Debió ser un día de oración, un día dedicado a Dios, al ayuno, a la meditación y al arrepentimiento. Las dos grandes religiones monoteístas de Medio Oriente parecían dedicadas a eso. En Israel, era Yom Kippur, el día más sagrado del año judío, el día de la expiación y el perdón. Para el mundo árabe también era una fecha sagrada, el 10 de Ramadán de 1393, el día del avistamiento de la luna nueva o creciente, símbolo de la revelación del Corán al profeta Mahoma. Si algo no podía haber en aquel día de hace medio siglo, el 6 de octubre de 1973 para el calendario occidental, era una guerra.
Sin embargo, a las dos de la tarde de aquel sábado, varios miles de soldados egipcios, incluida artillería, misiles y morteros, cruzaron el Canal de Suez y lanzaron un violento ataque contra las defensas israelíes. Al mismo tiempo, en el Este, el ejército sirio, apoyado por más de ochocientos tanques, cargaba contra las posiciones israelíes en los Altos del Golán y copaba el Monte Hermon. Había empezado lo que después se conoció como la “Guerra del Yom Kippur”, que no era sino la continuación de la Guerra de los Seis Días lanzada por Israel en 1967, que terminó con la derrota militar egipcia y con el dominio israelí sobre tierras que el mundo árabe reclamaba para sí.
Cuando la guerra terminó después de tremendos combates, el 24 de octubre y por un alto el fuego ordenado por Naciones Unidas, con las tropas israelíes camino a El Cairo y a Damasco, con las dos superpotencias, Estados Unidos, que proveía de armas a Israel y la Unión Soviética, que armaba a los egipcios, a punto de irse a las manos, a las armas mejor dicho, el balance de la guerra dejó casi conformes a los dos bandos. Casi. La guerra abrió la posibilidad de un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, que sería firmado el 17 de septiembre de 1978 en Camp David, la residencia del entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, por el líder árabe Anwar El Sadat y por el primer ministro israelí Menájem Beguín. El otro balance de la guerra era terrible. Israel perdió tres mil soldados, diez mil quedaron heridos, cerca de seiscientos eran prisioneros en el Sinaí y en el Golan; también había perdido ciento veinticinco aviones, ochocientos blindados. Egipto y Siria perdieron dieciséis mil hombres, diez mil Egipto y el resto Siria, nueve mil eran prisioneros de los israelíes: ocho mil en el Sinaí y el resto en los altos del Golán; los dos países árabes habían perdido quinientos aviones y dos mil blindados.
De algún modo, había sido una guerra anunciada. Si bien las tropas israelíes en la zona de conflicto fueron sorprendidas, el gobierno a cargo de la primer ministro Golda Meir estaba alerta ante un inminente ataque egipcio. Tanto, que sobre la mesa de decisiones de Meir se puso a consideración la posibilidad de un “ataque preventivo” contra Egipto, opción que fue descartada por sugerencia, y algo más que sugerencia, del entonces secretario de Estado de Richard Nixon, Henry Kissinger.
La historia es apasionante por ambos lados, el israelí y el egipcio. Cuando estalló la Guerra de los seis Días, Egipto estaba en manos de Gammal Abdel Nasser, el padre del “panarabismo”, una idea tal vez utópica de unión de todo el mundo árabe. Nasser dependía también de sus “asesores” soviéticos: cerca de veinte mil vivían en El Cairo, mientras la URSS con Leonid Brezhnev como líder suministraba armas y equipamiento a las fuerzas armadas egipcias. A la muerte de Nasser, en 1970, lo sucedió el vicepresidente, Anwar El Sadat, a quien juzgaban poco menos que como a una insignificancia política. Sin embargo, Sadat se “destapó” como un tipo astuto, capaz de conciliar a las diferentes fracciones nasseristas que se disputaban el poder del líder fallecido.
