sido descubiertos y que estaban tratando de hacerlos salir de su barraca para matarlos.
Como se negaron a obedecer, los SS empezaron a disparar sus armas contra la barraca. Al sentirse perdidos, los prisioneros salieron, los atacaron con lo que tenían a mano, pudieron matar a guardias, hirieron a varios más y corrieron hacia el crematorio para hacerlo estallar. Recién entonces, los sonderkommando de las otras barracas supieron que algo estaba ocurriendo y salieron para sumarse al levantamiento y la fuga.
La descoordinación resultó fatal, porque los disparos y la explosión también pusieron en alerta a los guardias nazis, que comenzaron a disparar a discreción contra quienes trataban de escapar.
“Se fuerte y tené coraje”
El saldo fue de más de 250 prisioneros muertos, entre los que cayeron bajo las balas nazis en el intento de fuga y los que fueron recapturados y luego fusilados en el patio central ante la mirada del resto.
No fue esa la única matanza. Como escarmiento, los nazis reunieron a todos los sonderkommando y seleccionaron a doscientos – unos 70 por cada uno de los guardias muertos – y los fusilaron también.
Luego obligaron al resto a cargar los cadáveres a los crematorios, tras lo cual eligieron a otros cincuenta para interrogarlos dentro de una cámara de gas. A algunos los dejaron salir, a otros los mataron con disparos en la nuca.
Durante la investigación, los alemanes encontraron restos de pólvora que sólo podía proceder de la fábrica. “¡Sabotaje, sabotaje!, esto es un crimen contra el gran Reich”, gritaba Frans Hössler, el comandante de las SS que dirigía la fábrica de municiones.
Para salvar a sus compañeras de infortunio, Roza Robota, Ala Gertner, Estucia Wajcblum y Regina Safirsztajn, confesaron que solamente ellas habían “robado” al Reich la pólvora utilizada para hacer explotar el crematorio.
En lugar de matarlas en una cámara de gas o dispararles allí mismo, Hössler decidió que murieran en la horca, en una ejecución pública que sirviera de escarmiento para los demás.
El 7 de enero de 1945, las cuatro se pararon firmes, con la soga al cuello, en la plataforma. Ninguna pidió clemencia y solo una dijo algo:
“Sé fuerte y tené coraje”, les gritó a sus compañeras.
Faltaban exactamente veinte días para que el Ejército Rojo entrara en Auschwitz.