Sadat tenía otros planes para Egipto. El principal era abrir a su país hacia Occidente. Había llegado a la conclusión de que la guerra en Oriente Medio sólo se podía ganar en Washington; que sólo una solución patrocinada por Estados Unidos podía obligar, o al menos impulsar, a Israel a una paz que no fuese desventajosa para los árabes. En 1971 dio un paso histórico: expulsó de Egipto a los asesores soviéticos, firmó un “tratado de paz con la URSS” y anunció una inevitable “guerra de reconquista contra Israel”
Israel, que tenía en sus manos la península del Sinaí capturada a los egipcios, y cerca de la mitad de los Altos del Golán capturados a Siria, intentó la devolución de esas tierras a cambio de un acuerdo de paz poco después de terminada la Guerra de los Seis Días. La oferta fue retirada en octubre. Egipto y Siria pugnaban por recuperar el territorio perdido mientras, de alguna forma, también dejaban de lado cualquier negociación. En septiembre de 1967, una Cumbre Árabe celebrada en Jartum declaró los “Tres No”: no habría paz, no habría reconocimiento del estado Israelí y no habría negociación posible con Israel, que en los años siguientes fortificó el Golan y Sinaí, en especial cerca del Canal de Suez. A los “tres no”, Israel respondió que no pensaba retirarse de sus conquistas de guerra. Sadat, que quería un acuerdo, tampoco desdeñaba la guerra en aquel escenario volátil. Quería vengar de alguna forma la derrota de 1967, reivindicar el orgullo árabe y pensaba que una victoria aún leve sobre los israelíes, podía darle más y mejores herramientas en una negociación futura.
El presidente sirio Hafez al Assad, socio casi inevitable de Sadat, no pensaba igual: sólo quería reconquistar el Golán, no pensaba en acuerdo alguno con Israel y había desarrollado un rearme militar masivo tras la derrota en los Seis Días, con la esperanza de hacer de Siria un poder militar dominante en el mundo árabe. Assad no podía pensar en un triunfo militar sin la ayuda de Egipto, y Egipto tampoco podía atacar a Israel sin la ayuda de Siria. Si Assad llegó a pensar alguna vez en una negociación de paz con Israel, la imaginó luego de que Siria recuperara el Golan. Y, mientras Sadat intentaba abrir Egipto a Occidente, en especial hacia Estados Unidos, Assad de alineaba cada vez más con la URSS de Brezhnev.
Cuatro meses antes de la guerra del Yom Kippur, según recuerda Henry Kissinger en sus memorias, le ofrecieron a un emisario de Sadat la soberanía sobre todo el Sinaí, salvo algunos puntos estratégicos, a cambio del compromiso de paz. El emisario de Sadat era Ismail Fahmi, un diplomático de extrema confianza del líder árabe, que iba a renunciar a todo, incluso a su adhesión con el presidente egipcio, en 1977, cuando Sadat en un gesto inesperado viajó a Jerusalén para hablar de paz con los israelíes. Ismail dijo que iba a volver con la respuesta de Sadat a la propuesta que recuerda Kissinger. Pero nunca regresó: Egipto estaba ya decidido a la guerra. Un año antes del conflicto, en octubre de 1972, Sadat había dejado expresa constancia ante el Consejo Supremo de sus Fuerzas Armadas que su intención era ir a la guerra con Israel.
Nada de todo esto era ignorado por el gobierno de Golda Meir. La inteligencia militar israelí evaluó en aquellos meses la posibilidad de un conflicto y supuso, no se equivocaba, que Siria no iría a la guerra sin Egipto. Parte de los buenos análisis de la inteligencia israelí contaban con los buenos servicios de Ashraf Marwan, una especie de súper agente del Mossad, el servicio secreto de Israel. Marwan tenía muy buena información sobre Egipto: era yerno de Nasser, estaba casado desde 1966 con la hija del ex líder árabe, Mona Gamal Nasser, espiaba para los israelíes y filtró la decisión de Egipto de recuperar el Sinaí, pero no antes de que los soviéticos los proveyeran de los bombarderos MiG-23, destinados a neutralizar la poderosa fuerza aérea enemiga. También esperaban el suministro de misiles Scud para lanzarlos sobre poblaciones israelíes si en una eventual contraofensiva el enemigo atacaba ciudades egipcias.
¿Qué más sabían los israelíes a mediados de 1973? Que los MiG-23 no habían llegado todavía a Egipto, por lo que no creyeron en una guerra inminente. También sabían que el Segundo y Tercer ejércitos egipcios intentarían cruzar el Canal de Suez y avanzar unos diez kilómetros en el Sinaí, seguido por sus blindados. Nació entonces en ambos países una guerra de falsas informaciones destinadas a confundir al adversario. Los egipcios dejaron correr un rumor que hablaba de problemas de mantenimiento y de personal adecuado para sus equipos más avanzados, mientras juraban que la expulsión de los asesores soviéticos había debilitado su capacidad operativa. Recién entre abril y mayo de 1973, la inteligencia israelí tuvo sospechas serias sobre las reales intenciones de guerra de Egipto: el espía Marwan informó que el ataque iba a producirse el 15 de mayo, pero no fue así. Entre mayo y agosto el ejército llevó adelante una serie de maniobras militares cerca de la frontera que despertaron sospechas en Israel, que pese a todo veía lejana la posibilidad de una invasión.
La semana previa al Yom Kippur, el ejército egipcio realizó nuevas maniobras militares de entrenamiento, o de supuesto entrenamiento, en la zona del Canal de Suez. La inteligencia israelí detectó también movimientos de tropas sirias en la frontera y una sospechosa llamada a filas de miles de reservistas. Aunque todavía prevalecía en buena parte del gobierno israelí la idea de que Siria no atacaría sin Egipto y de que Egipto no atacaría sin las armas que esperaba de la URSS, Israel reforzó de todos modos a su ejército en los Altos del Golán. Algunas sospechas del servicio de inteligencia que sugerían que los ejercicios egipcios en Suez no eran maniobras de entrenamiento sino los preparativos reales para cruzar el Canal, no fueron tenidos en cuenta por Tel Aviv, que recibió otra advertencia mucho más seria: la llevó en persona, viajó en secreto a Israel el 25 de septiembre, el rey Hussein de Jordania. Se había reunido semanas antes con Sadat y Hassad y ahora le advertía a Meir sobre un ataque sirio a Israel: “¿Van a ir sin los egipcios?”, quiso saber la primer ministro. “No creo –contestó Hussein, enigmático pero elocuente– Creo que los egipcios van a cooperar”.
Israel recibió al menos once advertencias de guerra, hechas por fuentes muy fieles, pero el jefe del Mossad, Zvi Zamir no creyó en ellas ni en que los árabes fuesen capaces de declararla. Recién entre el 4 y el 5 de octubre Zamir descubrió que su evaluación estaba equivocada. Los informes desde Egipto y Siria decían que los pocos asesores soviéticos que quedaban en El Cairo y en Damasco habían empezado a salir de las dos capitales junto a sus familias; había aumentado el vuelo de aviones de carga y de transporte militar y algunas fotos aéreas revelaban concentraciones de tanques, de infantería y de rampas de lanzamiento de misiles SAM en las zonas fronterizas. Marwan, el yerno de Nasser que espiaba para el Mossad, dijo que el ataque iba a ocurrir bajo la cobertura de un entrenamiento militar y dio una fecha, una semana antes del 6 de octubre. En la medianoche del 5 Al 6 de octubre, Zamir viajó a Europa para reunirse con Marwan, que le confirmó que un ataque conjunto sirio-egipcio era “inminente”.
Ante la certeza de la guerra, Israel pudo lanzar a su vez un ataque preventivo. No lo hizo. A las ocho y cinco de la mañana del 6 de octubre, seis horas antes de la ofensiva egipcia y siria, Meir, su ministro de Defensa, Moshe Dayan, héroe de la Guerra de los Seis Días, y el jefe del Estado Mayor, general David Elazar evaluaron la posibilidad de bombardear los aeródromos sirios a las tres de la tarde y a todas sus fuerzas terrestres a las cinco. Golda Meir dijo no. Israel podía precisar la ayuda militar de Estados Unidos, de hecho la iba a necesitar, y era condición inexcusable que Israel no empezara la guerra. “Si atacamos primero, no vamos a tener la ayuda de nadie”, dijo. Ese mismo día, Kissinger le había pedido a la primer ministro que no realizara ningún ataque preventivo y Meir le confirmó que no lo haría. Tiempo después, con la franqueza feroz que fue su sello personal en estos casos, Kissinger recordó: “Si Israel hubiera atacado primero, no hubieran recibido ni un clavo”.
No es intención de estas líneas relatar las batallas que se sucedieron en los dieciocho días de guerra. En líneas generales, en el centro del conflicto estuvo siempre la provisión de armamento a uno y otro bando por parte de Estados Unidos y la URSS y los dos líquidos omnipresentes en el conflicto: petróleo y agua. Entre el 6 y el 9 de octubre los blindados israelíes lanzaron un contraataque que fue rechazado por los egipcios con una fuerza y unos recursos insospechados. El 12 de octubre, Estados Unidos llamó a un alto el fuego en el lugar: había enviado armamento a Israel pero en cantidades modestas, y había retenido otro envío de armas previsto para ese mismo día. Ante la escasez de armamento, la destrucción del material era impresionante en la que fue, a los ojos de hoy, la primera guerra electrónica del siglo pasado, Israel aceptó contra su voluntad el alto el fuego propuesto por Nixon. Pero Sadat se negó. La Unión Soviética estableció entonces un puente aéreo para proveer armamento a Egipto y Siria y el resultado de la guerra quedó a merced de la capacidad y la voluntad soviéticas. Israel decidió cruzar el canal de Suez y avanzar con sus blindados hacia El Cairo, distante cuarenta kilómetros. Lo hicieron. Fue una operación exitosa, tal vez la más brillante de la guerra, liderada por el general Ariel Sharon que atravesó el Canal al norte del Gran Lago Amargo, una especie de frontera entre los dos estados.
La ofensiva israelí desató el alto el fuego. El 20 de octubre, Kissinger había viajado de urgencia a Moscú para analizar con los soviéticos la marcha de la guerra. Pero luego, Sadat exigió con cierta desesperación a Brezhnev que actuara de alguna forma para frenar el arrollador avance israelí. Brezhnev envió una dura carta a Nixon en la que amenazaba hacer “lo necesario” para someter a los israelíes, esto es: aprovisionar como fuere al ejército egipcio. La respuesta estadounidense llegó al más puro estilo Kissinger: declaró un estado de alerta Defcom-B, el inmediato debajo de la alerta máxima, que ponía en pie de guerra a las unidades militares americanas en todo el mundo y desplazaba al menos un portaaviones al Mediterráneo. Brezhnev sugirió entonces que Estados Unidos y la URSS exigieran un alto el fuego. Al día siguiente, Egipto admitió por primera vez la presencia de tropas israelíes en la zona del canal. Era un eufemismo. Los israelíes habían pasado ya “la zona del canal” y marchaban hacia la capital egipcia con la intención de rodear y destruir al Tercer Ejército de Sadat. El 21, el Consejo de Seguridad de la las Naciones Unidas aprobó la propuesta conjunta de Estados Unidos y la URSS que exigía la obligación de las partes a terminar con las operaciones militares y cesar el fuego; todas las tropas, agregaba, quedarían donde estuvieran en momentos de entrar en vigencia el acuerdo, a las seis de la mañana del lunes 22 de octubre. El segundo punto conminaba a que una vez calladas las armas, las partes iniciaran negociaciones de paz. Las armas tardaron un poco en callar, el alto el fuego sufrió algunas violaciones, pero el Tercer Ejército egipcio no fue destruido y el avance israelí hacia El Cairo se detuvo cuando finalmente se declaró el alto el fuego el 24 de octubre.
Naciones Unidas, por impulso de su secretario general. El austríaco Kurt Waldheim envió a la zona de conflicto una fuerza de paz integrada por países que no hubiesen intervenido de alguna forma en la guerra y mantuvieran buenas relaciones con los países en pugna. La integraron contingentes de Austria, Finlandia y Suecia. Israel y Egipto firmaron el alto el fuego el 11 de noviembre, en el kilómetro ciento uno de la ruta que unía a Suez con El Cairo; fijaron el protocolo para el intercambio de prisioneros y para el suministro de alimentos y combustible al Tercer Ejército egipcio.
Egipto e Israel mantuvieron conversaciones secretas hasta el 18 de enero de 1974, cuando acordaron la separación de ambos ejércitos, que habían quedado inmóviles en sus posiciones desde el 27 de octubre del año anterior. El acuerdo estableció la salida del ejército israelí de la zona oeste del canal, la zona egipcia, y la creación de una franja de separación de once kilómetros para el despliegue de las fuerzas de Naciones Unidas. Israel se replegaba del Sinaí hacia “su” territorio y Egipto volvía a ocupar la zona de la península que reclamaba. Las negociaciones sirio-israelíes terminaron el 31 de mayo: Israel se retiró de la zona Este de los Altos del Golán hacia las posiciones ocupadas cuando el alto el fuego de 1967.
La guerra rehabilitó en gran parte el orgullo de Egipto, herido luego de la Guerra de los Seis Días. Reivindicó su espíritu militar, si bien no pudo evitar el arrollador avance israelí que acaso se alzó con los honores en el campo de batalla. Pero Egipto había recuperado parte del Sinaí y ahora estaba obligado a llegar a un acuerdo de paz con su tradicional enemigo. El plan de Sadat, de llegar a la paz con alguna concesión obtenida por la guerra, había tenido éxito, si algo así puede tenerlo. El 6 de octubre pasó a ser fiesta nacional en Egipto. Por su parte, Israel había confirmado que era entonces uno de los ejércitos más poderosos del mundo y que sólo la intervención de las dos superpotencias de la época había detenido su implacable avance en el territorio árabe.
Once meses antes de la Guerra del Yom Kippur, en noviembre de 1972, Oriana Fallaci, aquella lúcida y punzante periodista italiana, reporteó en Jerusalén a Golda Meir. La preocupación inicial de Fallaci fue la paz y, más que eso, la posibilidad de que árabes e israelíes volvieran a la guerra, como ocurriría en octubre de 1973. Una de las respuestas de la primer ministro conserva aún hoy cierto estremecido escalofrío por lo que encierra su certero vaticinio: “Verá usted, –dijo Meir a la Fallaci– muchos dicen que los árabes están dispuestos a firmar un acuerdo con nosotros. Pero, en estos regímenes dictatoriales, ¿quién nos asegura que un acuerdo signifique algo? Supongamos que Sadat firme y luego sea asesinado. ¿Quién garantiza que su sucesor respetará el acuerdo firmado por Sadat?”.
El 19 de septiembre de 1978, en Washington, en la residencia de Camp David y ante el presidente de Estados Unidos, James Carter, Anwar El Sadat y Menájem Beguín firmaron el acuerdo de paz árabe-israelí que estableció la devolución del Sinaí a Egipto, la normalización de las relaciones entre los dos países y el primer reconocimiento de Israel como Estado por parte de un país árabe.
El 6 de octubre de 1981, en el acto de celebración del octavo aniversario de la Guerra del Yom Kippur y mientras presidía el desfile militar, Sadat fue asesinado en su palco por un grupo fundamentalista islámico del ejército egipcio.
En el último medio siglo, Egipto e Israel no volvieron a enfrentarse en una guerra.